Se sigue levantando la niebla sobre asesinatos de la dictadura
- Opinión
"Los mercenarios nunca mueren.
Van al infierno para reagruparse"
Qué difícil aparece la convivencia en el Uruguay en donde todo es objeto de controversia, de acusaciones, violentándose el adecuado relacionamiento de las personas que empantanan las investigaciones y convierten a los hechos manejados por unos en elementos aislados., siendo el centro de la repulsa de los otros. Esto viene al caso cuando en
El pasado fin de semana nos hemos enfrascado en analizar en profundidad los argumentos hechos públicos por una y otra parta en torno a las responsabilidades en los asesinatos de los políticos Zelmar Michelini atendiendo a las declaraciones de algunos familiares que agregaron al cúmulo de pruebas y versiones otra: quienes estuvieron tras el asesinato de Zelmar en Buenos Aires, seguramente, son los mismos que lo hicieron con Trabal en París.
Más allá que en algún caso se pueda inferir que entre las versiones existen también las que tienden a “alivianar” la responsabilidad de los golpistas uruguayos en esos hechos, producto de típicas campañas que utilizando una “falsa objetividad” manejan a su libre albedrío declaraciones y afirmaciones entrecomilladas con ese objetivo.
Esa versión, como no podía ser de otra manera, puede detonar pasiones encontradas nada contribuyen, si no se investigan, a la verdad histórica, porque llevan al centro de la atención interpretaciones de la represión y los asesinatos de la dictadura, que solo tratan de llevar agua para un molino u otro.
Sobre el punto, parece evidente, que existe un problema vedado. Nadie nunca negó que la banda del "Jovato" Aníbal Gordon no sólo perpetró el secuestro y la tortura de unos 300 exiliados chilenos, uruguayos y bolivianos, sino también se dedicó a desvalijar sus domicilios y montar verdaderas estafas extorsivas negociando supuestas libertades a cambio de dinero.
Este grupo de asesinos también colaboró en la macabra limpieza que precedió a la clausura de Automotores Orletti donde actuaba como “grupo de tareas” al mando de oficiales uruguayos, entre ellos José Nino Gavazzo, Gilberto Vázquez, etc.
Hasta aquí los hechos, que podríamos refrendar con ejemplos diversos que muestran que las misiones que salían en los Falcon desde Orletti eran “acompañadas” por militares uruguayos, designados por la dictadura, para – vía aplicación del Plan Cóndor – cumplir tareas represivas en
Entonces. ¿Por qué decir que en su momento se equivocó el doctor Gonzalo Fernández al afirmar que quién apretó el gatillo para cegar las vidas de los dos políticos uruguayos fue “Paqui” Forese, si este “monstruo” fue contratado, junto con Gordon (que comandaba la banda asesina), específicamente para esas tareas criminales? ¿En que modifica ello la responsabilidad de la dictadura uruguaya que estuvo, evidentemente, tras esos secuestros y que intentó también asesinar a Wilson Ferreira Aldunate, que pudo escapar a tiempo del infierno bonaerense?
Lo que dudamos es que la afirmación del doctor Fernández sea, sobre los hechos mismos, demasiado restrictiva como se dio a entender en su momento, porque evidentemente estos asesinos siempre buscaban actuar en grupo para que las complicidades fueran compartidas. Por otra parte hay algunos testimonios que sitúan a algunos militares uruguayos, junto con esta banda, como participantes del propio secuestro de los políticos uruguayos, los que fueron vistos en los Falcon que salieron ululantes por la avenida Corrientes, con su carga humana.
Hay varios elementos que relacionan a la banda de Gordon con en el secuestro y asesinato de los ex legisladores uruguayos Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez Ruiz y con el fusilamiento del ex presidente boliviano Juan José Torres asesinado el 2 de junio de 1976 en San Andrés de Giles. Esa zona fue muy utilizada por la banda para múltiples crímenes porque los miembros del grupo tenían allí quintas, estancias, campos y aguantaderos.
Obviamente todos esos hechos tuvieron un claro contenido político represivo que trascendía a los asesinos. Estas víctimas no se eligieron al azar, fueron el producto de una acción asesina con contenido político, seguramente de las dictaduras uruguaya y boliviana. Lo peor que puede pasar, en el marco de una investigación, es que los preconceptos comiencen a ganar terreno. Ese es el camino menos idóneo para llegar a la verdad por aproximaciones sucesivas.
Hay también que decir que la versión de Gonzalo Fernández, asignándole a Forese y a la banda de Gordon la intención de tener beneficios económicos por cada acción criminal, no es nada eufemística, porque estos matones eran mercenarios. Más bien coincide con la historia de este grupo criminal que comenzó a conocerse por su actuación en Villa Constitución, cuando la empresa ACINDAR, de propiedad de Martínez de Hoz, resolvió pagar en dólares a estos señores para “deshacerse” de los “molestos” dirigentes del combativo sindicato que organizaba a los trabajadores de esa acería.
