Educación y castigo
23/03/2008
- Opinión
El ministro de educación anunció que de 183,118 profesoras y profesores de primaria y secundaria de la educación pública de Perú que respondieron a una prueba, 174,374, fueron desaprobados. Sólo 151 (95.22%) aprobaron el examen con una nota superior a 14, y 8,593 (4.69 %) alcanzaron entre 11 y 13.98. Arbitrariamente, el gobierno fijó la nota 14 (sobre 20) para que los profesores sean nombrados, dejando de lado la norma oficial de aprobar un examen con 11. La prueba fue elaborada por técnicos de ESAN una Escuela Superior de Negocios, convertida hace pocos años en universidad privada, sin experiencia alguna en formación de maestros. Hasta el momento en que escribo este artículo la prueba parece escondida.
Al anunciar los resultados, el ministro no dijo una sola palabra sobre algo tan evidente: si el 95 % no aprobó, es inevitable deducir que la prueba no estuvo a la altura de los examinados y la responsabilidad de este hecho recae en quienes la hicieron y en quienes la encargaron. Los maestros que enseñamos sabemos muy bien que si más de la mitad de los examinados desaprueba un examen la responsabilidad es nuestra. El ministro Chang podría ser un buen gerente como rector de una universidad privada pero ¿tiene calificación para el cargo que ocupa?
Al presentar los resultados, el ministro no pudo ocultar su satisfacción por ofrecer dos conclusiones: la educación pública es en Perú un desastre y el SUTEP (Sindicato de profesores) tiene la culpa. Complacientes, los medios de comunicación y los voceros de los partidos políticos repitieron lo mismo sin el más mínimo espíritu crítico para ir más allá de las apariencias. Dieron un paso más en la misma dirección: “¡Qué vergüenza!, ¡Hay que echarlos a todos!, ¡hay que comenzar de cero!”. Sería difícil entender lo que acabo de decir si no se tiene en cuenta algunos hechos propios de la historia peruana.
1. Desde 1940 hasta hoy se respira en todo el Perú el mito contemporáneo de la escuela. Descubrí este mito en los andes peruanos y lo presenté por escrito del modo siguiente:
“La oposición entre el mundo occidental y la comunidad andina es concebida como oposición entre la noche y el día. Los que pertenecen al mundo de la noche no tienen ojos, son ciegos; por el contrario, los que se sitúan en el día tiene ojos y ven. Los componentes principales de la cultura andina: lengua quechua, autoridades alcaldes varas, los vestidos… son marcados por un signo negativo, mientras que lo español, la ciudad y la costa, Lima, la tradición cristiana… son marcados con un signo positivo. El tránsito entre estos dos mundos es posible gracias al progreso; es decir, al abandono de la noche para ir al hacia el día. Despertar, abrir los ojos, constituye el comienzo de este tránsito. Para despertar es necesario saber leer, ir a la escuela. Saber leer, tener una escuela, ir a la escuela, se convierten en aspiraciones- necesidades. La aspiración necesidad debe entonces realizarse y para eso se convierte en una reivindicación política” (Rodrigo Montoya, Capitalismo y no capitalismo en el Perú, Mosca Azul Editores, 1980, pp311-312).
La realización de este deseo profundo de ir a la escuela para ser parte del mundo de la luz abrió en Perú el horizonte de la masificación de la educación. El secular privilegio de tener una escuela para un pequeño fragmento del país fue quebrado pero los costos siguen siendo muy altos: a la extraordinaria multiplicación de escuelas y colegios le siguió una inevitable improvisación de profesores y autoridades educativas. Al mismo tiempo, esa masificación es parte de un proceso contradictorio de democratización de la sociedad peruana luego de la brutal rigidez colonial española y republicana.
2. En gran parte del país sigue vigente la profunda convicción de la educación como sinónimo de luz, de virtud en sí. Sería suficiente ir a la escuela y educarse para ser modernos y progresar. Sólo en los últimos años, un reducido número de padres de familia se pregunta qué educación reciben nuestros hijos y qué educación debieran recibir. Cuando las rondas campesinas de Piura hacia 1980 acordaron sancionar a los choferes de microbuses que llevaban profesores en días de semana y cuando los comuneros aymaras a orilla del Lago Titicaca decidieron pagar un profesor privado para sustituir al siempre ausente profesor de la escuela pública, aparecieron –felizmente- en el horizonte los primeros síntomas de un juicio crítico.
