Tres notas acerca del presente, o sea, acerca del futuro
- Análisis
Primera nota. En estos días, en la fiesta de cumpleaños de una muy generosa amiga, charlaba con otro invitado. No nos conocíamos y la conversación, como no es difícil adivinar, transitaba por la crisis actual y por el hoy fácil, rutinario y catártico desuelle de políticos.
A medida que compartíamos más abiertamente nuestras respectivas opiniones mi interlocutor iba mostrando su oposición a cualquier forma de control estatal con argumentos que (como suele ocurrirnos a todos cada vez que pretendemos exponer lo que consideramos argumentos, no creencias) él consideraba racionales y verdaderos: que el control favorece la corrupción, que esa experiencia ya la vivimos, que las coimas a quienes tuvieran a su cargo las funciones de control los harían inútiles, que no se debe atentar contra el derecho individual. Su pensamiento se iba perfilando como más y más marcado por las pautas libremercadistas de los últimos años.
Coincidencias parciales acerca de la corrupción se disolvían en desacuerdos de fondo. Para él la convertibilidad no tenía nada que ver con esta crisis, la responsabilidad recaía sobre los políticos corruptos. Para él resultaba imposible pensar la contradicción antagónica entre el derecho individual de las empresas a ganar más (nunca las tasas de ganancia debían ser controladas) y el derecho individual del trabajador a cobrar, por lo menos, un salario digno. Contradicción que se resuelve, argumento que en aquel momento no me interesaba incluir, desde una política y una ética, jamás desde la reivindicación falaz de una libre competencia imposible en período de monopolio. Una idea lleva a la otra y terminamos hablando de la falta de insulina y de la contradicción entre el interés económico de farmacias, droguerías y laboratorios y la vida de los insulino- dependientes.
Para mi interlocutor la actitud de los que las venden en dólares, las remarcan o hasta la acaparan era entendible: Si cuando vayan a reponer van a tener que pagar otro precio más caro, ¿porqué van a perder dinero?. Porque la vida de personas depende de ese remedio, exclamé, palabras más, palabras menos, con una ingenuidad y una indignación casi bobas teniendo en cuenta la lógica de mi interlocutor. Yo lo pienso desde mí. Me gusta pensar desde lo que me pasa o creo que haría en una situación así, me contestó con un tono autoreflexivo y pausado con reminiscencias psi.. Yo trataría de no perder, aclaró. ¿Por qué me van a robar la plata del bolsillo?. De garantizar la vida de la gente que necesita la insulina que se ocupe el Estado, no yo- fue lo último que dijo. La respuesta, creo que muy moderada, me salió del alma: Justamente el estado debe ser fuerte y honesto para establecer controles rigurosos sobre unas cuantas cosas, entre otras, para ponerle límite a tu egoísmo. Esa debería ser una función del Estado, controlar el egoísmo de particulares y empresas- reafirmé. Por supuesto, la conversación adquirió aquí la suficiente tirantez como para que uno fuese a buscar un choripán a una mesa y el otro una copa de vino a otra, perdiéndonos en diferentes grupos para no terminar a las piñas, y arruinar de este modo la reunión de nuestra común amiga.
Mi interlocutor no era Macri, ni el sobrino de Amalita Fortabat, ni un primo de Roggio o Soldati, ni el hijo de nuestro ministro de la UIA, ni un directivo del City Bank, ni un asesor de empresas privatizadas, ni Alchourron o cualquier miembro de la Sociedad Rural o la Acción por la República. Ni siquiera el mejor amigo de Jorge Asís. Simplemente un cuentapropista ubicable fácilmente en la franja que quedó capturada por el saqueo financiero. Un ciudadano medio que expresa una forma de pensar hasta hace poco casi única y excluyente que dio sustento para que presidentes y gobernadores pudieran contar siempre con el apoyo más o menos mayoritario de la sociedad de votantes y, el marzo último, Cavallo recogiera (perdonen que despilfarre la riqueza polisémica del lenguaje en una humorada tan obvia, pero surgió así) la esperanza de más de un 50% de argentinos. Este argentino medio, con su convencida reivindicación del egoísmo me hizo transformarme en un discípulo involuntario de Hobbes (El Estado está para poner coto al egoísmo de los seres humanos) y recordar la archirepetida por nosotros tesis de Freud acerca de la función de la cultura para atenuar (en vano) la dimensión mortífera de la pulsión. Pero lo cierto es que lo que mi interlocutor proponía no era la ley de la selva, sino la ley del mercado, que es parecida pero por completo diferente en tanto es profundamente cultural. La larga referencia a esta cuestión se debe a que nunca como hoy se ha hecho tan necesario, al menos para mí, tratar de buscar respuestas a la antigua pregunta: ¿cómo regular los múltiples egoísmos en una sociedad más justa para todos?. (Espero que esto sea leído con tolerancia toda vez que no hago referencia al narcisismo, la pulsión de muerte o de vida y demás cuestiones o conceptos que nos competen como psicoanalistas.
