Flexibilidad laboral: ¿De vuelta al siglo XIX?
- Análisis
"Está demostrado que la flexibilización de los derechos laborales no ha resuelto el problema del empleo y que, por el contrario, ha contribuido a elevar la precarización y la informalidad. Sus efectos diferenciados son particularmente perversos para las mujeres trabajadoras".
Este señalamiento de la Cumbre de los Pueblos de las Américas llevada a cabo en Santiago de Chile, el pasado mes de abril, apunta a aspectos claves que la economía globalizada ha agudizado: la creciente desocupación y el deterioro de las condiciones de vida y de trabajo de millones de seres, que ven desmoronarse conquistas laborales y sociales alcanzadas tras duras luchas.
Se calcula que 1997 había 120 millones de personas desocupadas en el mundo, y 700 millones se encuentran subempleadas, según datos de las Naciones Unidas. En el mundo y América Latina, el crecimiento económico no necesariamente significa aumento del empleo, como tampoco las innovaciones tecnológicas, por la forma como son concebidas y aplicadas por el capitalismo, conducen automáticamente a mejorar las condiciones de vida de la mayoría de la población.
Entre 1975 y 1990, la producción económica del mundo aumentó en el 56%, mientras que el empleo solo se incrementó en el 28%. En el año 2000, se prevé que la producción del mundo será más del doble que en 1995, pero se piensa que las posibilidades de empleo aumentarán menos de la mitad, según datos citados en el documento "Ha llegado el momento de optar por la solidaridad con las personas desarraigadas", del Consejo Mundial de Iglesias.
En el caso de América Latina, la confluencia de factores como las privatizaciones, el achicamiento del Estado, la flexibilización laboral y el desmantelamiento de las industrias nacionales han vuelto cada vez más inestable, frágil y escaso al empleo.
Situaciones inéditas
El mundo del trabajo y los trabajadores/as confrontan situaciones nuevas e inéditas en las últimas décadas de este siglo que están ligadas a tres elementos que se desarrollan simultáneamente: las innovaciones tecnológicas, la economía globalizada y la reorganización empresarial.
La microelectrónica y la información conforman el nuevo paradigma "tecno-económico", que está produciendo efectos mucho más profundos que las que provocaron las anteriores "revoluciones tecnológicas" ligadas a la energía a vapor, la utilización intensiva de la electricidad y del petróleo, el motor de explosión, la electrónica y los medios masivos. Otras innovaciones igualmente importantes se vienen dando en el campo de las tecnologías de materiales, la biotecnología y las nuevas fuentes de energía.
Hay una discusión todavía no acabada sobre las ventajas o desventajas de las nuevas tecnologías, pero la verdad es que donde se aplican -sea en la industria, la agricultura y en buena parte del sector terciario- se contrae la demanda de trabajadores. Los robots, las computadoras y las comunicaciones vía satélite están eliminando empleos en todo el mundo. Incluso hoy se habla de que el trabajo físico como tal tiende a desaparecer, con consecuencias insospechadas para la humanidad.
Pero además de reducir mano de obra, la revolución tecnológica conduce a sistemas de producción altamente integrados y a una creciente reorganización de las empresas. De la producción en masa se transita a la producción flexible, selectiva, de pequeños lotes, con bajos costos, de respuestas rápidas en función de la demanda. Las empresas fusionan en un solo paquete las áreas que antes se encontraban separadas como son el diseño, el proceso productivo y la gestión empresarial. De una organización jerárquica, las empresas transitan a formas horizontales. Todo esto hace que ya no requieran de grandes cantidades de trabajadores especializados sino de pocos empleados multifuncionales y cada vez más capacitados.
A nombre de la eficiencia, competitividad y reducción de costos, las empresas recurren a sistemas de producción descentralizados, donde las partes o los productos mismos se elaboran en pequeñas unidades de producción e incluso en talleres de carácter familiar. Muchas empresas incluso transforman a sus empleados en prestadores de servicios autónomos subcontratados. Con ello, no solo obligan a toda la familia a involucrarse en la producción, evadiendo las prestaciones laborales y sociales, sino que se desembarazan de los sindicatos y de los contratos colectivos de trabajo. La existencia de un enorme ejército laboral de reserva, desmotiva a los trabajadores de las empresas a reivindicar nuevos derechos, limitándose a conservar la ansiada estabilidad.
El capital manda
Además de ello, los trabajadores enfrentan los efectos de la transnacionalización de la economía. Esta tiene una influencia creciente en el mundo de hoy. En 1992, según las Naciones Unidas, había cerca de 37.000 compañías transnacionales con unas 200.000 filiales en el extranjero que empleaban a 29 millones de personas fuera de su nación base: 17 millones en las sociedades industrializadas desarrolladas y 12 millones en los llamados países en vías en desarrollo. Las mencionadas 37.000 empresas controlan el 33% de la producción mundial, pero las 200 más importantes facturan un 27% de las ventas mundiales.
Los capitales financieros se asientan en donde obtienen mayores ganancias, y si éstas disminuyen, simplemente se marchan. Coincide, por tanto, que se instalan en los países en los que el costo de la fuerza de trabajo es menor o en los que se ignoran los beneficios sociales consagrados en las convenciones internacionales.
Las fronteras nacionales se van borrando, y el destino de los/as trabajadores/as está cada vez más ligado a los vaivenes de la competencia internacional y a los caprichos de las bolsas de valores. "Los trabajadores de todos los países compiten los unos con los otros, con base a las diferencias en el coste del trabajo, que van de 1 a 10, hasta de 1 a 20 o incluso más", señala Manuel Bonmat, secretario de relaciones internacionales de la Unión General de Trabajadores de España.
