Las izquierdas: su paupérrimo desempeño en las elecciones

01/10/2007
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Las izquierdas guatemaltecas: una interpretación sociológica a su reciente paupérrimo desempeño en las elecciones generales

Introducción:

Tal y como ya es de pleno conocimiento público, el bajo desempeño mostrado en los recientes comicios electorales por parte de las dos principales agrupaciones políticas consideradas de izquierda en Guatemala (Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca –URNG- y Alianza Nueva Nación  -ANN-), ha dado lugar a una serie de reflexiones y análisis desde distintos ángulos, la mayoría de ellos orientados hacia la búsqueda de explicaciones que ayuden a  tener una mejor comprensión del fenómeno.

En este mismo sentido me permito aportar la presente reflexión, con el objetivo de abonar al debate objetivo y lo más desapasionado posible, articulando diverso tipo de enfoques para lograr una aproximación más integral.

En este escrito no son abordados los casos de las agrupaciones conocidas como “Encuentro por Guatemala” (EG), y el denominado “Movimiento Winak”, dado que el autor de este escrito (al igual que la definición que así mismos se han dado sus propios dirigentes), no considera a ambas entidades como agrupaciones catalogables de izquierda.

Este artículo consta básicamente de 6 planteamientos centrales, los cuales se enumeran  y argumentan a continuación.

Planteamiento número uno:

Los extremadamente modestos resultados electorales obtenidos por las izquierdas oficiales guatemaltecas (URNG/ANN), en los últimos cuatro comicios generales (1995; 1999; 2003; 2007), es el resultado de un largo ciclo de reflujo, un proceso de divorcio entre las izquierdas sociales y sus antiguas “vanguardias revolucionarias” iniciado a partir de los trágicos sucesos de 1981 y 1982.

En numerosos escritos políticos desarrollados por pensadores considerados clásicos en las ciencias sociales, se señala los negativos efectos de larga duración que provocan en los pueblos sublevados la traumática y amarga experiencia de la insurrección fracasada (1).

En el caso particular de Guatemala, y con diversos grados de involucramiento, a fines de los años setenta e inicios de los ochentas, centenares de miles de guatemaltecos del campo y de la ciudad volcaron su confianza en la convocatoria  cuasi-insurreccional de las izquierdas oficiales, en aquellos días configuradas como organizaciones polìico-militares (2).

El fracaso del empuje insurrecional provocado por la gigantesca y sangrienta campaña contra-insurgente ejecutada en el campo y las ciudades por el ejército guatemalteco entre 1981 y 1982, marcó el punto de inflexión que dio inicio a un largo ciclo de reflujo de las masas progresistas (izquierdas sociales), que no ha concluido hasta hoy.

Sin que nadie conozca hasta el momento cifras exactas o siquiera aproximadas, me atrevo a plantear que una parte considerable del actual caudal electoral potencial de izquierda, vivió directa o indirectamente aquellos acontecimientos, y que hoy en día no vota (estaría por tanto entre ese 40 % de los empadronados que nos ausentamos de las urnas), vota nulo o lo hace votando por otros partidos considerados por ellos de tendencia moderada.

Planteamiento número dos:

Con la incorporación a la vida política legal y su configuración como entidades políticas formal y legalmente constituidas, las izquierdas oficiales ganaron en legalidad pero profundizaron su crisis de legitimidad.

Aunque casi nadie aborde este punto concreto, hay que señalar que parte del problema que durante más de 20 años vienen arrastrando las izquierdas oficiales, es su crisis de legitimidad, la cual, según mi entender, se inició con los terribles acontecimientos del período arriba descritos.

El período posterior a la firma de los Acuerdos de Paz en 1996, no hizo más que profundizar esa crisis de viejo cuño, debido en parte, al acomodaticio posicionamiento en el que cayó  la alta dirigencia de la izquierda oficial.

