En el crepúsculo de la oscuridad o en el amanecer de otro gobierno progresista
Se espera que la crisis mundial no oscurezca el camino a recorrer
02/08/2008
- Opinión
Llegó un momento que el camino emprendido por el gobierno de Jorge Batlle en torno al manejo de la economía proceso que culminará en la catasclísmica crisis del 2002, tuvo en su momento el beneplácito de los organismos de crédito multinacionales, que luego fue caducando cuando se advirtieron torpezas y evidentes medidas poco adecuadas para aquel momento. Para que ese beneplácito de un comienzo fuera posible, seguramente la mayoría de las medidas fueron consensuadas en aceptación implícita en nerviosas llamadas telefónicas y viajes realizados entre Montevideo y Washington, extremos que luego no alcanzaron. Sin embargo en el enfriamiento de los organismos internacionales hubo razones subalternas, porque más allá de las torpezas de nuestro gobierno, el grueso de las medidas que fracasaron era de su consejo.
A algunos historiadores de la historia reciente ese fracaso de los mecanismos consensuados, habituales en el mundo, puede sorprender, aunque nosotros entendemos que estaban muertos desde el mismo pique. Claro, que tener en cuenta que a su caducidad formal de una línea económica permitida se sumó la torpeza de su aplicación criolla, demostrada en los nefastos resultados obtenidos. El gobierno mostró demasiada incapacidad, la que fue insoportable hasta para quienes aplicaban los lineamientos establecidos en el Consenso de Washington y hacían todo lo posible para que EEUU licuara su déficit a partir del endeudamiento de países como Uruguay.
Nuestro país tuvo un lugar señalado luego del caso argentino que es uno de los más graves en materia de empobrecimiento. Allí, recordemos, se verificó otro paradigmático fracaso del modelo neoliberal, donde la aplicación del capitalismo en su fase más salvaje llevó a un país potencialmente rico, de 36 millones de habitantes altamente capacitados para emprender las mayores y más difíciles empresas, a introducirse en una crisis pocas veces vista en el continente. Argentina en su momento (1950) tuvo un PBI superior a la mitad del total del continente sudamericano, incluido Brasil, por lo que medir la situación sobre el año 2002 es estudiar uno de los desplomes económicos más brutales de la historia económica.
Uruguay, verdadero vergel de campos fértiles para la agricultura y la ganadería, poseedor también de una industria en su momento competitiva y servicios que, vía las empresas públicas creadas por el batllismo, fueron los de mayor nivel en el continente. Por el mismo camino que Argentina llegó a destruir diez mil millones de dólares de riqueza en tan sólo un año de desplome de la crisis. Tras los dos países estuvo la aplicación, torpezas mediante, del mismo modelo neoliberal. Esa es historia reciente y debemos tenerla siempre presente para no equivocarnos al analizar la actualidad y el futuro que se le abre al país, siempre que se libere de las trabas que son intrínsecas a su funcionamiento y están vinculadas al gigantismo del propio Estado, hoy verdadero monstruo que fagocita el presupuesto nacional y que determina un achatamiento de los ingresos de las clases medias, que es más que significativo. Ese achatamiento desanima a grandes sectores, que no le ven salida al país, porque sienten como se reduce su nivel de vida, mientras la sociedad parece debatirse en contra el flagelo de la delincuencia, especialmente juvenil, para cuya contención no existen políticas oficiales, apareciendo entre algunos grupos de vecinos la idea (cuando no, son hechos concretos) de tomarse “justicia” por mano propia.
¿Estamos en un crepúsculo de la oscuridad o existen esperanzas de caminar a paso firme hacia un progreso que debe basarse en el bienestar de la gente? Este vergel, en su momento también un ejemplo de modernidad, llegó paulatinamente — luego del bochornoso período dictatorial— a submundos de degradación política e institucional, con niveles de corrupción impensables, con una devastación económica que se acentuó, con las políticas de cuño neoliberal, determinada por el gobierno de turno que siguió empobreciendo a la gente dejando un tendal de desocupados, multiplicando el costo de los servicios, sin — globalmente— adoptar medidas para reactivar la actividad productiva que continuó en su marco recesivo hasta que las condiciones internacionales comenzaron a cambiar.
