Entrar en honduras

04/07/2009
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El domingo pasado, mientras en el Río de la Plata se celebraban elecciones, en Honduras se impedía una consulta popular. Interdicción gravísima e inaceptable, que sin embargo parece sólo una cándida resultante frente a la sordidez del tragicómico enredo golpista que tuvo lugar. En un mismo acto varios episodios concatenados acompañaron el sabotaje electoral.

Por un lado se secuestró violentamente al Presidente con la excusa de la comisión de vaporosos delitos tales como “traición a la patria”, pero no para conducirlo a la justicia sino para deportarlo, luego de lo cuál se solicitó su captura a Interpol. Es probable que estemos ante un antecedente de inédito vanguardismo en la materia. Quizás en un futuro la justicia del mundo entero proceda a abandonar en piyama a los sospechosos en algún aeropuerto limítrofe para finalmente requerir su captura a la policía internacional, seguramente porque respeten algo más los derechos humanos que las fuerzas locales. Por otro, el congreso decidió aceptar la renuncia del presidente expatriado, sin interrogarse por qué el renunciante no se hacía presente a efectivizar y fundamentar la supuesta dimisión, pasando sin más a designar a su sucesor por aclamación. Tampoco se preguntó qué hacían los tanques y efectivos militares en la calle dado el prístino y respetuoso procedimiento constitucionalmente preestablecido. Es sabido, además, que el cambio climático compromete la generación de energía eléctrica y de ondas de radio, cosa que explica la pobre producción informativa desde entonces.

Hay muchas similitudes entre esta parodia golpista y la que pretendió derrocar al Presidente Chávez en 2002, como sostuvo el editorial de este diario ayer. Tantas como diferencias. Además del contexto internacional, hay algo particular en la endogamia de los poderes públicos y la configuración ideológica de la oligarquía hondureña que le confiere a la constitución, a su negación práctica y a su exégesis ideológica, un rasgo distintivo y delinea aspectos del tipo de dominación ejercida.

No casualmente Honduras es el país que inspiró al escritor norteamericano O. Henry en “Cabbages and Kings” de donde heredamos popularmente la expresión “república bananera”, para designar ciertas formaciones sociales con características que exceden el simple cultivo de plátanos y cuya descripción extensiva dejaremos para otra oportunidad, sin dejar de señalar por ello que a más de un siglo de su formulación perviven todos sus rasgos.

Nada más evidente si recordamos que su constitución incluye “artículos intangibles”, negando en consecuencia un principio elemental de soberanía popular constituyente. De todas formas en ningún caso el Presidente Zelaya intentó modificación alguna del texto. Sólo se propuso realizar una consulta no vinculante (instituto que no prohíbe la constitución vigente) preguntando al pueblo (en junio) si acordaba que se realizara una nueva consulta (en noviembre) en paralelo a las elecciones generales, donde se hiciera una posible convocatoria a una Asamblea Constituyente. Inversamente, como bien sostiene Jorge Majfud, es el artículo 2 de la carta magna el que alude al delito imputado falsamente al presidente ante “la suplantación de la soberanía popular y la usurpación de los poderes constituidos (que) se tipifican como delitos de traición a la Patria” complementado en el 3 con que “nadie debe obediencia a un gobierno usurpador ni a quienes asuman funciones o empleos públicos por la fuerza de las armas”. Un nuevo hecho histórico que ratifica el rearme –ahora literalmente- de las derechas que intento subrayar desde estas páginas.