La "revolución tecnológica" tiene una directa repercusión en los países pobres, pues ha permitido a los desarrollados descubrir nuevos materiales y productos para sus industrias, lo que hace que reduzcan la importación de materias primas provenientes del Sur. Los países pobres, paradójicamente, siguen dependiendo de la exportación de las materias primas cada vez más desvalorizadas.
La apertura indiscriminada a la importación de alimentos y la práctica del "dumping" está arrojando a la desocupación a millones de campesinos, que se ven obligados a migrar a las ciudades en busca de ocupación.
A medida que se agudiza la crisis económica, también aumentan los flujos migratorios Sur-Norte. Los países desarrollados, refuerzan los controles y endurecen la legislación anti-migrante, en tanto que en su interior se expresan tendencias xenofóbicas, violentas e intolerantes. Durante las tres últimas décadas, unas 35 millones de personas emigraron del Sur al Norte por razones económicas, políticas o militares, y otro millón se muda cada año.
Otra expresión de la globalización conducida con criterios neoliberales es la intensificación de la explotación del trabajo de la niñez. La OIT estima que más de 200 millones de niños y niñas trabajan en el mundo y lo hacen generalmente en tareas peligrosas en 100 países del mundo.
Mayor explotación
En América Latina, ningún gobierno quiere quedarse al margen de la economía trasnacionalizada. Todos los regímenes declaran que su objetivo prioritario es volverse atractivos a la inversión extranjera, la cual es presentada como la panacea que "nos sacará del atraso". Los "altos costos de los salarios", generalmente son presentados como los causantes de la falta de competitividad de los países.
Para ponerse a tono con los vientos neoliberales que soplan, lo primero que han hecho la mayoría de regímenes de la región es desregular y flexibilizar el trabajo, lo que significa que las leyes del mercado (oferta y demanda) y la voluntad autónoma de empleados y empleadores pasan a ser los ejes de las relaciones laborales. Como es previsible, los que llevan la peor parte son los sectores más débiles de esta relación, es decir los/as trabajadores/as. En las maquiladoras, por ejemplo, se ha intensificado al máximo la explotación de la fuerza laboral, especialmente de mujeres y niños. La flexibilización laboral, en estas condiciones, implica:
*El fin a la estabilidad laboral y abrir el campo a los contratos eventuales, al trabajo a tiempo parcial, estacional, etc.
*Extender la jornada de trabajo y suprimir los días de descanso.
*Reducir las cargas laborales y sociales de la patronal como jubilación, aportes a la seguridad social e indemnizaciones por despido.
*Asignar tareas y rotar según las necesidades de los empleadores.
*Ajustar los salarios de acuerdo al "rendimiento" y la productividad.
En los países en que se ha aplicado la flexibilización, los problemas del desempleo y subempleo están lejos de resolverse, pero sí se han incrementado las tasas de ganancia de los inversionistas, los niveles de inequidad social, al tiempo que, según varios analistas, en materia de calidad de vida de los/as trabajadores/as, estamos volviendo a las condiciones que prevalecieron en el siglo XIX.
Para lograr mayores niveles de ganancias, en las maquilas guatemaltecas se ha aumentado la jornada laboral a 12 horas diarias y se ha recurrido al uso de estimulantes para elevar el rendimiento del trabajo. Las drogas han sido incluso administradas a mujeres embarazas, lo que ha provocado el nacimiento de niños con deformaciones, según una denuncia de la Unión Sindical de Trabajadores de Guatemala, UNSINTRAGUA.
En Argentina, el gobierno de Carlos Saúl Menem ha expedido varias leyes laborales para favorecer a las empresas, lo que ha determinado, por ejemplo, que ahora mantener un puesto de trabajo cueste una tercera parte menos que antes. Sin embargo, el gobierno no ha conseguido que las empresas creen nuevos puestos, prefiriendo pagar horas extras. El desempleo continúa afectando a 14 de 100 argentinos en capacidad de laborar.
En el Perú, la flexibilización de las leyes laborales permitió despidos masivos de mineros, se les impidió formar sindicatos y los empresarios se han negado a atender los pliegos de reclamos presentados por los trabajadores.
Muchos sindicatos se están adaptando a los criterios de la flexibilización y en estas condiciones han entrado a negociar con el capital. En Argentina, por ejemplo, en los cuatro primeros meses de este año se firmaron 79 acuerdos laborales por empresa, la mayoría de los cuales son convenios flexibilizados que introducen cláusulas que incorporan la contratación de personal temporario y pasantes, extienden el período de prueba a 180 días, fraccionan las vacaciones y permiten la extensión de la jornada laboral. En base a estos datos, el periodista Guillermo Pérez Crespo comentó: "El objeto del convenio, su destinatario, ya no es el trabajador, sino el principio de competitividad. El sindicato se hace socio del capital en la necesidad de asegurarle la necesidad de competitivo, y el trabajador debe resignar sus derechos como persona para integrarse totalmente a la empresa como una máquina más" (Revista El Espejo, No 47).
Propuesta sindical
La Cumbre Sindical que se reunió en el marco de la Cumbre de los Pueblos de Américas, se pronunció por:
*La reducción de la jornada de trabajo sin afectar los salarios.
*El combate al abuso de horas extras.
*El fin del despido injustificado.
*La orientación de inversiones públicas hacia sectores con capacidad de absorción de grandes contingentes de trabajadores.
*La formación y reconversión profesional.
*La reforma agraria y política agrícola para el financiamiento de pequeños y medianos productores. * Medidas macroeconómicas que permitan un retorno del crecimiento, incluyendo políticas de bajos intereses, control de la inflación y combate a la evasión de impuestos.
*Un programa de incentivo a la pequeña y mediana empresa para la contratación de mano de obra.
Publicado en el Servicio Informativo # 279, ALAI, 26-08-1998, Quito
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