Fue la culminación de una crisis espejo de la de Argentina, que era previsible desde hace mucho tiempo y sirvió para que comprendiéramos la existencia también de algunas diferencias. Enfrente no existía además la posibilidad de recuperar la transferencia de riqueza que las empresas públicas, en manos de capitales extranjeros —en razón de una evidente lógica económica—, realizaban hacia sus casas matrices. Además los sucesivos gobiernos argentinos, desde la salida de la dictadura hasta el del presidente De La Rúa, influidos en los valores impuestos por el modelo, fueron un ejemplo de irresponsabilidad, derroche y corrupción, sin reducir un ápice el gasto público (igual que en Uruguay) ni impulsar en ningún caso políticas de reactivación económica (igual que en Uruguay), ni tampoco emprendiendo proyectos que no fueran financiados por dinero venido del exterior (igual que en Uruguay), incrementando en todos los casos la deuda externa.
En otros planos Uruguay fue un fiel reflejo de lo ocurrido en el país de enfrente, pero con una diferencia muy importante que debemos valorar: la existencia todavía en manos de los uruguayos de empresas públicas no privatizadas de mala manera, en otro negociado brutal como fue el concretado en la Argentina. Uno de los elementos que hoy están conspirando contra nuestro progreso, en su momento jugaron un papel distinto, ya que trasladaban al Tesoro Nacional parte de sus ganancias, con lo que el déficit fue manejable, pese a que en un momento pareció evidente que aquí también estaba por precipitarse, vía “default”, el fin del modelo.
Empresas públicas que también que viven los mismos problemas del ineficiente Estado uruguayo, generalmente en manos de políticos fracasados, que obtienen sus ganancias no por una eficiente administración y la calidad de sus servicios, sino por "venderle" a un mercado mayoritariamente cautivo, producto de la existencia de monopolios anacrónicos. Sin embargo en ese marco tan uruguayo, esas mismas empresas jugaron un papel de fundamental importancia para ir deteniendo el desplome del modelo, vía transferencia de recursos que obtenían expoliando a la población consumidora.
Todos los síntomas de la enfermedad llevan a la misma y trágica conclusión sin que, en ninguna oportunidad, desde el gobierno se plantearan ideas, iniciativas o proyectos destinados a reactivar la economía.
En aquel momento se trasladó al Estado, o sea que pagó la gente, el costo del superlativo derroche del Estado (¿cómo definir lo hecho con los bancos?), el de las AFAP, el de la transferencia de recursos a los especuladores vía venta de reservas, el de los contratos de obra y servicios, el de una burocracia pesada e ineficiente, el clientelismo, la politiquería, la evasión impositiva, el contrabando masivo —que no se perseguía ni se persigue— mientras se decomisa la carga de "quileros" en la frontera.
Y para recordar uno de los mayores desatinos, veamos lo que fue la utilización de las pocas reservas existentes en el Banco Central y del dinero que se contaba para cumplir con el Presupuesto Nacional (a lo que se sumó más endeudamiento) para tratar de parar una corrida bancaria que tuvo un fundamento estructural: el achicamiento del sistema financiero por la destrucción del mercado argentino. Acción irresponsable, si las hay, en la que quedó en juego hasta la base monetaria sobre la que se sustentaba nuestro peso, elemento técnico que está seguramente contenido en muchas de las indecisiones del actual equipo económico y en la caída en desgracia ante los organismos financieros. ¿Qué habrán dicho los técnicos del FMI ante tal dislate?
A nadie del gobierno de Batlle se le ocurrió proponer ser más eficiente, crecer, para así bajar impuestos y hacer más competitiva la producción; tampoco sostener el salario para modificar positivamente la orientación del consumo, para impulsar con un mayor nivel de compra la multiplicación de bienes y servicios, superando, vía recaudación, los gravísimos problemas de caja del Estado, a punto de no tener recursos para pagar las jubilaciones. Un camino que hubiera mejorado la dramática situación de la gente, elemento con aspectos éticos sin el cual la economía está condenada y la nación, el Uruguay, debió ser repensado, pues los habitantes de este pequeño país no podían seguir siendo víctimas de un orden internacional totalmente perverso. ¿Tenía sentido una nación con esas características?
