Notas de fin de época

Los caminos abiertos de la crisis

31/01/2002
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Durante el año 2001, Argentina venía asombrando al mundo, que se preguntaba como un país 'tan rico', podía caer en la quiebra financiera y la ruina económica, social, política y cultural. Los días 19 y 20 de diciembre, quedó inaugurada otra sorpresa, tan grande y más inesperada que la anterior: Miles de argentinos, lanzaban un gigantesco 'basta' contra quienes se habían propuesto escribir la historia del país reduciendo al mínimo (a la nada de ser factible) la iniciativa popular. Y en los días sucesivos, se fue comprobando que no se trataba de una revuelta tan furibunda como pasajera, sino del amanecer de un paisaje político diferente, en el que una parte sustantiva de las clases subalternas se han propuesto pasar a la ofensiva, lograr que la iniciativa cambie de manos, que el 'abajo' deje de ser el espectador de los atropellos de un 'arriba' cada vez más rico y minoritario, que la historia de la rebelión popular vuelva a comenzar, después de décadas de forzado sometimiento a las órdenes y los vetos del gran capital. Las páginas que aquí siguen han sido escritas al calor de los sucesos, sin ser pensadas como una continuidad, sino como breves fragmentos de reflexión sobre un día a día cada vez más acelerado, en el que los moldes anteriores se rompían uno detrás de otro, en que asistimos y participamos en un gigantesco aprendizaje colectivo. Lo escrito no puede sino estar atravesado por la nerviosidad del relato periodístico y el fervor del espíritu militante. Confiamos en que estas características no impidan aportar algo a la comprensión inicial del más resonante fenómeno colectivo que produce la sociedad argentina en las últimas tres décadas. De triunfos y usurpaciones (1) Por primera vez en la historia argentina, un presidente de la Nación, Fernando de la Rúa, se va corrido por una pueblada. Una movilización por etapas, con predominio social de distintos sectores en cada una. Pero que tuvo rasgos sublimes, muy distintos entre sí, como la espontánea caminata entre ruidos de cacerolas para ir a sitiar al poder político en sus sedes formales o virtuales (Casa Rosada, la residencia presidencial de Olivos, la casa de Cavallo), o la valentía de los que enfrentaron a la policía durante horas en el centro porteño el día 20. Y resultados, en sí mismos, óptimos; como son el alejamiento del más persistente personero de la concentración capitalista sin límites, y uno de los mayores estafadores de la voluntad popular expresada en el voto: Cavallo y de la Rúa; por más que ahora se cierna la sombra de la malversación que el poder intenta siempre respecto de las irrupciones populares Desde el momento mismo de los hechos, se procuró instigar balances perversos de la situación, desde los medios y otros sectores con poder. Se rebautizó 'robos' a los saqueos, se propuso la condena sin remisión a todo saqueador que se llevara algo que no fuera estrictamente comida (incluso bebidas alcohólicas, es sabido que el pobre debe ser abstemio para la moralina que los poderosos no creen ni practican, pero difunden para someter mejor). Se intentó desvalorizar la valiente movilización del jueves 20, que no se arredró ni ante las balas de plomo, haciéndola aparecer como fruto de activistas de izquierda o de la derecha impresentable, o denigrándola por los saqueos ocurridos en su transcurso (que no fueron tan anárquicos, a juzgar porque símbolos del poder capitalista local y extranjero, como los bancos, Mc Donald's y OCA(2) fueron parte de los principales afectados). Se buscó también la introducción de una cuña entre trabajadores y 'saqueadores', llegando a exhibirse a empleados de supermercados atrincherados para la defensa de su 'fuente de trabajo', acaudillados nada menos que por Alfredo Coto, todo mezclado con el hipócrita lamento contra la 'guerra de pobres contra pobres' que en realidad se fomenta. También hicieron lo suyo la Policía Bonaerense, y patotas no identificadas, sembrando rumores de saqueos hasta el límite del absurdo, para generar un clima de terror que cambia el eje, de la protesta contra la injusticia, a la defensa de la propiedad privada por escasa que ésta sea. La otra cara fue la represión brutal, que embistió a las Madres con caballos, corrió a los manifestantes a balazos de plomo, secuestró a golpes a decenas de personas en plena calle mediante patotas de civil mezcladas en la multitud, y prodigó gases lacrimógenos a diestra y siniestra. Quedó demostrado una vez más, con singular contundencia, que la policía argentina (incluida en primer lugar la Federal, a menudo