Llevándonos al despeñadero
25/03/2003
- Opinión
En las últimas fechas, el gobierno nacional ha improvisado
acciones de política exterior que comprometen –innecesariamente- la
seguridad de nuestro país y el interés de sus habitantes. Primero, con
la desatinada firma de la llamada Declaración de Panamá, relativa a
Colombia, y enseguida con el temerario Comunicado Conjunto sobre la
cuestión de Irak, suscrita con tres de los países centroamericanos.
Ambos actos hacen patente la frivolidad que este gobierno le dispensa
a nuestra política exterior y revelan la urgencia de que ésta vuelva a
asumirse con seriedad.
En el primer caso, a colación del criminal bombazo al club
bogotano El Nogal, Panamá y los demás firmantes afirmaron que ese acto
terrorista habría sido cometido por las FARC -cosa no comprobada-, y
por añadidura dejó pasar por alto los bárbaros asesinatos que los
paramilitares de las AUC recién habían cometido en Paya y Púcaro. Pese
a los reiterados testimonios de nuestros hermanos darienitas, a los
terroristas de las AUC ni siquiera se los mencionó, porque así le
convenía al mandatario bogotano, como señaló El Tiempo de Bogotá.
Nuestro país se subordinó a la agenda política del gobierno
colombiano, al cual le escenificó una Cumbre de presidentes
centroamericanos en la que fuimos simples anfitriones. Lejos de ser
escenario de la requerida protesta panameña, dicha cita hizo de la
cancillería istmeña una mera auxiliar de su contraparte bogotana y,
sobre todo, nos alineó como Estado beligerante dentro del conflicto
interno de Colombia. Para los mandatarios centroamericanos eso no
tiene mayores consecuencias, puesto que ninguno de sus países es
vecino de esa nación, pero a Panamá sí le toca pagar los costos de esa
chambonada.
En el segundo caso, Panamá asumió el supuesto de que Irak
ocultaba arsenales de armas nucleares, químicas y biológicas de
destrucción masiva -pese a que el jefe de los inspectores de Naciones
Unidas había reiterado que no hay evidencias de ello-. Con eso,
nuestro gobierno justificó desatar la guerra, a contrapelo de que la
gran mayoría de los miembros temporales y permanentes del Consejo de
Seguridad estaban en desacuerdo con ese extremo. Así, Panamá se aisló
en la estrecha minoría de los Estados latinoamericanos que avalaron la
guerra, con el agravante de que los otros firmantes del Comunicado
Conjunto nada tienen que perder, pues sólo nuestro país arriesga con
ello un Canal y sus instalaciones anexas.
Embarcado en el Plan Colombia y en el afán del presidente
Álvaro Uribe de internacionalizar el conflicto de su país, es
entendible que ésta fuera la única nación latinoamericana de cierta
importancia en apoyar la guerra. En las presentes circunstancias,
cuando Uribe ha pedido que después de Irak ese esfuerzo militar se
traslade a su país, a Bogotá ya no le queda mucho que perder. En
contraste, el gobierno panameño malogró una excelente oportunidad de
quedarse callado, prefiriendo meterse gratuitamente entre las patas de
los caballos.
Hay tres principios fundamentales a los que el actual gobierno
renunció al cometer semejante disparate. Primero, que cuando se es un
país pequeño y vulnerable, hay que luchar de forma sistemática y
tesonera por el respeto al derecho internacional y la vigencia de los
organismos facultados para instrumentarlo. Al escoger esa
irresponsable opción, Panamá rompió con el camino del derecho y
contribuyó a desautorizar al Consejo de Seguridad, el mismo que hace
30 años propició que alcanzáramos la firma de los Tratados Torrijos-
Carter.
Segundo, que sólo cuando ha concitado la solidaridad
latinoamericana Panamá ha podido cumplir sus grandes objetivos.
Desconociéndolo, este gobierno tomó la ruta opuesta, al adoptar una
posición contraria a la del bloque de las naciones de nuestra región.
Por eso, las dos cancillerías centroamericanas de mayor
profesionalismo -las de Costa Rica y Guatemala- se negaron a secundar
esa majadería.
Tercero, tal como la historia lo ha demostrado, Panamá no sólo
tiene deberes de neutralidad, sino inmensas ventajas en practicar una
política neutral. Una buena política exterior universal y pluralista,
y un estilo diplomático neutral y no alineado son los mejores
instrumentos de paz y seguridad con que los panameños podemos contar.
Sin embargo, este gobierno optó -repito que innecesariamente- por
apartarse del derecho internacional, aislarse del grupo
latinoamericano, y alinearse como parte beligerante tanto en el
conflicto colombiano como en la guerra contra Irak.
Si a los personeros del gobierno que hoy padecemos no les
importa parecer irresponsables y suicidas, allá ellos. Sin embargo,
los demás ciudadanos de este país no tenemos por qué dejarnos llevar
al despeñadero.
https://www.alainet.org/es/active/3348?language=en
Del mismo autor
- Cuba: el pueblo retoma la iniciativa 11/11/2021
- La crisis latente en la frontera colombo-panameña 26/05/2021
- La post pandemia: disyuntivas y confrontaciones 21/01/2021
- Puerto Rico: el independentismo en su despegue electoral 10/11/2020
- Crisis del trabajo y formación del sujeto político progresista 17/09/2020
- De la crisis del trabajo al camino que viene 10/08/2020
- Qué resurgirá tras la pandemia 25/06/2020
- EEUU: Cuando un acto brutal ultraja a todos 12/06/2020
- La pandemia acelera una crisis que ya existía 28/05/2020
- ¿De quién es esta crisis? 11/05/2020