Creo en Cuba...

06/05/2003
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Creo en la revolución cubana, pero no creo en los maquillajes, ni en la política como una imagen de la burocracia, ni en los burócratas de la palabra. Mucha letra repetida, crea imágenes con fragilidad de estereotipos. Creo en la necesidad de defender la continuidad de una revolución que mantiene raíces propias, pero no creo en las acciones que llevaron a justificar gobiernos como el del PRI en México o defender ciertos sectores que caído el muro se bajaron rápidamente del camión de la revolución o entender demasiado tarde algunos procesos indígenas como el de Ecuador porque alguien pasó mal la información o era preferible escuchar a la socialdemocracia. Creo en la justicia social de la revolución cubana, pero no creo en la pena de muerte (ni en Cuba ni en Estados Unidos), ni en la prohibición de la pequeña empresa familiar, ni en la apertura total a la gran empresa turística que trae el dinero y la estratificación social. No había otra salida que el turismo para superar la crisis, pero solo el turismo sin apostar a la producción y sin diversificación de la agricultura no es solución. Creo en la libre determinación de los pueblos y la necesidad de instaurar una corriente mundial de oposición a cualquier tipo de intervención en Cuba, una corriente mundial que desenmascare las intenciones del País Gringo contra la Isla. Pero no creo en quienes callan porque supuestamente no es momento de hablar. Siempre será un buen momento para hablar, para cuestionar y debatir, porque sólo eso impide que una revolución de institucionalice, que es como decir que se muera. La única condición debe ser la honestidad de la crítica. Creo en el debate de los intelectuales sobre la revolución cubana y sobre cualquier proceso político en el que esté juego la vida y la esperanza. Pero no creo en aquellos que atacan o defienden un proceso con una mirada europea de la América, incluso viviendo en este lado del lago. Creo en Saramago y Galeano porque jugaron su mirada en momentos en que los radicales de palabra no atinaban a entender el proceso de la América enunciando teorías y analizando procesos sociales sin comprender la realidad de los países donde se daban esos procesos, tal vez por estar mal informados o porque viven la realidad a través del internet. Pero no creo en los intelectuales como dueños de la verdad, ni en una sola verdad. Creo en la defensa de la revolución como un rincón de la resistencia global contra el País Gringo y por la construcción de un mundo más igual. Pero no creo en la demagogia del pensamiento ni en los decires de los enamorados del mojito y el avión, que quieren inventar vanguardias únicas en momentos en que las vanguardias son más múltiples que nunca. La historia de estos días exige vanguardias múltiples por y para un mundo multipolar. Creo en Cuba. Creo, seguiré creyendo y seguiré defendiendo la revolución. Pero nunca seré condescendiente.
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