Argentina en perspectiva
02/01/2003
- Opinión
Si lo ves al futuro, esta vez dile que venga
Balance de doce meses
La sociedad argentina parece estar, un año después del 19 y 20 de
diciembre, en el trayecto intermedio de o hacia muchas cosas. Han
sido doce meses particularmente intensos, llenos de señales
contradictorias e indefiniciones, pero también de acontecimientos
inéditos y creaciones novedosas.
Si miramos hacia el poder, la sensación de indefinición, de
continuidad impune de los viejos abusos, resulta inequívoca. El
sistema de partidos destruido, pero sin nadie que lo reemplace, las
instituciones parlamentarias desprestigiadas, pero votando leyes de
sentido parecido al habitual de estos últimos años, incluyendo las que
producen gigantescas transferencias de riqueza al gran capital, la
Corte Suprema siempre al borde del juicio político (colectivo o
individual) pero que sigue ejerciendo la depredación del derecho y la
justicia con sus fallos. En el ámbito del poder económico los bancos
han vuelto a recibir depósitos, las petroleras a aumentar sus tarifas,
los dólares siguen siendo enviados al exterior, la negociación
interminable con el Fondo Monetario Internacional continúa, los
productores de alimentos aumentan los precios para equipararlos con el
mercado internacional, mientras las empresas mantienen los salarios
estancados(...) El gobierno se ha debatido entre la búsqueda de un
consenso degradado, sin más recursos que un asistencialismo cuya
distribución ya no controla plenamente, y la promesa de un
'reordenamiento' económico que sigue basado en la deferencia al gran
capital, y un ejercicio de la coerción que oscila entre la torpe
brutalidad y ciertas pretensiones de selectividad y sutileza. No tiene
legitimidad de origen en el voto, y para colmo no encuentra como
reconstruirla para el próximo presidente: adelantar las elecciones
generales y postergar indefinidamente las 'internas' que el propio
gobierno convirtió en ley, parece ser todo el caudal estratégico de
que dispone. Sin embargo, todos los candidatos representan o bien la
continuidad de lo existente (con o sin una delgada capa de
maquillaje), o la búsqueda de un 'cheque en blanco' para tentar
repetir la búsqueda de un 'capitalismo ético', esta vez sin otro
sustento que una figura carismática siempre al borde del ridículo.
Todo parece seguir igual en la superficie ... y sin embargo por abajo
muchas son las novedades. Baste recordar que hace un año justo no
existían las asambleas populares, ni los 'cacerolazos', que el
movimiento piquetero no tenía la masividad y el apoyo social que hoy
ostenta al punto que los académicos 'serios' podían proclamar
impunemente que no era un actor social sino una suma de 'víctimas',
que las 'fábricas recuperadas' eran muchas menos y su trayectoria poco
difundida, que los 'escraches' eran todavía identificados
primordialmente con los genocidas y sus cómplices y no con la protesta
contra todo poder opresor, que en el terreno cultural ha habido una
verdadera explosión de información, reflexión y manifestaciones
artísticas en torno a lo ocurrido en los últimos tiempos, en todos los
soportes y modalidades posibles, desde los graffitis a Internet, pasando
por el video, el teatro y las artes plásticas, y siempre bajo el signo
de las nuevas formas y la participación de nuevos actores. El espacio
urbano, y no sólo el de Buenos Aires, ha sido un escenario constante
de lucha, con los trabajadores, los piqueteros, los estudiantes, los
disconformes de todo pelaje, ocupando o reocupando espacios,
'sitiando' al poder económico y al político... Los mitos
posmodernistas del ocaso definitivo de la política de masas, de una
sociedad indefinidamente pasiva ante el reinado del gran capital y la
conversión de la democracia en la opción entre segmentos de una misma
elite dirigente, con programas más o menos idénticos, y de todas
maneras destinados a no cumplirse, yacen por el piso. Los 'diálogos'
manipulados desde el poder, en los que se juega a que no hay
antagonismos, a que 'todos somos argentinos' y podemos resolverlo todo
'participando' dentro de las coordenadas marcadas por empresarios,
iglesia y dirigencia política, se han hundido en la inoperancia,
sirviendo sólo para dar oxígeno a las ONGs que necesitan de muchos
pobres pacíficos y obedientes para ejercer su rentable
humanitarismo...
