Tanato
28/02/2002
- Opinión
Algún general curioso -lector de la tragedia griega- descubrió el término con
el que bautizó la operación de retorno al Caguán, Tanato, significa muerte.
Mal pronóstico y peor espíritu el que guía la estrategia de un ejercito que,
se supone, debe respetar una constitución que prohibe la pena de muerte.
Pero hay que convenir que, en cierta manera tienen razón: la muerte se
enseñoreará de todo el país, y, seguramente hasta salpicará a nuestros
vecinos, sobre todo a Venezuela y Ecuador.
El laberinto en el que el país se mete es resultado de la mezquindad de unos,
la arrogancia de otros y el aventurerismo electorero del tercero. Comienza a
caer sobre Colombia la negra noche. No todo sucederá al mismo tiempo, pero
con el tiempo las cosas podrían llegar a extremos que los colombianos que no
se rinden a la guerra tenemos obligación de oponernos.
Si fracasamos de nuevo la guerra irregular y sucia se intensificará por
efecto de la superioridad aérea de las Fuerzas Armadas y la acción
paramilitar. La barbarie llegará a las grandes ciudades, se meterá en sus
calles, en sus barrios y en sus casas. El reclutamiento de la población
civil se generalizará y los impuestos de guerra de todos los bandos
arruinarán las economías locales y generarán una gran descomposición moral de
todos los contendientes.
La eficacia de la guerra sucia obligará a poner entre paréntesis la
Constitución Nacional con los nuevos estatutos de seguridad y con su
aplicación, se esconderán la crecientes violaciones de los Derechos Humanos y
del Derecho Internacional Humanitario. Los medios serán fuertemente
autocensurados, y la tesis de que la verdad es la primera víctima de una
guerra, se usará para torcer y manejar la información.
El paramilitarismo ganará espacio político y crecerá militarmente poniendo en
cuestión el poder de la fuerza pública y degradando la guerra a niveles que
podrían justificar la Intervención Humanitaria por parte de Estados Unidos.
El asalto a las poblaciones, la destrucción de cuarteles, iglesias, fincas y
casas será pan de cada. La vida de los secuestrados militares por la
guerrilla se pondrá en eminente riesgo y no podría descartarse su
fusilamiento. Igual suerte podrá correr todo militar -de cualquier bando-
que sea tomado prisionero. Las masacres de lado y lado conocerán niveles
escalofriantes. La inversión económica caerá, las tasas de interés subirán,
la deuda externa aumentará, la captación tributaria bajará.
Los destrozos de la infraestructura -redes de energía, puentes y oleoductos-
reducirán a niveles críticos la actividad económica y no seria descartable
períodos de desabastecimiento severo. El desempleo y el subempleo alcanzarán
cifras desconocidas. La emigración de capitales, de profesionales y de mano
de obra calificada se intensificará.
Los cultivos ilícitos desplazarán aún mas la economía legal y avanzarán de
las zonas de colonización hacia regiones de economía campesina y
empresarial... Las tarifas de servicios públicos se volverán botín de la
economía de guerra. El aumento del gasto militar reducirá a un mínimo la
inversión social, lo cual estimulará aún mas la legitimidad del régimen.
La economía de guerra aumentará la corrupción administrativa y pondrá en
jaque sucesivo todo ajuste fiscal. La debilidad del Estado pondrá en peligro
eminente la soberanía nacional. Las elecciones peligrarán en la mitad del
país, y los paramilitares harán su agosto electoral. Los partidos políticos
entrarán en una crisis irreversible. No son descartables magnicidios,
asesinato de periodistas y de candidatos a los cuerpos colegiados, que, por
lo demás, poca relevancia tendrán. A medida que el estado se deslegitima por
la guerra debido a su debilidad institucional, la militarización de la vida
social aumentará. La gobernabilidad del país dependerá cada día mas de la
intervención extranjera.
La creciente participación de Estados Unidos desplazará los buenos oficios de
las Naciones Unidas y de los países amigos de la negociación. En suma el
país comenzó a partir de la primera bomba caída sobre el Caguán a retroceder
a pasos gigantescos. Con la guerra se evitó nuevamente sacar adelante unas
reformas que vienen siendo aplazadas en nombre del orden democrático vigente
hace medio siglo.
De esa guerra, si no logramos pararla antes de que caiga en su inercia
diabólica, no saldrá sino, lo repito, la dictadura del vencedor.
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