El Papa Verde

26/08/2008
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Con disculpas al autor Miguel Ángel Asturias, utilizo este nombre para referirme a quien ha asumido el porte de un autócrata que, encerrado en su reducto, dicta sentencias ex cathedra y se indigna porque la plebe no las cumple. Tamaña soberbia, trasmitida directamente a su vocero y de la cual se contaminan también sus seguidores, ha creado un clima de tensión que se expresa en la acción de paramilitares encubiertos bajo el nombre de Unión Juvenil Cruceñista, sin que importe que sean cruceños, ni jóvenes ni, como es de suponer, respondan a una unión, salvo la del estipendio que cobran por sus desmanes.

La vieja data de esta práctica antinacional y racista, se remonta más de medio siglo. El mismo tipo de personas dispuestas a cometer atropellos, por la que cobran tarifas ya establecidas, se dio a través de nombres diversos, primero como juventud de un partido político, luego como grupos armados que manejaron su insolencia por muchos años, hasta ocupar un aeropuerto para impedir la llegada del presidente Siles Zuazo y, ahora, con el propósito de impedir el proceso de cambios ratificado por el pueblo boliviano.

Los retrógrados del ‘52

Con todos sus errores y posteriores traiciones, la revolución de 1952 hirió los intereses de los grupos de poder, de aquellos que el pueblo conocía, entonces, como “la rosca”. Los dueños de latifundios y patrones de siervos y esclavos que cultivaban sus propiedades, fueron duramente golpeados por los decretos revolucionarios. Estos grupos afectados se alinearon contra el proceso de transformación; los Valverde, los Pinto Parada encabezaron la reacción entonces y fueron los fundadores del Comité Cívico pro Santa Cruz que, después de haber obtenido la regalía petrolera, se adjudicaron la representación del pueblo, pese a formarse en base a representaciones empresariales.

La lucha contra estas élites se dio con una arremetida de ocupación de tierras baldías en la ciudad. Así se transformó la composición social urbana que, los mantuvo a raya durante ese primer periodo. Sin embargo, el mismo gobierno les hizo concesiones que potenció a ese empresariado, con quienes pretendió formar una burguesía progresista.

Las prebendas banzeristas


Los comiteístas volvieron a indignarse en los gobiernos de Ovando Candia y J.J. Torres. Quien intente ocuparse de las necesidades de los pobres y, peor aún, si actúan en defensa de los intereses nacionales, es enemigo de todos ellos, aquí en La Paz, lo mismo que en Santa Cruz o cualquier otra región. De cualquier modo, los que siempre están prestos a encabezar la oposición más retrógrada, son los empresarios cruceños.

Fueron ellos quienes, en 1971, apoyaron, financiaron y hasta participaron directamente en el sangriento golpe que encabezó Hugo Bánzer. Los Bleyer, Gasser y otros personajes del mundo empresarial, apoyados por la dominante dictadura militar del Brasil, no dudaron en atacar a los obreros y universitarios que defendían ese esbozo de libertad que se vivía entonces y, con la complicidad de generales comprados, sembraron el terror en todo el país y llevaron a Bánzer hasta el Palacio de Gobierno.

El dictador premió generosamente a sus patrocinadores que no tuvieron ningún reparo en publicitar los “gastos” que hicieron para la conspiración y el terror. Tierras en grandes extensiones y créditos otorgados sin ninguna garantía, enriquecieron a muchos de los que ahora hablan de “derecho”, “democracia” y hasta “defensa de los recursos nacionales”.

El latifundio, que había desaparecido en el altiplano y valles, subsistía en la zona tropical de modo precario. A partir de Bánzer, se restableció plenamente y la ocupación prepotente de tierras de los campesinos pobres se hizo con el apoyo gubernamental. En cuanto a los créditos, que nunca fueron pagados, llevaron a la quiebra a los bancos fiscales Agrícola y del Estado. No extraña que, tanta magnanimidad de la dictadura fuese retribuida con una hacienda lujosamente equipada, de la que aún gozan los herederos del dictador. El prefecto Radzuk se ocupó de la gestión para concretar el regio presente.

Los cultivos depredadores

La revolución del ’52 manejó un proyecto que podría denominarse “la marcha al oriente”. La construcción de la carretera asfaltada Cochabamba – Santa Cruz, la instalación del ingenio azucarero Guabirá, el asentamiento de inmigrantes japoneses que se dedicaron a la producción de arroz y la estructuración de planes de colonización que llevó a zonas tropicales crecientes grupos humanos desde el altiplano y los valles, movilizaron a esa oligarquía amodorrada que vivía sus glorias pasadas y se ensoñaba en proyectos nunca concretados. De pronto, sintieron preocupación por sus espacios que estaban siendo ocupados por extraños despreciados desde antaño.

Las tierras que mantenían ociosas les sirvieron, en esas circunstancias. Las entregaron, en diversas formas de arriendo, a pequeños agricultores para sembrar caña de azúcar. A lo largo de los años, terminaron apropiándose de Guabirá e instalando otros ingenios que, más que proveer azúcar al país, enriqueció a esta suerte de empresarios de la oportunidad.
Sin ningún tipo de previsión, sin importarles mucho ni poco la depredación de los suelos, cultivaron caña de azúcar hasta dejó de ser un negocio provechoso; entonces abandonaron esa actividad en manos de los pequeños agricultores que no tenían alternativas.

