A los más de 30 manifestantes asesinados el 20 de diciembre
por la policía,
a los 3 pibes del barrio de Floresta asesinados por un ex policía
"privatizado" el 29
y a Hugo Barrionuevo, joven manifestante "piquetero"
asesinado el 6 de febrero por un matón parapolicial
"puntero" del Partido Justicialista bonaerense,
por exigir su derecho al trabajo
I- "VERANO PORTEÑO":
El título de la estupenda pieza de Astor Piazzola aparece sin que lo
llamen, cuando uno trata de pensar lo vivido y sucedido a partir del 19 de
diciembre de 2001 en el caliente verano de Buenos Aires -y en toda
Argentina-, que ciertamente tiene importantes proyecciones para toda
Latinoamérica.
¿Qué apareció en el escenario? Saqueos, estado de sitio, cacerolazos,
rebelión y estallido social, ruptura de la cadena de pagos, "corralito",
una inédita crisis política institucional, vacío de poder y cambios
vertiginosos de presidentes-fusibles. Pero tratar de comprender la
situación de Argentina hoy desde acá requiere de un esfuerzo para "ver la
coyuntura" mucho más allá de las fragmentaciones y trivializaciones
mediáticas predominantes, desde un elemental rastreo histórico y
estructural, y desde una perspectiva latinoamericana que le dé cierto
sentido. Sobre todo, para dimensionar los efectos pasados, presentes y
futuros de las políticas neoliberales sobre nuestros pueblos, así como las
formas de lucha, organización y resistencia social que provocan.
La punta del iceberg
Lo que saltó a la primera plana internacional desde el 19 de diciembre fue
la punta del iceberg de un vasto movimiento de protesta y rebelión social,
que ya se venía desarrollando en días anteriores:
"?En algunas de las acciones hubo choques con la policía, tiroteos, y
enfrentamientos con armas. Pero no sólo son saqueos, también en estos días
se dio la toma del Banco Provincia por docentes en La Plata (14 dic.) y
numerosos cortes de ruta. El 19 se toma y bloquea el puente "General
Belgrano" que une Corrientes con Resistencia. Se cortan rutas en todo
Jujuy, el sur de Tucumán, Chaco y Entre Ríos. Hay ataques a edificios
públicos con lucha callejera (Córdoba y La Plata), hechos en los cuales
encontramos elementos de motín. La decisión del gobierno de decretar el
estado de sitio y el llamado a la calma desatan la movilización y
manifestación (lo que los diarios llaman el "cacerolazo") principalmente de
la pequeña burguesía asalariada y no asalariada, con concentraciones en
muchos puntos de la ciudad de Buenos Aires, así como en Rosario, Córdoba,
La Plata, Mar del Plata, en la noche del 19. Una apretada síntesis muestra
que el 20 hubo saqueos en Rosario, Junín, Capital Federal, Gran Buenos
Aires, Corrientes, Salta, Paraná, Comodoro Rivadavia. Lucha callejera en
Córdoba, Mar del Plata, Comodoro Rivadavia, Mendoza, Neuquén, Tucumán,
Rosario, Paraná y Gran Buenos Aires. Manifestaciones en Chaco, La Plata,
Mar del Plata. Y el paro general convocado por la Central de Trabajadores
Argentinos (CTA) a la mañana del 20, y por ambas CGT (Confederación General
del Trabajo, dividida en dos sectores) a la tarde del 19. Pero el combate
principal se desarrolla desde las primeras horas del 20 y sobre todo al
mediodía en el centro de Buenos Aires. Hay choques protagonizados por las
masas en todo el centro de la Capital. Si atendemos a los instrumentos
utilizados y a los sujetos que protagonizan los hechos, vemos que lo
ocurrido entre el 19 y el 20 de diciembre de 2001 contiene todas las formas
de rebelión presentes en los últimos doce años. O sea, en estos dos días
se concentró, se condensó lo que se había ido dando en los últimos doce
años."
