Miedo ambiente
19/12/2002
- Opinión
Vivimos instalados en el miedo. El miedo cósmico, detectado por Bajtín, convertido en miedo oficial, siempre fue herramienta del poder para someter a las personas y sus conciencias y reducirlas a la sumisión y a la obediencia. Ese miedo cotidiano que nos empuja a vivir aislados, que separa a las clases propietarias de las clases desposeídas, tras muros de alarmas, cerraduras, cámaras de vigilancia, rejas, alambres de púas, perros amaestrados, multiplicado hasta el paroxismo por los miedos globalitarios, que tras el 11 de septiembre el presidente Bush llamó terrorismo, miedo planetario al terrorismo. Ahora Bush ha presentado la "Nueva Estrategia de Seguridad Nacional de los Estados Unidos" centrada en la guerra contra el terrorismo "de alcance global y de duración incierta". La desmesura de la nueva doctrina hace escapar, en primera instancia, alguna risa, pero Kundera nos diría que la risa y el miedo son dos caras de una misma moneda, ramas del mismo tronco que hace en toda risa suenen los ecos del miedo. Los terroristas, dice Bush, están organizados en "redes oscuras de individuos... para penetrar las sociedades abiertas... esparcidos por todo el mundo... dispuestos a usar armas de destrucción masiva". Un enemigo especialmente evasivo, que obligará a los Estados Unidos a utilizar todo su potencial militar, en todo el mundo, por tiempo indefinido, con el derecho a intervenir unilateral y preventivamente allí donde se sospeche que hay una amenaza, y sin aceptar que sus militares "se vean perjudicados por el potencial de investigaciones, pesquisas o enjuiciamiento por parte del Tribunal Penal Internacional". El miedo político, recuerda Hirschkop, su esencia, no es tanto la preocupación frente a un peligro inminente y concreto como la sensación de absoluta vulnerabilidad frente al otro. Es un miedo fabricado, con los materiales empleados por Bush: criminales difusos, presentes en cualquier lado, armados hasta los dientes con bombas químicas, bacteriológicas, atómicas. Glusksman, el filósofo francés, sale en ayuda del presidente: "Nuestro vecino puede estar trabajando en una bomba capaz de empezar a destruir el mundo en rodajas". Tremendo. ¿ Qué podemos hacer para defendernos? El miedo molecular, disperso, fragmentado, invade todos los lugares, hasta los más recónditos. Atenaza a una humanidad ya sobresaturada de temores hijos de la incertidumbre, de la creciente sensación de inseguridad y desprotección. Esa imparable sensación de vulnerabilidad, que el terrorismo, que puede estar en todos los lados y en ninguno, traslada a todos los espacios, incluso al extraterrestre, justificaría la sobreprotección de un imperio dotado de la fuerza militar, económica y política necesaria para derrotar al enemigo común Para combatir ese miedo debemos aceptar, según Bush, "el poder y la influencia sin precedentes y sin igual que tienen los Estados Unidos en el mundo", y no debemos dudar: ese poder, siempre será usado en defensa de la libertad, la democracia y la libre empresa, pilares de una buena sociedad que el destino manifiesto obliga a esa gran potencia a propagar a todos los rincones del mundo. La guerra será prolongada, se producirán innumerables víctimas, seremos sometidos a la censura y a la vigilancia, se recortarán libertades civiles y derechos humanos, pero al final de la travesía nuestros miedos podrán ser conjurados, aunque no es seguro, pues el pérfido enemigo puede, de pronto, ser nuestro vecino fabricando el arma letal que nos hará pedazos. Decía Montaigne "a lo que más miedo tengo es al miedo mismo". Bush y sus secuaces saben lo paralizante que es el miedo, lo rentable que puede resultar una comunidad mundial constreñida por el miedo, la sospecha y la descomposición de la confianza. No es casual que la guerra contra el terrorismo se confunda y mezcle en la nueva doctrina de seguridad, con la guerra por la conquista de nuevos mercados y de los recursos del planeta.El objeto de dominio es la vida social en su totalidad, lo que obliga a las fuerzas de la liberación a construir con urgencia los mecanismos para desmontar el miedo fabricado, erradicar las causas de la violencia estructural y del terrorismo y profundizar las resistencias que nos permitan salvar, desde la solidaridad, este mundo amenazado.
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