La máscara y el rostro de nuestra identidad
30/11/2002
- Opinión
"Aquél que no está orgulloso de su origen no valdrá nunca nada,
porque empieza por despreciarse a sí mismo"
Pedro Albizu Campos, compatriota puertorriqueño El tema de la Identidad ha cobrado en nuestros días una fuerza inusitada, al punto de constituirse en un problema central del debate cultural, en cada nación como en un mundo agredido por guerras que se dicen étnicas y de "civilizaciones", y por la invasión de un pensamiento hegemonista que intenta disolver las identidades de los pueblos y uniformar sus conciencias. Recientemente se realizó en Mar del Plata la 6ª Olimpiada Argentina de Filosofía, con los estudiantes de los últimos años de los colegios secundarios de 22 provincias, para debatir la problemática de la identidad. Diversas entidades de Derechos Humanos y de la sociedad están constituyendo organizaciones, archivos, museos por la recuperación de la Memoria y la Identidad vinculados a los "desaparecidos" y asesinados por la última dictadura y a sus familiares, pero también a muchos ciudadanos que quieren conocer la verdad sobre sus raíces -familiares,culturales, étnicas- hasta ahora escamoteadas. La pelea por saber quiénes somos en realidad abarca la reivindicación individual y la reivindicación histórica; es decir, trata de profundizar en las causas sociales y psicológicas, políticas y culturales de una desidentificación que ha venido afectando a personas y familias de determinadas clases sociales y movimientos políticos, comunidades étnicas y culturales, pueblos y regiones enteras. Si la cuestión de la Identidad (ese "¿Qué somos?" de Bolívar, completado por Martí:."..¿Qué qué éramos? ¿Qué qué podemos ser?") alcanza hoy tan dramática intensidad, es porque nunca cobró para nuestros pueblos tal envergadura el dilema de "Ser o No Ser". La batalla por recuperar la memoria de nuestros desaparecidos directos, así como la de los luchadores populares silenciados y ocultados, se vuelve esencial para determinar los fundamentos de la identidad de nuestro pueblo cuando los poderes mundiales niegan la existencia misma de la Argentina como país soberano,dueño de un pasado y promotor de su futuro. Si la Historia tiene un sentido, si ocupa un lugar en la configuración del pensamiento de la sociedad - no como una materia escolar: la Historia Oficial que nos enseñaron durante generaciones, el Saber académico que suele fijar identidades "naturales" y prácticamente inamovibles -, es porque procura comprender y hacer comprender las causas y enseñanzas de los sucesos, las crisis, los contrastes que nutren la memoria y le permiten participar en la construcción de la identidad. O tal vez sea mejor decir: de las identidades. Porque mal puede hablarse de una identidad -nacional o cultural- en una sociedad que, lejos de ser un "crisol de razas" o una "comunidad de iguales", está permeada por antagonismos y desigualdades, en la que impera la injusticia , y la vida cotidiana está impregnada por el veneno del racismo y la discriminación; donde hay "incluídos" y "excluídos"... Queremos decir, con esto, que el de la identidad no es un hecho de la naturaleza, sino un proceso de construcción histórica. Sólo se constituye en cada individuo en la vida social, en la relación con los otros, en la mirada que desde adentro es capaz de fijarse en el atrás y mirar hacia adelante. No somos seres abstractos, anacoretas aislados, sino partícipes de un grupo, etnia, clase, cultura... De una historia. No hay identidad fuera del sujeto, pero no hay sujeto fuera del mundo y sus conflictos. Y estos conflictos definen el contenido mismo de la identidad: tener una identidad propia, fundada en nuestra historia, intereses e ideales, o no tenerla, es decir, en definitiva, asumir una identidad que se nos impone, ponernos la máscara, cómplice o inconsciente, de los que nos dominan. En toda relación de dominación se expresa una lucha por el control de la identidad. La sociedad machista presupone el sometimiento de la mujer, la sociedad colonial impone la identidad del colonizado. Los que nos están negando la posibilidad de existencia de una identidad cultural y nacional propia, popular, pluriétnica y americanista, lo hacen porque esperan convertirnos en otros diferentes a lo que