Decenas de miles de desplazados internos, retornados procedentes del sur de México, militantes sindicales, estudiantiles, cooperativistas, miembros de organizaciones campesinas, organizaciones cristianas de base etc., tuvieron nuevos argumentos y razones de peso para continuar alejándose de las dirigencias, estructuras y posiciones de las izquierdas oficiales.

Lo anterior, aunado a la priorizaciòn por la búsqueda, creación y oxigenación de nuevos espacios políticos, y a las necesidades propias de la sobrevivencia, hizo que buena parte de las izquierdas sociales se orientaran hacia nuevos cauces organizativos más cercanos a sus intereses inmediatos.

Planteamiento número tres:

Lo expuesto en los dos planteamientos anteriores, ha estado como causa de fondo detrás de la definitiva separación de las izquierdas en dos grandes campos, y del proceso de profunda fragmentación que desde hace más de una década se vive en su interior.

Ya desde antes de la realización de los comicios electorales de 1995, las izquierdas guatemaltecas estaban claramente divididas en lo que podría denominarse como “izquierdas sociales” y las izquierdas “institucionales” u oficiales.

Desde inicios de los años noventa, las izquierdas sociales buscaban priorizar reivindicaciones inmediatas a nivel local o sectorial, mientras las izquierdas oficiales se enfrascaron en aspectos más globales, como el proceso de negociación con el gobierno y su re-inserción a la vida civil.

Lo que ha sucedido después de 1996 en el campo de las izquierdas sociales, a parte de su divorcio definitivo con sus pares institucionales,  ha sido la experimentación de una arraigada fragmentación, como consecuencia además de la obvia falta de un nuevo proyecto político de cohesión nacional e intersectorial, de la extendida “oenegizaciòn” y “feudalizaciòn” de buena parte de los movimientos sociales progresistas, con todo y sus luchas y pugnas entre si por recursos de la cooperación internacional.

Un resultado patente como patético ha sido que las izquierdas sociales, en virtud de priorizar la sobre vivencia de sus dirigencias,  “bases” y agendas, han dificultado aún más no sólo la unidad potencial sino también el encuentro y el debate abierto de los temas de fondo. 

Hay muchos intereses de por medio y nadie quiere poner en riesgo sus “financiamientos” ni comprometer criterio.  Viviendo en tiempos mejores en términos de mayor libertad de expresión, las izquierdas sociales se imponen entonces así mismas la auto-censura y la desmovilización total ante temas nacionales de enorme urgencia.  

Planteamiento número cuatro:

Unas izquierdas oficiales débiles y carentes de sujetos sociales o “fuerzas motrices” que empujen su agenda programática, han terminado haciendo del parlamentarismo un fin en si mismo.
 
En tales condiciones, la única posibilidad de sobre vivencia política para las izquierdas oficiales (particularmente URNG), ha sido el refugiarse en la actividad parlamentaria, e intentar mantener sus vínculos institucionales con su “voto cautivo” (por demás, micro-focalizado en términos geográficos), lo cual queda demostrado con la simple revisión de las últimas memorias oficiales de los resultados electorales diputacionales y por alcaldías del Tribunal Supremo Electoral (TSE).

Su misma debilidad hace que para las izquierdas oficiales sea muy difícil emprender alianzas políticas serias con otros sectores del campo de las izquierdas sociales, tal y como sucedió esta vez con “Maíz” en esta reciente contienda electoral, que significó muy escasos réditos electorales para la URNG (3).

Planteamiento número cinco
:

Dadas las circunstancias generales predominantes en el actual escenario político nacional, es de prever, por una parte, la definitiva desaparición de los débiles nexos aún existentes entre las izquierdas sociales y las oficiales, pero también, en segundo lugar, la división ulterior de las izquierdas sociales en dos grandes bloques: el bloque reformista y el bloque anti-sistémico.

