La multitud: Nuestra posición frente a la discusión del tema dominico-haitiano
- Opinión
República Dominicana nunca en toda su historia ha invadido país alguno, nunca ha impuesto su modelo económico sobre otro pueblo, ni ha pisoteado la bandera de una nación hermana, nunca ha colonizado a nadie, y salvo la aberración de Hipólito Mejía con Irak (en contra de la voluntad popular), nuestro país nunca ha enviado tropas para mancillar la soberanía de un pueblo hermano. Sin embargo, para el mundo completo, ahora seremos los esclavistas del Caribe.
Y es que el pasado 10 de mayo se inauguró en Paris, Francia, el Seminario Internacional "Esclavos en el Paraíso”, un amplio programa de debates, proyecciones de filmes y conferencias sobre la migración haitiana en nuestro país que incluyó siete ciudades francesas. El evento fue organizado por Amnistía Internacional y contó con el apoyo económico de la alcaldía de París.
El argumento central del evento es que en la República Dominicana existe una esclavitud contemporánea que afecta a miles de inmigrantes haitianos que trabajan en la industria azucarera y en otras ramas de la economía dominicana.
El seminario incluyó la presentación de varios filmes sobre la problemática, como fueron: “Ko Kris la” (El Cuerpo de Cristo) de Rodrigo Salinas, “Infierno en el Paraíso” de la cadena norteamericana Univisión, “Sugar Hell”, de Adriano Zecca, “The Sugar Babies”, de Amy Serrano; y “Big Sugar”, de Brian Mc Kenna, entre otras. Ninguna de estas películas han sido proyectadas en el interior del país.
La más controversial de todas es The Price of de Sugar, dirigida por Bill Haney, que hace un llamado a no consumir azúcar producida en República Dominicana y que narra los trabajos del conocido sacerdote español Christopher Hartly, denunciando los abusos cometidos en el Ingenio CAEI propiedad de la familia Viccini.
Por la tribuna de la denuncia, desfilaron conferencistas como Colette Lespinasse, directora del Grupo de Apoyo a los Refugiados y Repatriados a Haití (GARR); el economista Camille Chalmers, de la PADBA, Manuel Castro, dominicano residente en Nueva York, Soraya Aracena, socióloga dominicana, Guy Alexandre, ex embajador haitiano en RD, y no podían faltar los sacerdotes Hartley y Pedro Ruquoy, cuyo trabajo ha sido muy publicitado fuera y dentro del país.
La denuncia y la exageración como modus vivendi
Ciertamente que en la República Dominicana existen condiciones deplorables de trabajo para los inmigrantes haitianos; y que estas condiciones superan las también aberrantes condiciones en que se encuentran los casi cuatro millones de dominicanos que colman las estadísticas de la pobreza extrema, sometidos a la inclemencia de un sistema económico excluyente e injusto.
En la mayoría de los países receptores, en Estados Unidos, en España, en Costa Rica y en República Dominicana los migrantes se insertan frágilmente al mercado laboral, ilegalizados, perseguidos, desesperados, se ven obligados a tomar los puestos de trabajo más difíciles y más rechazados. Son presa fácil de la explotación más fuerte, de la violación de los derechos básicos, y hasta del abuso. Y si quienes gobiernan el Estado son negligentes e irresponsables (como aquí), la situación de los trabajadores inmigrantes se empeora.
El capitalismo, caracterizado por la explotación de los trabajadores, es el causante de esta triste situación. Las burguesías nacionales, defensoras del sistema capitalista, impulsan la xenofobia y la represión a la migración con el objetivo de mantener la relación de superexplotación, lo que les permite acrecentar mucho más las ensangrentadas arcas del capital.
Denunciar los abusos que se cometen contra los trabajadores e cualquier parte del mundo es una tarea tan encomiable, casi tanto, como luchar y combatirlos.
Pero, la acción de denunciar los males debe convertirse en una tarea transformadora. Cuando denunciamos un mal, estamos en la obligación de luchar para cambiarlo. La denuncia como acción política tiene un contexto, tiene una realidad de la cual no puede substraerse, y tiene un objeto determinado; debe asumirse cono una gran responsabilidad, no como un modo de vida.
Si la denuncia se convierte en exageración, se descontextualiza, y puede incluso hace más daño que el mal en sí. Es pues que afirmar que en la República Dominicana existe un apartheid y caracterizar la situación como una “Esclavitud Contemporánea”, es una exageración imperdonable. Sustraer la precarización laboral del emigrante, de la precarización laboral general; definir esta situación como esclavitud, sin reconocer el sistema capitalista como una nueva forma de esclavitud “asalariada”, es hacerle el juego al enemigo.
