La Cuba del post Juan Pablo II

28/01/1998
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En la tarde del domingo 25 de enero, cuando el Papa Juan Pablo II regrese a Roma, el apóstol que globalizó el cristianismo dejará tras él una Cuba diferente. Los que levantan la nariz con la simple mención del nombre de Fidel Castro, alimentan la expectativa de que el Papa repita en el único país socialista de la historia de Occidente lo que hizo en sus visitas a Polonia, Checoslovaquia y Nicaragua: transforme sus sermones en Santa Clara, Camaguey, Santiago de Cuba y La Habana, en un llamado contra el comunismo. Pero en Cuba, Wojtyla no precisa adoptar la postura demostrada en Managua (1983), cuando hizo callar a los sandinistas, gritando en la misa campal: ?silencio! ?silencio! Basta con que rece en pro de la libertad religiosa, del libre acceso de la Iglesia a los medios de comunicación, de la democracia fundada en el pluripartidismo. La retórica eclesiástica prefiere el nivel abstracto. Mas importante que la palabra es la interpelación de la frase. Y Juan Pablo II desembarcó en La Habana como centro de las atenciones de más de 2.000 periodistas, la mayoría propensa a posicionarse, en el round entre Wojtyla y Fidel, a favor del primero. Para la Teología de la Liberación y quienes miran con simpatía las conquistas sociales de la revolución, sobre todo en las áreas de salud y educación, la expectativa es que la visita papal haga poner al Tío Sam las barbas en remojo. Al fin, ?con qué derecho la Casa Blanca impone a Cuba, desde hace 35 años, un bloqueo que dificulta sus relaciones comerciales con los otros países y lo mantienen fuera de organismos internacionales como la OEA? Sin hablar del hecho de que los Estados Unidos mantiene una parte del territorio cubano bajo su control: la base de naval de Guantánamo. Fidelidad papal a los obispos locales Defensor intransigente de la autodeterminación de los pueblos, este mismo Papa que, para el espanto de Bill Clinton, restableció las relaciones del Vaticano con Libia, resaltará la ilegitimidad del bloqueo, frente a millones de telespectadores que estarán pendientes de su visita. Hay una constante en las visitas papales: Juan Pablo II siempre dice lo que los obispos locales sugieren. Por eso se mostró tan progresista en su primera visita a Brasil (1980), en plena dictadura militar, y tan conservador, tres años después, en la Nicaragua Sandinista. Los obispos cubanos, al contrario de sus colegas de la Polonia socialista, no piensan en derrumbar el régimen de Fidel Castro. Cesó desde hace tiempos la fase de la cruzada anticomunista de los católicos cubanos. En sus documentos oficiales, el episcopado condena el bloqueo americano y reconoce los avances de la revolución en el área social. Eso no significa que los obispos, como la mayoría de las Iglesias protestantes, apoyen al régimen. Son obvias las reivindicaciones que, con la visita papal, el episcopado espera alcanzar: acceso de la Iglesia a los medios (hoy restringido a los boletines de la propia Iglesia); devolución de los inmuebles confiscados por la revolución (como el Colegio Belén de los jesuitas, donde Fidel estudió, hoy una instalación militar); reapertura de las escuelas católicas; derecho a la catequesis en las casas familiares y celebraciones litúrgicas en la plaza pública (concedido exclusivamente al período de la visita). Iglesia y revolución La revolución cubana, al contrario de la rusa, no se hizo contra la religión. Fidel estuvo internado en colegios religiosos desde los 9 a los 18 años. Perteneció a la cruzada eucarística y asistía a la misa diaria. Luego del fracaso del asalto al Cuartel Moncada (1956), él y otros compañeros no fueron asesinados en la cárcel gracias a la intervención del Arzobispo de Santiago de Cuba. Hay fotos de Fidel en la Sierra Maestra con un crucifijo colgado al cuello. La guerrilla contaba con un capellán oficial: el padre Guillermo Sardiñas (1965), quien luego de la victoria compartió con el Che Guevara y algunos pocos líderes el insigne título de "Comandante de la Revolución". Sucede que el triunfo revolucionario se dio antes del Concilio Vaticano II, que liberó a parte de la Iglesia de la fiebre anticomunista. La influencia franquista entre los católicos cubanos favoreció su distanciamiento de los revolucionarios, que expropiaban propiedades para promover las reformas agraria y urbana. Creció el éxodo para Estados Unidos, cuya élite estaba inconsolable por la pérdida de los ingenios azucareros y la red de hoteles que, gracias a la mafia americana, Cuba era conocida como "el burdel del Caribe". En 1961, John Kennedy patrocinó la fracasada invasión de Bahía de Cochinos. Más de 1.000 mercenarios, entrenados y armados en los Estados Unidos, fueron