Lula, ¿y ahora que?
31/10/2002
- Opinión
Lula, y ahora qué? Se acabó la campaña, votaron los electores, ¡tú
ganaste!
¿Ahora llegará la utopía? Ahora se alberga una incontenida esperanza
en el corazón de millones de electores. Y, en quienes perdieron, los
sentimientos varían desde el voto de confianza a la rabia, al
resentimiento, a la apuesta para que tú fracases. Una elección no se
hace sólo con programas de campaña. ¿Quién los leyó? Se hace con
entusiasmo y garra, sueños y ambiciones. Más emoción que razón, más
promesas que proyectos, más palabras que hechos.
Quien votó por ti espera lo mejor. Y lo mejor es como el bien: todos
lo quieren, pero no todos le conceden el mismo significado
aristotélico. Muchos electores confían en tu palabra de que tu gobierno
respetará los acuerdos internacionales del Brasil. Y hay quienes tienen
la certeza de que tú nunca agradarás a los acreedores extranjeros en
detrimento de la canasta básica de los 53 millones de brasileños con
una renta mensual inferior a los $ 40.
Lula, ¿y ahora qué? El Mercado espera que anuncies cuanto antes los
nombres de tu equipo económico. Pero ¿y el equipo de la responsabilidad
social? ¿Quién administrará la lucha contra el hambre, el desempleo y
el analfabetismo? ¿Quién conducirá la reforma agraria, para hacer
menos injusta la posesión de la tierra en Brasil, y la reforma
tributaria, para liberar al país del vergonzoso título de subcampeón
de la desigualdad social?
Lula, ¿y ahora qué? ¿Cómo agradar a tantos sectores divergentes que te
apoyaron, y a partidos diferentes, y a las tendencies dentro del PT?
Quien gobierna para agradar convierte el gobierno en un asunto de
negocios y tiende a doblegarse ante la ambición de los grandes y a dar
largas a la esperanza de los pequeños. Gobernar es cumplir el programa
electoral y atenerse a prioridades que alivien el sufrimiento de la
mayoría, aunque los aliados de hoy se conviertan en opositores de
mañana.
¿Tupi o no tupi? Ojo con la prepotencia, Lula, en esta tierra en que
los pueblos indígenas viven confinados por el prejuicio; marginados por
el desinterés público; vistos como seres incivilizados que,
contaminados de animismo, exhiben sus vergüenzas, abominan del trabajo
diario y nunca prosperan, a menos que sean domesticados por el orden y
el progreso de los blancos. Para los negros, trescientos cincuenta años
de marginación; el estigma del color de la piel; negado el acceso a la
tierra por la abolición; el destierro en la picota de la doble
discriminación: por ser negro y pobre.
Lula, ahora que acabó la fiesta y el pueblo se fue a su casa, tendrás
que abusar de su infinita paciencia para administrar egos inflados que,
desde lo alto de sus ambiciones, buscan funciones de poder. No cedas a
los caprichos personales ni a las presiones corporativas. Has de saber
que cada persona nombrada por ti no será juzgada sólo por su
competencia o por su currículo, sino también por su vida anterior, por
la hoja de servicios.
Entre tus ministros y asesores no deberá figurar ningún nombre que,
alguna vez, haya tenido que ver con la tortura, el arbitrio, el fraude,
el nepotismo, la malversación y la mentira. Basta una naranja podrida
para corromper a toda la canasta.
Lula, ¿y ahora qué? Cada uno de tus gestos se convertirá en símbolo. Tu
estilo de vida, en paradigma. Que nunca se borre de tu memoria la
dignidad de tu madre, doña Lindu, sin vergüenza de ser pobre, criando a
siete hijos en la indigencia, dándoles lo que ella nunca tuvo, como la
posibilidad de educarse. No te olvides de los 13 días de viaje en un
camión de madera; ni del muchacho vendedor ambulante en la Baixada
Santista; ni del peón mutilado en la fábrica; ni del marido y padre
viendo a la mujer y al bebé muertos en un hospital por descuido
médico; ni del líder sindical preso durante 32 días; ni del trabajador
desempleado durante once meses.
Ahora, Lula, es la ocasión para cambiar la gramática del poder. Lo que
es no deberá ser, a menos que esté de acuerdo con tu programa, tus
principios y tu ética. No te dejes absorber por audiencias inútiles; no
te vuelvas prisionero de Brasilia; no te ocupes en lo que puedas
delegar; no olvides nunca que la cabeza piensa donde pisan los pies.
Lula, ¿y ahora qué? La noche se fue, llegó el día y no hay vuelta
atrás. Dios te dé los dones y que tú sepas aprovecharlos. Queda ahora
hacer de la política la más perfecta obra de caridad. Con un plato de
comida yo pudo matar hoy el hambre de un pobre. Pero sólo la política
puede erradicar la pobreza. Y para eso se necesita de una herramienta:
el poder.
Dentro de poco, Lula, esa herramienta estará en tus manos de tornero-
mecánico. Haz buen uso de ella, en provecho de 173 millones de
brasileños.
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