3. En 1971 se fundó el Sindicato Único de Profesores de la Educación Peruana, en el mismo momento en que el gobierno militar del General Velasco Alvarado ponía en marcha una nueva reforma educativa. Como todo proceso político militar esa reforma fue impuesta y sus responsables, principalmente profesores universitarios de prestigio, no tuvieron en cuenta a los maestros de base. En 1971, en la comunidad de Minune, (Aymareas, Apurímac) el profesor de la escuela primaria unidocente me recibió con todos los textos de la reforma educativa sobre su mesa de trabajo. Tres días después, en la despedida, luego de cantar en quechua, me dijo que mostró todos esos textos oficiales porque creía que yo podía ser un enviado del ministerio, que en realidad no los usaba porque no los entendía y porque la reforma educativa no tomaba en cuenta a los maestros como él. El general Velasco y sus funcionarios civiles de entonces estaban convencidos de la bondad de la reforma educativa y esperaban un inmediato apoyo de todos los maestros. No fue así. Recuerdo que desde el Sistema Nacional de Apoyo a la Movilización Social (SINAMOS) Social el gobierno creó el Sindicato de Educadores de la Revolución Peruana, SERP, como un gremio paralelo al SUTEP, que desapareció al poco tiempo, sin gloria alguna.
4. El SUTEP, conquistó la adhesión de la mayor parte de profesores pero sus dirigentes cometieron dos errores históricos: se ocuparon únicamente de las reivindicaciones salariales y gremiales, y creyeron que el sindicato pertenecía a “Patria Roja” un partido formado por una de las muchas escisiones del Partido Comunista pro chino Bandera Roja. Confundir el partido con el sindicato ha sido y sigue siendo uno de los graves errores de la izquierda en Perú. El rechazo del SUTEP a todos los partidos que gobiernan desde 1970 explica la fijación oficial contra el SUTEP. Los gobiernos confunden a todos los maestros con el SUTEP y su deseo consciente e inconsciente de castigar a Patria Roja termina siendo un castigo a todos los profesores. Insultarlos, menospreciarlos, disminuirlos, agredirlos, es moneda corriente.
5. No hay en Perú un proyecto nacional educativo y las alianzas de la clase política que gobiernan no tienen interés real alguno en cambiar la educación. La privatización de la educación y la voluntad de dejar caer a la educación pública son los únicos puntos programáticos que sí se realizan todos los días. Ahora hay más universidades privadas que públicas y ha aparecido una nueva especie de hacendados: los dueños de universidades como los viejos latifundios de caña de azúcar o algodón. En las palabras, discursos y poses unitarias para la foto, toda la clase política apoya un “acuerdo nacional” y se “asumen” las propuestas del Consejo Nacional de Educación. En los hechos, no.
Vale la pena hacer un pequeño ejercicio para distribuir las responsabilidades de una educación peruana en la que el 95 % de maestros no aprueba un examen como el que comentamos. El punto de partida es muy sencillo: los maestros enseñan lo que les enseñaron. En consecuencia, haya que preguntarse qué pasa en los institutos y facultades de formación de maestras y maestros. Los profesores de profesores siguen las rutas (planes, programas y etc.) propuestas por el Ministerio de Educación. En este punto del recorrido, pareciera que son los ministros de educación los responsables de lo que ocurre. Formalmente sí pero ¿quiénes los nombran, por qué y para qué? Los presidentes de la República. En el extremo superior de la pirámide, los responsables son los presidentes. Ya sabemos que gran parte de los ministros de educación saben tanto de educación como los administradores de empresas de literatura o de antropología. Los escogen por los favores recibidos, por amistad, u otras razones más, sin que la competencia profesional en el tema sea el motivo principal. Los presidentes cometen el mismo error que critican al SUTEP: colocar la política por encima de todo.
