La decadencia de la Unión Cívica Radical

30/01/2003
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Golpeado en su prestigio y credibilidad después del derrumbe sin atenuantes, en medio de una sangrienta represión, de su último gobierno, sumido en un conflicto interno hasta ahora irresoluble, con una 'intención de voto' que no supera el uno o dos por ciento en las encuestas, decir que el partido Unión Cívica Radical se halla en una crisis con probabilidades de ser definitiva, parece a esta altura la repetición de una obviedad. Un tanto más complejo resulta arrimar una explicación de esa tendencia a la decadencia completa y la disolución, que logre desprenderse de los últimos episodios y la coyuntura inmediata. Pero buscar una comprensión de más largo alcance de esta crisis resulta altamente necesario a la hora de explicar el virtual hundimiento de lo que en Argentina suele llamarse, de modo impropio, la 'clase política'. En 1983, la UCR obtiene la presidencia de la Nación constituyéndose al mismo tiempo, por su convocatoria, en un partido de masas, con predominante atracción sobre las capas medias. Su candidato, Raúl Alfonsín, significaba una renovación en el plano partidario, y logró encarnar como símbolo de una superación de la opresión dictatorial, que al mismo tiempo no pretendiera ningún atisbo de radicalización que pudiera volver 'peligroso' al retorno democrático. Su atractivo se construyó a partir de una equilibrada mezcla de la reivindicación de la secular identificación con la democracia del partido radical, con la promesa de un gobierno progresista y moderno, capaz de romper con la tradicional deferencia hacia los 'factores de poder' de experiencias anteriores. Alfonsín hacía gala de, a distinción de sus adversarios peronistas, no tener compromisos con las Fuerzas Armadas, con la Iglesia, ni con la dirigencia sindical. Su política sería la del 'cambio posible', sin correr grandes riesgos, para conducir lo que se dio en llamar 'transición a la democracia'. A los viejos seguidores y votantes de su partido, Alfonsín logró sumar a buena parte de los que habían soñado con la revolución en décadas anteriores, y a muchos de los que en su momento vieron en el peronismo la potencial fuerza transformadora y terminaron desilusionados por el descalabro reaccionario del último gobierno peronista. Encarnaba el propósito de someter a juicio a los militares, el respeto a las libertades públicas y a las instituciones republicanas, la normalización democrática de los sindicatos y de las universidades, el espíritu tolerante y pluralista hacia las 'minorías'. Podía representar el antiperonismo para muchos, pero también una política integradora y comprensiva hacia los mejores componentes de la tradición peronista, comenzando por las políticas sociales. Una de sus frases preferidas: "Con la democracia se come, se educa, se cura..." catalizaba las ilusiones de quiénes lo miraban con simpatía, y también algunas de las fallas centenarias de su partido: La creencia de que todo podía solucionarse desde la institucionalidad política, que si el sufragio popular y las instituciones parlamentarias funcionaban, todo lo demás sería dado por añadidura. En una rápida historia de cómo se hicieron trizas las esperanzas que Alfonsín y su partido alcanzaron a suscitar en 1983, el hito fundamental no puede ser otro que la actuación frente al alzamiento militar de abril de 1987. Pero un antecedente importante lo constituyó un abril anterior, el de 1985, cuando tras convocar al 'pueblo' a la Plaza de Mayo, terminó anunciando una 'economía de guerra' que no era otra cosa que el inicio de políticas de ajuste alineadas con el pago puntual de la deuda externa, el abandono de políticas expansivas de tinte keynesiano intentadas al comienzo del gobierno, y la adopción de medidas monetarias y fiscales más afines con las orientaciones del FMI y otros organismos internacionales. En la Semana Santa de 1987, ante un alzamiento militar, cientos de miles de personas salieron a las calles de Buenos Aires y otras ciudades de la Argentina, para manifestar su respaldo al régimen democrático y su disposición a luchar contra cualquier posibilidad de retorno de los militares al poder. Mientras los comandantes del ejército, formalmente leales al gobierno constitucional, dejaban pasar el tiempo sin tomar medidas concretas para reprimir la rebelión, masas que cubrían un amplio arco social e ideológico, manifestaban en las calles su exhortación a que se terminara con la insolencia de losmilitares, y hasta su disposición a poner el cuerpo en la tarea. Esto tomaba un significado adicional porque la insubordinación castrense derivaba del rechazo a los juicios a oficiales en actividad por los crímenes de la dictadura. El