parcialmente disculpada por comentaristas 'progre'), es una enorme banda de delincuentes, uniformados o no, con la peligrosidad adicional de tener armamento pesado a discreción y la aparente cobertura de legalidad estatal. Como ante toda irrupción de la multitud, las fuerzas del sistema se mueven raudas para despojar al conjunto social del poder alcanzado, para ponerle límites a su avance primero, para hacer desaparecer el logro después. Nada más expresivo en ese sentido que el 'glorioso' retorno del Partido Justicialista, en alas de un pronunciamiento masivo que se encargó expresamente de repudiarlo sin remisión, en el mismo nivel que al radicalismo (¡Que se vayan todos¡ ha sido el grito de guerra que los manifestantes dedicaron a los dirigentes políticos). El peronismo ha decidido ignorar la crisis que afecta a toda la dirigencia, y apropiarse sin más del triunfo popular con un razonamiento tan falaz como simple: "El radicalismo fracasó, ahora es nuestro turno", mientras hablan del 'agotamiento del modelo' y de la desocupación, como si el peronismo no hubiera gobernado en los últimos veinte años. Con todo, el duelo por los muertos, la indignación por las manipulaciones mediáticas, la ira contra la usurpación no deben ocultar el que nos parece, por lejos, el saldo principal de las jornadas del 19 y 20 de diciembre: La movilización popular ganó la calle, y no cejó ni ante la violencia más desbocada. Los gases menudearon en la madrugada del miércoles, y la plaza volvió a hervir desde la mañana del jueves. Y ninguna carga policial bastó para aplacar a miles de hombres y mujeres, la mayoría jóvenes, que volvieron a avanzar una y otra vez, dispuestos a no conformarse con nada menos que la renuncia de De la Rúa, aún viendo caer heridos y muertos a su lado. Se inscribieron pequeñas épicas de la solidaridad y la organización popular, como la de los motoqueros y ciclistas que recorrieron sin parar el campo de batalla, hasta reunirse, hacia la noche, en la celebración de la victoria. La larga noche del temor desatado por la dictadura y remachado por la hiperinflación, el efecto paralizante de la depresión económica, fueron hechos a un lado para dar lugar a una actitud movilizada, valiente, jugada a la acción colectiva como vía para el cambio de una realidad hace tiempo insoportable. Toda una etapa ha quedado atrás, se ha dibujado un punto de inflexión en la ofensiva de un cuarto de siglo del gran capital y la dirigencia política a su servicio. La 'lucha de calles' ha regresado, cerrando con telón rápido la supuesta era de la política mediática, de la administración gerencial de lo existente, de la proclamación del capitalismo como Dios y de una democracia parlamentaria cada vez más devaluada como su profeta. La movilización popular logró un gran triunfo, inédito en su modalidad y sus alcances en el país reciente. La dirigencia política, los medios, el poder económico, trabajan sin pausa, desde el mismo jueves, para escamotear la victoria popular, o santificar únicamente la madrugada del miércoles, destacando su carácter pacífico, procurando enterrar en la imagen del 'caos' y el dolor por los muertos todo lo demás. De nuestra parte estará el consolidar este retorno a las calles, rechazar con firmeza todas las usurpaciones, e inscribir el 20 de diciembre como el auspicioso comienzo de una nueva era. Como siempre, como en todas partes, la lucha continúa... La protesta social ya no perdona (3) El 'cacerolazo' volvió a ser el factor detonante de la caída de otro gobierno, esta vez el 'provisorio' encabezado por Adolfo Rodríguez Saá. No habría que perder de vista que el puntano cae por sus nombramientos desacertados, sus propuestas improvisadas en materia de medidas económicas, su incapacidad de dar alguna respuesta frente al 'corralito' bancario, y sus amagos de violar los acuerdos iniciales que lo llevaron al gobierno; pero también contribuyó la bajada de pulgar de sectores del poder y los medios frente a los anuncios 'populistas' tales como el aumento del salario mínimo, la posibilidad de restitución de los descuentos salariales o de liberación de las cuentas correspondientes a sueldos. Buena parte de la dirigencia política, y del poder económico, se lanzaron a alejar el fantasma de unas elecciones que ya no le dan garantías a ninguno de los partidos del 'sistema' ya que un mes más de crisis inmanejada podría pulverizar incluso las posibilidades electorales del justicialismo, y en ese caso sólo quedarían en pie las fuerzas de izquierda y centroizquierda, a las que el poder económico considera no 'tolerables', y que frente a la actual composición del parlamento y los gobiernos provinciales, sólo