El Congreso Nacional, La Ley de Transparencia y la Lira de Nerón

16/08/2007
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Tegucigalpa

Lo sucedido con la Empresa Hondureña de Telecomunicaciones (HONDUTEL) y la elección de los Comisionados al Instituto de Acceso a la Información Pública (IAIP), “fue una de las tardes menos transparentes en la eterna oscuridad del Poder Legislativo. Una tarde de entreguismo, de ambiciones e intereses personales, de traiciones simultáneas y, también, de impotencia”, manifiesta el autor.

Cuenta la historia o la leyenda que en julio del año 64 las llamas arrasaron la mayoría de los barrios de Roma y que ante el incendio – que se le atribuye- el Emperador Nerón subió a la cumbre del Quirinal para cantar y tocar su lira, mientras presenciaba la terrible destrucción. Después, como cínico dictador, ordenó bajar el precio del trigo para calmar la ira de las miles de víctimas.

La historia me viene a la mente con la tarde del 9 de agosto del 2007 cuando el Congreso Nacional aprobó, con rápida mayoría, la aprobación de una Ley en el área de telecomunicaciones que sentencia la muerte de HONDUTEL y luego, para rematar, repite la historia de siempre en la selección de los comisionados del Instituto de Acceso a la Información Pública.

Esa fue una de las tardes menos transparentes en la eterna oscuridad del Poder Legislativo. Una tarde de entreguismo, de ambiciones e intereses personales, de traiciones simultáneas y, también, de impotencia.

Para la Ley de Transparencia y Acceso a la Información Pública la elección de Chiuz Sierra, Echenique Santos y Agurcia fue el cierre anunciado de una iniciativa que, como tantas otras, se desnaturalizó en el proceso. Ninguno de ellos luchó o tuvo interés en la Ley que ahora les dan en usufructo. Los cargos les cayeron del cielo.

No hay duda que los políticos tradicionales y los grandes empresarios de la información y de las telecomunicaciones jugaron con la ciudadanía y con varias organizaciones sociales que –en el camino- fueron capitulando poco a poco, consciente o inconscientemente. Ellas tienen también su cuota de responsabilidad histórica en lo ocurrido. En algún momento habrá que analizar porque la ley, y ahora la elección de sus comisionados, se hizo en total soledad de un pueblo por el que supuestamente se trabajaba.

El poder es seductor y adquiere muchos disfraces en la defensa de sus intereses. Realmente la ley que en un principio se llamó de Acceso a la Información Pública y a la que luego se le encaramó de Transparencia tuvo el pecado original de salir de la ciudadanía e intentar romper la secretividad que está en la base de la corrupción, y eso era inaceptable para los dueños de este país que no descansaron hasta mediatizarla.

Ellos fueron ganando batalla tras batalla, dejando los muertos y heridos en el bando contrario. De hecho, la ley que se aprobó distaba mucho del proyecto original, pero en su momento no hubo protestas significativas, ni de fondo; se impuso una convivencia dañina. Es más, lo que hicieron varias de las organizaciones involucradas fue redactarle a los diputados la propuesta de Reglamento de la Ley y hasta elaborar el perfil ingenuo de qué cualidades debían reunir los futuros comisionados; a la usanza de viejos tiempos, cuando a la víctima de la violación se le reparaba el “honor” casándola con el violador. Luego, el prestigio de honorables integrantes de la ciudadanía se expuso al escarnio de un concurso legislativo de bases amañadas y con el veredicto previamente fijado.

¿Quién pensó realmente que los buenos iban a ser los escogidos o cómo se olvidó que sentado en un trono mediático, disparando las flechas de sus resentimientos personales, hay quien lo decide todo o casi todo en este país? ¿Acaso no está fresco lo ocurrido con el Tribunal Superior de Cuentas o con la Corte Suprema de Justicia?