Es cierto que ha habido un reflujo en la movilización, que existen
discrepancias e inconvenientes, que el poder no ha fracasado del todo
en su táctica eterna de dividir entre 'moderados' y 'extremos' entre
'pacíficos' y 'violentos', con las complicidades del caso entre los
organizadores y dirigentes de los movimientos. También es verdad que
los organizados y movilizados, siendo numéricamente importantes,
constituyen una pequeña minoría dentro del total de la población, y
que hay otros sectores que continúan profesando el sentido común
signado por el conformismo invariable, el individualismo a tiempo
completo, el escepticismo de pretensión astuta pero resultados
paralizantes, la búsqueda del bienestar en el consumo real o
simbólico...
Sin embargo, el potencial demostrado por las clases subalternas de
nuestro país, la enorme voluntad desplegada para construirse un lugar
diferente, el encauzamiento creativo del odio contra los fautores del
reinado de la desigualdad y la injusticia, son difíciles de
sobrevalorar. Las subjetividades se modifican en el curso del propio
proceso, y allí están como testimonio contundente los miles de
personas que han regresado últimamente a la militancia y a la lucha,
abandonando a conciencia años de repliegue individualista para
incorporarse a un movimiento que, en medio del sufrimiento por la
desocupación, el deterioro salarial, el empobrecimiento generalizado,
abre luces de esperanza y ha dado lugar a un clima social nuevo. Y por
sobre todo, parece superado definitivamente el reino del miedo que se
instauró en los aciagos días de la dictadura militar, esa sensación de
que cualquier protesta, cualquier manifestación de desacuerdo, sería
fatalmente derrotada, castigada, borrado hasta su recuerdo. Las clases
subalternas han ido aprendiendo que el ejercicio del terrorismo de
estado no es algo que el poder pueda poner en práctica en cualquier
momento, que no dispone de ningún fatídico 'botón rojo' que elimine a
sus adversarios con sólo oprimirlo. Y ese aprendizaje se hizo a través
de una estela de luchas que van de las Madres a los Hijos, de las
temerosas primeras manifestaciones contra la dictadura al combate
callejero contra la policía del 20 de diciembre, que por cierto dejó
muchos muertos entre los manifestantes, pero también la estampa
imborrable de un presidente sin otro remedio que huir frente a la
protesta popular irrefrenable, y una sensación de júbilo
inconfundible, pese a llevar la marca del dolor y la rabia.
Con todo, el problema sigue siendo el armado de una alternativa, la
construcción de una fuerza social capaz de derrotar al poder
existente, que no sólo no caerá por su propio peso, sino que sigue
teniendo en sus manos los resortes necesarios para intentar imponer
sus 'soluciones' a la crisis existente, en cuánto logre recomponer un
mínimo consentimiento para emprender ese camino. Y la resolución de
esa carencia no es lo suficientemente simple como para pensar que los
llamados a la 'unidad', o la conformación de algún artificial 'centro
coordinador' puedan darle respuesta.
Las fuerzas del cambio
Una trayectoria de décadas marcaba a la izquierda argentina como una
fuerza raquítica, que ocupa un lugar marginal en la sociedad y en la
política del país, con una influencia en todo caso circunscripta a
ciertas capas medias 'ilustradas' de las grandes ciudades, y con más
repercusión en el campo cultural que en el político. Esto se ha venido
revirtiendo, gradualmente, en los últimos tiempos, y con más claridad
a partir del año 2001. Una izquierda más plural y multiforme que
nunca, ha ganado las calles frente a fuerzas otrora con arraigo de
masas (los dos partidos tradicionales, la dirigencia sindical
tradicional), que hoy sólo pueden movilizar a clientelas más ligadas
por el interés personal y de grupo que por la convicción o el
entusiasmo. Puede afirmarse sin exageración, que una heterogénea
conjunción que tiende a coincidir en el cuestionamiento radical, a
veces en términos difusos, a la dirección política del bipartidismo,
al poder económico, y a las instituciones supuestamente garantes del
orden y la justicia ha quedado dueña de las calles. Y esto en un
proceso en el que la reocupación del espacio público tiene una
importancia fundamental, al encarnar el abandono del puesto frente al
televisor para reconquistarlo en las calles y en las plazas.