podría gobernar planteando una Asamblea Constituyente u otro instrumento de cambio radical de la institucionalidad vigente; vale decir mayor grado de enfrentamiento con los poderes que afrontan hoy una crisis orgánica de profundidad desconocida. Es de pensar, con todo, que la versión criolla del 'fin de la historia', la muerte de las ideologías y la reducción de la política a administración de lo existente y a espectáculo disfrazado de debate pluralista, ha quedado herida de muerte después de las jornadas del 19 y 20 de diciembre, y cualquier política de concertación no encontrará fácil el cumplir el propósito de neutralizar la movilización popular. La hora de la ofensiva impune de las clases dominantes ha tocado a su fin; y ahora ellas mismas se hallan inmersas en desconcierto, agravado por la amenaza de un nuevo actor social, complejo y heterogéneo, mucho más amplio, en acto y en potencia, que la clase media preocupada por sus ahorros a la que algunos pretenden presentar como única portadora de los 'cacerolazos'. En estas condiciones es sustancial mantener y articular el espíritu de convocatoria popular permanente que se ha generado, pues de lo contrario los integrantes del bloque en el poder lanzarán, más temprano que tarde, alguna 'solución' que apunte a que la gente abandone la movilización, vuelva al encierro individualista, y descarte las perspectivas de acción autónoma que se insinuaron en los últimos días. Y eso se tratará de hacer aun cuando esas políticas sólo se vuelvan factibles con represión, tanto con el fin de imponer una nueva expropiación de los ingresos y las condiciones de vida populares, como, más importante quizás en el plano estratégico, la de 'sacar' a la gente de la calle, procurando volver al modelo de toma de decisiones del último cuarto de siglo, con el componente de 'iniciativa popular' reducido al mínimo, como viene ocurriendo desde 1983. Que esto no ocurra depende en gran medida de que continúe, y gane en fuerza, organización y claridad en las reivindicaciones, el reclamo contra los beneficiarios de veinticinco años de concentración capitalista. Todo indica que esta historia renacida recién comienza. Sudor frío sobre las espaldas del Poder (4) Eduardo Duhalde es Presidente de Argentina. Eso sí, no lo es por imperio del sufragio popular, y sólo durará la mitad del período previsto en la Constitución Nacional. Paradoja chocante: Quien perdió la presidencia en 1999 en elecciones libres, la conquista poco más de dos años después, sin necesidad de conseguir un solo voto ciudadano. Lo 'coronan' un cuarto de millar de legisladores, muchos de ellos ungidos a su vez a través de las elecciones más conflictivas de las celebradas de 1983 en adelante, las del voto a Clemente, el general San Martín y hasta Bin Laden. Esta vez, la mesa fue servida con cuasi unánime presencia de comensales: Una amplísima mayoría de los votos de la Asamblea Legislativa, y un gabinete con predominio peronista pero algunas 'incrustaciones' de la oposición y la dirigencia empresaria, tratan de allegar una imagen de consenso y base social amplia. Hasta el ARI, estuvo a punto de sumarse, con la timidez de una anodina abstención, hasta que algún exabrupto peronista (o un análisis de último momento) lo condujeron al voto en contra. Nada de esto alcanza para disimular del todo, el rasgo fundamental del arreglo que se pergeñó: La supresión del recurso al sufragio popular para elegir al sucesor. Y con ella, la entronización de una 'solución' basada en el acuerdo de cúpulas, en el reflotamiento fantasmal de un bipartidismo que agoniza. Esto significa un retroceso respecto a las decisiones de la anterior Asamblea Legislativa que, aun conteniendo la trampa de la Ley de Lemas por lo menos conservaba la instancia del voto popular. Se argumenta que la legitimidad de origen está dada por las elecciones de octubre de 2001. Pero, como ya dijimos, la conducta de los votantes en ella habla más de una instancia de pérdida de legitimidad, que de adquisición de la misma. Eso de cara a los enjuagues palaciegos. Pero en cuánto se vuelve la vista hacia los millones de argentinos que han estado inusualmente presentes en las calles del país en estos días, como colofón de un movimiento de protesta social que ya lleva una larga trayectoria de cortes de rutas y puebladas varias, la 'solución Duhalde' es difícil de empeorar. En tiempos de repudio colectivo y total a la dirigencia política, es ungido para la presidencia, sin el acuerdo de la población, uno de los representantes máximos de la misma: Vicepresidente y gobernador de Buenos Aires bajo Menem, defensor de La Bonaerense como la 'mejor policía del