¿Le conviene a los negros votar a los blancos?

23/08/2009
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Si pretendo referirme a una persona, decir negro, morenito o morenita, pardo o parda, es racista. Hay menoscabo y ofensa si al hablar de un semejante lo defino -despectivamente con burla implícita por encima de cualquier elemento subjetivo argumentable- por una opción sexual, de africanidad religiosa o condición, sea étnica, física o racial: el maricón, la negra, el rengo, el gordo, el pelado, la vieja, los macumberos, y etcéteras varios. La forma en sí misma es despreciativa, independientemente del tono o la intención no cuantificable en el dato concreto del insulto solapado en la impunidad de la “broma”. Nunca decimos “el blanco aquél” para hablar de alguien de piel clara.
 
Si no educamos el lenguaje, tampoco cambiaremos el espíritu y la actitud ante estas cuestiones y la costumbre seguirá siendo jerarquizar a la gente por su aspecto o sus usos culturales. El estereotipo asocia y por lo tanto prejuzga un pretendido defecto según la procedencia o el simple hecho de ser de determinada manera: judíos hacen “judiadas” lo cual se ha generalizado como cosa ruin; negros hacen “negradas” y se piensa en zafarrancho o relajo en el sentido de desorden. Tanto hemos entreverado las cosas, que le otorgamos significados o simbologías totalmente extrañas a la semántica de ciertas palabras. Si el vocablo “negro” no hubiese pasado de ser un color a identificar a ciertas personas, nunca se hubiera ampliado en el sentido de acción característica de un colectivo. Decimos sueltos de cuerpo “día negro” si nos fue pésimo o para referirnos a episodios tristes. Lo negro, inevitablemente, refiere a excelsamente malo de toda maldad, aunque África es cuna de la humanidad según los científicos y vendríamos de allí los humanos de todos los colores. Es cierto que “afrodescendiente” es un concepto demasiado amplio que incluye gentes multicolores y etnias pluriculturales, por supuesto también blondos y rubicundos debido a las expansiones colonizadoras pues ya todos estamos mezclados para bien y para mal.
 
Pero si decimos “negro” sabemos a qué nos referimos.
 
En el preconcepto van unificados elementos que contribuyen a dicha categorización; sinonimia de pobre, sin cultura, marginalidad y emparentado con delincuencia. No es fábula el chiste de que un blanco corriendo hace deporte y un negro es un malhechor huyendo. Aún así, “En África, los africanos no eran negros.” dijo el colombiano Juan de Dios Mosquera.
 
Es imprescindible recuperar las historias de los vencidos de la Historia para no reproducir errores horrores del pasado, vigentes en la realidad cotidiana de las comunidades afrodescendientes negras y los aborígenes de nuestras américas. Los originarios han llevado las peores partes arrastrando incluso en la actualidad, la discriminación legendaria que los hace postergados entre los postergados por el sistema hecho a la medida de los poderosos. Aún hoy. Peor hoy pues hay dobles discursos.
 
En el título de mi nota usando la ironía, mezclo un término vulgarmente utilizado para denominar seres humanos de color marrón o negro, con otro que habla de un partido político existente en Uruguay: los blancos del partido Nacional que disputan el poder el próximo 25 de octubre día de elecciones presidenciales a nivel de todo el país. Junto a sus aliados colorados de ideología derechista hoy se les conoce como el partido rosado. Ellos son aristocracia y están acostumbrados a privilegios centenarios basados en el olvido de las necesidades de los sectores carentes de la población de los cuales desconocen todo, incluso que esa situación es especialmente dura para los afrodescendientes. Los sistemas neoliberales aplicados en administraciones anteriores fueron génesis de una marginación aguda, hoy paulatinamente en retroceso gracias a las políticas sociales del nuevo gobierno de izquierda cuyas premisas contra la fractura social son integración, desarrollo y ciudadanía. Aún falta mucho y debemos continuar cambiando.
 
Otro prejuicio estructural es pobreza como sinónimo de mugre. En la puja política, todo parece indicar que quienes inventaron la indigencia uruguaya, acomodando las cosas para el enriquecimiento de ciertas elites mientras muchos compatriotas no aprendían ni a leer ni a escribir y comían pasto, no cuentan con credibilidad en sus propuestas para revertirla. Menos mandándolos a bañar como dijo hace poco el Dr. Lacalle que haría si es electo presidente, seguramente asqueado de olores desconocidos en su galaxia y como si la pobreza se quitara con jabón, olvidando -una vez más- que la voluntad de nuestro prócer José Artigas fue privilegiar a los más humildes e infelices, no a los más perfumados.
 
Susana Andrade - ATABAQUE
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