Tampoco hubo protestas cuando, antes de la decisión del Congreso, el Presidente Zelaya se atrevió a decir en público que el anteproyecto de ley había salido de su puño y letra, olvidando que había sido resultado de consultas nacionales convocadas por C-Libre y que la persona que hizo la redacción final fue el Dr. Leo Valladares Lanza. Cuando una mentira pública se deja impune, lo que se abre es la puerta a otras mentiras. Como la de Chiuz Sierra afirmando que llega al cargo de Comisionada sin compromisos con alguien o la de José Simón Azcona cuando dice que la presencia de los sindicalistas de Hondutel en el salón de sesiones impidió “una discusión que pudo haber cambiado el panorama de la elección”. Nada más falso. El libreto de esa tarde ya estaba escrito y finiquitado.

Es probable que la historia de esta ley sea similar o muy parecida a la que aprobó en el tema de las telecomunicaciones o a las que se discutieron o discuten en materia de generación de energía renovable, agua, minería, recursos forestales y otras. De lo que somos testigos es de una compleja red de poder que no renuncia a ninguno de sus privilegios, aunque Honduras se desmorone ante sus narices.

Lo que se impone siempre es la visión patrimonialista del Estado que tiene una oligarquía sin vocación nacional y que ha creado una casta política a su imagen y semejanza. El país no les importa. La reducción de la pobreza no les importa. La reforma fiscal o de servicio civil no les importa. La muerte previsible de miles y miles de personas por no tener acceso a servicios públicos de calidad no les importa. Es la riqueza desmedida, el poder y los privilegios que conlleva lo que está siempre en la mira de su ambición ilimitada. Por eso su vanidad se desata en todas esas páginas satinadas de sociales donde se exhibe la otra Honduras; la de la opulencia, de la estafa, la del dinero fácil.

Cuando todo está consumado es hora del balance de cada quien. Por un lado, el de los que se consideran vencedores y que, en las cañerías del poder, se aprestan al reparto de las ganancias.

Micheletti, por ejemplo, está más cerca cada vez de la candidatura presidencial de su partido, aunque no necesariamente de la Presidencia. La mano que mece la cuna está contenta de su gestión, del papel de sus ayudantes, y sigue ganándole el pulso a un Mel Zelaya que prefiere montar a caballo y tocar la guitarra mientras las llamas crujen.

En el otro lado de la cerca, el de los perdedores o el de las ganancias mínimas, también habrá un abanico de reacciones. Dependerá de cuan transparente era la voluntad de cada quien de hacer algo positivo por este país. No tengo idea de si en algún momento habrá rendición pública de cuentas o si lo que se desatará es un aluvión de excusas, justificaciones personales o recriminaciones.

Los diputados que creyeron en la ley y que fueron marginados deben repensar de qué juego forman parte. Cuando acumulan tantas batallas fallidas corren el riesgo de dejar de ser víctimas para volverse legitimadores de abusos. También entre nosotros, los de la ciudadanía, el debate debe abrirse.

En algún momento la Ley de Transparencia y Acceso a la Información Pública unió a muchos que la impulsamos, pero ese no fue el saldo final. En todo caso, esta nueva lección de la historia social y política habrá que escribirla, a muchas manos, y mostrarla al resto de la ciudadanía para que por lo menos sepa (o confirme) que NO debe hacer en la lucha sin tregua por democratizar este país. Esta experiencia debe sistematizarse, con sus luces y sombras, para ser tomada en cuenta en las campañas de incidencia a favor de nuevos derechos. Esa transparencia queda en deuda.

Finalmente, por lo que intuyo, Michelleti no es lector de libros, ni de la historia, así que conviene decirle a él y a toda la casta empresarial y política que lo rodea que la anécdota de Nerón no termina cuando está tocando la lira. Por más que le bajó el precio al trigo, el pueblo se sublevó y el Emperador se clavó un puñal en el cuello. Dicen que su última exclamación antes del suicidio fue: "¡Qué artista muere conmigo!"

- Manuel Torres Calderón, Periodista, editor páginas de opinión de Conexihon.com

Fuente: CONEXIHON.COM
http://www.conexihon.com

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