mundo', fautor de un entramado clientelístico nutrido de 'plata negra' y punzadas al presupuesto público; portador de un discurso conservador con rasgos de autoritarismo en materia moral y religiosa; dueño de cuantiosos bienes difíciles de poner en correlación con sus sueldos de funcionario, sus emolumentos como docente universitario o las ganancias de la inmobiliaria familiar de la que es titular. ¿Qué representa Duhalde en cuánto a programa económico-social? Es un cabal exponente del discurso del tipo 'el modelo está agotado', que sirve para enlazar la aceptación entusiasta del tiempo de su implantación y auge, con la crítica de la etapa de decadencia. En esto se aproxima, nada casualmente, a la lógica de las discrepancias que cursan al interior de las clases dominantes; derivando del lado de la fracción que percibe que resiste mal la apertura a capitales y mercancías externas, al tiempo que sufre en carne propia parte de las superganancias de bancos y compañías privatizadas y las tropelías de los supermercados a la hora de comprar. Duhalde se pone entonces de parte de los 'productores' contra los 'usureros', del capital nacional contra el foráneo, de la industria contra la especulación. En fin, todos los lugares comunes a los que acuden los conservadores cuando necesitan su cuota de populismo para tentar mantenerse en alto en la consideración ciudadana. Los sectores con poder en Argentina sienten hoy el regusto amargo de las dirigencias que merman su capacidad de respuesta, que ven naufragar una tras otra sus herramientas tácticas, sin poseer otra estrategia que la de enriquecerse a como dé lugar, sin respetar ninguna norma ni ceder un ápice de sus utilidades. La otrora socorrida salida golpista es hoy imposible(5) , y el desprestigio brutal de la 'clase política' ya ha llegado a un punto en que no puede sino desperdigarse sobre el poder económico, máxime si la ya decidida devaluación redunda en una ola inflacionaria, para que una vez más los 'de abajo' sean los máximos perdedores de la crisis. Ni las cuitas coyunturales (el 'corralito' sobre los depósitos, la recesión interminable), ni el ansia de renovación económica, social, política y cultural que explota junto al hartazgo y la ira largo tiempo reprimida, parecen destinados a alcanzar ninguna satisfacción bajo el flamante primer mandatario. Ningún viraje decisivo puede esperarse del 'humanismo' o la generosidad de quiénes no pueden hoy distribuir nada sin chocar contra los muros del gran capital, del que reciben la parte principal de su precario aliento. ¿Escepticismo, pesimismo ilevantable? No. Queda la voluntad de terminar de revertir una relación de fuerzas que ha sido muy desfavorable durante demasiado tiempo a las clases subalternas. Queda ese retomar las calles, ese sonoro abandono del miedo y la indiferencia, que no alcanza todavía para dar vuelta la historia, pero sin duda ya hace correr sudor helado sobre muchas espaldas, hasta ahora acostumbradas a la fiesta corrida de la riqueza y el poder. La fragilidad del que amenaza
(6) (El 'abajo que se mueve' y la impotencia del poder)
El proceso social y político de los últimos años, evidenciado (y acelerado) con las movilizaciones en curso, ha marcado un punto de inflexión a largos años de miedo, de incitación exitosa a la pasividad y el individualismo, e hizo saltar la tapa a la gigantesca olla de presión del empobrecimiento generalizado, de los récords de desocupación, de las superganancias de sectores del gran capital, y del deterioro extremo de la representación política que convierte a la democracia parlamentaria en un simulacro en el que casi nadie cree. Frente a esta nueva situación, la dirigencia argentina no parece tener un programa de acción claro, mas allá de actos de preservación de las superganancias presentes y futuras del gran capital, motorizadas por vía de la devaluación con compensaciones 'selectivas', de la licuación de los pasivos empresarios, de la omisión de cualquier reforma seria al sistema impositivo, de las facilidades otorgadas a los grandes bancos para continuar con el proceso de concentración en su sector. Corren detrás de los acontecimientos, repitiendo el catecismo neoliberal, o variantes parciales del mismo que no pueden ni siquiera disimular que sus bases quedan en pie. No logran abandonar el campo de la defensa de sus intereses económico-corporativos, quedándose sin discurso para el conjunto social. O bien proponen una 'concertación' a la que se le nota un vacío de contenido, expresado en que se dialoga allí con tirios y troyanos, desde banqueros a piqueteros, mientras prosigue el bloqueo de los depósitos bancarios, la caída por inanición