De allí el evidente descrédito del Partido Colorado, que luego de décadas de gobierno, pasó a un lugar lamentable en los comicios que llevaron al Frente Amplio al poder y a Tabaré Vázquez a la Presidencia de la República, en cambio de signo histórico.
Ahora estamos a poco más de un año de los próximos comicios y de nuevo aparece como entreverada la baraja. Y ello porque el nuevo gobierno, que trató de mejorar la distribución del ingreso montado en una inédita política social, se debió enfrentar a nuevos desafíos y a algunas situaciones que tienen su base en parecidas cerrazones ideológicas a las anteriores.
El gobierno trata de contemplar muchos frentes al mismo tiempo. En muchos ha tenido éxito, pero otros todavía están por el camino. Éxito en manejar la etapa de crecimiento del PBI, que hace cinco años tiene un incremento histórico, dentro de un marco de relativa austeridad. Se ha verificado, también, una reducción de la pobreza y la marginalidad, pero con cifras que pueden relativizarse, porque el fenómeno de achicamiento no se hace ostensible. Por supuesto que hay todavía muchas asignaturas pendientes que deben completarse. Una de ellas es la de la reforma educativa que sigue las dificultades del no ponerse de acuerdo en las propias filas frenteamplistas y otra de ellas es la modernización y reforma del Estado, a la que le otorgamos una principal importancia. La actual estructura, con su gigantismo fuera de toda medida, exige esfuerzos para su mantenimiento que redundan en un achatamiento de toda la sociedad que está mostrando descontento. No se puede negar que el IRPF provocó una revulsiva reacción en la clase media que, más allá de los avances objetivos, ve en las obligaciones que tiene que doblar mensualmente una situación de intrínseca injusticia por la cual – se entiende- que se busca nivelar a la sociedad hacia abajo.
Ahora se acerca una prueba de fuego para el gobierno y el país en su conjunto, que es anunciado cambio de la coyuntura internacional, que determinará condiciones distintas a las actuales, mucho menos positivas que las anteriores, con un aumento del precio del dólar, una caída del de las materias primas que hoy exportamos a niveles récords y, además, una reducción de mercados, también acotados por una caída en el consumo en los países compradores. Este panorama es previo al proceso electoral y quizás esté en pleno apogeo cuando los uruguayos, en octubre próximo, estemos votando por el nuevo gobierno.
Es de esperar que las cosas de manejen bien, que no se continúe castigando a los sectores medios, porque las asignaturas pendientes solo podrían ser solucionadas por otro gobierno de signo progresista.
Carlos Santiago
Periodista.
A algunos historiadores de la historia reciente ese fracaso de los mecanismos consensuados, habituales en el mundo, puede sorprender, aunque nosotros entendemos que estaban muertos desde el mismo pique. Claro, que tener en cuenta que a su caducidad formal de una línea económica permitida se sumó la torpeza de su aplicación criolla, demostrada en los nefastos resultados obtenidos. El gobierno mostró demasiada incapacidad, la que fue insoportable hasta para quienes aplicaban los lineamientos establecidos en el Consenso de Washington y hacían todo lo posible para que EEUU licuara su déficit a partir del endeudamiento de países como Uruguay.
Nuestro país tuvo un lugar señalado luego del caso argentino que es uno de los más graves en materia de empobrecimiento. Allí, recordemos, se verificó otro paradigmático fracaso del modelo neoliberal, donde la aplicación del capitalismo en su fase más salvaje llevó a un país potencialmente rico, de 36 millones de habitantes altamente capacitados para emprender las mayores y más difíciles empresas, a introducirse en una crisis pocas veces vista en el continente. Argentina en su momento (1950) tuvo un PBI superior a la mitad del total del continente sudamericano, incluido Brasil, por lo que medir la situación sobre el año 2002 es estudiar uno de los desplomes económicos más brutales de la historia económica.