El argumento político subyacente a la intención de reelegirse mediante la consulta es disparatado por ser materialmente imposible, comenzando por los plazos, entre otras razones de fondo. Las instancias decisorias de todos estos pasos consultivos tendrían lugar en un nuevo gobierno que jamás podría encabezar el depuesto por razones precisamente constitucionales. Pero aún si así fuera, al igual que los conflictos de poderes, jamás podría fundamentar un golpe. He dedicado varias notas a fundamentar mi oposición de principio a todo reeleccionismo y a señalar las dificultades que este instituto acarrea a las izquierdas y la debilidad ética en que las sitúa. Pero se trata de un error estratégico, nunca de un crimen.
¿Cuál es entonces el motivo del golpe? Algo mucho menos constitucional: la reciente autonomización relativa del presidente del férreo control oligárquico esperable de su función y tradiciones personales y políticas. El acaudalado terrateniente Zelaya, quien fue un líder empresario y dirigente del Partido Liberal con el que accedió a la presidencia, tomó algunas tibias decisiones que lo distanciaron del perfil conservador con el que inició su gestión. Recién a comienzos del año pasado, tres años después de aprobar las pruebas de supervisión oligárquica, se propuso abaratar el petróleo para lo cual hizo un acuerdo con Chávez, arruinándole el negocio a Shell, Esso y Texaco y más tarde ingresó al ALBA. También subió muy significativamente el salario mínimo y promulgó una ley de protección forestal, a pesar de su propio interés como magnate maderero. No hablamos de un radical o revolucionario sino de un tradicional político que por razones de coyuntura y conveniencia decide procurar un poco de oxígeno por fuera de la encerrona oligárquico-bipartidista y de la genuflexión sumisa al imperio. Para la elite del poder no puede ser sino un renegado y fue tratado en consecuencia según las tradiciones y métodos locales, históricamente probados. Como lo fue en Argentina el ex menemista y posterior duhaldista Kirchner con su sorpresivo giro progresista o, inversamente, el ex presidente Menem abandonando la retórica populista para imponer la ortodoxia neoliberal, entre tantos otros actuales de muy diversas procedencias nacionales e ideológicas. En países con débil desarrollo político, allí donde no existen programas y vigilancias de su cumplimiento, la renegación será mucho más que una excepción, independientemente de las diferencias nacionales y de la configuración económica y social.
Hoy Micheletti es un hecho. ¿Qué hacer ante él? En ningún caso aceptarlo. Eso es precisamente lo que espera la derecha por omisión o indiferencia. Por caso, la Sra. Mirtha Legrand exclamó en su programa televisivo, “¡a mí que me importa Honduras!” reclamando más intervención de la presidenta argentina en temas nacionales. Pero sin llegar a este extremo discursivo, buena parte de los países de América Latina, incluyendo particularmente al Uruguay, están enfocados en un internismo tan llamativo como peligroso. En una etapa de indispensable contraofensiva diplomática, la actividad de la cancillería de un gobierno de izquierda debería ser al menos una proporción muy reconocible de la agenda política y de la discursividad de la actual y futura presidencia. El periódico argentino La Nación cuestiona diariamente cualquier iniciativa que distraiga de las urgentes tareas y reflexiones vernáculas, aunque no mencione a Honduras. Este solo detalle ya debiera llamar la atención.
Tal vez esta valoración personal esté ponderada por oposición a otras formas de acción concreta. Descarto tanto el bloqueo y mucho más aún la intervención armada porque mucho antes que las oligarquías políticas, sociales y económicas, son los pueblos quienes las sufren y por rechazo a la fuerza en cualquier circunstancia, con o sin razón. Lo mismo da. Valoro tanto el retiro de los embajadores de la comunidad europea como deploro la suspensión de tratados económicos, créditos y ayudas. Poner en manos de la OEA la resolución diplomática del caso es una dilación innecesaria y de previsible impotencia. Por un lado porque está condicionada por la ambigüedad del Foreign Office. No es que no reconozca el avance de tal ambivalencia. En épocas de Bush serían los primeros en reconocer el engendro golpista. Pero esto también explica que la gestión de Insulza haya resultado al menos insípida. Por otro, redundará posteriormente en presiones terroristas como las que se le imponen a pueblo de Cuba.
La iniciativa de aterrizar en Tegucigalpa acompañando al presidente depuesto a reasumir funciones, no confirmada al momento de escribir estas líneas, es una acción política de enorme potencia y solidaridad si se la acompaña por alguien más que los presidentes de Argentina y Ecuador. ¿Hay alguna otra actividad relevante que el resto de los mandatarios, candidatos presidenciales y personalidades de América Latina, la OEA e inclusive del resto del mundo, deban realizar un día domingo? ¿Hay alguna misión que el Air Force One (los dos 747 gemelos que utiliza el presidente estadounidense, que pueden transportar centenares de personalidades y logística) deba cumplir hoy que justifique que no esté a disposición como lo estuvo el avión brasileño para la OEA? Los aviones presidenciales actuales no impiden cumplir con tareas locales ya que son oficinas con toda la tecnología disponible de comunicación y producción. Inclusive también son verdaderos SPA para el descanso y el hedonismo.
No está en juego ninguna revolución. Ni siquiera una conquista. Tan sólo una restauración. Que aún con éxito resultará difícil con todos los poderes en contra y sin efusiva y evidente contraparte en una abrumadora movilización y apoyo popular. Pero sería un pequeño gran logro de hoy entrar en Honduras. Mucho más difícil será transformar políticamente aquella república descrita en 1904, sin entrar en honduras.

- Emilio Cafassi es Profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires, escritor, ex decano.

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