financiera de los servicios estatales, la incapacidad para imponer cualquier control eficaz a las grandes empresas capitalistas. Ninguna clase dominante puede aspirar a generar consenso más allá de sus límites en esas circunstancias. Ni siquiera puede lograr cohesión interna, como sí lo consiguió a comienzos de los 90' para las privatizaciones y la desregulación, porque ya no hay beneficios de esa magnitud para repartir y dejar satisfecho al conjunto. El recurso a la fuerza aparece dibujado en el horizonte como el único procedimiento más o menos seguro a la hora de emprender la reconstrucción de algún orden compatible con el proceso de acumulación del gran capital. Repetidas veces en los últimos días, funcionarios de gobierno, comenzando por el presidente Duhalde, han dicho que si Argentina no supera esta crisis, la espera la 'guerra civil' o un 'baño de sangre entre hermanos'. Nadie aclara la eventual causa de ese enfrentamiento bélico, ni quienes serían los potenciales rivales en choque, pero allí queda la sombría profecía, hecha con invariable aire atribulado, dejando flotar un elevado nivel de ambigüedad, muy apto a la hora de despertar miedos y prevenciones diversas en su forma, pero convergentes en su objetivo: desalentar el auge de movilización callejera, asambleas populares y ataques a los símbolos del poder político y económico, que hunde sus raíces en los años 90' pero ha hecho eclosión a partir de diciembre de 2001. La clase dominante asiste hoy a la aguda puesta en evidencia de todos sus niveles simultáneos de crisis: a) La de acumulación, manifiesta en la imposibilidad de salir de la recesión y en la dificultad estructural para alcanzar algo que no sea el juego de suma cero que siempre termina en la expropiación brutal de las clases subalternas; b) la de legitimidad demostrada en el brutal desprestigio de su dirigencia, y en la virtual caída de todos los vínculos de representación, políticos o sectoriales (7) c) la jurídico-institucional o de Estado que hace que todos los mecanismos del aparato estatal (parlamento, poder judicial, administración pública), aparezcan al borde de la disolución y repudiados por la mayoría de la población. Las cosas han llegado a ese estado de deterioro generalizado, de fluidez imprevisible, que los miembros del 'partido del orden' acostumbran llamar 'caos', y blandirlo como amenaza en épocas de crisis, y el pensamiento crítico ha sólido denominar 'crisis orgánica'. La profecía del enfrentamiento cruento es, en sustancia, una amenaza, bastante sencilla de decodificar: Si no amaina la protesta social, si continúa el estado de movilización y asamblea permanente de vastos sectores populares, habrá toda la represión que sea necesaria para volver a los que protestan a sus casas, previo traslado de miles de ellos a la cárcel o al cementerio. Pero también es una confesión de impotencia y temor; frente a la perspectiva de perder las posiciones adquiridas, y a la incapacidad de generar algún mecanismo eficaz de creación de consenso, siquiera negativo o pasivo, entre las clases subalternas. Les queda, al menos eso piensan, la coerción, el uso o la amenaza de la fuerza. Y mientras la ponen en acto en dosis todavía limitadas, con una táctica de contención, enuncian la posibilidad del 'baño de sangre', que en Argentina despierta la resonancia ominosa de la re-edición del genocidio. En tanto, el estado de movilización y autoconvocatoria permanente, está obrando en el sentido de 'expandir el horizonte de lo posible' en profundidad y con rapidez. Se difunden consignas que hace sólo meses hubieran sonado de un atrevimiento insensato (nacionalización de la banca y de las empresas privatizadas, por ejemplo), se delinean nuevas alianzas entre sectores que antes apenas se visualizaban mutuamente, se plantean objetivos nuevos, se señala a enemigos antes escasamente o nada identificados. Está claro, además, que dentro de la estructura de poder, nada ni nadie está 'a salvo' del cuestionamiento radical. A la dirigencia política se le suman los bancos, la justicia, los medios de comunicación (que hasta hace poco se complacían de los elevados niveles de imagen y credibilidad que le daban las encuestas, y hoy son 'escrachados') las compañías de servicios públicos. Al comenzar la efervescencia, muchos señalaron la potencial debilidad que implicaba la separación (y hasta el posible enfrentamiento) entre los trabajadores desocupados y los pobres, por un lado; y las capas medias afectadas en sus depósitos y la disponibilidad de sus salarios. La respuesta en la práctica fue la rápida aparición de iniciativas de solidaridad, y luego de convergencia entre ambos sectores y