Uruguay, verdadero vergel de campos fértiles para la agricultura y la ganadería, poseedor también de una industria en su momento competitiva y servicios que, vía las empresas públicas creadas por el batllismo, fueron los de mayor nivel en el continente. Por el mismo camino que Argentina llegó a destruir diez mil millones de dólares de riqueza en tan sólo un año de desplome de la crisis. Tras los dos países estuvo la aplicación, torpezas mediante, del mismo modelo neoliberal. Esa es historia reciente y debemos tenerla siempre presente para no equivocarnos al analizar la actualidad y el futuro que se le abre al país, siempre que se libere de las trabas que son intrínsecas a su funcionamiento y están vinculadas al gigantismo del propio Estado, hoy verdadero monstruo que fagocita el presupuesto nacional y que determina un achatamiento de los ingresos de las clases medias, que es más que significativo. Ese achatamiento desanima a grandes sectores, que no le ven salida al país, porque sienten como se reduce su nivel de vida, mientras la sociedad parece debatirse en contra el flagelo de la delincuencia, especialmente juvenil, para cuya contención no existen políticas oficiales, apareciendo entre algunos grupos de vecinos la idea (cuando no, son hechos concretos) de tomarse “justicia” por mano propia.
¿Estamos en un crepúsculo de la oscuridad o existen esperanzas de caminar a paso firme hacia un progreso que debe basarse en el bienestar de la gente? Este vergel, en su momento también un ejemplo de modernidad, llegó paulatinamente — luego del bochornoso período dictatorial— a submundos de degradación política e institucional, con niveles de corrupción impensables, con una devastación económica que se acentuó, con las políticas de cuño neoliberal, determinada por el gobierno de turno que siguió empobreciendo a la gente dejando un tendal de desocupados, multiplicando el costo de los servicios, sin — globalmente— adoptar medidas para reactivar la actividad productiva que continuó en su marco recesivo hasta que las condiciones internacionales comenzaron a cambiar.
Fue la culminación de una crisis espejo de la de Argentina, que era previsible desde hace mucho tiempo y sirvió para que comprendiéramos la existencia también de algunas diferencias. Enfrente no existía además la posibilidad de recuperar la transferencia de riqueza que las empresas públicas, en manos de capitales extranjeros —en razón de una evidente lógica económica—, realizaban hacia sus casas matrices. Además los sucesivos gobiernos argentinos, desde la salida de la dictadura hasta el del presidente De La Rúa, influidos en los valores impuestos por el modelo, fueron un ejemplo de irresponsabilidad, derroche y corrupción, sin reducir un ápice el gasto público (igual que en Uruguay) ni impulsar en ningún caso políticas de reactivación económica (igual que en Uruguay), ni tampoco emprendiendo proyectos que no fueran financiados por dinero venido del exterior (igual que en Uruguay), incrementando en todos los casos la deuda externa.
En otros planos Uruguay fue un fiel reflejo de lo ocurrido en el país de enfrente, pero con una diferencia muy importante que debemos valorar: la existencia todavía en manos de los uruguayos de empresas públicas no privatizadas de mala manera, en otro negociado brutal como fue el concretado en la Argentina. Uno de los elementos que hoy están conspirando contra nuestro progreso, en su momento jugaron un papel distinto, ya que trasladaban al Tesoro Nacional parte de sus ganancias, con lo que el déficit fue manejable, pese a que en un momento pareció evidente que aquí también estaba por precipitarse, vía “default”, el fin del modelo.
Empresas públicas que también que viven los mismos problemas del ineficiente Estado uruguayo, generalmente en manos de políticos fracasados, que obtienen sus ganancias no por una eficiente administración y la calidad de sus servicios, sino por "venderle" a un mercado mayoritariamente cautivo, producto de la existencia de monopolios anacrónicos. Sin embargo en ese marco tan uruguayo, esas mismas empresas jugaron un papel de fundamental importancia para ir deteniendo el desplome del modelo, vía transferencia de recursos que obtenían expoliando a la población consumidora.
Todos los síntomas de la enfermedad llevan a la misma y trágica conclusión sin que, en ninguna oportunidad, desde el gobierno se plantearan ideas, iniciativas o proyectos destinados a reactivar la economía.
En aquel momento se trasladó al Estado, o sea que pagó la gente, el costo del superlativo derroche del Estado (¿cómo definir lo hecho con los bancos?), el de las AFAP, el de la transferencia de recursos a los especuladores vía venta de reservas, el de los contratos de obra y servicios, el de una burocracia pesada e ineficiente, el clientelismo, la politiquería, la evasión impositiva, el contrabando masivo —que no se perseguía ni se persigue— mientras se decomisa la carga de "quileros" en la frontera.