tomados prisioneros, entre ellos tres sacerdotes. El cardenal Arteaga, de la Habana, se refugió en la Embajada de Argentina (por razones que hasta hoy se ignoran, pero su gesto fue entendido como una confesión explícita de complicidad con los invasores). La fase atea Dentro de la polarización provocada por la Guerra Fría, Cuba vio en su alineamiento con la Unión Soviética una salida para la sobrevivencia de la revolución. Con todo, el apoyo del Kremlin tuvo su precio ideológico: Estado y Partido Comunista se declararon oficialmente ateos; los currículos escolares incluían la disciplina "ateísmo científico"; las iglesias se vieron obligadas a mantenerse en el límite de sus templos. Hasta la catequesis en familia se volvió sospechosa. No obstante, jamás fue cerrada una iglesia ni fusilado un sacerdote. La práctica religiosa predominante en Cuba, la "santería" nunca sufrió restricción, porque hasta en los círculos oficiales se la encara como "folklore". Eufemismo que facilita, sin miedo al castigo, el eventual acceso de los miembros del Comité Central a la consulta de los buzios o de un pai de santo*. Durante años, la única vía de comunicación entre el Estado y la Iglesia era la nunciatura de La Habana. Jamás las relaciones de Cuba con el Vaticano fueron afectadas. Y por muchos años el embajador cubano fue el decano de los diplomáticos acreditados en la Santa Sede. La apertura religiosa La apertura de la Revolución al fenómeno religioso se dio gracias a la Revolución sandinista y al desmoronamiento del socialismo europeo. La caída del muro de Berlín contribuyó a desdogmatizar principios fundamentales del marxismo vulgar, como el "materialismo histórico" y el "materialismo dialéctico". "Entre cristianismo y revolución no hay contradicción", enfatizaban los sandinistas. Los marxistas cubanos comenzaron a revisar sus paradigmas. ?Cómo era posible que un régimen revolucionario incluyera entre sus Ministros, sacerdotes como Miguel D'Escoto (canciller), Ernesto Cardenal (cultura) y Fernando Cardenal (educación)? En la noche del 19 de julio de 1980, primer aniversario de la revolución sandinista, conocí a Fidel en casa de Sergio Ramírez, vicepresidente de Nicaragua. Le pregunté ?por qué el Estado y el Partido cubanos son confesionales?, ?cómo confesionales?, replicó perplejo. Una de las conquistas de la modernidad, argumenté, es la laicidad del Estado y de los partidos. Declararse ateo es negar la existencia de Dios, postura tan confesional como la del partido Demócrata Cristiano, que profesa la fe en la existencia divina. Fidel clavó sus dientes en el cigarro Cohiba y, constringido, concordó. En 1985, lo entrevisté sobre la cuestión religiosa, durante 23 horas. En Fidel y la Religión, un dirigente comunista, por primera vez, se pronuncia positivamente sobre la religión, Jesús, la Teología de la Liberación y Juan Pablo II. En 1991, en el 4to Congreso del Partido Comunista retiró de sus estatutos el "carácter ateo" y, poco después, se cambió la Constitución para legitimar la laicidad del Estado. Efectos de la visita La visita papal viene siendo preparada desde 1979. Todo indica que Fidel, además de anfitrión, será el guía del visitante. A él le importa que Wojtyla reconozca que, si Cuba no es ejemplo en materia de relaciones Iglesia-Estado, no se puede decir lo mismo de su heroica lucha para -ahora sin ningún apoyo externo- evitar el desempleo y mantener la escolaridad gratuita en todos los niveles, como también con la asistencia a la salud. Juan Pablo II realizará diez pronunciamientos, entre homilias y discursos. Cada una de sus frases será pesada en la balanza tanto en la hermenéutica progresista como en la conservadora. Todo indica que él evitará los extremos: ni condenar ni canonizar la revolución, lo que sin duda decepcionará a los anticastristas de Miami. Fidel hará apenas dos pronunciamientos: en la llegada y en la salida del más ilustre visitante que ha pisado la Isla. El primer discurso será protocolar, el segundo dará la medida exacta de lo que la presencia papal significó para la revolución. Algunos resultados son seguros: la visita ampliará los espacios de libertad religiosa, reforzará el poder institucional de la Iglesia católica, desatanizará Cuba y la revolución a los ojos de muchos cristianos y telespectadores, y hará más evidente la ilegitimidad del bloqueo americano. Como serán, de ahora en adelante, las relaciones entre las dos instituciones cubanas más enraízadas en el aprecio popular: la revolución y la Iglesia, que tienen ópticas diferentes en cuanto al futuro del país, es una obra de ingeniería que, para no malograr, exigirá la presencia constante del Espíritu Santo en la isla. * Sacerdote de la santería
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