(Informe de Nicolás Iñigo Carrera,
Coordinador del Programa de Investigación sobre Movimiento Social-PIMSA-
Universidad de Buenos Aires, 27-12-01)
Así, el gobierno de De la Rúa se fue como empezó: descargando represión y
provocando muertos. En diciembre de 1999, a escasos días de asumir, tropas
de gendarmería desalojaron militarmente el puente fluvial Corrientes-
Resistencia, bloqueado por manifestantes, con un saldo de dos muertos y
decenas de heridos y detenidos. Una breve mirada atrás nos indica también
que
el pico de rebelión de diciembre tiene numerosos antecedentes de más
largo plazo que es necesario retomar: hay un ciclo de resistencia y
protesta que tuvo un punto de arranque en el estallido popular de diciembre
de 1993, en Santiago del Estero y otras provincias del interior
empobrecidas. En la capital de esa provincia, luego de una concentración
convocada principalmente por las seccionales locales de los trabajadores
del estado, sobre todo los de salud y educación, los manifestantes
santiagueños no tocaron entonces un solo supermercado o comercio a pesar
del hambre y la miseria: atacaron directamente las sedes del poder político
(Casa de Gobierno, Legislatura y Poder Judicial) y las mansiones de
políticos corruptos, tanto oficialistas como "opositores", desbordaron la
represión policial local y forzaron la intervención federal a la provincia
Esas eran las primeras respuestas sociales activas de envergadura frente al
nuevo
"terror económico" que significaba el estrangulamiento
presupuestal de las provincias, el recorte laboral y el cierre de fuentes
de trabajo privatizadas, impuestos por Domingo Cavallo, en su gestión como
ministro de economía durante la primera parte de la década menemista (90-
95). Para el estratega de la convertibilidad, las provincias empobrecidas
eran simplemente
"economías no viable", y por lo tanto descartables,
al igual que sus habitantes.
El largo proceso de acumulación-resistencia social iniciado entonces,
incluyó decisivamente la movilización de empleados públicos del interior
con sueldos recortados, pagados en bonos y atrasados, así como la de los
docentes en defensa de su trabajo y la educación pública durante el
menemismo. Esas luchas fueron particularmente intensas en la norteña
provincia de Jujuy, donde detacó la figura de Carlos Perro Santillán,
dirigente del Sindicato de Empleados y Obreros Municipales, que junto con
otros, conformaba el Frente de Gremios Estatales, a la cabeza de las
movilizaciones. Y en el otro confín del país, la huelga metalúrgica de
Tierra del Fuego, en abril/mayo del 95, enfrentó los despidos y cierres de
plantas con ocupaciones de ellas y lucha callejera.
Pero sin duda ese proceso dio un salto cualitativo con la conformación del
movimiento de desocupados (los piqueteros), cuya cuna fue la patagónica
provincia de Neuquén. Allí se dieron las experiencias iniciales de
coordinación de sus luchas, con la creación de las primeras Asambleas y
Comisiones Coordinadoras de Desocupados, entre fines de 1994 y comienzos de
1995.
A partir de entonces, el movimiento se extendió hacia muchos otros lugares
como Córdoba y Gran Buenos Aires, realizando su primera marcha a Plaza de
Mayo el 6 de septiembre de 1996. Y se consolidó con picos de lucha,
experiencia organizativa y alianza con otros sectores populares, desde
Cutral-Có (Neuquén) hasta Tartagal y General Mosconi (provincia de Salta,
al norte). En agosto 2001 el Movimiento de Trabajadores Desocupados
realizó su primera Asamblea Nacional, y al calor de la lucha actual,
prepara la segunda para febrero 2002. Hoy en Mosconi, luego de duros
enfrentamientos con Gendarmería, ese movimiento realiza una valiosa
experiencia política, construyendo y ejerciendo un verdadero poder popular
local, análogo a algunas experiencias de "ayuntamientos populares" (entre
otros, Tepoztlán) y de comunidades autónomas rebeldes como las zapatistas
en México.
Fin de fiesta
El naufragio de la convertibilidad (con su ficticia paridad peso-dólar)
impulsada ciegamente por Cavallo hasta su forzada renuncia, marca en
realidad el
agotamiento de un ciclo de políticas económicas
neoliberales, cerradamente monetaristas, impuestas en Argentina desde hace
un cuarto de siglo (1976) . En eso han coincidido varios analistas
económicos desde distintos puntos de vista, incluído Aldo Ferrer. En
términos reales, el último proyecto económico vinculado a un mercado, una
producción y un consumo "nacionales", fue el del ministro José Ber Gelbard
(Cámpora-Perón, 73-74). Su sucesor, ya en el gobierno de Isabel Perón,
Celestino Rodrigo, descargó los primeros "ajustes": aumentos en
combustibles, impuestos y servicios básicos, que fueron respondidos
entonces por movilizaciones de obreros y asalariados, ya no controladas por
la oficialista Confederación General del Trabajo (CGT).
Y en noviembre de 1975 el comandante en jefe del ejército, general Videla
declaró:
"Deberán morir los que sea necesario para lograr la
pacificación definitiva de Argentina". Luego, el golpe militar de
marzo 76 declaró iniciado el
Proceso de Reorganización Nacional e
instauró el terrorismo estatal de una dictadura militar de represión
planificada. Su ministro de economía Martínez de Hoz, conocido
representante de la oligarquía local monopólica, comenzó la
reestructuración neoliberal excluyente y la marcha irreversible hacia la
hegemonía del capital financiero: inició la desregulación del mercado
financiero, la libre importación, la apertura comercial irrestricta, el
drástico recorte presupuestal sobre todo en salud, seguridad social y
educación, la contención salarial -basada en una despiadada y metódica
represión sindical- y el proceso de desindustrialización interna.
