Brasil: Lecciones de la marcha
30/05/2005
- Opinión
Escribo inmediatamente después de la conclusión de la marcha por la reforma agraria. Como en 1997, el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) tuvo la deferencia de invitarme para testimoniar la audiencia con el Presidente de la República. En aquella ocasión con Fernando Henrique Cardoso, esta vez con Lula.
Ante todo, lamento los brotes de violencia, acontecidos en los momentos finales de la concentración en la explanada de los ministerios. El lamentable enfrentamiento con las fuerzas policiales, completamente fuera de todo el contexto de la marcha, acabó con la difusión de una imagen distorsionada de su espíritu y de sus objetivos.
La marcha fue ordenada, pacífica, organizada, y sobre todo muy consciente. Fue un diario de viaje no sólo de kilómetros recorridos sino principalmente de debates y reflexiones, que se sucedían todos los días.
Como estuve en la llegada de las dos marchas, la de 1997 y la de este año, me permito resaltar algunas diferencias.
En 1997, la marcha sorprendió al país, por lo inusitado de la propuesta y por el desafío de vencer centenares de kilómetros para confluir en Brasilia, algo que nadie creía pudiera ser llevado a buen término. De ahí la apariencia de proeza que fue saludada por la población de Brasilia, que salió a las calles para recibir festivamente a los “sin tierra”.
Esta vez, el pueblo de Brasilia no abandonó su trabajo para ir a ver a los “sin tierra” pasar. Ni ellos querían aplausos. Tanto que ni siquiera intentaron interrumpir el tráfico, ocupando disciplinadamente solo media vía de las calles por donde pasaban. Lo que ellos querían era que se atiendan sus reivindicaciones. Ellos también parecían estar ejecutando su trabajo, con fatiga y sudor.
Esta diferencia de clima entre una marcha y otra hace pensar en la diferencia real que impone el transcurrir de los años. Pasó el tiempo de las utopías fáciles y generosas que encantaban sólo por el hecho de que sean explicitadas. Lo que se impone, ahora, es la realidad, lo concreto, lo posible, lo viable.
Lo que aún continúa sorprendiendo en los “sin tierra” es la persistencia en realizar una utopía que tendría todo para ser viable, pero que enfrenta resistencias históricas que necesitan ser vencidas con tenacidad política, organización popular y firmeza gubernamental.
El contraste mayor fue en la audiencia con el Presidente. En 1997, el gobierno fue cercado, y tuvo que recibir a los “sin tierra” contra su propia voluntad, tomando precauciones. Constituyó un clima de desconfianza y de prevención. Esta vez, era evidente el clima relajado, asegurando la disposición para el diálogo.
Pero la sorpresa vino en la propia audiencia. En su exposición al Presidente, los “sin tierra” demostraron mucha competencia y conocimiento. Presentaron sus reivindicaciones concretas sobre la reforma agraria, al mismo tiempo que demostraban un amplio conocimiento de la realidad brasileña, donde insertaban la importancia de una verdadera reforma agraria.
Los ministros, y el propio Presidente respondiendo a ellos, en un primer momento, se quedaron en las fáciles explicaciones genéricas, capaces de prometer todo y al mismo tiempo no comprometerse con nada.
Ahí los “sin tierra” reaccionaron. Con coraje y mucha lucidez, retomaron la palabra y dejaron muy en claro que no habían hecho la marcha para escuchar vagas promesas. Ellos querían soluciones concretas a los problemas muy específicos que habían presentado.
Concluida la audiencia, el Presidente aseguró que continuaría reunido con sus ministros para definir las acciones del gobierno.
Pienso que este es el mensaje mayor de la marcha. Ella no fue realizada para el espectáculo. La organización y presión popular es un componente indispensable en el escenario de la democracia. Sobre todo para vencer situaciones complejas, que encuentran resistencias ideológicas y demandan propuestas viables, sustentación política y acción gubernamental.