Se apropiaron de otras tierras que, con el apoyo del agradecido dictador Bánzer, dedicaron al cultivo de algodón. De un año para otro, los cañeros pasaron a ser algodoneros. Los precios internacionales de este cultivo estaban en alza y, con el mismo método de capturar terrenos y reclutar trabajadores retenidos por deudas, lograron una extensiva producción agrícola vendida en el mercado internacional, para importar lujos. Reinas carnavaleras, misses Bolivia y modelos magníficas, son parte de los lujos que se dieron estos grupos de poder. Para entonces, ya estaban creadas y consolidadas las logias que acapararon todos los negocios rentables; como en el caso de las tierras, también depredaban las empresas, abandonándolas cuando quedaban exhaustas.

Otras tierras depredadas dejó el cultivo de algodón. Los empresarios de la oportunidad tuvieron algunos años de incertidumbre, durante los cuales no se atrevieron a chistar. Soportaron, como pudieron, la época de las vacas flacas –hay que tener en cuenta que, las logias, muy pocas veces sufrieron malos tiempos- hasta que apareció el cultivo de la soya. Nuevo crecimiento, otra campaña de apropiación de tierras, más planes de fortalecimiento económico que sostenía el Estado para beneficio empresarial. Ahora, ha comenzado el declive de esa producción, lo que es un factor importante de sus reacciones retrógradas frente al gobierno de Evo Morales.

La banca especuladora

La bonanza económica, que benefició a la dictadura de Banzer en aquellos años ’70 de los petrodólares, fue despilfarrada en edificios monumentales y creación de bancos que disfrazaban el dispendio. Empresarios de toda Bolivia se dieron a la tarea de fundar bancos, en un país que tradicionalmente tenía poca actividad bursátil. Por supuesto, las condiciones para crear un banco eran –y siguen siendo- tan ventajosas que basta una escritura declarando un capital mínimo, cuya existencia no se verifica, para comenzar operaciones. En ocasiones, el capital es apenas un compromiso materializado en cómodas cuotas.

Cuando la dictadura fue expulsada –coincidiendo con la época de las vacas flacas para los empresarios- los bancos de plazoleta comenzaron a quebrar. La Superintendencia de Bancos, hizo el trabajo sucio para que, las pérdidas de los señores, fueran cubiertas por el Estado. En el curso de un decenio, hubo que cerrar los cuatro bancos estatales de fomento y afrontar la quiebra de siete bancos privados con deudas que llegaron muy cerca a mil millones de dólares. El Banco Central de Bolivia, debió cumplir los compromisos tanto nacionales como internacionales que, los empresarios de la oportunidad, habían contraído.

Fue la primera etapa de la implantación del neoliberalismo, cuyos propagandistas sostenían que, el sindicalismo y la izquierda causaron la contracción económica que ellos se estaban encargando de superar. Los grandes capitales –en la relatividad de nuestro país empobrecido- se ocuparon de engrosar sus cuentas, colocándolas fuera del país. Esta tendencia se hizo más evidente cuando, en el proceso de la llamada capitalización, el gobierno de Sánchez de Lozada anunció con fanfarrias que Bolivia recibiría miles de millones de dólares para luego decir que, la incapacidad de inversión no permitía que tales fondos (sólo 1.600 millones de dólares) llegasen al país, por los que se hizo depósitos en Las Bahamas, paraíso del lavado de dinero.

No fue todo. En sucesión, como ya mencionamos, quebraron los bancos que sirvieron para hacer fortunas rápidas. Son pocos los banqueros que pagaron sus culpas: dos o tres entraron a la cárcel; ninguno ha pagado sus deudas.

El jolgorio de la soya

Las aventuras de los especuladores volvieron a los cultivos sobre la misma base depredadora. La soya fue elegida en vista de la demanda que comenzaba a elevarse en los mercados internacionales. Ya para entonces, habían logrado que el Estado central –al que siempre acusan de todos los males, pero al que le exigen subvencionar todos sus negocios- les facilitara combustible en condiciones favorables, se ocupase de buscar mercados y les devolviese los impuestos internos. Nuevas formas de especulación fueron organizadas rápidamente: contrabando de combustible que compraban a precio subvencionado, compra venta de certificaciones para recuperar impuestos, fueron sus canales de enriquecimiento ilícito.

En este nuevo emprendimiento, surgieron los Teodovic, Marinkovic y otros más. Como espuma, la venta de este producto se convirtió en principal exportación nacional. Hay que darse cuenta que la explotación de hidrocarburos era un negocio que beneficiaba a las empresas transnacionales, a las que se había entregado displicentemente este recurso. Las logias de Santa Cruz se creían dueños del poder, por lo que acentuaban el centralismo en beneficio de sus cuentas personales que, una vez más, crecieron a ritmo sostenido.

Fue en tales circunstancias que agotaron el modelo del que se beneficiaron tan largamente. En su estrecha visión, no percibieron los grandes cambios que se avecinaban. Cuando estos ocurrieron, buscaron apresuradamente los antídotos; no tuvieron ningún miramiento en usar el recurso más grosero: la violencia brutal que, teniendo el control de los medios de comunicación, han convertido en método aceptado de “defensa de la democracia”.

Los personajes de esta saga son diversos y, por supuesto, no tienen el enigmático carisma del personaje que creó Asturias. Sólo queda una imagen: la del mandamás que quiere que sus caprichos sean cumplidos sin cuestionamientos. Costas, Suárez Sattori y sus cortes están convencidos que volverán a ser los dueños del poder. Entonces, olvidarán las autonomías y reinarán sobre todo el país.

No se dan cuenta que la selva, como siempre ha ocurrido, los devorará sin dejar de ellos, ni siquiera el recuerdo.

- Antonio Peredo Leigue es senador del Movimiento al Socialismo (MAS) de Bolivia.



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