Contaminación militar en Panamá
10/02/2003
- Opinión
Mientras Estados Unidos tenía bases militares en Panamá, participó
en dos guerras mundiales, sostuvo conflictos en Corea y Veitnam,
auspició algunos "conflictos de baja intensidad" y protagonizó
contiendas cortas pero de altísima intensidad, como la del Golfo
Pérsico. Sin que Panamá participara en esas contiendas, dichas bases
facilitaron sus comunicaciones, y se usaron para entrenar tropas, probar
equipos y realizar prácticas de bombardeo aéreo y terrestre. De eso
resultó una peligrosa contaminación ambiental de origen militar, luego
de 96 años de acumular proyectiles y explosivos no detonados, por
motivos ajenos a la "protección y defensa del Canal" que fue el pretexto
para crear tales bases.
El problema de la contaminación militar últimamente ha aflorado en
varios países, luego de dramáticos informes sobre las secuelas de los
campos minados y de los proyectiles no detonados, susceptibles de
estallar bajo el paso del transeúnte, el arado del campesino o la
curiosidad de los niños, pues la población civil pone la inmensa mayoría
de las víctimas.
Sin haber escenificado ninguna de esas contiendas, en los últimos
años Panamá ha tenido 21 muertos y decenas de heridos y lisiados. Allí
las bases militares ocuparon 34 mil hectáreas sobre las riberas del
Canal, usándose unas 22 mil para entrenamiento, de las cuales 15 mil
fueron campos de tiro o de impacto. El área afectada es parte de 4
municipios donde viven unas 150 mil personas, en la periferia de la zona
metropolitana.
Por su ubicación, esas tierras están entre las más valiosas de la
República, pero aprovecharlas es riesgoso y caro. Por ejemplo: se
proyecta un nuevo puente sobre el Canal, pero descontaminar el corto
corredor de acceso cuesta 3 millones de dólares. Así, pese a que el
retiro de las bases extranjeras le devolvió al país su integridad
territorial, ahora tal espacio resulta vedado para ampliar el Canal,
expandir las actividades portuarias e industriales, o para el
crecimiento urbano. Además, allí una incalculable masa de desechos
militares de todo género se descompone en el terreno, contaminando aguas
y suelos.
En los Tratados Torrijos-Carter, por los cuales el Canal pasó al
patrimonio panameño y las bases militares desaparecieron, Estados Unidos
se obligó a remover de ellas "toda amenaza a la vida, salud y seguridad
humanas". Además, así se lo exigen igualmente dos convenciones
internacionales, la de Armas Químicas y la de Desminado, que prescriben
que "quien contamina, limpia". Sin embargo, en Panamá los
norteamericanos atendieron ese compromiso de modo superficial e
incompleto, con la excusa de restricciones presupuestarias.
Pero hay más. Hasta poco después de la II Guerra Mundial, el
ejército de Estados Unidos ocupó otros 134 puntos de la geografía
panameña, dejando secuelas adicionales. Uno de ellos es la paradisíaca
isla de San José, donde probó armas químicas. En el 2001, el organismo
de la ONU para la proscripción de las armas químicas todavía encontró
abandonadas allí varias bombas, probablemente de gas mostaza. Otras
pueden verse bajo las límpidas aguas que bordean la isla, que por esto
ha sido desalojada y aislada. Pero tampoco allí quien ensució ha
aceptado limpiar.
Cuando amigos puertorriqueños interesados en el caso de Vieques me
preguntaron qué es lo que el gobierno panameño debiera hacer en el suyo,
contesté: "Pues volverse a subir los pantalones", ya que tres años de
servil obsecuencia de nada le han servido para que Washington cumpla su
deber.
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