somos, o queremos ser. Seremos ellos y no nosotros. O mejor dicho, seremos "para ellos". Todo lo más, seguiremos cumpliendo, como desde hace cinco siglos, una función de servicio... Hace 500 años, el teólogo del Imperio español Ginés de Sepúlveda sostenía en nombre de Dios que los originarios de Nuestra América no eran hombres, sino "homúnculos", apenas más que monos, nacidos, decía, "para servir y no para mandar". Hombres eran los europeos: españoles, blancos y católicos, nacidos para saquear, oprimir y enriquecerse. Como han procedido y proceden todos los Imperios, tampoco entonces bastaban las armas y el terror para someter a los pueblos agredidos. Había que destruir sus culturas, sus valores, su autoestima, su identidad; aniquilar su rica diversidad e inferiorizar su condición humana. Sus pueblos peculiares y pletóricos de rasgos propios: aztecas, mayas, guaraníes, quechuas, mapuches, calchaquíes, fueron reducidos al común y despectivo denominador de "indios", y los indios todos definidos como "amentes", demoníacos y perezosos. Los africanos cazados como fieras en Benin, Tombuctú ó Senegal, los yorubas ó guineos, fueron todos anatematizados como "negros", y la negrura de la piel convertida en estigma de inferioridad que autorizaba a zombificarlos como combustible biológico en las minas y obrajes de la esclavitud . La primacía de la Identidad Colonialista necesitaba - y continúa precisando - la negación de la identidad de sus víctimas. Necesitan del racismo como naturalización biológica ó social de las diferencias étnicas, transmutadas en diferencias fatales de cultura, de poder y aún de vida o muerte. Promueven la aculturación de los vencidos, es decir, como denunciaba José María Arguedas, la renuncia de su alma para adoptar la de sus vencedores. El poder autoritario siempre ha recurrido a la enajenación de las calidades humanas de los oprimidos, porque sólo puede ejercitarse si éstos permanecen aislados, sin recordar sus raíces ni sus valores colectivos, carentes de proyectos solidarios. La propia y tan meneada "identidad latinoamericana", surgida en el proceso de las guerras de Independencia y la conformación de nuestras naciones, tras la derrota y las frustraciones de los sectores revolucionarios y populares que luchaban por transformaciones sociales profundas y una unidad indoafroamericana fundada en el protagonismo de los pueblos, no representó hasta ahora, en las políticas oficiales, sino el mecanismo ideológico que sirvió, y continúa sirviendo, a las élites oligárquicas y dependientes para imponer su propio modelo de "integración e identidad continental", el vetusto pero siempre reverdecido panamericanismo, modelo de total subordinación y desigualdad respecto de los centros de poder imperial. Lo había visto muy claro José Martí a fines del siglo XIX: "El problema de la Independencia no era el cambio de formas sino el cambio de espíritu... Eramos una máscara, con los calzones de Inglaterra, el chaleco parisiense, el chaquetón de Norteamérica, y la montera de España..." Y por eso convocaba a "completar la Independencia" apelando no a la "civilización desvastadora" de los imperios, que seducía a tantos espíritus imitativos o serviles, sino al "hombre natural": el indio, el negro, el gaucho, el trabajador; al arte, la cultura y el saber de nuestros pueblos... La historia argentina, escrita desde aquellos tiempos sobre la confrontación de "civilización ó barbarie", expresa esta pretensión incesante del poder político y económico, militar, clerical y cultural, por imponer una identidad "nacional" construída no sobre la base de la síntesis y diversidad de las culturas, respetando las formas de expresión y de vida de los distintos sectores populares, sino sobre el genocidio y etnocidio de los indígenas y los afrodescendientes , la represión del gaucho rebelde y del inmigrante combativo, el exterminio del militante "subversivo", es decir, mediante la eliminación de los obstáculos al presunto "ser nacional". Para ellos, la dictadura del fusil o de las finanzas, los argentinos debemos ser siempre "derechos y humanos..." Es decir, sumisos, indiferentes, resignados... Claro que si hasta ahora, para ser un "auténtico argentino", ese pretendido europeo de América, había que dejar de ser indio, afro, "cabecita