Y para recordar uno de los mayores desatinos, veamos lo que fue la utilización de las pocas reservas existentes en el Banco Central y del dinero que se contaba para cumplir con el Presupuesto Nacional (a lo que se sumó más endeudamiento) para tratar de parar una corrida bancaria que tuvo un fundamento estructural: el achicamiento del sistema financiero por la destrucción del mercado argentino. Acción irresponsable, si las hay, en la que quedó en juego hasta la base monetaria sobre la que se sustentaba nuestro peso, elemento técnico que está seguramente contenido en muchas de las indecisiones del actual equipo económico y en la caída en desgracia ante los organismos financieros. ¿Qué habrán dicho los técnicos del FMI ante tal dislate?
A nadie del gobierno de Batlle se le ocurrió proponer ser más eficiente, crecer, para así bajar impuestos y hacer más competitiva la producción; tampoco sostener el salario para modificar positivamente la orientación del consumo, para impulsar con un mayor nivel de compra la multiplicación de bienes y servicios, superando, vía recaudación, los gravísimos problemas de caja del Estado, a punto de no tener recursos para pagar las jubilaciones. Un camino que hubiera mejorado la dramática situación de la gente, elemento con aspectos éticos sin el cual la economía está condenada y la nación, el Uruguay, debió ser repensado, pues los habitantes de este pequeño país no podían seguir siendo víctimas de un orden internacional totalmente perverso. ¿Tenía sentido una nación con esas características?
De allí el evidente descrédito del Partido Colorado, que luego de décadas de gobierno, pasó a un lugar lamentable en los comicios que llevaron al Frente Amplio al poder y a Tabaré Vázquez a la Presidencia de la República, en cambio de signo histórico.
Ahora estamos a poco más de un año de los próximos comicios y de nuevo aparece como entreverada la baraja. Y ello porque el nuevo gobierno, que trató de mejorar la distribución del ingreso montado en una inédita política social, se debió enfrentar a nuevos desafíos y a algunas situaciones que tienen su base en parecidas cerrazones ideológicas a las anteriores.
El gobierno trata de contemplar muchos frentes al mismo tiempo. En muchos ha tenido éxito, pero otros todavía están por el camino. Éxito en manejar la etapa de crecimiento del PBI, que hace cinco años tiene un incremento histórico, dentro de un marco de relativa austeridad. Se ha verificado, también, una reducción de la pobreza y la marginalidad, pero con cifras que pueden relativizarse, porque el fenómeno de achicamiento no se hace ostensible. Por supuesto que hay todavía muchas asignaturas pendientes que deben completarse. Una de ellas es la de la reforma educativa que sigue las dificultades del no ponerse de acuerdo en las propias filas frenteamplistas y otra de ellas es la modernización y reforma del Estado, a la que le otorgamos una principal importancia. La actual estructura, con su gigantismo fuera de toda medida, exige esfuerzos para su mantenimiento que redundan en un achatamiento de toda la sociedad que está mostrando descontento. No se puede negar que el IRPF provocó una revulsiva reacción en la clase media que, más allá de los avances objetivos, ve en las obligaciones que tiene que doblar mensualmente una situación de intrínseca injusticia por la cual – se entiende- que se busca nivelar a la sociedad hacia abajo.
Ahora se acerca una prueba de fuego para el gobierno y el país en su conjunto, que es anunciado cambio de la coyuntura internacional, que determinará condiciones distintas a las actuales, mucho menos positivas que las anteriores, con un aumento del precio del dólar, una caída del de las materias primas que hoy exportamos a niveles récords y, además, una reducción de mercados, también acotados por una caída en el consumo en los países compradores. Este panorama es previo al proceso electoral y quizás esté en pleno apogeo cuando los uruguayos, en octubre próximo, estemos votando por el nuevo gobierno.
Es de esperar que las cosas de manejen bien, que no se continúe castigando a los sectores medios, porque las asignaturas pendientes solo podrían ser solucionadas por otro gobierno de signo progresista.
Carlos Santiago
Periodista.
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