En el extremo inferior de la pirámide se encuentran los maestros que como personas son muy diferentes y están lejos de ser simples cifras estadísticas. Cuando hablamos de doscientos o de trescientos mil maestros no es posible generalizar. Muchos tienen vocación por enseñar, otros muchos no y podrían desempeñarse mejor como comerciantes. Ocurre lo mismo dentro de las universidades públicas y privadas, del primero, segundo y tercer mundo. Muchos quisieran seguir estudiando pero no pueden porque tienen salarios bajísimos. En otros mejores tiempos los sueldos eran decentes. Es verdad que en los últimos años ha habido un esfuerzo por aumentar los sueldos, pero se está muy lejos de lo que en realidad se requiere. A los dirigentes sindicales les corresponde una responsabilidad por no ofrecer en serio y con consistencia sus propias alternativas para mejorar la formación de los docentes.
Es muy fácil e irresponsable culpar a los maestros de su mala formación profesional y es muy lamentable que el presidente de la república y el ministro no digan una palabra sobre la responsabilidad de los gobiernos.
¿Qué hacer? ¿Acabar con el SUTEP de una vez?, ¿echar a la calle a doscientos mil maestros? ¿Inventar por arte de magia a otros doscientos mil con todas las “competencias que la globalización requiere?”. Como el problema es grave las soluciones son muy difíciles. Formar de otro modo a los profesores y volver a preparar a los profesores con serias deficiencias supone disponer de una propuesta nacional para la educación, de recursos financieros importantes que el país posee pero que la clase política niega al sector educación. Si los hijos de quienes toman las decisiones se educasen en colegios públicos, otra sería la historia en Perú. El ejemplo del ex presidente Alberto Fujimori parece maravilloso: con fondos del tesoro público a través tarjetas de crédito de Vladimiro Montesinos, el ciudadano japonés pagó todos los años de estudios superiores de sus cuatro hijos en Estados Unidos. En los próximos tres años, el gobierno aprista -digo, es un decir- lamentará no tener los recursos suficientes para atender la demanda del sector educación porque “desgraciadamente el número de maestros es muy alto”. Ya conocemos ese argumento-pretexto. El último tercio de aumento a los profesores universitarios dependerá de un examen para no gastar mucho dinero. La amenaza es del Sr. Alan García Pérez.
Tomar la sartén por el mango para resolver los problemas significar tratar a los maestros como a personas, con respeto, sin insultarlos, sin menospreciarlos. Por la herencia y el racismo coloniales este desprecio sigue siendo muy grande, desgraciadamente, y es peor cuando los insultos salen del propio presidente de la República, de su amigo ministro de educación y algunos de los dirigentes más importantes de su partido.
Al anunciar los resultados, el ministro no dijo una sola palabra sobre algo tan evidente: si el 95 % no aprobó, es inevitable deducir que la prueba no estuvo a la altura de los examinados y la responsabilidad de este hecho recae en quienes la hicieron y en quienes la encargaron. Los maestros que enseñamos sabemos muy bien que si más de la mitad de los examinados desaprueba un examen la responsabilidad es nuestra. El ministro Chang podría ser un buen gerente como rector de una universidad privada pero ¿tiene calificación para el cargo que ocupa?
Al presentar los resultados, el ministro no pudo ocultar su satisfacción por ofrecer dos conclusiones: la educación pública es en Perú un desastre y el SUTEP (Sindicato de profesores) tiene la culpa. Complacientes, los medios de comunicación y los voceros de los partidos políticos repitieron lo mismo sin el más mínimo espíritu crítico para ir más allá de las apariencias. Dieron un paso más en la misma dirección: “¡Qué vergüenza!, ¡Hay que echarlos a todos!, ¡hay que comenzar de cero!”. Sería difícil entender lo que acabo de decir si no se tiene en cuenta algunos hechos propios de la historia peruana.