Existe en la actualidad un innegable proceso de radicalizaciòn polìtica en Guatemala, pero curiosamente, esta radicalizaciòn polìtica no proviene de los sectores inconformes de las izquierdas sociales, sino màs bien, de las èlites tradicionales, que paradójicamente, desde 1996 han emprendido toda una nueva etapa de re-afianzamiento y re-configuración de su ya longevo poder hegemónico sobre la vida económica y política del país.

Sumado a ello, otra serie de factores socio-económicos y políticos (internos y externos) de incidencia innegable, están creando las condiciones para la incubación de probables respuestas “polarizantes,” por parte de sectores progresistas ante la nueva ofensiva oligárquica-neoliberal (4).

Hay “cierre de caminos”, una puesta contra la pared y un agotamiento de “válvulas de escape”, que hasta hoy en día en  Guatemala han impedido un retorno a las viejas polarizaciones políticas de los peores años de la guerra; el aplazamiento indefinido de la problemática de la tierra; la expansión latifundista hacia latitudes que antes carecían de interés (neo-latifundismo), las presiones de diverso tipo sobre poblaciones indígenas y campesinas por parte de transnacionales, crimen organizado y delincuencia común; el cierre gradual de la alternativa del viaje “salvador” hacia el Norte y el endurecimiento de las políticas anti-inmigratorias de los EEUU y sus repercusiones negativas sobre el PIB nacional vía reducción de remesas; la actual crisis del sistema financiero internacional cuyos coletazos tarde o temprano llegarán con fuerza a los sectores más vulnerables del campo y la ciudad, entre otros factores.

Y finalmente;

Planteamiento número seis:

Desde la perspectiva de los intereses vitales de la mayoría de los sectores que conforman las izquierdas sociales, el desafío más importante consiste en lograr materializar las profundas transformaciones estructurales que el país ha postergado desde 1954.   Ayudar a “Chapucear” la democracia guatemalteca sólo implicaría  profundizar el carácter perverso de la misma.

Alejada definitivamente de sus antiguas, extensas y poderosas “fuerzas motrices”, el único desafío que ahora pueden enfrentar las izquierdas oficiales (queda ahora únicamente la URNG en ese solitario campo pues ANN ha “fallecido” como partido polìtico ante el TSE), es intentar lograr una mejor representación y articulación de los intereses de sus exiguas bases, al interior de los reducidos márgenes de maniobra e incidencia que la democracia formal le puede otorgar en situaciones tan desventajosas.

Pero el desafío principal resulta ser muy distinto para los numerosos sectores que conforman el vasto campo de las izquierdas sociales.  Debido a sus condiciones cotidianas concretas, a la naturaleza y a la urgencia de sus demandas, su lucha y objetivos primordiales no pasan por el “remiendo democrático” o por el “zancudismo” en el  parlamento.

La  democracia formal es únicamente uno de los tantos mitos organizativos existentes.  En todo caso, esta es sólo un medio, nunca un fin en si mismo.   En esto coincido plenamente con Wallernstein, cuando critica a las fuerzas de izquierda en lo que considera es uno de sus errores estratégicos, como ha sido el depositar excesiva confianza en lo que él denomina “la transformación controlada” (5).

Es el famoso tema de la “toma de poder”, que tanto desvela a las dirigencias y bases de las izquierdas de aquí y de allá.  Las izquierdas sociales guatemaltecas no pueden darse el lujo de esperar otros 25 años para estar listas y ganar unas elecciones generales, solo para encontrarse que a los generales no les gustan esas elecciones.

Este es un criterio que afortunadamente también existe entre individuos de la intelectualidad indígena, hablo en concreto, de la intelectualidad de la izquierda indígena guatemalteca, que aunque no haga mucho ruido existe y es por cierto bastante lúcida. 