negra", hoy, para poder ingresar al soñado Primer Mundo, hay que dejar de ser argentino y globalizarse, macdonalizarse, obedecer ya no al Consejo de Indias sino al FMI y el Banco Mundial... La peor exclusión es la exclusión que priva al ser humano de sus rasgos, su cultura, su identidad, que nos deja en el autismo personal y colectivo. Nuestra conciencia histórica seguirá entonces reflejando el discurso del otro , no la expresión propia. La desmemoria histórica nos vaciará el escenario social y cultural de multitudes, pasiones, esperanzas. Nos dejará sin raíces, tradiciones de lucha, formas de vida y de organización comunitarios, y por lo tanto sin proyecto histórico y sin voluntad de cambio. En especial en nuestros días, cuando la identidad dominante, que se ha pretendido superior e inmodificable, muestra sus trágicas fisuras y su esencial inhumanismo, resulta vital desenmascararla, fortalecer la autonomía y la conciencia histórica populares y recuperar los valores de nuestra diversidad pluriétnica y multicultural. Todo aquello que Martí entendía por "elementos verdaderos del país". Esos que impregnan nuestras formas de ser, de vivir, de pensar y de pelear por la justicia y la libertad, que son el fundamento de nuestra identidad personal y colectiva, y por lo tanto horizonte de nuestro porvenir. Y finalicemos con Martí, que se lo merece. ¿Cuál es la utopía de Martí, la América Nuestra con la que soñaba? Es la que supera las fronteras nacionales del Río Bravo a Magallanes, "una en el alma e intento", tierra donde se es"culto para ser libre" y donde los hombres y mujeres y jóvenes ya no imitan, ya no andan con máscaras ajenas y mentirosas, sino que crean. "Crear -concluye - es la palabra de pase de esta generación". ¡Parece que hablara para nosotros...! Si este es el desafío, todos, en cada país, en la Patria Grande, debemos intervenir en el debate histórico, social y cultural que supone, porque en él reside mucho de la identidad que habremos de forjar juntos. Buenos Aires, 30 noviembre 2002 * Juan Rosales (escritor, docente, director de la Cátedra Abierta de Estudios Americanistas, Universidad de Buenos Aires,Facultad de Filosofía y Letras)
porque empieza por despreciarse a sí mismo"
Pedro Albizu Campos, compatriota puertorriqueño El tema de la Identidad ha cobrado en nuestros días una fuerza inusitada, al punto de constituirse en un problema central del debate cultural, en cada nación como en un mundo agredido por guerras que se dicen étnicas y de "civilizaciones", y por la invasión de un pensamiento hegemonista que intenta disolver las identidades de los pueblos y uniformar sus conciencias. Recientemente se realizó en Mar del Plata la 6ª Olimpiada Argentina de Filosofía, con los estudiantes de los últimos años de los colegios secundarios de 22 provincias, para debatir la problemática de la identidad. Diversas entidades de Derechos Humanos y de la sociedad están constituyendo organizaciones, archivos, museos por la recuperación de la Memoria y la Identidad vinculados a los "desaparecidos" y asesinados por la última dictadura y a sus familiares, pero también a muchos ciudadanos que quieren conocer la verdad sobre sus raíces -familiares,culturales, étnicas- hasta ahora escamoteadas. La pelea por saber quiénes somos en realidad abarca la reivindicación individual y la reivindicación histórica; es decir, trata de profundizar en las causas sociales y psicológicas, políticas y culturales de una desidentificación que ha venido afectando a personas y familias de determinadas clases sociales y movimientos políticos, comunidades étnicas y culturales, pueblos y regiones enteras. Si la cuestión de la Identidad (ese "¿Qué somos?" de Bolívar, completado por Martí:."..