Otro grave error en el cual se incurre en la denuncia sobre la “nueva esclavitud” made in Dominican Republic, es en la generalización. Aunque a veces se menciona, nunca queda claro que los verdaderos responsables de las violaciones que se cometen contra los migrantes (aquí y en todas partes del mundo), son primero sus empleadores, los grandes capitalistas, y segundo, las elites políticas cuyo trabajo es defender el capital. Los afectados siempre son los mismos: los trabajadores sin importar nacionalidad. Tanto son perjudicados los emigrantes que reciben bajos salarios y abusos, como los trabajadores locales que son desplazados, precarizados y desmovilizados por las presiones del crecimiento de una fuerza laboral dispuesta a lo que sea por sobrevivir.
Al denunciar al país y no especificar quienes cometen los abusos, se nos carga a todos por igual la responsabilidad. Los verdaderos culpables y beneficiarios, los sustentadores del capitalismo obtienen entonces el perdón y la impunidad.
La imagen que se han empecinado en vender de la República Dominicana como país y como pueblo es la imagen del pueblo agresor, violador de los derechos humanos, xenófobo y paria, siendo precisamente todo lo contrario. A lo largo de su corta historia, Santo Domingo, sólo ha empuñado un arma para defenderse y sí que nos hemos defendido mucho. En su historia, los dominicanos hemos sido un pueblo agredido una y mil veces, pero hemos sido nobles. Somos el Vietnam del Caribe, miramos al cielo con alegría porque no tenemos nada de que arrepentirnos.
Nuestro país ha sido también receptor de diversas migraciones: españoles, asiáticos (chinos y japoneses), alemanes, judíos, árabes, esclavos libertos de los Estados Unidos, haitianos entre otros, han llenado nuestra cultura de sabores, colores y sentimientos, y han sido recibidos con los brazos abiertos, asimilándose paulatinamente a nuestra sociedad. Sin embargo, los procesos de integración social de los migrantes son regularmente difíciles y conflictivos, sobretodo cuando de por medio se encuentran los prejuicios y los conflictos históricos y fronterizos, como en el caso dominico-haitiano.
La campaña internacional de descrédito
Otro de los graves problemas de la denuncia, planteada en los términos que se producen las denuncias sobre la problemática dominico-haitiana, es el ámbito. Y es que casi la totalidad de las denuncias sobre la situación de los migrantes haitianos en nuestro país, lejos de hacerse en los foros nacionales y ante la opinión pública nacional, se hacen en playas extranjeras, en los espacios internacionales, frente a las agencias de cooperación, frente a los organismos internacionales, y peor aún frente a otros gobiernos.
En vez de enfrentar la necesaria lucha interna, los grupos que se dedican a denunciar esta situación, inundan los foros internacionales con propaganda, exageraciones y encendidas acusaciones. Mientras tanto, de frente a la sociedad dominicana hay un silencio cómplice y un desarraigo total. El trabajo es exclusivamente para afuera, un producto de exportación. Como si nuestros problemas internos se resuelven con el tutelaje de grandes organizaciones y gobiernos, que en realidad son compromisarios de la grave situación en que se encuentra la isla.
Esta política de “denunciar para afuera” responde no sólo a una visión superficial del asunto, que ve en la tutela internacional y en el consumidor extranjero la solución; sino que responde muchas veces al interés pecuniario, vinculado a los proyectos de cooperación, la ayuda humanitaria, y el reconocimiento internacional corespondiente al modus operandi de muchas de las ONG’s. La denuncia se ha convertido entonces en una forma de ganar dinero. Denunciar fuera y exagerar (como es el caso de este Seminario Internacional) para aumentar los fondos de la cooperación, es tan alevoso y grave, como los abusos que cometen los explotadores.
Ciertamente que este seminario, recién finalizado en Francia, no ha sido el único espacio utilizado para denunciar esta situación tan lamentable en nuestro país. Por la sucesión de acontecimientos recientes, es posible afirmar la existencia de una real “Campaña internacional” cuyo objetivo es presentar al país como un país violador de los derechos humanos. Y nadie puede negar que en República Dominicana se nieguen, se violen los derechos humanos, de los visitantes y de los pobladores, pero las violaciones que se cometen en el país, no son particularmente más notables que las que se cometen en Colombia, en Francia, en Estados Unidos o en el mismo Haití.