modalidades organizativas, con su pico mayor en la manifestación del 27 y 28 de enero. La inarticulación de los 'cacerolazos' iniciales, fue suplida en cuestión de días por las asambleas vecinales, a su vez rápidamente coordinadas en una 'asamblea de asambleas'. Y la preocupación por el 'corralito' es sólo una, y no la principal, entre las demandas que se elevan y las cuestiones que se debaten en ellas. La democracia asamblearia, el crecimiento desde la base, la coordinación horizontal, que llevan ya años de trayectoria en los piquetes, aparecen ahora con una fuerza inusitada en ámbitos sociales no abarcados antes por ese fenómeno, y pone en bancarrota definitiva los modos tradicionales de hacer política. El 20 de diciembre marcó un giro trascendental, y puede vincularse al desarrollo de una 'visión del mundo' diferente en amplios sectores de la sociedad argentina. Sociedad victimizada, castigada por su 'peligrosidad' demostrada en los 70', expuesta a un movimiento de trituración de avance gradual pero inexorable. Todo ha quedado hoy largamente en evidencia, pero la cadena de actos de resistencia que convergió en los sucesos en torno al 20 de diciembre le agrega un nuevo componente que puede ser decisivo: La posibilidad de construir un contrapoder, de darle fuerza colectiva a reclamos no ya particulares sino de carácter universal. Vuelve a vivirse, de modo ruidoso y combativo, en las calles, una acción política que retoma su sentido verdadero de disputa por la transformación de la sociedad, frente a la mera gestión de los intereses del gran capital que venía imponiéndose en los últimos años. La incógnita, en todo caso, es si el movimiento social alcanzará el grado de desarrollo y tendrá la perdurabilidad como para imponer un cambio profundo en la relación de fuerzas de nuestra sociedad. Si esto es así, los sectores de poder que agitan el fantasma del 'enfrentamiento entre hermanos' (o el del 'retorno de la subversión' como hace el ex ministro López Murphy para reclamar un gobierno de mano dura) quedarán faltos de sustentación, siquiera porque la mayoría de la sociedad habrá dejado definitivamente de considerar 'hermano' al otro bando, y modifica el uso del sustantivo 'subversión', para aplicarlo a las maniobras siniestras de sus creadores. En consonancia con la aceleración de los tiempos de la protesta social, es ostensible el crecimiento de posiciones de izquierda, expresadas en la radicalización de las consignas que antes mencionábamos, en el favor despertado por figuras como Luis Zamora, en el crecimiento de organizaciones sociales identificadas con esa tradición, como la CCC y una multiplicidad de otras más pequeñas y localizadas, pero con convocatoria nada despreciable. Las fuerzas políticas de esa orientación, en tanto, pese a sus vicios de arrastre y sus crisis recientes, tienen chances de mantener y aumentar sus niveles de militancia y adhesión en esta coyuntura. Tienen presencia en las asambleas vecinales, articulan con diversas organizaciones de trabajadores desocupados. Sus dirigentes y militantes están viviendo una oportunidad invalorable de desplegar su acción en un campo social más amplio que el que venían teniendo durante décadas, en condiciones de terrible deterioro de las estructuras políticas que responden a la clase dominante. Pero todo ello no equivale de modo automático al avance de fuerzas de izquierda, y si éste se produce, nada garantiza que no sea neutralizado, 'parlamentarizado' en dirección a perder su radicalidad y a no desarrollar articulación efectiva con el movimiento social. Para evitar ese riesgo, las fuerzas de izquierda, tradicionales o nuevas, organizadas en forma de partido o no, deberán demostrar capacidad no ya para adaptarse, sino para contribuir al desarrollo de formas de organización y toma de decisiones que tienen poco en común con la tradición de las 'orgánicas', hijas de un centralismo con tendencia a sesgarse hacia el hegemonismo y el burocratismo, más que a estructurarse sobre la decisión democrática desde la base. Necesitarán fundirse con un espacio social que excede en enorme medida su 'auditorio' tradicional, por añadidura lleno de prevenciones frente a cualquier aspiración de liderazgo y a casi cualquier organización preexistente. Como en todas las grandes oportunidades históricas, el arco de perspectivas que se abre es magnífico; al mismo tiempo que la capacidad de reflexión, la creatividad, el coraje intelectual y físico y el 'arte' político que se requiere para aprovecharlo en plenitud es difícil de alcanzar. Así de intrincados suelen ser los grandes desafíos. A modo de (muy provisorias) conclusiones La compleja relación entre