Premios y apremios en Honduras
- Opinión
"Los que escriben con claridad tienen lectores; los que escriben
oscuramente tienen comentaristas".Albert Camus.
Encontrábame, o mejor dicho, me encontraba, para que no me vayan a criticar por ese antiguo castellano castizo, arcaico y en desuso y ahora más que nunca actualizado por las Américas, incluyendo la del Norte, la parte que corresponde a los Estados Unidos pues quiérase que no esa mezcolanza habla hispana caribeña, centro y sudamericana, sumándole el inglés moldeado al estilo hispanoamericano ha creado un sinnúmero de palabras que ya pertenecen a nuestra lengua por el uso masivo y cotidiano aunque aún no hayan sido aprobadas por los timoneles de
Entonces decía que me encontraba escribiendo una especie de ensayo- memoria sobre Mario Benedetti, mi encuentro con él, cómo nos conocimos, su influencia en mi literatura y todo lo que deriva de lo vivido, según se tenga buena o mala memoria. Buscaba afanado el número de la revista SobreVuelo en donde publiqué el ensayo de Benedetti "La cultura, ese blanco móvil". Me urgía encontrar un fragmento dedicado a los premios y qué cosas, casualidad o causalidad o las dos en el mismo cauce o por la misma causa, era para anunciarme que debía viajar (desde Nueva York) al día siguiente, domingo, a Honduras para recibir el premio "Jacobo Cárcamo", que se me entregaría el lunes por la mañana. Así fue de escueto el telegrama en tiempos de Internet, que en principio dudé de la veracidad de la llamada, pero, de todos modos, como decía Julio Cortázar: "En la duda está el comienzo de la creación".
Así con el premio disparado a quemarropa empezamos mi mujer y yo a buscar la ropa que llevaríamos para la ceremonia, no digo importante o no porque no sabíamos la naturaleza de la misma, lo único que supimos era que el llamado era de Casa Presidencial. Pero el solo hecho de saber que íbamos rumbo a la patria se convierte en un premio. La alegría duró, como diría Joaquín Sabina "lo que duran dos cubos de hielo en un whisky on the rock", del viaje de casa al aeropuerto pues allí mismito la de la migra le cantó que su pasaporte se vencía justo ese día por tanto no podía salir y se desvaneció su ilusión de apreciar los laureles de primera mano. Roberto Carlos, a sus cuatro años, perspicacia a flor de piel, intuyó lo de la alegría despedazada y preguntó su "¿qué pasa?" y a coro poco religioso, casi ateo, contestamos lo del problema con el pasaporte de Lucy. El fue contundente y dijo más como afirmación que como pregunta: "Mami, entonces tú te quedas". Y en claro lenguaje corporal caminó hacia la fila de los que se van.
En principio ella dijo que no lo llevara porque me causaría problemas andar con un niño tan pequeño y yo dije que no, que los reconocimientos son especialmente para la gente que nos quiere y queremos, familiares y amistades, lectoras y lectores, y cualquier trastorno causado por mi hijo no era sino la voz de la inocencia, la voz de la libertad plena. Y así, como en alguna de mis novelas, nos despedimos y dejamos a Lucy diciéndonos adiós en su Niágara de lágrimas.
Cuando llegamos al salón que mi ilustre pariente tiene en Casa Presidencial, Francisco Morazán Quesada, me enteré de que el premio lo entregaría el mismísimo Presidente y también de quiénes eran los otros galardonados, por fortuna en su mayoría amigos míos: German Quintanilla, Allan Mc Donald, Rosendo García, con Julio Ernesto Alvarado nos conocimos allí. Y me alegró saber que era gente que en realidad merecía ese y cualquier otro premio. De igual manera el reconocimiento para don Félix Ovidio Cubías y a los miembros de Radio Nacional de Honduras y Canal 8.
No es del todo cierto que mi irreverencia sea tan extrema a tal grado de no ponerme corbata a propósito, no, si no que, como les contaba, Lucy regresó del aeropuerto a casa y allí mismo tuvimos que rehacer maletas: ropa del niño, perfume tuyo aquí, este-tuyo-aquel-mío (a todo esto el reloj corriendo aceleradamente) y así como en repartición de contrabando escuchando no tan lejos los sabuesos perseguidores, ella se quedó con una maleta y yo me llevé la otra. Al momento de vestirme fue que me enteré de que ella se había llevado mis corbatas y yo me había quedado con sus... (los dejo con la curiosidad).