¿Qué qué éramos? ¿Qué qué podemos ser?") alcanza hoy tan dramática intensidad, es porque nunca cobró para nuestros pueblos tal envergadura el dilema de "Ser o No Ser". La batalla por recuperar la memoria de nuestros desaparecidos directos, así como la de los luchadores populares silenciados y ocultados, se vuelve esencial para determinar los fundamentos de la identidad de nuestro pueblo cuando los poderes mundiales niegan la existencia misma de la Argentina como país soberano,dueño de un pasado y promotor de su futuro. Si la Historia tiene un sentido, si ocupa un lugar en la configuración del pensamiento de la sociedad - no como una materia escolar: la Historia Oficial que nos enseñaron durante generaciones, el Saber académico que suele fijar identidades "naturales" y prácticamente inamovibles -, es porque procura comprender y hacer comprender las causas y enseñanzas de los sucesos, las crisis, los contrastes que nutren la memoria y le permiten participar en la construcción de la identidad. O tal vez sea mejor decir: de las identidades. Porque mal puede hablarse de una identidad -nacional o cultural- en una sociedad que, lejos de ser un "crisol de razas" o una "comunidad de iguales", está permeada por antagonismos y desigualdades, en la que impera la injusticia , y la vida cotidiana está impregnada por el veneno del racismo y la discriminación; donde hay "incluídos" y "excluídos"... Queremos decir, con esto, que el de la identidad no es un hecho de la naturaleza, sino un proceso de construcción histórica. Sólo se constituye en cada individuo en la vida social, en la relación con los otros, en la mirada que desde adentro es capaz de fijarse en el atrás y mirar hacia adelante. No somos seres abstractos, anacoretas aislados, sino partícipes de un grupo, etnia, clase, cultura... De una historia. No hay identidad fuera del sujeto, pero no hay sujeto fuera del mundo y sus conflictos. Y estos conflictos definen el contenido mismo de la identidad: tener una identidad propia, fundada en nuestra historia, intereses e ideales, o no tenerla, es decir, en definitiva, asumir una identidad que se nos impone, ponernos la máscara, cómplice o inconsciente, de los que nos dominan. En toda relación de dominación se expresa una lucha por el control de la identidad. La sociedad machista presupone el sometimiento de la mujer, la sociedad colonial impone la identidad del colonizado. Los que nos están negando la posibilidad de existencia de una identidad cultural y nacional propia, popular, pluriétnica y americanista, lo hacen porque esperan convertirnos en otros diferentes a lo que somos, o queremos ser. Seremos ellos y no nosotros. O mejor dicho, seremos "para ellos". Todo lo más, seguiremos cumpliendo, como desde hace cinco siglos, una función de servicio... Hace 500 años, el teólogo del Imperio español Ginés de Sepúlveda sostenía en nombre de Dios que los originarios de Nuestra América no eran hombres, sino "homúnculos", apenas más que monos, nacidos, decía, "para servir y no para mandar". Hombres eran los europeos: españoles, blancos y católicos, nacidos para saquear, oprimir y enriquecerse. Como han procedido y proceden todos los Imperios, tampoco entonces bastaban las armas y el terror para someter a los pueblos agredidos. Había que destruir sus culturas, sus valores, su autoestima, su identidad; aniquilar su rica diversidad e inferiorizar su condición humana. Sus pueblos peculiares y pletóricos de rasgos propios: aztecas, mayas, guaraníes, quechuas, mapuches, calchaquíes, fueron reducidos al común y despectivo denominador de "indios", y los indios todos definidos como "amentes", demoníacos y perezosos. Los africanos cazados como fieras en Benin, Tombuctú ó Senegal, los yorubas ó guineos, fueron todos anatematizados como "negros", y la negrura de la piel convertida en estigma de inferioridad que autorizaba a zombificarlos como combustible biológico en las minas y obrajes de la esclavitud . La primacía de la Identidad Colonialista necesitaba - y continúa precisando - la negación de la identidad de sus víctimas. Necesitan del racismo como naturalización biológica ó social de las diferencias étnicas, transmutadas en diferencias fatales de cultura, de poder y aún de vida o muerte. Promueven la aculturación de los vencidos, es decir, como denunciaba José María Arguedas, la renuncia de su alma para adoptar la de sus vencedores. El poder autoritario siempre ha recurrido a la enajenación de las calidades humanas de los oprimidos, porque sólo puede ejercitarse si éstos permanecen aislados, sin recordar sus raíces ni sus valores colectivos, carentes de proyectos solidarios. La propia y tan meneada "identidad latinoamericana", surgida en el proceso de las guerras de Independencia y la conformación de nuestras naciones, tras la derrota y las frustraciones de los sectores revolucionarios