espontaneidad y dirección consciente que Gramsci analizara en su época de L`Ordine Nuovo, ha tenido una expresión cabal en el permanente 'estallido' en que se convirtió el país desde el 19 de diciembre a la fecha. Comenzó con el máximo de espontaneidad, sin aviso previo, desde el interior de las propias casas, como una reacción indignada frente a un poder político que, inmerso en la más aguda de las crisis, se empeñaba en las mismas recetas, centrada en una fórmula implícita "Para la gran empresa todo, para el resto, nada". Pero no es difícil discernir sus raíces en la organización y movilización que ha crecido en los últimos años, en un resurgir de nuevas luchas populares... la organización late en el basamento de lo espontáneo, y la espontaneidad se da su propia dirección y organización en la medida en que se desarrolla y complejiza. Hace un mes y medio que la sociedad argentina ha entrado en un ritmo febril de protesta, movilización y politización. Pero hace algo más de cinco años que comenzaron luchas sociales que ya no eran los combates de retaguardia contra la etapa más dura de la ofensiva del gran capital, expresada sobre todo en las privatizaciones y en el avasallamiento de conquistas históricas de los trabajadores; sino la búsqueda de caminos nuevos, que tomaban nota de la victoria del gran capital y sus aliados, sin por ello resignarse ante sus deletéreos efectos, y buscando constituir nuevas organizaciones, nuevos actores sociales. Son de estos años la creación de movimientos de base territorial, centrados en la organización autónoma de pobres y desocupados; la de un nuevo organismo de derechos humanos formado por la nueva generación (los hijos de desaparecidos), que manifestaron así la continuidad con la generación de sus padres, e inventaron los 'escraches', ese particular modo de ir a buscar a los culpables a sus guaridas, en lugar de sólo reclamarle a la justicia su captura. Aparecieron nuevos sindicatos, muchos de ellos orientados a actividades nuevas o no organizadas con anterioridad (desde los mensajeros en motocicleta, hasta las prostitutas, pasando por los peones de los supermercados), una nueva central obrera, más democrática que todas las existentes, y a su vez cuestionada con justicia por cuestionamientos más radicalizados. El pensamiento de izquierda se re-encontró a sí mismo, y a una perspectiva de renovación, a través de decenas de publicaciones y medios de comunicación alternativos, que afloraron por la misma época. Se establecieron los términos de una nueva disputa por las calles, por el espacio público, con los 'cortes de ruta', los ya mencionados 'escraches', las tomas de tierras urbanas para vivienda... En suma, estos últimos días han sido decisivos. Pero los 'cacerolazos' no son una floración instantánea, sino el resultado, tan creativo como imprevisto, pero resultado al fin, de esos jalones que los precedieron poco antes. En un cuarto de siglo, la clase dominante, el gran capital, lograron la mayor acumulación de ganancias y el mayor control sobre el aparato del estado de la historia del país. Pero no consiguieron ir más allá del plano económico-corporativo. Incluso destruyeron la versión periférica del estado social y de las políticas keynesianas, para reemplazarla por un aparato estatal sólo orientado al cortejo del gran capital y al silenciamiento de sus cuestionadores, sean activos o potenciales, por la persuasión o por la fuerza. En reemplazo de su incapacidad para generar una auténtica hegemonía, empeñados como estaban en maximizar sus ganancias, las clases dominantes aspiraron, después del genocidio consumado en los últimos años 70', a generar un consenso pasivo, centrado en el miedo, la resignación y el individualismo. Nada de acción colectiva, mínimo de autopercepción como trabajador o ciudadano y máxima como consumidor. No muy diferente a otras partes del mundo, sino se le agregaran dos ingredientes locales decisivos: a) La idea de que la derrota frente a la dictadura era tan completa como irreversible, y que términos como 'revolución', 'socialismo' y cualquier aspiración a unas relaciones de poder sustancialmente distintas, debían ser excluidos para siempre del diccionario político. b) La 'lección' de la hiperinflación de 1989, como demostración de que el Poder no sólo podía producir el aniquilamiento físico, sino también el económico, el caos anulador de todas las referencias vitales. Y por lo tanto, era muy costoso (y en última instancia inútil), desafiar los dictados del poder en su cara económica. Y el encargado de 'servir el plato', en condiciones de régimen representativo, era una dirigencia política cada vez más desprovista de