1. Desde 1940 hasta hoy se respira en todo el Perú el mito contemporáneo de la escuela. Descubrí este mito en los andes peruanos y lo presenté por escrito del modo siguiente:
“La oposición entre el mundo occidental y la comunidad andina es concebida como oposición entre la noche y el día. Los que pertenecen al mundo de la noche no tienen ojos, son ciegos; por el contrario, los que se sitúan en el día tiene ojos y ven. Los componentes principales de la cultura andina: lengua quechua, autoridades alcaldes varas, los vestidos… son marcados por un signo negativo, mientras que lo español, la ciudad y la costa, Lima, la tradición cristiana… son marcados con un signo positivo. El tránsito entre estos dos mundos es posible gracias al progreso; es decir, al abandono de la noche para ir al hacia el día. Despertar, abrir los ojos, constituye el comienzo de este tránsito. Para despertar es necesario saber leer, ir a la escuela. Saber leer, tener una escuela, ir a la escuela, se convierten en aspiraciones- necesidades. La aspiración necesidad debe entonces realizarse y para eso se convierte en una reivindicación política” (Rodrigo Montoya, Capitalismo y no capitalismo en el Perú, Mosca Azul Editores, 1980, pp311-312).
La realización de este deseo profundo de ir a la escuela para ser parte del mundo de la luz abrió en Perú el horizonte de la masificación de la educación. El secular privilegio de tener una escuela para un pequeño fragmento del país fue quebrado pero los costos siguen siendo muy altos: a la extraordinaria multiplicación de escuelas y colegios le siguió una inevitable improvisación de profesores y autoridades educativas. Al mismo tiempo, esa masificación es parte de un proceso contradictorio de democratización de la sociedad peruana luego de la brutal rigidez colonial española y republicana.
2. En gran parte del país sigue vigente la profunda convicción de la educación como sinónimo de luz, de virtud en sí. Sería suficiente ir a la escuela y educarse para ser modernos y progresar. Sólo en los últimos años, un reducido número de padres de familia se pregunta qué educación reciben nuestros hijos y qué educación debieran recibir. Cuando las rondas campesinas de Piura hacia 1980 acordaron sancionar a los choferes de microbuses que llevaban profesores en días de semana y cuando los comuneros aymaras a orilla del Lago Titicaca decidieron pagar un profesor privado para sustituir al siempre ausente profesor de la escuela pública, aparecieron –felizmente- en el horizonte los primeros síntomas de un juicio crítico.
3. En 1971 se fundó el Sindicato Único de Profesores de la Educación Peruana, en el mismo momento en que el gobierno militar del General Velasco Alvarado ponía en marcha una nueva reforma educativa. Como todo proceso político militar esa reforma fue impuesta y sus responsables, principalmente profesores universitarios de prestigio, no tuvieron en cuenta a los maestros de base. En 1971, en la comunidad de Minune, (Aymareas, Apurímac) el profesor de la escuela primaria unidocente me recibió con todos los textos de la reforma educativa sobre su mesa de trabajo. Tres días después, en la despedida, luego de cantar en quechua, me dijo que mostró todos esos textos oficiales porque creía que yo podía ser un enviado del ministerio, que en realidad no los usaba porque no los entendía y porque la reforma educativa no tomaba en cuenta a los maestros como él. El general Velasco y sus funcionarios civiles de entonces estaban convencidos de la bondad de la reforma educativa y esperaban un inmediato apoyo de todos los maestros. No fue así. Recuerdo que desde el Sistema Nacional de Apoyo a la Movilización Social (SINAMOS) Social el gobierno creó el Sindicato de Educadores de la Revolución Peruana, SERP, como un gremio paralelo al SUTEP, que desapareció al poco tiempo, sin gloria alguna.
4. El SUTEP, conquistó la adhesión de la mayor parte de profesores pero sus dirigentes cometieron dos errores históricos: se ocuparon únicamente de las reivindicaciones salariales y gremiales, y creyeron que el sindicato pertenecía a “Patria Roja” un partido formado por una de las muchas escisiones del Partido Comunista pro chino Bandera Roja. Confundir el partido con el sindicato ha sido y sigue siendo uno de los graves errores de la izquierda en Perú. El rechazo del SUTEP a todos los partidos que gobiernan desde 1970 explica la fijación oficial contra el SUTEP. Los gobiernos confunden a todos los maestros con el SUTEP y su deseo consciente e inconsciente de castigar a Patria Roja termina siendo un castigo a todos los profesores. Insultarlos, menospreciarlos, disminuirlos, agredirlos, es moneda corriente.