Pero como creo que los conceptos psicoanalíticos no alcanzan para cubrir una situación tan compleja como ésta prefiero no degradarlos con usos a la ligera que, en un aspecto, no agreguen nada y, sí, les hagan perder lo que tienen de fecundo) La pregunta ¿cómo regular los múltiples egoísmos en una sociedad más justa para todos? exige además hacer otra precisión: regular hoy por hoy la heterogeneidad de egoísmos requiere también enfatizar que en el presente no sólo hay millones de egoísmos individuales, sino fundamentalmente una cultura del egoísmo y una forma de organización de las relaciones económicas y sociales que ha hecho del egoísmo La cultura. ¡Tanto es La cultura! ... que se la proclama natural. La cultura no es el recinto excelso de una verdad que nos salvará si la hallamos sino que la cultura (bajo la forma "civilizatoria" que ha adoptado) es hoy la fuente más peligrosa para el futuro de la especie humana en tanto ser de cultura. No hay conflicto entre pulsión y cultura, sino en el interior de la cultura entre distintas alternativas de ella misma.
Tratemos de seguir estas ideas por los acontecimientos recientes. Es indudable que las movilizaciones populares de los días 19,20 y 29 de diciembre y la del 9 de enero resultan fenómenos inéditos y -tal vez, está por verse- fundantes de una nueva política en la Argentina. Remarco el tal vez, porque multitudes en movimiento no garantizan por sí mismas cual derrotero tomarán. No suscribo las posiciones donde el azar, lo caótico y autoengendrado se oponen a toda determinación. Sin un rescate de niveles de determinación que permiten la predicción relativa y, en ese sentido, una acción planificada abierta a lo incierto, la riqueza de lo complejo lejos de resaltarse se opaca.
El movimiento de la cacerolas es indicador de vitalidad, de la salida de un aletargamiento mortífero, pero ¿no es una ilusión vana confiar exclusivamente en la pura dinámica de una llamada espontaneidad de las multitudes arrojadas a la libertad de su furia y desencanto?. En las calles se dieron cita excavallistas traicionados y anticavallistas convencidos, excavallistas hoy partidarios de Solanet y anticavallistas del Frente contra la Pobreza, víctimas del saqueo de sus plazos fijos sólo preocupados por que se los devuelvan y víctimas de ese mismo saqueo pero más que nada hartos de tanta injusticia generalizada, bancarizados al borde de la insolación hirviendo de rabia ante el maltrato cotidiano y bancarizados casi estuporosos ante la ruptura simbólica que implica este nuevo modo de circulación con tendencia al estancamiento, asalariados que no tienen con qué pagar lo elemental, o cuentapropistas que no tienen cómo hacer funcionar sus magras actividades, militantes que desde hace años alertan sobre las consecuencias letales de estas políticas y radicales que confiaron en estas políticas, peronistas que también confiaron y ahora confían de nuevo (aunque menos) e izquierdistas que anunciaban lo que iba a pasar pero no pudieron hacer que no pasase, estudiantes liberales, peronistas o marxistas y empleados o amas de casa, profesionales y obreros, comerciantes y jubilados, desempleados ya crónicos y desocupados por ahora circunstanciales, empleados en vías de ser desocupados y desocupados en vías de ser parias.
Miles de personas enfurecidas. En la mayoría de los casos, con una lecherita de aluminio en una mano y una cuchara de té en la otra, y con piedras o el pedazo de madera que hubieran encontrado cerca, en otro, según hubiera ya empezado la represión o no. (Por supuesto dejo por fuera de este comentario los provocadores ruckaufistas, duhaldistas, del side, de la policía de la provincia o la Federal, o hasta algún neofoquista que pudiera haber creído encontrar en ellos la vanguardia de una revolución inminente) Toda esa heterogénea multitud, con sus individuales egoísmos en el fondo de sus carteras, mochilas o bolsillos, sin embargo se moviliza exigiendo tanto la renuncia de "todos", como por otro, algo tan abstracto y difícil de definir como ¡justicia! Quizás por eso el reclamo de renuncia de nuestra Corte de Injusticia Suprema fue tan mayoritario en esos momentos y continúa siéndolo. No era una masa tras un líder como suele ser pensada, ni tras una idea consistente, pero sí una multitud tras un ideal, por el momento deletéreo, pero potente si pudiese llegar a encarnarse en formas precisas.