ideología y de objetivos propios, con partidos políticos indiferenciados entre sí, sin otras preocupaciones que la conservación del poder y el enriquecimiento por vía del saqueo de las arcas públicas o de los enjuagues con las grandes empresas, y el no ofender al gran capital, que les imponía todas las decisiones fundamentales y pagaba sus campañas electorales y la mayoría de sus excesos. Esa construcción de un consentimiento, pasivo y negativo, pero consentimiento al fin, venía debilitándose y se ha hecho trizas, frente a la decisión y persistencia de esa complejidad de fenómenos que la simplificación periodística subsume en la denominación 'cacerolazo': El gobierno de la Rúa amenazó con el estado de sitio, y se salió a desafiarlo en las calles, cacerolas en mano. Ordenó que la policía reprimiera, y se lo enfrentó con piedras y todo lo que se tuviera a mano, pero no se abandonó la Plaza de Mayo. Vino un presidente provisional que nombró funcionarios corruptos y prometió todo a todos, y lo volvieron a 'cacerolear' hasta que se fue, llegó otro presidente que le sonrió a los pobres y a los ahorristas y se dedicó a ponerse de acuerdo con financistas y multinacionales, y siguieron en la calle; cada vez más gente, cada vez más seguido, con consignas más radicalizadas y mecanismos de decisión horizontales... El 'partido del orden' tendió a saludar al 'cacerolazo' como un gran hecho democrático ... y comenzó de inmediato a hacerle objeciones, que una por una comenzaron a ser desvirtuadas por el propio movimiento : Es un fenómeno circunscripto a la Capital. ...Y al poco tiempo hubo un cacerolazo nacional, desde Jujuy a la Patagonia. No tiene ninguna organización...y aparecieron las asambleas barriales, y la coordinadora de asambleas barriales, y más asambleas...; los 'caceroleros' son de clase media, no les importan las necesidades de desocupados y pobres que expresan los 'piqueteros', y las asambleas barriales con sus cacerolas concurrieron a la marcha piquetera y se solidarizaron activamente con ella, los utilizarán grupos autoritarios... y los movilizados se encargaron de sacar a patadas a grupos fascistoides y militaristas de sus protestas y reuniones, no tiene nada que ver con ninguna revolución, es un reclamo a favor de la propiedad privada... y comenzaron a aparecer consignas de nacionalización de la banca, estatización de las compañías de servicios públicos, reapertura bajo control obrero de las fábricas cerradas... Y allí están, 'piqueteros', 'caceroleros', trabajadores en conflicto, partidos de izquierda, las Madres de Plaza de Mayo, los Hijos, gritando que ya no quieren el dominio de una dirigencia política siempre aliada al gran capital, discutiendo sobre todo y cuestionándolo todo, dispuestos a ser impiadosos con el campo enemigo y exigentes y vigilantes con el propio. Han resistido la represión, han tumbado gobiernos. Han ensanchado el 'horizonte de lo posible' en las calles y en las mentes. Son heterogéneos en oficio, ingresos, en educación, en ámbito cultural, en antecedentes políticos, y sin embargo, van encontrando el modo de converger y llegar a acuerdos. Están construyendo el más rico ejemplo de democracia directa, de 'horizontalismo' que se recuerde en la historia argentina. Hacen reverdecer el espíritu de las grandes rebeliones populares del siglo XX... y se aprestan a ser una de las importantes del siglo que comienza... Notas: (1) Notas del 23 de diciembre de 2001. (2) OCA es una empresa de correos que supo pertenecer al cuestionado empresario Alfredo Yabrán, muy relacionado al presidente Menem, y hoy es propiedad del Exxel Group, conglomerado de dudosa titularidad e incierto manejo, al que múltiples versiones relacionan asimismo con el presidente Menem. (3) Notas del 31 de diciembre 2001. (4) Notas del 3 de enero de 2002. (5) El desprestigio con el que los militares abandonaron el poder en 1983, luego de la dictadura criminal y la derrota militar en Malvinas, la posterior condena judicial y sobre todo popular por los crímenes, los procesos abiertos hasta la actualidad, en el país y en el exterior, vuelven inconcebible el generar un mínimo consenso para su retorno al gobierno. (6) Comentario escrito el día 29/01/2002 (7) La perdida de legitimidad de la dirigencia sindical, no por más antigua y casi 'naturalizada', deja de ser tan profunda como la de los 'políticos'. * Daniel Campione, Secretario de la FISyP. Profesor Teoría del Estado-UBA. * Texto publicado en "Rebeliones y Puebladas: diciembre 2001 y enero 2002. Viejos y nuevos desposeídos en Argentina". Cuadernos de la FISyP, cuaderno 7 (2° serie), enero de 2002
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