Los abusos contra los inmigrantes que se cometen en Santo Domingo, no son particularmente más graves que los que se cometen en otros países. Los abusos que se cometen en la frontera sur de los Estados Unidos, donde operan grupos paramilitares permitidos por el Estado, superan por mucho los abusos cometidos en la frontera dominico-haitiana. Y aunque esto no nos redime de culpa alguna, al menos nos debería evitar ser el chivo expiatorio de la gran tragedia mundial de la explotación causada por el capitalismo.
Es el mismo capitalismo, y el empobrecimiento de los pueblos con el colonialismo y el saqueo eterno, el causante de la migración forzada que ha obligado a los trabajadores de nuestros pueblos a emigrar para ser doblemente explotados.
Cuando no se denuncia eso, la denuncia se convierte en oportunismo momentáneo.
La opinión pública internacional ha sido inundada con prejuicios y exageraciones, medias verdades descontextualizadas y hasta mentiras. Donde quiera que vayamos los dominicanos se nos pregunta sobre el presunto abuso que cometemos contra nuestros vecinos, y para el mundo, somos los esclavistas de nuevo cuño. Esto ha sido producto de una labor reiterada de descrédito desarrollada por grupos internos con financiamiento del exterior. Hay mucho interés desde los países centrales, de sectores en Francia y Estados Unidos.
El objeto central del descrédito es el Estado dominicano, pero esto sin hacer las distinciones precisas, y sobretodo sin aclarar que el Estado dominicano por los últimos 40 años ha sido usurpado por oligarquías corruptas e irresponsables. Y como no hay un establecimiento claro de las responsabilidades, la culpa comienza a ser distribuida entre todos y todas los dominicanos y las dominicanas, cuya única culpa es de ser victimas tolerantes de los abusos que se cometen en esta parte de la isla. La República Dominicana, como país, comienza entonces a ocupar la posición de victimario, en el drama mundial de un capitalismo que no dominamos. Nada se dice del Estado y de la clase política del vecino país, tan irresponsable y corrupta como la del nuestro, y cuya responsabilidad sobre esta situación es tanta o mayor. No hay ninguna acusación internacional por la reiterada negación de todos los derechos a la mayor parte de su población, por la negación de nacionalidad, por la negación de los servicios, por la indefensión total en que dejan a sus habitantes. Las acusaciones se vuelven entonces muy desequilibradas.
La política de “denunciar exclusivamente hacia fuera” nos lleva a una única conclusión: el tratamiento del tema por parte de los grupos de presión con asiento en el país es irresponsable e interesado, y sólo conduce (como ha conducido) a un agravamiento del los problemas vinculados a la difícil situación de los migrantes.
Al no enfrentar el problema aquí, luchando porque cambie de verdad esta triste realidad, que a todos nos maltrata, sólo se contribuye a mantener las contradicciones y los conflictos.
El dominicano/a de pie, cuya responsabilidad ha sido únicamente soportar malos gobiernos, se siente entonces burlado y traicionado. Se siente difamado, se siente denunciado, se siente ser convertido en el “esclavista del siglo XXI”. Esta situación, en vez de mejorar la convivencia pacifica entre migrante y habitante local, produce lo contrario. Se fomenta así el odio, que tan bien difundido ha sido por los sectores más recalcitrantes de nuestra sociedad, los llamados neonacionalistas. Se cumple así el viejo adagio de que los dos extremos se juntan.
En realidad, neonacionalistas, xenófobos, y denunciantes internacionales, funcionan perfectamente en un círculo vicioso cuyo resultado es crear y mantener un conflicto innecesario e inexistente entre dos pueblos vecinos.
Es por eso que nuestra posición, es la de promover los valores de la hermandad, la solidaridad internacional, la convivencia pacifica y la integración regional para contribuir a mejorar las relaciones entre los dos pueblos. Esa promoción de valores también debe estar acompañada de una lucha frontal contra el sistema capitalista y sus sostenedores.
No nos oponemos a la denuncia, en cualquiera de los ámbitos, pero creemos que deben estar sustentadas en la verdad, la justicia, y la responsabilidad, que permita transformar la realidad. Aunque la denuncia internacional (si procura verdadera solidaridad internacionalista) es positiva, creemos que la batalla es a lo interno. Es aquí en donde tenemos que vencer a los explotadores, es aquí en donde tenemos que sacar del poder a los usurpadores que han orquestado este modelo de país injusto para todas y todos.
