La insoportable ingenuidad de "ser gobierno"
28/02/2003
- Opinión
Una de los aspectos que recientemente más me ha llamado la atención
fue la forma en la cual dirigentes políticos de los movimientos
sociales ecuatorianos que apoyan al gobierno del coronel Lucio
Gutiérrez, líderes indígenas, dirigentes sociales, entre otros,
suscribieron la retórica del déficit fiscal como argumento de la
crisis que avaló la adopción de duras medidas de ajuste y la
suscripción de una carta de intención con el FMI.
Se trataba en la mayoría de casos, de dirigentes con escasa formación
económica y técnica, que frente al discurso de las cifras se sentían
desarmados, y que su ingenuidad política permitió que finalmente se
realice una jugada que estaba pendiente desde mediados de los años
noventa: la adopción de un ajuste como paso previo para la
radicalización de un modelo de corte neoliberal.
Era muy difícil que los dirigentes sociales e indígenas capten esas
sutilezas de tipo epistemológico que existen entre el discurso
neoclásico del déficit fiscal y el ajuste fondomonetarista, con las
relaciones de poder que existen entre las elites y los mercados
mundiales de capitales financieros.
El discurso del déficit fiscal los alejaba de la comprensión de los
problemas reales que actualmente enfrenta la economía ecuatoriana,
entre ellos los problemas del sector productivo ahogado por las altas
tasas de interés, la dolarización, los monopolios, la recesión, etc.
Más difícil aún era que opongan argumentos al hecho de que el FMI
siempre había tenido una posición fiscalista y su recetario de
política económica siempre había fracasado, no importaban ni el país,
ni el contexto en las que se apliquen.
Quizá no sabían que justamente en estos momentos se está debatiendo la
necesidad de una nueva arquitectura financiera internacional y que el
FMI ha sido fuertemente cuestionado por su dogmatismo, su debilidad
académica y su inoperancia. Si el FMI lograba un acuerdo con
cualquier país que fuese entonces podía recuperar no solo prestigio
sino también legitimidad.
Decir FMI es decir Estados Unidos, y decir Estados Unidos es decir
grandes corporaciones transnacionales, bancas de inversión, y
capitales financieros. Detrás de esa negociación no estaba un
supuesto déficit fiscal en Ecuador, sino la posibilidad de refrendar
el rol hegemónico a nivel político y económico de los Estados Unidos,
en un contexto en el que los tambores de guerra resuenan con más
fuerza y los halcones de la administración Bush quieren convencernos
de que la guerra es inevitable.
Esa posición naïf de los dirigentes sociales e indígenas ecuatorianos
en realidad se presentaba como coartada y recurso estratégico del
poder. La adscripción acrítica al discurso del déficit fiscal
otorgaba la legitimidad social necesaria al posterior ajuste
económico; así, el ajuste se presentaba como el corolario inevitable
de una supuesta irresponsabilidad fiscal del gobierno anterior.
El problema real de la economía ecuatoriana no es fiscal. Puede ser
que efectivamente exista un déficit del denominado sector público no
financiero, pero una reprogramación del gasto fiscal, sumado a una
estrategia de ingresos e inversión habrían sido suficientes para
evitar la imposición de medidas económicas y la suscripción de la
carta de intención con el FMI. De hecho una economía puede sobrevivir
con un déficit aceptable y el mejor ejemplo de ello es la misma
economía norteamericana.
Pero el momento en el que fueron los mismos dirigentes indígenas y
sociales los que asumieron ese discurso del déficit fiscal como
propio, cayeron en la trampa de que supuestamente estaban ejerciendo
el poder, y de que en virtud de que habían ganado las elecciones en
alianza con Gutiérrez tenían derecho a manejar información y a tomar
decisiones en función de esa información.
No sé si se habrían cuestionado en su fuero interno, pero estaban
defendiendo un proyecto y una agenda a la cual se habían opuesto
tenazmente durante toda la década de los noventa e inicios del 2000.