Cito textualmente a uno de ellos:
 
“La transformación del poder por medio de los partidos políticos es irreal, porque quien llega al poder es el que tiene mas dinero o quien esta de acuerdo con el proyecto de las èlites y del imperio…”

“…de esta manera, sigue siendo válida la movilización social para instaurar nuevas relaciones de poder  basadas en el derecho a la no-discriminación y la no exclusión, como etapa fundamental para el logro de la autonomía y la libre determinación, como derecho inherente a los pueblos indígenas”.
(6)

ALGUNAS CONCLUSIONES GENERALES:

En la actualidad, en Guatemala estamos viviendo todavía en medio de un ciclo largo de reflujo revolucionario, iniciado hace más de veinte años.  En tal sentido, los recientes resultados electorales obtenidos por las izquierdas oficiales no son más que una de las tantas expresiones de la “resonancia simbólica” que tal ciclo sigue provocando a nivel nacional.

El campo de las izquierdas sociales aún no ha alcanzado todavía sus máximos niveles de fragmentación.  Se agudizará todavía más cuando producto de la actual radicalización de las èlites hegemónicas guatemaltecas, se sub-divida a su vez en dos grandes bloques; el de los reformistas y el de los anti-sistémicos.

Las izquierdas guatemaltecas antes de estar en condiciones de refundar al Estado y al país, deben refundarse a sì mismas, sobre la base de un complejo conjunto de factores: nuevos postulados; nuevas interpretaciones y premisas sociológicas y políticas del país, la región y de si mismas; nuevos estilos de trabajo individual y colectivo: nuevas formas organizativas; nuevos liderazgos (asunto que va mucho más allá de simples “caras nuevas” o reduccionismos etàricos); y nuevas formas de inserción social.  Ello sólo para nombrar unos cuantos aspectos de algo hartamente complejo, largo e integral.

Las izquierdas oficiales guatemaltecas están experimentando actualmente la misma “fase disipativa” que experimentó el antiguo Partido Guatemalteco del Trabajo –PGT- (Partido Comunista), luego del derrocamiento del gobierno de Arbenz, pero exactamente al revés.   Mientras que para el PGT su entrada a la ilegalidad terminó disipándolo, para la URNG, en cambio, ha sido su entrada a la legalidad lo que le ha provocado el mismo efecto devastador.

Notas:

Por ejemplo, Vladimir I. Lenin, probablemente el más lúcido y prominente sociólogo que produjo Occidente en el siglo XX, afirmó en varios de sus cuantiosos escritos, que muchas veces incluso tienen que pasar varias generaciones para que un pueblo sublevado logre superar el trauma de la insurrección fallida.

Aquí la cifra “centenares de miles” de involucrados en la gesta insurrecional del período 1978-1981 no es exagerada.  Platicando con algunos de los actores clave de la lucha en aquellos años, me han confirmado estos datos.

“Maíz” quiso iniciarse como algo serio pero entró en rápida descomposición y debilitamiento en cuanto nació.  Comenzó como Frente Político-Social de Izquierda –FPSI- en septiembre del 2006, pero antes de que terminara el año (y por diversas razones) ya se habían retirado una buena parte de las organizaciones sociales y de personas que a título individual se habían incorporado.

Al respecto, véanse  las serias advertencias que realiza la iglesia católica en relación  a un empeoramiento de las precarias condiciones en el campo, y el potencial surgimiento de estallidos sociales, en ; “Urge reorientar la política económica y la inversión al desarrollo rural”; Comunicado de la Conferencia Episcopal de Guatemala –CEG-; Prensa Libre, 25 septiembre, 2007, p. 41.

Impensar las Ciencias Sociales”; Inmanuel Wallerstein: Siglo XXI  Editores, México, 2004.

Pueblos indígenas: Estado, democracia y partidos políticos en el Continente de Abya Yala”; Kaj Koj- Màximo Ba Tiul; “Reflexiones”, Año 1, No. 5, Nueva Época; Instituto de Estudios Interétnicos –IDEI-, USAC, Agosto, 2007.

Sergio Barrios Escalante
Cientista e investigador social, articulista y ensayista.
Editor de Tulum.
http://tulum.weblog.net
https://www.alainet.org/es/active/19948
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