Romper huevos para hacer tortillas

04/10/2009
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  • Opinión
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Un profundo desprestigio y desconfianza en la política anidan en el corazón de los peruanos. Todos saben de la corrupción generalizada y el abuso de poder que corroen la política y las estructuras del Estado que nos deberían representar pero sirven intereses subalternos.
 
Días atrás, Fujimori se declaró culpable de “comprar” la línea de medios de comunicación, para hacerse autobombo y engañar a la gente. Culpable de comprar, como a Judas, a parlamentarios tránsfugas y “topos” (infiltrados en otros partidos) para tener mayoría congresal. Se reconoció padre del sida del transfuguismo que tiene moribunda a la política y en coma al Congreso.
 
Admitió usar el SIN y el espionaje telefónico para chantajear y concentrar poder. Hoy, su semilla podrida ha fructificado. Tenemos 82 congresistas procesados, con ejemplares como el impresentable Torres Caro y amigos, vientres de alquiler como UPP para el APRA y a Mekler, ingenua virgen violada a tres años de usufructo de la curul. Privatizado –pero articulado al poder– sigue el espionaje telefónico: Business Track y sus lazos con el gobierno, Giampietri, ministros y mercaderes que usan el poder para hacer grandes ganancias. Y se repiten los nexos con el PJ, así como la millonaria campaña publicitaria del gobierno para comprar medios.
 
Ante esta podredumbre, la necesidad de renovar la política se cae de madura. Al igual que la urgencia de atender las condiciones de miseria y desigualdad en que viven las mayorías. Pocas veces ha sido más evidente la necesidad de cambios profundos y la urgencia de un nuevo contrato social que –con justicia, equidad y respeto a la diversidad multicultural y pluriétnica– regule la vida de los hombres y mujeres que poblamos el país para garantizar derechos, progreso y felicidad. ¿Por qué no la asumen las fuerzas que se reclaman comprometidas por el cambio?
 
Necesitamos otra democracia, no el remedo que padecemos. Un sistema político que permita elegir representantes, pero que le dé a la gente un auténtico control sobre las autoridades, las obligue a rendir cuentas periódicamente, a publicar las medidas que buscan aplicar antes de adoptarlas, a discutir los presupuestos y publicar los gastos. Una democracia en la que podamos revocar a toda autoridad elegida, incluyendo al Presidente y a los congresistas, se renueve parcialmente el Congreso a la mitad del mandato. Un manejo político participativo y comunitario, recogiendo las tradiciones de nuestros pueblos originarios.
 
¿Cambiará el Perú con más parlamentarios o gobiernos subnacionales? ¿Lo hará con un gobierno atado a las viejas formas de hacer política subordinadas a los grandes grupos de poder y lejos de la gente, engolosinado con la miel del poder corruptor existente? ¿Habrá cambios con la Constitución del 93, con un Estado minusválido y sin autoridad o control sobre el manejo económico, que nos quita hasta la soberanía sobre nuestros recursos naturales (caso del gas de Camisea) y nos priva –vía los contratos de estabilidad– hasta de la capacidad de hacer una reforma tributaria para que los que ganan más paguen más?
 
¿Avanzaremos al cambio con organizaciones débiles y una sociedad civil desarticulada para convertida en objeto del clientelismo político más vil? ¿Habrá cambios sin derechos sociales básicos a una educación y salud de calidad para las mayorías, abandonando a los productores del campo y la ciudad, ignorando los derechos laborales de millones de trabajadores? ¿Iremos a alguna parte sin reconocernos como país multicultural y plurinacional?
 
¡Hay que romper huevos para hacer tortillas! Plantearse un cambio de fondo: Nueva Constitución y Nuevo Gobierno. Hacerlo retomando contacto con la gente, forjando la unidad para lograrlo y poniendo por delante el interés del país y no el papel personal de los liderazgos.
 
Publicado en La República, 05 de octubre de 2009
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