Esa ilusión de "ser poder", y de "tomar decisiones" desde el poder,
los sorprendió en un ejercicio que iba en contra de su propio proyecto
histórico. En realidad, están cometiendo un acto de suicidio político
con entusiasmo e ilusionados de ser "realistas" y "pragmáticos" en
asuntos de Estado.
Sabiéndolo o no, con su ingenuidad permitieron la adopción de una
serie de medidas que configuran la imposición de uno de los modelos
neoliberales más agresivos en el Ecuador.
Ello me ha hecho reflexionar sobre las posibilidades reales de poder
que tiene en la actual coyuntura el movimiento indígena ecuatoriano,
al tiempo de la fuerza simbólica, ideológica y semiótica que tienen
los discursos del poder, entre ellos la retórica del déficit fiscal.
A pesar de haber ganado las elecciones en alianza con el coronel Lucio
Gutiérrez y tener a algunos de sus cuadros en puestos importantes en
el gobierno, mi percepción es que actualmente los indígenas y los
movimientos sociales tienen menos poder que antes de ganar las
elecciones.
La adopción de unas medidas fondomonetaristas tan duras y la
radicalización del modelo neoliberal, habrían sido impensables si los
indígenas ecuatorianos y los movimientos sociales hubiesen estado en
la oposición. Su presencia en el gobierno ha permitido la cobertura
que el poder necesitaba para finiquitar ese impasse político desde la
destitución del ex Presidente Abdalá Bucaram en 1997.
Los indígenas se han convertido gracias a la alquimia del poder, en
los facilitadores políticos de un modelo neoliberal cuya agenda estaba
pendiente en su ejecución. Existe ya una percepción de que algo no
está bien al interior de la alianza de gobierno, en el movimiento
indígena, pero es una percepción que nace desde las organizaciones de
base, desde las comunidades, que son convidados de piedra en este
banquete del poder.
Su presión política hacia los dirigentes del movimiento indígena ha
posicionado la idea de que es necesario un alejamiento político del
gobierno actual y una posición más crítica.
El problema radica en los tiempos, para el gobierno de Gutiérrez es
fundamental radicalizar a toda velocidad el modelo neoliberal y para
ello no ha dudado en ampliar su base de negociación política con las
oligarquías de Guayaquil. Esa velocidad tiene que ver justamente con
la percepción de que la alianza con los movimientos sociales es muy
frágil y susceptible de romperse en el mediano plazo.
Antes de que ese plazo se cumpla es necesario adoptar las medidas que
aún están pendientes: la privatización bajo la figura de las
concesiones, la flexibilidad laboral, el pago de la deuda externa, los
recursos para un nuevo salvataje a los bancos privados, etc.
Cabría preguntarse entonces: ¿es necesario ganar las elecciones en
cualquier tipo de alianzas para ser poder? ¿podrá el movimiento
indígena ecuatoriano recuperar esos espacios perdidos desde que pensó,
o se imaginó de que llegar al gobierno significaba "ser o tener
poder"? ¿habrá aprendido de que el poder está más allá de una eventual
participación en un gobierno y que esos pequeños espacios de tipo
institucional por importantes que fuesen no ameritan poner en riesgo
todo un proyecto histórico?
https://www.alainet.org/es/active/3225?language=es
Del mismo autor
- Un fantasma recorre Carondelet: El fantasma de la destitución 11/10/2021
- Alienación, sociedad del espectáculo, criptomonedas y economía del comportamiento 14/09/2021
- La “sala de máquinas” de la Constitución ecuatoriana de 2008: ¿quién tiene la llave? 16/06/2021
- El discurso de la escasez: política fiscal y fascismo en el siglo XXI 08/06/2021
- El gobierno de Guillermo Lasso: ¿crónica de un fracaso anunciado? 01/06/2021
- La Carta de Intención (EFF) con el FMI de septiembre de 2020 26/03/2021
- La CONAIE, las elecciones y el cambio civilizatorio de la post-pandemia 25/03/2021
- Elecciones en Ecuador: La herencia de Octubre 15/02/2021
- Las rebeliones populares y la construcción del futuro 05/11/2019
- Cuando la resistencia social desafía lo imposible y construye lo posible 22/10/2019