Muchas de las fuerzas que pueden identificarse sin forzamientos con
posiciones de izquierda, por su tendencia al cuestionamiento de las
bases de la sociedad existente, son enteramente nuevas, no ya en su
existencia como organizaciones sino en el objeto mismo de su acción y
en los sectores sociales que nuclean. El tándem partidos- sindicatos-
organizaciones culturales se encuentra hoy completamente superado por
piqueteros, asambleas y otras formas de organizar y movilizar a las
clases subalternas, que no responden a los esquemas tradicionales, que
incorporan mucha gente que nunca antes participó en la acción
colectiva, y que tienen la posibilidad de que la multiplicidad se
convierta en fuerza, y no en impulso constante a la fragmentación y la
dispersión.
Existe una paradoja profunda: Esa izquierda en crecimiento viene de
una crisis que afecta la credibilidad de todas las organizaciones
políticas (con menos intensidad a ellas, pero sin excluirlas) en
nuestro país, y de una puesta en cuestión mundial de las prácticas
desarrolladas en nombre del socialismo a lo largo del siglo XX. Vale
decir que se encuentra con un momento que señala un punto alto de su
poder de convocatoria, junto con un estadio muy bajo en el prestigio
de sus ideas y organizaciones. Ambas cosas coexisten conflictivamente,
y esto se nota.
El crecimiento electoral de la izquierda en octubre de 2001, se dio de
la mano de una opción 'antipartido' Autodeterminación y Libertad'.
Muchos de los que optaron, quizás por primera vez en sus vidas, por
emitir un voto con ese contenido, eligieron la alternativa que se
presentaba como menos ligada a esa tradición. Y para complicar el
cuadro, a los pocos meses esta organización entra en un conflicto que
parece reproducir los peores vicios de la 'partidocracia'.
El movimiento piquetero alberga la mayor capacidad de crecimiento
entre los trabajadores, hoy desocupados, una fuerte tendencia a la
radicalización en el cuestionamiento del sistema, y formas
organizativas novedosas, con alto componente de democracia directa, de
revocatoria de las formas de representación que son la clave de bóveda
de la dominación política... pero reproduce la tendencia a la división
de las izquierdas, y en buena parte está dirigida por partidos, en un
arco que va del maoísmo al trotskismo pasando por el nacionalismo
radical, y que conjuga las virtudes de disciplina y tenacidad con los
viejos vicios del vanguardismo y la tendencia a destruir lo que no se
controla...La lucha entre lo nuevo que no acaba de afirmarse y lo
viejo que no termina de morir no se da sólo sobre el eje de clases
opuestas, sino al interior de quiénes aspiran a construir una sociedad
nueva. Y el fantasma de la fragmentación permanente se muestra síntoma
de fenómenos mucho más complejos que la mezquindad y el sectarismo de
un puñado de dirigentes.
De todas maneras, el movimiento piquetero parece desplazarse
rápidamente hacia la radicalización, de sus ideas y también de sus
prácticas. En aproximada coincidencia con la rebelión del 20 de
diciembre, lo que parecía ser una mayoría amplia (las agrupaciones
ligadas a la CTA y a la Corriente Clasista y Combativa), se fueron
tornando clara minoría, al menos a juzgar por la capacidad de
movilización desplegada últimamente, y avanzan los que, con distintos
grados de claridad, apuntan al rechazo a la conciliación y a la
abolición definitiva de la utilización de 'las bases' como masa de
maniobra.