5. No hay en Perú un proyecto nacional educativo y las alianzas de la clase política que gobiernan no tienen interés real alguno en cambiar la educación. La privatización de la educación y la voluntad de dejar caer a la educación pública son los únicos puntos programáticos que sí se realizan todos los días. Ahora hay más universidades privadas que públicas y ha aparecido una nueva especie de hacendados: los dueños de universidades como los viejos latifundios de caña de azúcar o algodón. En las palabras, discursos y poses unitarias para la foto, toda la clase política apoya un “acuerdo nacional” y se “asumen” las propuestas del Consejo Nacional de Educación. En los hechos, no.
Vale la pena hacer un pequeño ejercicio para distribuir las responsabilidades de una educación peruana en la que el 95 % de maestros no aprueba un examen como el que comentamos. El punto de partida es muy sencillo: los maestros enseñan lo que les enseñaron. En consecuencia, haya que preguntarse qué pasa en los institutos y facultades de formación de maestras y maestros. Los profesores de profesores siguen las rutas (planes, programas y etc.) propuestas por el Ministerio de Educación. En este punto del recorrido, pareciera que son los ministros de educación los responsables de lo que ocurre. Formalmente sí pero ¿quiénes los nombran, por qué y para qué? Los presidentes de la República. En el extremo superior de la pirámide, los responsables son los presidentes. Ya sabemos que gran parte de los ministros de educación saben tanto de educación como los administradores de empresas de literatura o de antropología. Los escogen por los favores recibidos, por amistad, u otras razones más, sin que la competencia profesional en el tema sea el motivo principal. Los presidentes cometen el mismo error que critican al SUTEP: colocar la política por encima de todo.
En el extremo inferior de la pirámide se encuentran los maestros que como personas son muy diferentes y están lejos de ser simples cifras estadísticas. Cuando hablamos de doscientos o de trescientos mil maestros no es posible generalizar. Muchos tienen vocación por enseñar, otros muchos no y podrían desempeñarse mejor como comerciantes. Ocurre lo mismo dentro de las universidades públicas y privadas, del primero, segundo y tercer mundo. Muchos quisieran seguir estudiando pero no pueden porque tienen salarios bajísimos. En otros mejores tiempos los sueldos eran decentes. Es verdad que en los últimos años ha habido un esfuerzo por aumentar los sueldos, pero se está muy lejos de lo que en realidad se requiere. A los dirigentes sindicales les corresponde una responsabilidad por no ofrecer en serio y con consistencia sus propias alternativas para mejorar la formación de los docentes.
Es muy fácil e irresponsable culpar a los maestros de su mala formación profesional y es muy lamentable que el presidente de la república y el ministro no digan una palabra sobre la responsabilidad de los gobiernos.
¿Qué hacer? ¿Acabar con el SUTEP de una vez?, ¿echar a la calle a doscientos mil maestros? ¿Inventar por arte de magia a otros doscientos mil con todas las “competencias que la globalización requiere?”. Como el problema es grave las soluciones son muy difíciles. Formar de otro modo a los profesores y volver a preparar a los profesores con serias deficiencias supone disponer de una propuesta nacional para la educación, de recursos financieros importantes que el país posee pero que la clase política niega al sector educación. Si los hijos de quienes toman las decisiones se educasen en colegios públicos, otra sería la historia en Perú. El ejemplo del ex presidente Alberto Fujimori parece maravilloso: con fondos del tesoro público a través tarjetas de crédito de Vladimiro Montesinos, el ciudadano japonés pagó todos los años de estudios superiores de sus cuatro hijos en Estados Unidos. En los próximos tres años, el gobierno aprista -digo, es un decir- lamentará no tener los recursos suficientes para atender la demanda del sector educación porque “desgraciadamente el número de maestros es muy alto”. Ya conocemos ese argumento-pretexto. El último tercio de aumento a los profesores universitarios dependerá de un examen para no gastar mucho dinero. La amenaza es del Sr. Alan García Pérez.
Tomar la sartén por el mango para resolver los problemas significar tratar a los maestros como a personas, con respeto, sin insultarlos, sin menospreciarlos. Por la herencia y el racismo coloniales este desprecio sigue siendo muy grande, desgraciadamente, y es peor cuando los insultos salen del propio presidente de la República, de su amigo ministro de educación y algunos de los dirigentes más importantes de su partido.
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