El final se decide en Honduras
22/07/2009
- Opinión
La llamada mediación del presidente tico Oscar Arias en el conflicto hondureño ha fracasado estrepitosamente. Otra cosa no podía esperarse de un árbitro totalmente comprometido con Estados Unidos, el otro contendiente fundamental en el enfrentamiento además del pueblo de Honduras. Arias, integrante de la oligarquía centroamericana y por ello aliado de la hondureña, fue el instrumento providencial al que recurrió el Departamento de Estado para dar un respiro y una oportunidad de consolidarse al régimen golpista, acosado por todos los flancos.
El Frente de Resistencia Popular contra el Golpe de Estado, que nunca se hizo ilusiones con la mediación y ha puesto siempre el énfasis en el fortalecimiento del combate popular contra el régimen de facto, ha convocado para hoy a una huelga general de dos días y parece inminente un agudo recrudecimiento de la represión contra las fuerzas populares pues al gobierno gorila no le queda para sostenerse otro recurso que la fuerza bruta. No se trata sólo del enorme repudio internacional que concita pese a los enormes esfuerzos de Washington y su maquinaria mediática por sofocarlo. Es que en apenas cuatro semanas el movimiento popular contra el golpe ha crecido en capacidad de movilización, organización y conciencia política a la vez que se resquebraja y debilita la propia base de apoyo civil de los gorilas entre las clases medias, los empresarios y sectores despolitizados, una parte importante de los miembros del Partido Liberal en rebeldía participa en la resistencia y llegan noticias de que mandos medios del ejército y la policía comienzan a cuestionarse la legitimidad del golpe y el precio que deberán pagar en el futuro por su complicidad con este. El movimiento antigolpista, en suma ha llegado a constituir el frente de fuerzas políticas y sociales más amplio que se recuerde en el país, con líderes curtidos, veteranos y jóvenes, preparado para dar una larga lucha contra la dictadura y animado por sólidas ideas de liberación nacional y transformación social que hunden sus raíces en la propia historia hondureña y centroamericana de tradición morazanista, sandinista y farabundista pero también en las luchas obreras, campesinas, indígenas y del pueblo garífuna en años recientes contra el neoliberalismo y el libre comercio.
Con la salida cuartelaria la extrema derecha, sectores militares y el Departamento de Estado de Estados Unidos intentaron sofocar la chispa de protagonismo popular en apoyo al presidente Zelaya y a la democracia radical que irrumpió en los días anteriores a la asonada pero lo que han conseguido es acelerar el estallido del volcán patriótico y social que lleva el pueblo hondureño en las entrañas. Por estas razones y contrariamente al concepto impuesto por la cultura dominante sobre la insignificancia del país centroamericano, la batalla política en curso no es meramente de los hondureños sino una de las más importantes que se hayan librado por América Latina en mucho tiempo.
No es ocioso reiterarlo: la consolidación del golpe en Honduras llevaría, como alertó Fidel Castro, a una ola de golpes de Estado contra los gobiernos constitucionales de la región, que quedarían a merced de los militares de extrema derecha. De la misma manera que aumentarían en particular las ya graves amenazas desestabilizadoras contra los gobiernos populares y progresistas. Si cabe alguna duda allí están las cinco bases militares que instalará Estados Unidos en Colombia para cercar a Venezuela y actuar contra los movimientos populares y gobernantes progresistas del área, compensando ventajosamente la pérdida inminente de la que tiene en Manta, de donde debe marcharse por decisión del presidente Correa y de la nueva Constitución ecuatoriana. Y a propósito, está la furiosa campaña de difamación lanzada en los últimos días en contra de Correa con el evidente objetivo de socavar a otro de los pilares del Alba. El golpe en Honduras obliga también a repensar la cuestión de las formas de lucha en esta coyuntura pues ante gobiernos de fuerza cobra plena vigencia el legítimo e irrenunciable recurso a la lucha armada popular.
Lo que sí está muy claro es que el final del régimen golpista se decide en Honduras por los hondureños quienes deben recibir una solidaridad de los pueblos del mundo a la altura de su trascendental y desigual contienda contra el régimen gorila y sus progenitores imperialistas yanquis.
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