Elecciones: los simulacros del poder y el poder de los simulacros

23/03/2009
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Las elecciones en Ecuador están generando un ambiente político caracterizado por la hegemonía del partido de gobierno, la presencia de una retórica gubernamental de tintes izquierdistas y una práctica estatal que contradice su propia retórica, en un escenario en el que todas las encuestas dan por amplio triunfador al gobierno y a sus candidatos. Se trata de un escenario paradójico porque el régimen se siente tan seguro de su triunfo electoral que no le importa el costo político de sus decisiones gubernamentales, como su disputa con los grupos ecologistas, los movimientos indígenas, los jubilados, los trabajadores públicos, los medios de comunicación y la oposición política tanto de la derecha cuanto de la izquierda.

Es como si la política hubiese sido neutralizada por la taumaturgia de la popularidad gubernamental. Es como si cualquier acto político del gobierno, así como cualquier propuesta de la oposición política, terminen siempre dando más legitimidad y popularidad al gobierno, de tal manera que las próximas elecciones sean más un acto de convalidación que una elección. Es como si  las elecciones se hicieran, en realidad, para ratificar a las encuestas. Gracias a estas encuestas todo el debate político se ha ido centrando en aquellos términos y agenda definidos directamente desde el gobierno.

Sin embargo, es lícito preguntarse: ¿ganará Alianza País en primera vuelta de una manera tan arrolladora como predicen las encuestas? La historia dice que no, los hechos reales dicen que no, la estructura del poder político y económico dicen que no, la lucha de clases dice que no; empero de ello, el simulacro de las encuestas está para suplantar a la historia y forzar la realidad. En verdad, es harto difícil, por no decir imposible, que Alianza País gane en la primera vuelta electoral, y esto por una razón histórica de peso y que hace referencia a la estructura de clases y a la conformación institucional del país desde su nacimiento como República.

El Ecuador nació impostando su nombre y constituyéndose sobre un sistema de haciendas que atenazó el poder hasta casi finales del siglo XX. La dicotomía entre hacienda serrana, autárquica y sostenida en un poder feudal, y la plantación costeña vinculada al comercio mundial y partidaria de una liberalización económica y social, determinaron la estructura de la política durante todo el siglo XIX, al extremo que provocaron una guerra civil que se resolvería con el triunfo de los liberales a inicios del siglo XX.

De ahí nace una dicotomía fundamental en el Ecuador y que se sostiene en la existencia de dos ciudades que generalmente han disputado dos sentidos y dos modelos de país: Quito, la capital política de la república, sede del poder de la hacienda, la burocracia y de la iglesia, y Guayaquil, su capital económica, locus del comercio, la banca y la agroexportación. Durante el siglo XX, ningún partido político, ninguna figura política, incluida aquella de Velasco Ibarra, quien habría de ser Presidente de la República por cinco ocasiones, pudieron cerrar esta cesura entre Costa y Sierra, incluso las dictaduras civiles y militares tampoco pudieron crear la ilusión de un proyecto nacional. Ni siquiera el proyecto de modernización económica de los años setenta, gracias a la nacionalización del petróleo realizado por la dictadura militar de ese entonces, pudo unificar a las elites de la costa y de la sierra, de ahí que los militares hayan asumido las tareas de la modernización política y económica prácticamente solos.

Durante el retorno a la democracia, y la imposición de las políticas de ajuste neoliberal que implicaron la modernización de las elites, no existió un solo partido político ni tampoco una figura política que condense en un solo proyecto histórico y en una sola voluntad nacional esta cesura que ha desgarrado al Ecuador desde sus orígenes, de ahí que en ninguna circunstancia ningún actor político se haya creído con la fuerza necesaria para imponerse en una primera vuelta electoral, porque de suceder ello, el poder político que acumularía esta figura sería tan grande que podría provocar desequilibrios fundamentales en la balanza del poder, precisamente por ello la primera vuelta electoral generalmente haya sido de selección para luego entrar a negociar el poder en el balotaje.

Con la crisis financiera de 1999 y la dolarización del año 2000, las clases medias se radicalizan y buscan alternativas políticas por fuera del sistema político tradicional. Para esas fechas, gracias al Banco Mundial y a la cooperación internacional al desarrollo y a un vasto tejido de ONG’s locales, el movimiento indígena ha sido puesto entre paréntesis y los movimientos sociales han perdido su fuerza originaria.