Los “sin tierra” demostraron que están preparados, y el gobierno percibió que tiene que hacer su parte. No se hará otra marcha como esta. Ahora es para hacer la reforma agraria.
Mons. Demétrio Valentini es obispo de Jales, Sao Paulo
Ante todo, lamento los brotes de violencia, acontecidos en los momentos finales de la concentración en la explanada de los ministerios. El lamentable enfrentamiento con las fuerzas policiales, completamente fuera de todo el contexto de la marcha, acabó con la difusión de una imagen distorsionada de su espíritu y de sus objetivos.
La marcha fue ordenada, pacífica, organizada, y sobre todo muy consciente. Fue un diario de viaje no sólo de kilómetros recorridos sino principalmente de debates y reflexiones, que se sucedían todos los días.
Como estuve en la llegada de las dos marchas, la de 1997 y la de este año, me permito resaltar algunas diferencias.
En 1997, la marcha sorprendió al país, por lo inusitado de la propuesta y por el desafío de vencer centenares de kilómetros para confluir en Brasilia, algo que nadie creía pudiera ser llevado a buen término. De ahí la apariencia de proeza que fue saludada por la población de Brasilia, que salió a las calles para recibir festivamente a los “sin tierra”.
Esta vez, el pueblo de Brasilia no abandonó su trabajo para ir a ver a los “sin tierra” pasar. Ni ellos querían aplausos. Tanto que ni siquiera intentaron interrumpir el tráfico, ocupando disciplinadamente solo media vía de las calles por donde pasaban. Lo que ellos querían era que se atiendan sus reivindicaciones. Ellos también parecían estar ejecutando su trabajo, con fatiga y sudor.
Esta diferencia de clima entre una marcha y otra hace pensar en la diferencia real que impone el transcurrir de los años. Pasó el tiempo de las utopías fáciles y generosas que encantaban sólo por el hecho de que sean explicitadas. Lo que se impone, ahora, es la realidad, lo concreto, lo posible, lo viable.
Lo que aún continúa sorprendiendo en los “sin tierra” es la persistencia en realizar una utopía que tendría todo para ser viable, pero que enfrenta resistencias históricas que necesitan ser vencidas con tenacidad política, organización popular y firmeza gubernamental.
El contraste mayor fue en la audiencia con el Presidente. En 1997, el gobierno fue cercado, y tuvo que recibir a los “sin tierra” contra su propia voluntad, tomando precauciones. Constituyó un clima de desconfianza y de prevención. Esta vez, era evidente el clima relajado, asegurando la disposición para el diálogo.
Pero la sorpresa vino en la propia audiencia. En su exposición al Presidente, los “sin tierra” demostraron mucha competencia y conocimiento. Presentaron sus reivindicaciones concretas sobre la reforma agraria, al mismo tiempo que demostraban un amplio conocimiento de la realidad brasileña, donde insertaban la importancia de una verdadera reforma agraria.
Los ministros, y el propio Presidente respondiendo a ellos, en un primer momento, se quedaron en las fáciles explicaciones genéricas, capaces de prometer todo y al mismo tiempo no comprometerse con nada.
Ahí los “sin tierra” reaccionaron. Con coraje y mucha lucidez, retomaron la palabra y dejaron muy en claro que no habían hecho la marcha para escuchar vagas promesas. Ellos querían soluciones concretas a los problemas muy específicos que habían presentado.
Concluida la audiencia, el Presidente aseguró que continuaría reunido con sus ministros para definir las acciones del gobierno.
Pienso que este es el mensaje mayor de la marcha. Ella no fue realizada para el espectáculo. La organización y presión popular es un componente indispensable en el escenario de la democracia. Sobre todo para vencer situaciones complejas, que encuentran resistencias ideológicas y demandan propuestas viables, sustentación política y acción gubernamental.
Los “sin tierra” demostraron que están preparados, y el gobierno percibió que tiene que hacer su parte. No se hará otra marcha como esta. Ahora es para hacer la reforma agraria.
Mons. Demétrio Valentini es obispo de Jales, Sao Paulo
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