La Francia, el mejor ejemplo de esclavitud
Lo más paradójico de todo ha sido el lugar elegido para la realización del evento y que sea precisamente el alcalde de Paris, Bertrand Delanoë, quien lo financiara.
No sólo porque Francia, como antigua metrópoli de Haití, y como porfiada ingerente en los asuntos internos de ese país es compromisoria de su pobreza; Si no porque el Estado francés con su tradición esclavista y su actualidad colonialista está imposibilitada para dictar formas de conducta a otros Estados.
El colonialismo francés no sólo destruyó Saint-Domingue (hoy Haití) con el saqueo, la guerra y la multa de 30 mil francos; Si no que las prácticas neocoloniales subsiguientes han desolado el vecino país. Y hasta el día de hoy, con la nefasta intervención militar a través de la Misión de Naciones Unidas para la Estabilización de Haití (Minushta), el Estado Francés continúa jugando un papel decisivamente negativo para el futuro de nuestros vecinos. El Estado francés, que ampara y protege a Jean-Claude Duvalier (Bébé Doc) nunca ha mostrado verdadera solidaridad para con los haitianos. El Estado francés carece absolutamente de autoridad moral para promover este tipo de eventos.
Pero no sólo por la historia, sino también por la actualidad. Y es que Francia es un país en donde la integración y asimilación cultural de los inmigrantes ha sido virtualmente imposible. Los hijos de inmigrantes de los 50’s y 60’S son vistos y tratados ciudadanos de segunda, discriminados, vejados, carecen de oportunidades, y han tenido que salir a las calles a quemar automóviles para expresar su inconformidad con la injusticia. Vaya de nosotros nuestra solidaridad y compromiso. El ahora presidente, Nicolás Sarkozy, les llamó una vez "escorias" (Racaille), y nosotros, si ellos y ellas son escorias, yo también lo soy.
Francia es un país profundamente racista y xenófobo. El racismo en República Dominicana (que lo hay y debemos combatirlo) es insignificante con el que se puede producir en el país Galo, en donde el color de la piel puede jugar un papel definitorio para el éxito, o hasta para la seguridad personal.
Basta visitar la Martinica para conocer el daño que produce el colonialismo sobre los pueblos, y dentro de los modelos coloniales y de esclavitud, el modelo francés, ha sido el más profundamente injusto. Lo mismo ocurrió en Vietnam, en la Guyana y en Argelia….
Nuestra propuesta: Una comunidad para Quisqueya
República Dominicana y República de Haití son dos partes de una misma realidad histórica, social, cultural y política, con sus diferencias y matices. Somos el producto deseado de la colonización y de los posteriores modelos de neocolonización, que junto a sus continuadores, han convertido el paraíso habitado por unos pocos tainos, en un infierno para millones de negros, mulatos y blancos.
Primero lo que hoy es la parte española, y posteriormente la parte oeste francesa impuesta a sangre y fuego, fueron conformándose como dos pueblos paralelos en una isla pequeña; unidos por un cordón umbilical, inseparables. Ni nosotros, ni los haitianos decidimos esta realidad. El devenir del tiempo y la imposición imperialista conformaron dos repúblicas distintas, unidas en sus diferencias por una historia de glorias y pesares que han de compartir para siempre. Eso es lo que somos y no podemos negarlo, sino aceptarlo.
Lo que comenzó siendo un solo embrión, terminó por partirse en dos partes disímiles, pero unidas por un tronco espacial, histórico y cultural.
La isla parió dos repúblicas siamesas que comparten aire, agua y alimento hasta el fin de sus días. Las dos hermanas, diferentes en mucho, comparten un tronco negro y europeo, una más, una menos, y un suelo bajo el sol que las ata para siempre.
Pero Haití se retrasó. De ser el primero en el continente, se convirtió con el tiempo en el hermano menos aventajado de las repúblicas nacientes. Un modelo económico equivocado[1], el ahogamiento imperialista, y la voracidad sin límites de su clase gobernante, impidió el desarrollo institucional y económico de la que fuese la primera república de Latinoamérica.
Su vecino del lado, la República Dominicana, que conforma una unidad poblacional e identitaria diferente a Haití, logró alcanzar niveles de desarrollo superiores. La virtual quiebra del Estado Haitiano, la convierte entonces, en el destino más atractivo para los millones de haitianos y haitianas que no pueden sobrevivir dignamente en su país.