Tal vez podríamos decir que era una multitud de egoístas tras un ideal no egoísta. Esa multitud de egoístas tras un ideal no egoísta era movida por diversas fuerzas propias y ajenas, evidentes y subterráneas, conscientes y no conscientes. Nadie puede poner en duda ahora la acción orquestada con vocación de golpe de estado que significaron el comienzo de los saqueos o la sospechosamente libre circulación incendiaria por el congreso o muchos negocios, nadie puede negar la carne podrida de Hadad y su banda "radio 10" anunciando el avance de un barrio sobre el otro con la misma lógica que los coches de la policía de la provincia o de gendarmería iban recorriendo villas y countries haciendo circular el riesgo de un ataque imaginario que, por una lado, retuviese a la gente (armada) en sus barrios y, por otro, promoviese la sensación de caos. Nadie puede negar la feroz lucha de intereses financieros y comerciales en pos de lograr ventajas con una eventual devaluación o una eventual dolarización (De hecho al momento de escribir estas líneas la lucha sigue y no está dicha la última palabra; que se haya devaluado y decretado el fin de la convertibilidad, no quiere decir que ahora no se pueda dolarizar lo devaluado.
¡Desde comienzos de los 90 el modelo fue el sudeste asiático ... con sus sueldos inexistentes!) Junto a estas dimensiones conspirativas evidentes y siempre activas (es un tema a discutir la manera en que desestimar la importancia de la determinación relativa lleva también a desmentir niveles conspirativos que son constantes en toda vida política -insuficientes para explicar todo pero necesarios para explicar algo-), convivieron las experiencias sociales de protesta y reclamo que desde hace años realizan piqueteros, maestros, estudiantes, estatales, ferroviarios, y todos los que se suman a la luz de los sucesivos y crecientes crímenes e injusticias. Todos individuos que puestos a asociar en el diván del psicoanalista o enfrentados a alguna situación cotidiana extrema no tardarían en mostrar su egoísmo, pero que en un momento histórico particular en el que confluyen fuerzas disímiles y contradictorias, pueden adquirir una generosidad desconocida y tornarse vehículo de una cultura distinta. Cultura de la vida que se oponga a esta cultura de la muerte, podríamos decir con conciencia de la relativa vacuidad y hasta altisonancia de esta manera de formularlo. Ambas culturas atravesadas íntimamente por sus respectivos conflictos internos entre las que llamamos pulsiones de vida y muerte.
No se trata de asociar una cultura a una pulsión y otra a la otra. Formularlo así significa perder toda la dimensión de conflicto inherente a la teorización freudiana en este punto. Ambas pulsiones luchan, y moldean en su lucha cada cultura. En los últimos días he escuchado la idea de que los psicoanalistas o los trabajadores de salud mental nos pongamos a hacer talleres de reflexión para elaborar la situación actual y ayudar a elaborarla a una población traumatizada. Estos fenómenos son políticos y sociales, participar en ellos supone hacerlo como ciudadanos involucrados no como coordinadores psicosabios.
Desde esa perspectiva la tensión inevitable entre el egoísmo individual y los ideales solidarios y sociales quizás se pueda ir resolviendo (seguramente con altas dosis de dolor, pues los grandes cambios sociales no transcurren según la visión romántica de una epopeya heroica) en las nuevas formas de lazo social que puedan ir construyéndose (las asambleas populares que surgen por doquier son una de ellas) Formas que no me parece posible que se puedan desarrollar sin rescatar la dimensión política de nuestras prácticas y sin rescatar la política en general.
Segunda Nota. En la conversación antes relatada, la responsabilidad del desastre era atribuida a los políticos corruptos. Esto se repite por doquier. La política es corrupta, hay que acabar con los políticos. Más aún: hay que acabar con la política. Entonces, primer medida: acabar con el gasto político.