Las tropelías de esta banda, actuando siempre junto al poder y amparada por los organismos de seguridad, se extiende mucho tiempo atrás y siempre su objetivo – más allá del represivo – estuvo vinculado al beneficio económico, que venía por añadidura, de la acción criminal. Pero preguntarse ¿quién fue el que apretó el gatillo?, nos parece qué ello no reduce la responsabilidad de nadie y, mucho menos de los oficiales uruguayos asignados a ese campo represivo (Orletti), y menos aún de los dictadores que, en el marco de su política criminal, resolvieron utilizar el asesinato político como método para mantenerse en el poder de facto.
Porque, como ha dicho en su momento la doctora Eve Martínez Burle, el asesinato político no fue una método aislado de aplicación esporádica por parte de la dictadura uruguaya. Recordemos el caso de los vinos envenenados y, por supuesto, de los fusilamientos y las desapariciones de los militantes del PVP, que habrían llegado al país en el llamado “segundo vuelo de la muerte”
No son hechos fortuitos, no es que a un torturador “se le fue la mano”, sino la decisión de alguien de adoptar una medida concreta cegando la vida de un ser humano por razones políticas. Podríamos analizar lo ocurrido, también, en el caso del coronel Trabal, hecho que todavía parece oculto bajo las siete llaves del misterio.
Por ello las declaraciones de los familiares de Michelini vienen ahora a llenar otro de los vacíos existentes, aclarando aún más un tema que no sabemos porque ha sido fruto de controversias dentro de la izquierda
Una nota sin respuesta
Hace algún tiempo en
En los operativos en que participaban en Buenos Aires los miembros de
-Pero, ¿Quién los contrató? Estos tipos no trabajaban gratis…
-Aníbal Gordon era el amo y “señor” de Orletti y allí, frente a los detenidos, gustaba de ascenderse a “coronel”. Eduardo Ruffo era de la partida y también se sumaban a los procedimientos individuos como Honorio Martínez Ruiz y Osvaldo “Paqui” Forese, (sindicado ahora como el asesino de Michelini y Gutiérrez Ruiz) ambos con apodos que aludían a su inteligencia: Martínez Ruiz era “Zapato”; Forese se había ganado el mote de “Paquidermo” por la fuerza con que derribaba puertas en los allanamientos. Para menesteres de más largo aliento, Paqui utilizaba un “socias”: Roberto Villahinojosa.
-¿Un personaje siniestro?
-El Paqui y otro de sus amigos, un agente de la “brigada antiguerrillera”, hacían doblete en tareas de vigilancia en el microcentro. Durante las horas muertas, el aburrimiento les aflojaba la lengua y se jactaban de que “a un uruguayo grandote le clavamos un suncho en la ingle”, o también de haber irrumpido en una vivienda y someter a la víctima al submarino, en una bañera y con agua herviente.
-La brutalidad al cuadrado…
-No puede decirse que, aun en su bestialidad, estos tuvieran no tuvieran ilusiones. Sabían del secuestro de un poderoso empresario textil por el que el PVP había cobrado un importante rescate, millonario en dólares. “Si encuentro la guita –soñaba el Paqui–, me compro un hotelito en la costa y me retiro.
-¿Me imagino lo que harían?
-De ahí la energía con que rompían todo aquello que imaginaban como posible escondite del dinero. Y si el dinero no aparecía, buenos eran los artefactos, la vajilla, los teléfonos, la ropa y hasta la comida. Los oficiales uruguayos no eran ajenos a la rapiña. Al retirarse de las viviendas violentadas y a diferencia de las fuerzas estrictamente locales, los grupos “internacionalistas” dejaban su tarjeta de visita, una faja sobre los marcos desvencijados en la que se leía: “Clausurado. Fuerzas Conjuntas”.
-¿Y?
-De regreso al cuartel general, Gordon repartía la bolsa. El producto del pillaje tenía entidad, era más importante que las vidas y las muertes que sucedían en el taller mecánico. Merecía, por tanto, un nombre y lo bautizaron “Morgan”, es posible que en recuerdo del corsario.
-Pero, ello no exime de responsabilidad a los militares uruguayos… ¿Verdad?
-Al contrario, la refuerza. Es hora, ahora que hay un grupo entre rejas, que
-Tiene razón, se debería interrogar a los militares procesados sobre este tema.
-Sería el tiempo se comenzar a descorrer ese velo y aclararlo todo…
-Claro.
Hasta aquí lo publicado en esa oportunidad. ¿No habrá llegado la hora de analizar el relacionamiento de nuestro Ejército con esta banda, en Automotores Orletti?
Al pasar recordemos que el jefe de la banda, el propio Aníbal Gordon, en una demostración de hasta que punto llegó el relacionamiento con los militares uruguayos, que oficio como padrino de bodas en el enlace del ex coronel, pasado a reforma y procesado, Gilberto Vázquez. ¿No es hora de interrogarlo sobre el tema?
Y saber, en definitiva, quién contrató al asesino para actuar en la represión.
¿Gregorio Álvarez no sabrá algo al respecto?
- Carlos Santiago es periodista.
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