apoyo a la democracia en general se complementaba con el impulso a l juicio y condena de los criminales de la dictadura militar. Tras un par de días de constantes movilizaciones, que no excluyeron el virtual sitio por verdaderas multitudes del cuartel principal de los alzados, la respuesta que dio el presidente Raúl Alfonsín no pudo ser más ominosa: Pactó con los sublevados medidas de impunidad para los criminales de uniforme, y llamó al pueblo a desmovilizarse, no sin antes enaltecer como "héroes de Malvinas" a los que habían desafiado su propia autoridad, y despedir con un involuntariamente irónico deseo de "Felices Pascuas" a la multitud que había ganado las calles decidida a no volver al peor de los pasados. Tiempo después la ley de 'obediencia debida' legalizaba la desincriminación de los asesinos. Entre los deseos del pueblo en la calle y los reclamos de un par de centenares de militares, el presidente había optado claramente por estos. Otra de las recordadas metáforas del presidente en aquel domingo de Pascuas, 'la casa está en orden', podía darse como cierta, al menos en tanto quedaba claro que 'la casa' y su ordenamiento, seguí en lo sustancial en las mismas manos de siempre. No podía pensarse un mentís más concreto para la idea de que la democracia representativa era realmente el 'gobierno del pueblo'. La decepción fue muy grande para muchos, pero sobre todo, echaba un baldón sobre el radicalismo. Si en los años treinta el partido se mostró incapaz de mantener la abstención frente al fraude y la represión, y en 1955 se habían aupado a un golpe militar y respaldado la abrogación por decreto de una reforma constitucional, los hechos de 1987 eran todavía peores: No se trataba ya de la falta de voluntad o aptitud para enfrentar a gobiernos antidemocráticos, o para rechazar 'soluciones' golpistas contra gobiernos adversarios, sino de la incapacidad para defender a un gobierno 'propio', y para responder positivamente a los ciudadanos, identificados o no con ese gobierno, que habían ofrecido el pecho en su respaldo. La organización política que había nacido un siglo atrás basada en el reclamo del sufragio limpio y el pleno imperio de la Constitución, se demostraba inapta para hacer realidad esas consignas históricas en una situación crítica que la involucraba directamente. La capitulación de Semana Santa constituye el punto de inflexión, el comienzo de la declinación radical, de la pérdida de su condición de 'partido popular' como solía denominárselo junto con el peronismo. Casi dos años después, el empeño del gobierno radical por seguir una política de ajuste fiscal y restricción a los ingresos de los trabajadores, pero negándose a adoptar a pleno el programa de máxima del gran capital (privatizaciones, apertura económica irrestricta, desregulación de precios y movimientos de capitales), derivaba en un ataque especulativo contra el dólar, el desencadenamiento de un pico hiperinflacionario, el saqueo de almacenes y mercados en busca de comida, y finalmente la renuncia anticipada del presidente. La UCR en la oposición a partir de 1989, respaldó las primeras iniciativas del peronismo (que ya incluían las privatizaciones y el ajuste brutal), y luego se fue volcando hacia una oposición a veces dura en lo verbal, pero siempre 'moderada' en los hechos concretos. Esa moderación alcanzaría un adecuado remate en el 'Pacto de Olivos', el acuerdo entre el ex presidente Alfonsín y el presidente Menem que habilitó la continuidad de este último en la presidencia. Cuando el ex presidente Raúl Alfonsín tuvo la 'genial' idea de capitular frente al empeño reeleccionista de Menem, puso a la aceptación popular de su partido, ya mellada por el fracaso de su gobierno, en un riesgo aún más alto. El 'Pacto de Olivos' a cambio de algunas ventajas para el radicalismo, expresadas en mayor número de senadores, un par de cargos en la Corte Suprema de Justicia, y algunas reformas constitucionales no decisivas, otorgaba al verbalmente detestado 'menemismo' la posibilidad de permanecer cuatro años más en el control del aparato del estado. Peor aun, el proyecto de reformas se convirtió en un 'paquete' cerrado, cuyos términos no podían ser discutidos en la asamblea constituyente. Muchos miembros prominentes del propio partido radical se opusieron al pacto, y la población dio su veredicto en las elecciones presidenciales de 1995: La votación radical estuvo bastante por debajo del veinte por ciento, la mitad de lo que había obtenido en los comicios de 1989, aun después de la crisis y el alejamiento anticipado de Alfonsín. Y la UCR quedaba en el tercer puesto, detrás de una flamante fuerza política, el Frepaso (Frente País Solidario). El fantàõXõ
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