Disminuyamos el gasto de las instituciones. Bajemos el sueldo de los políticos. Perdón por el énfasis pero ... ¡qué estupidez! ¡Como si los políticos se enriquecieran por sus abultadísimos sueldos y no por las mucho más abultadísimas coimas que pagan los holdings corruptores! Si un funcionario gana 2000 en vez de 7000, cargará 5000 al próximo palo verde que cobre. Cobrará un palo con cinco. Por otro lado, el otro aspecto del gasto del estado: la burocracia no se resuelve echando a sus agentes sino reciclando de punta a punta su actividad Es penoso ver cómo todos los sentimientos legítimos de la población contra diversas formas de corrupción han servido en las últimas décadas para destruir todas las formas de organización social que pueden impedir la corrupción. Toda la subjetividad anticorruptora ha servido a los corruptores y fue alimentada por ellos. Las empresas del estado están corrompidas, ¡privaticémoslas!. Los sindicalistas son tránsfugas .... ¡Basta de sindicatos! El parlamento está corrompido .... achiquémoslo. La clase política es de viejos crápulas ... ¡pongamos jóvenes! (Claro, ¡jóvenes!, ¡jóvenes como nosotros! repiten Mauricio Macri, Beliz y los chicos de Franja Morada) Jóvenes y pocos, así los aparatos de los partidos mayoritarios pueden garantizar una mejor manera de hacer entrar su gente y disminuye la de los grupos chicos.
El Estado fue incapaz de controlar las tropelías de las empresas, acabemos con el Estado. Toda la cultura antiestatista de los últimos años ha servido a los verdaderos responsables de este desastre ... los intereses del gran capital financiero - tecnológico hiperconcentrado internacional. ¡El problema no es el capitalismo, sino el capitalismo argentino! ¡ Qué bien se vive en el Primer Mundo!, se repite con nostalgia. Que el capitalismo serio de allá vive del capitalismo "no serio" de acá, es algo que se olvida siempre. Y que, llegado el caso, su seriedad de allá se pierde en un santiamén, se desconoce aún más. (La caída de la firma Enron allá en el Primero de los primeros mundos o la subida de Bush por una maniobra de la "justicia" electoral que negó la realidad material del sufragio son apenas muestras libres de un sistema que es perverso, según sus peculiares idiosincracias, en todos los rincones del mundo). Esto que decís suena a zurdito me espetaría en una asamblea algún joven que está con la cacerola en la mano puteando contra todos. El acuerdo llega hasta la puteada. Su conciencia está tironeada por el robo que sufre y la subjetividad de la época que propició el robo y que todavía lo domina y seguramente también me domina a mí. Quizás la calle o la asamblea nos permitan disolver prejuicios (difícilmente una reunión social entre vinos y choripanes) Poner en escala que los errores de muchas organizaciones políticas no tienen nada que ver con la mala fe hecha poder de los partidos del poder. La creación de formas de pensar nuevas exige recuperar de modo crítico algunas de las formas "clásicas" de la experiencia social. Ese es un desafío de la época. Porque una de los triunfos de la subjetividad del mercado ha sido destruir toda dimensión histórica de las experiencias sociales vividas en el mundo, con sus vicios y virtudes. Han pretendido que lleguemos al fin de la historia haciendo que reneguemos de ella. Porque creo que todos estamos más o menos tomados por la subjetividad de la época en que se propició el robo es que recuperar las discusiones implica descubrir cuánta subjetividad del mercado triunfante hay en nuestra subjetividad ciudadana. Implica también poner en caución tantas afirmaciones mediáticas que nos invaden y que tenemos incorporadas sin saberlo incluso en nuestros modos críticos.
Tercera nota. Muchos hemos leído y escuchado con preocupación un cierto tono de desprecio hacia la gente que salió en los cacerolazos a partir el origen social de los manifestantes. Por ejemplo, al joven que me pudo haber tildado de zurdito, podría descalificarlo por sus zapatillas Reebok, su remera de Cancún y sus carpinteros a la moda. Pareciera ser que los pequeños ahorros de los que salieron, sus gustos tilingos, sus ropas de marca, los invalidan.
