Memorial universitario

26/06/2007
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Cuando hace veinte años, en mi calidad de subdecano de esta Facultad, sugerí que ésta se empeñara en constituir una Galería de ex decanos -como un medio para fomentar la memoria institucional-, sugerencia que cristalizó en 1988, nunca me imaginé que mi retrato llegaría a ocupar un lugar en este retablo de ilustres conductores de esta querida Unidad Académica.

Este suceso que vosotros habéis testificado y honrado en esta noche, por lo cual os expreso mi sentido reconocimiento, ha provocado encontrados sentimientos en mi conciencia emocional. De satisfacción, por todo cuanto he podido abrevar en un habitat alimentado por caudalosos veneros de ciencia y humanismo; de nostalgia, por esa sensación de impotencia que nos produce a los seres humanos el implacable transcurso del tiempo.

A manera de evaluación general de mi larga vinculación a esta Facultad, debo deciros que me ha permitido cumplir con mi vocación universitaria en diversos ámbitos: la docencia, la investigación, la difusión publicística y la académico-administrativa. Funciones consustanciales a las entidades universitarias que, me enorgullece decirlo, han dado sentido a mi vida.

En esta singular ocasión, y asimismo de modo lacónico, he juzgado pertinente –a título de memorial propiamente académico- poner a vuestra consideración algunas reflexiones forjadas al calor de la cátedra y de mis tareas investigativas.

De modo particular en los últimos años he vislumbrado a la realidad nacional como a un abigarrado cuadro de patologías sujeto a una perversa dialéctica que amenaza incluso con la conversión del Ecuador en un “Estado fallido”, con su acumulado de polarización de la opulencia y la miseria, anomia social, éxodos masivos, confrontaciones de tipología tribal, lumpenización, privatizaciones incluso de la soberanía...

El escenario global no se presenta menos cataclísmico. Permítaseme dos ilustraciones a este respecto. Según datos de las Naciones Unidas, 358 personas naturales –cómodamente instaladas en el “planeta financiero”- detentan ingresos equivalentes a los que perciben los 48 países más pobres, es decir, el 40 por ciento de la población mundial. De su lado, la sociedad industrial sería la responsable de la extenuación del 25 por ciento de recursos naturales del planeta únicamente en el último cuarto de siglo, un instante en tiempo cósmico.

En mis trabajos más recientes he sustentado que este derrumbe civilizatorio inocultable en este tornasiglo tendría sus raíces en el predominio del orden económico (más precisamente, el economicismo) sobre los órdenes político y moral. Todo esto como correlato del reinado del dinero y la ciencia positiva, esos poderosos ejes de la razón instrumental y de una Modernidad y un Progreso mal concebidos y peor instrumentados.

Duele decirlo, pero en este proceso disruptivo un rol protagónico han cumplido los distintos discursos económicos de la Modernidad (llámense liberalismo, neoclasicismo, socialismo estatalista, keynesianismo, desarrollismo o monetarismo).

Alguna vez leí que, en el milenario idioma chino, no existe la palabra “crisis”, y lo que en Occidente consideramos como tal, sería la conjunción de dos vocablos: “peligro” y “oportunidad”.

Los peligros son más que evidentes y han devenido incluso en patrimonio cognitivo y preocupación cotidiana del común de hombres y mujeres de la calle. Pienso, por otro lado, que la ciencia en general –y específicamente la Economía- debe justificarse no precisamente por su dimensión estética sino, sobre todo, por su capacidad para disminuir la cuota de dolor humano y proveer de rumbo a sociedades determinadas histórica y espacialmente.

¿Qué hacer, entonces, desde nuestras universidades y desde nuestras facultades de Economía?

Interrogación difícil pero necesaria especialmente para la sensibilidad y el pensamiento universitarios.

“Caminante, no hay camino/se hace el camino al andar”, escribió el poeta.

Colocados en este vértice histórico, tres ideas me parecen sugerentes para desbrozar el futuro de nuestras casas de estudio, de nuestro país y de la Patria Grande.

La primera se relaciona con la necesidad de que las universidades y sus distintas unidades asuman a plenitud la crítica racional y ética a un orden-desorden que se está llevando a la naturaleza y, de la mano, al hombre.

La segunda, en especial atingente a quienes hemos hecho armas en la Economía, tiene que ver con la conveniencia de reevaluar nuestros conocimientos a la luz de los acontecimientos de la contemporaneidad, discerniéndolos sin las anteojeras ideológicas del esterilizante individualismo. Complementariamente, pienso que debemos aproximarnos con toda modestia a comprender las cosmovisiones, las prácticas y los valores de conjuntos humanos que operan con racionalidades económicas no-occidentales.

Finalmente, a los entrañables alumnos de esta Facultad querría sugerirles que nunca olviden el siguiente mensaje martiano: “No hay patria en que el hombre pueda tener más orgullo que en nuestras dolorosas repúblicas americanas”.

Gracias nuevamente, dilectos amigos, por compartir mis tribulaciones, mis alegrías y mi incurable optimismo en este día memorable.

(Discurso pronunciado en la Facultad de Economía de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, PUCE el día 26 de junio de 2007)

René Báez

Facultad de Economía de la PUCE y miembro de la International Writers Association
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