Y fue allí en el lugar de los hechos que me di cuenta de que el propio presidente entregaría los premios, que teníamos que decir algo y que todos llevaban sus palabras bajo el brazo, menos yo. German me ánimo: "No hombre, si usted es de Olanchito, no necesita escribir nada para hablarle a la gente". Y así conversando llegamos a la conclusión de que si había algo que decir era sobre el tema del momento:
Un ejemplo de ello es mi querido amigo Dr. Ramón Custodio López, quien, a mi parecer, aún no puede creer que sus años de lucha en marchas populares en donde exponía su vida como un blanco inmóvil, esté por cristalizarse y quizá por ello últimamente pasa en arengas contra
Así, en circunstancias poco favorables porque todo fue a última hora, me tocó dar las gracias por el premio y como si fueran pocos todos los apremios para recibir el premio en el instante de mi turno, justo cuando llegaba al micrófono, de la sala salió el grito de Roberto Carlos, mi hijo menor, y allí sí que fui presa y preso de los nervios, demasiada libertad de expresión puede llegar a confundirse con libertinaje, y en esas estaba mi hijo. Olvidé que a sus tres o cuatro meses de nacido hizo más o menos lo mismo en el Instituto Cervantes de Nueva York, mientras Antonio Skármeta (el autor de El cartero de Neruda) hablaba, el bebé le respondía en su lenguaje dadaísta, a Antonio le cayó en gracia y por ello no lo sacaron del Cervantes.
Total que de lo poco que dije e hice fue saludar a unos amigos periodistas sin saber que por ello otros iban a saltar molestos como hizo Esdras Amado López disgustado porque no lo mencioné al frente (ahora lo menciono y ojalá no se enoje más), pero hubiese querido mencionarlos a todos pues allí estaban Manuel Gamero, Giovanni Domínguez, Elan Reyes, Yofo Hernández, Roberto Reyes, y tantos más amigos periodistas, camarógrafos y fotógrafos. Además obtuve el resentimiento de Myrna María Barahona, quien en su blog mal interpreta una broma que hice a Roberto Budde sobre mi querido Ramón Amaya Amador. Así que pido disculpas por cualquier malestar causado, les aseguro que nunca nada fue intencional.
Por cierto, me decía un gran amigo, periodista, que así de sorpresa él no aceptaría un premio, pues a lo mejor decidieron por uno a último momento porque quizá otro no lo aceptó. Yo le respondí con toda la espontaneidad del mundo: "No me dio tiempo de pensar en eso, pues como estoy consciente de que me merezco éste y cualquier otro premio, todo lo he tomado natural". Y allí sí que se dobló de la risa. Lo peor de todo es que con lo del premio hasta terremoto hubo y eso hizo que canceláramos un foro en donde estaría en el programa de Renato Alvarez y otro en Canal 8 con Yofo Hernández.
A pesar de la alerta de tsunami me dirigí a la bella ciudad puerto de
Lo mejor de este premio es que ni me lo sospechaba, fue buena idea del Presidente tenerlo como sorpresa, tanto así que ni yo mismo sabía, de otra forma quizá la espontaneidad me habría abandonado, mis palabras hubiesen sido calculadas, quizá habría hecho un recuento de cómo con el periodismo me he ganado la vida por tantos años en el exterior, o tal vez no lo hubiese aceptado si hubiera estado condicionado a cierta manera de pensar o de expresarse, lo mejor de un premio es que sea por la obra y nunca por cabildeos ni coqueteos, que viene a ser lo mismo. Aún no encuentro el ensayo de Benedetti: "La cultura, ese blanco móvil", pero en resumen y de memoria, lo que Benedetti señala allí es que muchos de los premios, hasta el Nobel, están muchas veces manipulados, pero para un escritor que se precie de serlo, cada lector es un premio. Y yo de esos tengo tantos en tantas partes del mundo, gracias lectoras y lectores, son ustedes mi mejor premio.
Ozone Park NY 13 Junio 2009
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