Pero, a pesar de compartir una isla, nuestros países han vivido uno al margen del otro. Hemos vivido de espaldas a nuestros vecinos, mientras se enjugan en nuestras relaciones los más indecibles prejuicios, los más temibles mitos y mentiras, y sobretodo los odios desproporcionados de parte y parte.
La espalda que hemos dado uno al otro, nos ha costado caro: una vecindad problemática y una hermandad conflictiva. De parte y parte hay quienes viven de nuestros pesares, explotándonos, y quienes difunden odios, quienes acusan y procuran condenas imperiales, y quienes odian y tramitan guerras preventivas y deportaciones. Están los que defienden privilegios por patria, y están del otro extremo los que defienden sus privilegios contra la patria. Están ellos, es verdad, pero también estamos nosotros. Estamos (y creo que de ambos lados) los que procuramos hermandad, solidaridad, paz, convivencia pacifica y unidad en la diversidad, sin fusiones, sin imposiciones, sin romper nuestras tradiciones y nuestra cultura, sin ofender nuestros gloriosos símbolos patrios, sin desconocer que somos dos rostros, dos pueblos y que podemos ser un mismo sentimiento.
De ambos lados, estamos los que queremos lo mejor para cada uno de nuestros pueblos. Si forzar, sin oprimir, sin obligar. Los que nos vemos en el contexto caribeño, latinoamericano, mundial. Los que decimos: “La Patria es América”, sabiendo que eso une todas nuestras patrias. Sin invasiones, sin imposiciones, sin dominación de nadie.
En este momento, en que se enfrentan muchos, exacerbando el clima de convivencia entre nuestros pueblos. En estos tiempos, en que se desatan las más furtivas persecuciones, y en que todos salen a acusarse mutuamente. En este momento, en que la desesperación embarga a nuestros vecinos que se ven obligados a dejar su patria en masa; en este momento en que el odio parece brotar, hay que contrarrestar.
Y sólo contrarrestamos el odio con una dosis bien cargada de valores, con inyecciones intravenosas de solidaridad y con pastillas de amor de 500 miligramos, que puedan, aunque sea lentamente, aliviarnos, cortar de raíz esas malas ganas y sacar del pecho, cual emulsión de zábila, esos malos deseos.
No podemos echarle ahora más fuego al fuego. Para combatir los prejuicios, los malos pensamientos y el odio, del que han sido bombardeados ambos pueblos por mucho tiempo, tenemos que impregnarnos y propagar lo contrario.
Es por eso que un grupo de jóvenes, agrupados en La Multitud, un Centro Cultural en ciernes, hemos decidido impulsar una iniciativa para declarar a Jaqcues Viau Renaud, Símbolo de la Solidaridad Dominico-Haitiana, y así otorgarle la nacionalidad dominicana póstuma. Con esto, no sólo reivindicaremos un mártir de nuestra historia, sino que enviaremos un hermoso mensaje de solidaridad quisqueyana al mundo.
Otra de las propuestas formales que desarrollaremos es la de conformar, entre las dos Repúblicas, “La Comunidad de Quisqueya”, una organización binacional que promueva el desarrollo y la integración de los dos países, respetando su autonomía e independencia.
Eso puede ayudar mucho en avanzar en la solución de los asuntos migratorios que garanticen un tratamiento digno para todos los haitiano/as que trabajen en nuestro país, un reconocimiento de sus derechos humanos y laborales, y un otorgamiento (de acuerdo a la constitución y las leyes) de la nacionalidad de acuerdo al principio de jus solis. Pero la regularización de los emigrantes en uno u otro país, deberá reconocer los derechos soberanos de cada país para legislar y defender su legislación, dentro de los parámetros de justicia y reconocimiento de los derechos humanos.
El tema de la migración, que no deberá ser el único tema de la agenda binacional de la nueva Comunidad, deberá ser tratado como un tema humano, y como tal, abordado con suficiente flexibilidad, humanidad y responsabilidad, reconociendo también las limitaciones físicas, económicas e institucionales de ambos Estados.
Pese al odio impulsado por unos pocos por mucho tiempo: dominicano/as y haitiano/as, construiremos juntos, como todos los demás latinoamericanos, un futuro digno y libre para todos y todas, o se hunde la isla.
Este trabajo es un Suplemento del Periódico La Hoja
Mayor información en http://lamultitudcentrocultural.blogspot.com/
H. Galván es miembro del Centro de Investigación Económica para el Caribe (CIECA)
http://www.cieca.org/
[1] Sobretodo el pronunciado fraccionamiento de la propiedad de la tierra lo que le dificultó su inserción en la economía capitalista mundial.
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