Es desde esta radicalización de las clases medias, y el vacío político de otros sectores sociales, que surge el fenómeno de Alianza País y de Rafael Correa. Pero estas clases medias ahora ven con recelo cómo el fantasma de la crisis mundial empieza a hacerse presente en la economía y temen que su único principio de realidad y ancla de estabilidad, la dolarización, esté por caerse. Estas clases medias empiezan a recelar de su propia radicalidad y comienzan a preguntarse seriamente sobre su propio futuro en un país sin dolarización.

Estas clases medias saben que un escenario sin el dólar crea incertidumbres y ello les  obliga a retirarse a sus cuarteles de invierno y a la búsqueda desesperada de estabilidad; por ello, han empezado a retirar su apoyo al gobierno Alianza País  y a su candidato-presidente. Se trata de una verdad tan evidente que el gobierno, de hecho, no apuesta a las clases medias para sostenerse electoralmente, sino a los sectores más pobres en donde, supuestamente, hay más votos.

Para estos sectores ha diseñado en estos dos años una estrategia de intervención, control, y clientelismo que recuerda los peores años de la focalización neoliberal. La expectativa del gobierno es que estos sectores, más el fantasma del regreso de la derecha, se conviertan en las palancas políticas que le permitan sostener apoyos electorales tan amplios que su victoria electoral sea contundente.

Para ello necesita que el ambiente político se sobresature y que se cierren las opciones a cualquier alternativa viable. El poder del Estado, más el manejo de enormes recursos públicos aunados al direccionamiento de la política pública hecha para ahogar a la oposición política y manipular a los electores, le posibilitan crear un imaginario social en el que prácticamente no hay opciones y que todos los caminos electorales conducen a Alianza País. Sobre este escenario actúan las encuestas como dispositivos ideológicos que operan sobre la realidad política y que la intensifican para falsearla.

En estas encuestas se demuestra la construcción de una realidad política creada desde el gobierno y desde los tecnócratas electorales que lo asesoran. Estas encuestas y estos dispositivos ideológicos son pertinentes a condición de que tengan un correlato con la historia, con la realidad y con algo que hace algunos años llamábamos lucha de clases. Al no tener esos cables a tierra, las encuestas demuestran su insoportable levedad, porque apenas transcurridas las elecciones se constata que, por lo general, ninguna de ellas acierta. Pero no se trata de acertar sino de intervenir sobre la realidad, de crear los simulacros sobre los que opera el poder.

Pero los hechos son tenaces y hasta el momento Alianza País no representa un proyecto que pueda condensarse en una sola expresión nacional. Es un proyecto político que se está quedando sin los sustentos reales de su poder, en la ocurrencia las clases medias distanciadas con el sistema político tradicional, y que ahora también se están alejando de Rafael Correa y de Alianza País. Es un proyecto que está utilizando de manera desesperada los recursos del Estado como garantes de su propia estabilidad y al hacerlo está asustando a quienes eran el soporte original de su poder, las clases medias. Es un proyecto que está generando alianzas políticas con las élites emergentes, sobre todo aquellas vinculadas con la minería a gran escala, con los biocombustibles, con los ejes de integración, pero son elites que acusan el golpe de la crisis mundial y están en proceso de conformación, o de “acumulación originaria”, de ahí que no puedan generar a mediano plazo un baza de apoyo lo suficientemente fuerte como para cambiar radicalmente la balanza regional del poder. Es un proyecto que se sostiene en la publicidad, la tecno-política, el discurso presidencial y … nada más!

Por ello, es muy difícil que la publicidad y el mercadeo electoral puedan compensar e impostar los procesos, las instituciones políticas y las correlaciones de las fuerzas sociales. El Ecuador no está viviendo en absoluto un cambio radical ni de modelo económico ni de sistema político, que pueda provocar adhesiones mayoritarias y que superen por vez primera en toda su historia la fragmentación entre costa y sierra. Todo lo contrario, el Ecuador está en un proceso de retorno a la época más oscura de la larga noche neoliberal, y que resiente no solo a los trabajadores, indígenas, campesinos y sectores populares, sino incluso a las elites tradicionales.

Quizá por ello lo más probable es que Alianza País siga perdiendo los apoyos sociales que le dieron sustento y que apenas alcance a llegar al balotaje. En el supuesto de que Alianza País llegue al balotaje, o incluso en el que gane en la primera ronda electoral con fraude electoral incluido, Alianza País y Rafael Correa necesitan una economía estable que garantice la vigencia del sistema de dolarización. Los datos muestran que, lamentablemente para Alianza País, la economía se está desmoronando, y es probable que la caída de la economía ecuatoriana implique el deterioro, la crisis y la probable caída del recién electo gobierno de Alianza País en donde, a la larga, será intrascendente que este partido haya ganado en primera o segunda vuelta electoral.

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