No discutiríamos el enunciado posible: discrepo con tal o cual idea de izquierda, sino que respondo a una desautorización del sujeto: zurdito, con otra desautorización en espejo: chetito ¿porqué no saliste antes?. Se le reprocha a la clase media que no ha salido antes porque antes no les tocaron los propios bolsillos. ¿Acaso no es siempre así? Por qué se movilizan los distintos miembros de una sociedad sino por sus intereses. Ese es un precepto básico del pensamiento marxista. La clase media por sus magros ahorros, la clase obrera por un mejor sueldo, los desocupados por un plan trabajar. El obrerismo hace perder de vista que muchos cuadros "obreros" de la historia mundial salieron de las clases medias o hasta burguesas (recordemos sino a Engels) y que mucho fascista ha dado el proletariado. La clase obrera "en si" y "para sí" no son categorías de museo. Saber interpretar esos intereses materiales sería una buena tarea para quienes se reclaman vanguardia. Excepto los cuadros políticos con formación y una elección de vida en este sentido, la mayoría de las gentes piensa en el asadito del domingo, ir al cine, encontrarse con amigos, abrir un negocio, dedicarse al arte, al deporte, a la ciencia, hacerse de un amor en un boliche, en un bar o por la calle, llegar al beso o al lecho, irse a la cancha el domingo y hasta juntar ahorros para una vejez tranquila. Ser un militante político, y con esto no hablo de esta runfla de gansters que hoy se han apoderado de ella, hablo de quienes han hecho de la lucha política el centro de su vida, de su pasión y de su compromiso, no otorga carnet de santo que permita mirar desde el cielo a los mediocres mortales. Es una actividad meritoria, pero nunca un salvoconducto con sello de virtuoso.
La política maneja la vida, el hombre es un animal político, pero esto no hace que las personas se interesen siempre por la política. En definitiva, también somos seres biológicos con un fundamento físico químico imprescindible para nuestra existencia pero no todos somos biólogos, físicos o químicos. La poesía es esencial para la vida pero no todos se dedican en garrapatear versos en servilletas de bares. El reconocimiento de la diversidad es la condición de la comprensión de la complejidad, complejidad siempre atravesada por contradicciones diversas, algunas superables, otras antagónicas. ¿Cómo pretender construir una política que aspire a un mundo mejor sin abandonar los altares del autoendiosiamiento? ¿ Es posible hacerlo? Tal vez así se podría comprender en serio que las clases medias, los sectores obreros y los desocupados, son hoy por hoy, los únicos que pueden tener un interés real que este país salga adelante. En definitiva, los obreros quieren vivir mejor y la clase media no quiere vivir peor, mientras los inmensamente ricos logran poner a unos contra otros en nombre de que el que gana cinco mil no tiene derecho a hacerlo porque hay muchos que ganan nada más que ciento cincuenta (Diferencia enorme e injusta, es cierto). Lo que se oculta es que hay unos pocos que ganan diez mil, pero ¡por día!. Ese es verdadero enemigo, esa es la verdadera injusticia, lo demás es guerra entre explotados muy pobres o apenas ricos, pero siempre explotados.
Ser muy pobre no es una virtud, es una desgracia. Ser consciente, no es una mérito, es una suerte ... que no nos ahorra el dolor. En definitiva, ni siquiera nuestras mayores virtudes son un mérito personal, sino el fruto de la convergencia relativamente aleatoria de infinidad de factores que a lo la largo de nuestra existencia nos han ido forjando sin que lo sepamos. Nuestros méritos nunca nos harán virtuosos, a lo sumo, afortunados. No es una virtud saber la historia de las revoluciones francesa, rusa, china y cubana, ni es un defecto no saberlos, tan solo una suerte para uno que podrá contar con más herramientas para pensar y una desgracia para otro que tendrá menos elementos para reconocer las mentiras en el discurso de Grondona. En definitiva, casi toda la sociedad (en todas sus clases) vio con esperanza esta expropiación masiva del país que se llamó convertibilidad y privatizaciones. Ojalá que una política se pudiera construir desde esa posición. Me surge montones de contraargumentos que ponen en duda la viabilidad de esa perspectiva, pero la creo (temo que la necesito) necesaria para incluir en cualquier proyecto que pretenda transformaciones políticas serias. Si no, el "zurdito" del joven y mi "chetito" de réplica van a ser contemplados con una sonrisa soberbia por el banquero de la zona que gozará de nuestra discusión mientras estudia que más tiene para remesar a su casa matriz. Quizás sea una utopía. Pero como dice Eduardo Muller, hay que construir una topía de las utopías. * Oscar Sotolano, Psicoanalista y escritor.
Texto publicado en "Rebeliones y Puebladas: diciembre 2001 y enero 2002. Viejos y nuevos desposeídos en Argentina". Cuadernos de la FISyP, cuaderno 7 (2° serie), enero de 2002
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