UNASUR, contracara del panamericanismo
- Opinión
Desde fines del siglo XX y comienzos del XXI América del Sur adquiere un nuevo protagonismo en el escenario internacional. La región recibe entonces el impacto de una profunda crisis, como consecuencia del derrumbe del modelo económico neoliberal y de una democracia corrupta y deslegitimada. Esto se tradujo en cambios internos de orden político; en una reafirmación de los vínculos externos existentes y la creación de otros nuevos entre la mayoría de los países vecinos; y en actitudes muchas veces adoptadas en común frente al orden económico y político mundial.
Los cambios políticos comenzaron cuando Hugo Chávez accedió al poder en Venezuela (en 1999, reelegido dos veces), y Lula en Brasil, 2003 (reelegido en 2007). Les siguieron Néstor Kirchner (2003); Tabaré Vázquez en Uruguay (2005); Evo Morales, el primer presidente indígena de Bolivia (2006); Rafael Correa (2007) en Ecuador; y Michelle Bachelet (2006) y Cristina Fernández de Kirchner (2007), las primeras mujeres en alcanzar el Poder Ejecutivo mediante elecciones en sus respectivos países; a lo que se suma la reciente victoria de Fernando Lugo en Paraguay. Todos ellos ubicados en un espectro político que va desde la centro-izquierda al neodesarrollismo, con expresiones que hacen recordar experiencias populistas. Pero lo que llama la atención, sobre todo, es la casi simultaneidad de los procesos y el hecho de que no responden a la influencia de sectores de poder tradicionales.
Se manifiesta, en cambio, la ruptura en forma generalizada, de una tradición lejana que viene desde los albores de los procesos de emancipación sudamericana, cuando los únicos que podían participar en las decisiones políticas eran los llamados vecinos, excluyendo tanto a los blancos pobres como a los indios, negros, mestizos y mujeres. La reactivación económica y la aspiración de lograr una mejor distribución de ingresos en toda la región constituyen, por otra parte, al menos en los programas o discursos oficiales, metas comunes de los nuevos gobiernos, con políticas que en su elaboración o aplicación resultan a menudo disímiles y más o menos afortunadas, y distintos tipos de oposiciones internas, pero orientadas en general a retomar esquemas de desarrollo productivo, eliminar la pobreza y la desocupación y obtener mayores grados de autonomía externa.
Culminando este proceso, la reciente cumbre de países del hemisferio sur realizada en Brasilia sentó las bases de una nueva institución, mediante la firma del Tratado Constitutivo de la Unión de Naciones Sudamericanas (UNASUR), un significativo actor global que se suma al escenario internacional. Las cifras del posible bloque son contundentes. En efecto, con 12 países y una población superior a los 376 millones de habitantes parece proyectarse hacia el futuro como un espacio económico y geopolítico importante: “América del Sur unida moverá el tablero del poder en el mundo” se atrevió a decir el presidente brasileño Lula. La inmensa región bioceánica tiene unos 17,7 millones de kilómetros cuadrados y cuenta, a su vez, con grandes recursos naturales, fundamentalmente petróleo, minerales y reservas gasíferas para más de un siglo, casi el 30% del agua dulce del mundo, 8 millones de km2 de bosques, la más grande frontera agrícola mundial, el mayor volumen de biodiversidad y agua potable del mundo, y el liderazgo mundial en la producción y exportación de alimentos.
Su propósito inicial es, sin embargo, político, procurando lograr una mayor unidad de los dos bloques existentes: el Mercosur y el CAN (Comunidad Andina de Naciones), aunque por ahora constituye un acuerdo intergubernamental y no un ente supranacional. Pero, al mismo tiempo, a propuesta de Brasil se agregó en la Cumbre un componente estratégico, que aunque todavía no fue aprobado dio lugar a la constitución de un grupo de trabajo que tiene 90 días para definirlo: el proyecto de conformar un Consejo de Defensa de Sudamérica. No se trata de crear una alianza como la OTAN, sino de constituir un foro para promover el diálogo entre los ministerios de defensa de la región. No obstante, este proyecto tiene un significado histórico: el de romper con un precedente como el del TIAR (Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca), pacto firmado en 1947 por los países latinoamericanos con EEUU y destinado a hacer frente a la presunta amenaza soviética en los comienzos de la llamada “guerra fría”. El nuevo Consejo sería, en verdad, la última frutilla que le faltaba a la torta dirigida a lograr en forma conjunta una mayor autonomía de la región, luego del fracaso del ALCA, la asociación de libre comercio para las Américas propuesta sin éxito por Washington.
No es casual, sin embargo, que remedando al memorioso Funes del cuento borgeano, la política exterior de los Estados Unidos, ocupada sobre todo en Medio Oriente, volviera a recuperar en su agenda el hemisferio sur del continente. Una muestra de ello es la iniciativa de armar nuevamente la IV Flota, que deberá operar en el Caribe, América Central y América del Sur desde el 1ro de julio, teniendo en cuenta que esa Flota, desmantelada en 1950, no había sido puesta en funcionamiento a pesar de la crisis de los misiles en Cuba y de la misma Revolución Cubana. Esta decisión demuestra, en todo caso, que la región no fue marginada totalmente de viejas aspiraciones globales, aunque en los últimos tiempos se abrieron espacios que fueron ocupados por el protagonismo de Chávez, las transformaciones de la Bolivia presidida por Morales y, más recientemente, del Ecuador encabezado por Correa. En cambio, EEUU pudo sostener a Uribe a través del Plan Colombia, con subsidios para la erradicación de cultivos de coca y el combate contra el narcotráfico, y también a modo de cuña en relación a vecinos potencialmente peligrosos. Fiel aliado de la potencia del norte, como lo demuestra su rechazo anticipado a conformar el proyectado Consejo de Defensa de Sudamérica, el gobierno de Bogotá dio una muestra de su aprendizaje en materia de operaciones bélicas preventivas atacando en territorio ecuatoriano a un grupo de las FARC. No es un dato menor este hecho: por primera vez en América Latina un país vecino violó la soberanía de otro con la excusa de atacar al enemigo interno, aunque éste se encuentre fuera de su territorio.
Las heridas de ese acontecimiento no han sido cerradas. El presidente Correa decidió no renovar el acuerdo que en 1998 le permitió a los Estados Unidos establecerse por diez años en la base aérea de Manta, un tema crítico en el debate regional acerca de los límites del poder estadounidense en América Latina. No en vano la administración Bush apoyó explícitamente a Colombia en la crisis diplomática que estalló a raíz del ataque sobre el espacio ecuatoriano. Por otra parte, la inquietante situación boliviana y los intentos de Washington, aletargados pero latentes, de tener ingerencia en la región amazónica y, sin duda, en las reservas del acuífero guaraní, y de sostener la hipótesis de la existencia de células terroristas en la triple frontera argentino-brasileño-paraguaya, así como su manifiesta oposición al gobierno venezolano, son señales a tener en cuenta.
La constitución del UNASUR y la propuesta de un Consejo de Defensa Sudamericano muestran la voluntad de los países de la región de lograr un tipo de integración muy diferente a la vieja idea del panamericanismo, la alianza política, económica y militar del hemisferio bajo el liderazgo norteamericano que la potencia del norte impulsó incansablemente, con distintas modalidades, desde fines del siglo XIX.
- Mario Rapoport, Economista e historiador, Investigador superior del Conicet
Fuente: Semanario Virtual Caja de Herramientas
Corporación Viva la Ciudadanía. www.vivalaciudadania.org
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