Las asambleas populares pueden haber disminuido en número de
participantes, pero han consolidado sus mejores tendencias. Ampliaron
sus 'incumbencias' hacia el arte y la acción cultural en general,
ocuparon espacios que tomaron como propios, profundizaron las
iniciativas de solidaridad recíproca y activa con las manifestaciones
piqueteras y los trabajadores en lucha, y siguen en el empeño de
reconstruir una 'visión del mundo' para esa 'clase media' que supo ser
baluarte del sistema social y hoy engrosa con fuerza creciente las
filas de sus críticos. 'Piquete y cacerola la lucha es una sola' es
una de las mejores consignas de una época que ha generado muchas.
¿Los trabajadores en actividad? Por momentos constituyen una ruidosa
ausencia, que quizás preludie una nueva entrada en escena. La
burocracia de la CGT ha perdido capacidad de movilización y aun de
pronunciamiento público sobre cualquier problema, sin que eso haya
sido capitalizado por la CTA, ni por nadie. E incluso el sector de
trabajadores estatales y docentes, el más activo de los últimos años,
no se destaca últimamente, mas allá de la ocasional participación en
manifestaciones que no convoca, o en algún conflicto muy puntual. Las
empresas recuperadas por trabajadores constituyen un proceso más que
interesante, incluso por el debate que promueven entre formas que
atienden de modo prevalente a la conservación de la propia fuente de
trabajo, o aquellas otras que apuntan con claridad contra el poder
patronal en general. Pero mas allá de eso, abarcan a unos pocos miles
de personas en todo el país. Las agrupaciones 'antiburocráticas' no
pasan, hasta ahora, de ser el fenómeno marginal de costumbre, sin
posibilidades de disputar la dirección del movimiento obrero, ni
dentro ni en paralelo a las organizaciones sindicales tradicionales.
Todo indica que la cultura defensiva, individualista, inducida por la
altísima desocupación, el 'cuidar' el puesto de trabajo, sigue fuerte.
Y esto va acompañado por el descomunal desprestigio de la dirigencia
sindical que, aun mas que en el caso de la política, no está
facilmente dispuesto a hacer distingos entre buenos y malos dirigentes
sindicales. En conjunto obran para reprimir el movimiento y
obstaculizar el avance de propuestas alternativas.
En suma, algunas viejas fórmulas siguen siendo válidas: "Lo nuevo no
acaba de nacer, lo viejo se resiste a morir". Y en esa coexistencia
forzada de ambos términos se desarrollan procesos creativos y
novedosos, junto con viejas y nuevas patologías que emergen como
resultado de la descomposición de un orden históricamente superado,
pero no materialmente extinguido. Lo infame y lo sublime se encuentran
casi mezclados, pero ninguna fuerza externa, ningún designio superior
vendrá a separarlos. Sólo la lucha social, la transformación cultural,
la imaginación colectiva, pueden sentar las bases de un orden nuevo.
Y eso a condición de atreverse a pensar y actuar con independencia de
los dictados de los poderosos, por fuera de los márgenes en que ellos
pretenden encerrar el debate, y con el empeño permanente de expandir
los límites de 'lo posible'. Todavía nos aqueja la sabiduría popular
del 'esto no tiene arreglo', o la conseja de los poderosos 'mas
temprano que tarde la sensatez se impondrá', y hasta la artera amenaza
de que hay que sosegarse, so pena de que 'alguien' venga a imponer
nuevamente el orden de los otros.
Necesitamos mucha más 'insensatez', mucha mayor audacia, que la ya
bastante desplegada hasta ahora. Por lo menos la suficiente como para
tomar masiva conciencia de que en la lista de los enemigos a destruir,
el enorme poder del gran capital es el que articula a todo el resto...
Y como tal no hay combate verdadero sino se asume el carácter y
magnitud de su adversario, tal que no permite la facilidad del 'ataque
frontal' rápido y definitivo, pero tampoco ningún intento de
soslayarlo o, menos aún, de convivir pacíficamente con él. Se necesita
una fuerza social con la magnitud, cohesión interna y claridad de
objetivos que se requieren para combatirlo, y no la tenemos. Ni
convocatorias iluminadas ni 'juegos en el bosque' mientras se finge
que no está el lobo, podrán ayudar a construirla. El desafío es
enorme, las dificultades son variadas, llevará tiempo afrontarlo...no
hay un segundo para perder.
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