y populares que luchaban por transformaciones sociales profundas y una unidad indoafroamericana fundada en el protagonismo de los pueblos, no representó hasta ahora, en las políticas oficiales, sino el mecanismo ideológico que sirvió, y continúa sirviendo, a las élites oligárquicas y dependientes para imponer su propio modelo de "integración e identidad continental", el vetusto pero siempre reverdecido panamericanismo, modelo de total subordinación y desigualdad respecto de los centros de poder imperial. Lo había visto muy claro José Martí a fines del siglo XIX: "El problema de la Independencia no era el cambio de formas sino el cambio de espíritu... Eramos una máscara, con los calzones de Inglaterra, el chaleco parisiense, el chaquetón de Norteamérica, y la montera de España..." Y por eso convocaba a "completar la Independencia" apelando no a la "civilización desvastadora" de los imperios, que seducía a tantos espíritus imitativos o serviles, sino al "hombre natural": el indio, el negro, el gaucho, el trabajador; al arte, la cultura y el saber de nuestros pueblos... La historia argentina, escrita desde aquellos tiempos sobre la confrontación de "civilización ó barbarie", expresa esta pretensión incesante del poder político y económico, militar, clerical y cultural, por imponer una identidad "nacional" construída no sobre la base de la síntesis y diversidad de las culturas, respetando las formas de expresión y de vida de los distintos sectores populares, sino sobre el genocidio y etnocidio de los indígenas y los afrodescendientes , la represión del gaucho rebelde y del inmigrante combativo, el exterminio del militante "subversivo", es decir, mediante la eliminación de los obstáculos al presunto "ser nacional". Para ellos, la dictadura del fusil o de las finanzas, los argentinos debemos ser siempre "derechos y humanos..." Es decir, sumisos, indiferentes, resignados... Claro que si hasta ahora, para ser un "auténtico argentino", ese pretendido europeo de América, había que dejar de ser indio, afro, "cabecita negra", hoy, para poder ingresar al soñado Primer Mundo, hay que dejar de ser argentino y globalizarse, macdonalizarse, obedecer ya no al Consejo de Indias sino al FMI y el Banco Mundial... La peor exclusión es la exclusión que priva al ser humano de sus rasgos, su cultura, su identidad, que nos deja en el autismo personal y colectivo. Nuestra conciencia histórica seguirá entonces reflejando el discurso del otro , no la expresión propia. La desmemoria histórica nos vaciará el escenario social y cultural de multitudes, pasiones, esperanzas. Nos dejará sin raíces, tradiciones de lucha, formas de vida y de organización comunitarios, y por lo tanto sin proyecto histórico y sin voluntad de cambio. En especial en nuestros días, cuando la identidad dominante, que se ha pretendido superior e inmodificable, muestra sus trágicas fisuras y su esencial inhumanismo, resulta vital desenmascararla, fortalecer la autonomía y la conciencia histórica populares y recuperar los valores de nuestra diversidad pluriétnica y multicultural. Todo aquello que Martí entendía por "elementos verdaderos del país". Esos que impregnan nuestras formas de ser, de vivir, de pensar y de pelear por la justicia y la libertad, que son el fundamento de nuestra identidad personal y colectiva, y por lo tanto horizonte de nuestro porvenir. Y finalicemos con Martí, que se lo merece. ¿Cuál es la utopía de Martí, la América Nuestra con la que soñaba? Es la que supera las fronteras nacionales del Río Bravo a Magallanes, "una en el alma e intento", tierra donde se es"culto para ser libre" y donde los hombres y mujeres y jóvenes ya no imitan, ya no andan con máscaras ajenas y mentirosas, sino que crean. "Crear -concluye - es la palabra de pase de esta generación". ¡Parece que hablara para nosotros...! Si este es el desafío, todos, en cada país, en la Patria Grande, debemos intervenir en el debate histórico, social y cultural que supone, porque en él reside mucho de la identidad que habremos de forjar juntos. Buenos Aires, 30 noviembre 2002 * Juan Rosales (escritor, docente, director de la Cátedra Abierta de Estudios Americanistas, Universidad de Buenos Aires,Facultad de Filosofía y Letras)
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