El carnaval y Minas Gerais colonial
- Opinión
En su origen el Carnaval era una fiesta religiosa. Impedidos de comer carne y de mantener relaciones sexuales durante el período de
Brasileños y extranjeros contemplan embelesados los desfiles de escuelas de samba. Causan admiración la suntuosidad de las carrozas alegóricas, los ricos detalles de las fantasías, los artificios, la música, el requiebro de las mulatas y el bamboleo de los bailarines.
El primer desfile que, sin exageración, puede ser considerado el primer Carnaval del Brasil tuvo lugar en Vila Rica, actual Ouro Preto, en 1733 y fue descrito detalladamente por el portugués Simão Ferreira Machado, que asistió a todo. Se trata del Triunfo Eucarístico, una procesión para trasladar la eucaristía desde la iglesia del Rosario para la inauguración de la iglesia del Pilar.
Cinco grandes arcos a buena distancia uno del otro señalaban el trayecto del cortejo. Las calles estaban alfombradas de escenas bíblicas modeladas con aserrín de colores, borra de café, harina, arena, sal, vidrio molido, hojas y flores. Aquí un dibujo evocaba la primavera, allá los misterios de la lejana Arabia. Niños negros se vestían como príncipes, sirvientas como reinas, mendigos como doctos cardenales.
Al frente de la profesión figuras con trajes militares representaban moros y cristianos. En cada esquina el cortejo hacía un alto para escenificar el conflicto mediante una animada danza. Desde lo alto de las carrozas alegóricas, pintadas primorosamente, asistían a todo el emperador y el alférez, interpretados por famoso actores; la carroza mayor, en forma de bóveda, ocultaba a un caballero que, salido de dentro, iba montado en la cabeza de la serpiente, símbolo de la victoria del bien sobre el mal.
Detrás, cuatro figuras a caballo representaban los vientos Norte, Sur, Este y Oeste. El Oeste, representado por la estridencia de una trompeta revestida de cintas multicolores, llevaba en la cabeza una cabellera de blanco tul; en la frente un lazo de cinta de plata, color de rosa, exhibía en el centro un broche salpicado de diamantes. El viento Este se cubría con un penacho de plumas blancas atado con armiños. El adorno de la cabeza de seda blanca del viento Norte, guarnecido con plumas de plata, representaba flores verdes. El viento Sur llevaba borceguíes cubiertos de plumas y dos alas en la espalda; en la mano izquierda una trompeta, de la que pendía un estandarte de tejido cambray transparente, bordado a mano, con aplicaciones de lazos de cintas de plata en colores rosa y rojo.
Detrás de los vientos venían las ninfas con los cabellos medio tapados con turbantes bordados de plata y muchas perlas. Iban vestidas de seda con franjas de plata. Del hombro izquierdo de cada una colgaba, por medio de un cordón de oro, la aljaba;
en el brazo derecho el arco; y en la mano la flecha. La mano izquierda sujetaba un perro perdiguero negro de cuyo lomo colgaban cintas azules; y llevaban al cuello un collarín con cascabeles de plata.
Detrás destacaba
A continuación seguía
Detrás venía Marte, rodeado por tres figuras con tocas moriscas de carmesí de plata y cintas verdes que caían sobre los hombros; la figura del medio tocaba el tambor de guerra; la de la izquierda el pífano; la de la derecha la trompeta.
Rodeado por un círculo de ángeles, despuntaba el Sol, con la cabeza coronada de luces y la cabellera de hilos de oro. Vestía de tul color de fuego, el pecho cubierto de diamantes unidos por una costura en oro. De allí salía un círculo de rayos en oro y piedras preciosas. En las manos tenía un arpa dorada.
Los negros hacían sonar chirimías, pífanos, tambores y trompetas, bailando en círculo, en el centro del cual se erguía un alemán soplando un estridente clarín; los fieles de las hermandades cerraban el desfile o, mejor, la procesión, vistiendo trajes de damasco carmesí con franjas de oro, capas de seda blanca y lana verde. Se cubrían el cabello con sombreros de plumas.
En uno de los carros triunfales, empujado por dos águilas coronadas de oro, destacaba Júpiter. Venus se proyectaba en otro carro en forma de concha que, mediante un ingenioso artificio, se movía como balanceada por las aguas del mar.
Nunca se supo quién organizó tamaño esplendor que, según un anónimo mecenas, debería reflejar una magnificencia digna de las glorias celestiales. (Traducción de J.L.Burguet)
- Frei Betto es escritor, autor de “El amor fecunda el Universo. Ecología y espiritualidad”, junto con Marcelo Barros, entre otros libros.
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