Hiperinflación, control político y neoliberalismo
Pero ciertamente logró controlar el agudo brote hiper-inflacionario
desatado durante la gestión de su antecesor Rodrigo. Y la exitosa
contención de la inflación a toda costa (dogma fundamental del
mercadoteísmo monetarista) contribuyó a que en la primera etapa la
dictadura mantuviera la iniciativa política. Lo hizo aprovechando también
la actitud expectante o al menos pasiva de numerosos sectores medios, que
sospechaban que las movilizaciones populares antes y durante el camporismo
habían llegado demasiado lejos. O que las "excesivas" concesiones
salariales anteriores habían tenido algo que ver con las turbulencias
económicas inflacionarias que se habían vuelto inquietantes. O que la
corrupción y los crímenes del régimen de Isabel Perón y López Rega
demostraban las maldades del populismo estatista.
No pocos de esos sectores medios (extensos todavía entonces en Argentina)
se encandilaron con la súbita abundancia de artículos importados, el
espejismo de las novedosas facilidades para viajar al exterior, o la
aparición fascinante de una nueva terminología financiera difundida por los
medios electrónicos, y de nuevos instrumentos de especulación financiera
que parecían ser accesibles para "los peces chicos" y prometían dinero
fácil, como las
mesas de dinero. Se negaban a ver el comienzo del
sordo proceso de desindustrialización, retroceso productivo y futura
contracción del mercado interno, que luego pagarían muy caro también ellos.
Casi una generación después, la acumulación de casi cuatro años de recesión
abierta, y el mazazo final del
"corralito" cavallista que congelaba
los fondos de los pequeños ahorristas, despertaría a muchos de esos
sectores medios de un profundo y prolongado "sueño de opio" y arrojaría a
sus franjas más conscientes a la rebelión civil, desafiando el estado de
sitio, enfrentando la represión policial y "viendo" con nuevos ojos (o
quizá por primera vez) las viejas heridas, mucho más profundas, de otros
sectores populares como el de los trabajadores desocupados.
Al comienzo del alfonsinismo, el ministro Grispun inició un fugaz intento
orientado a la reactivación de la producción, el mercado y el consumo
interno. Pero fue rápidamente reemplazado y las políticas económicas
volvieron rápidamente a su cauce monetarista, dictado por los centros de
poder económico locales e internacionales. Si en lo político la ilusoria
primavera alfonsinista terminó con las suicidas concesiones a los militares
frente a sus presiones (Leyes de "Obediencia Debida" y de "Punto Final",
que clausuraban la posibilidad de procesar a numerosos participantes en el
genocidio), en lo económico-social concluyó con una nueva sacudida
hiperinflacionaria que se desató al final de su gobierno, hacia febrero 89.
Ese brote y las impopulares medidas de ajuste dictadas por el ministro
Sourrouille, provocaron numerosos estallidos populares en la periferia de
Buenos Aires, Rosario y otras ciudades del interior, que incluyeron
saqueos. Y esas explosiones de descontento social finalmente forzaron el
acortamiento del período presidencial previsto, anticipando en algunos
meses las nuevas elecciones presidenciales que ganaría Menem con la promesa
de "salariazo y revolución productiva".
Como bien sabemos, mintió cínicamente y no sería la única vez. Pero en una
sociedad marcada por prolongados y repetidos traumas hiperinflacionarios,
la estabilización económica monetarista, basada en el exitoso plan de
convertibilidad operado entonces por el flamante ministro Cavallo, se
tradujo inicialmente en una acumulación política que a su vez hizo posible
la cosecha electoral de la reelección menemista. Se repitió aquí el
fenómeno ya señalado por Perry Anderson en
Balance del
Neoliberalismo (1995) en varios casos latinoamericanos.
Los
inéditos brotes hiperinflacionarios, también en Bolivia y Perú, han tenido
efectos coincidentes en la psicología social y política de amplios
sectores: a menudo desembocaron en conductas de apoyo, o al menos de
aceptación pasiva, a cualquier gobierno y política económica que
aparecieran como exitosos para superarla. Los señalamientos de Anderson
son claros en ese sentido, y coinciden con los resultados de varios
estudios psicosociales y encuestas de opinión vinculadas a la reelección de
Menem y Fujimori en 1995. Los catastróficos efectos sociales de la
convertibilidad cavallista recién se traducirían en lo político-electoral a
fines del 97, con el decisivo retroceso del menemismo en las elecciones
legislativas, y luego con la derrota del candidato justicialista Eduardo
Duhalde en las elecciones presidenciales de 1999, frente a la Alianza
Cívica que llevó a la presidencia a Fernando de la Rúa.
Se abrió así la puerta a una nueva frustración de las aspiraciones
democráticas y sociales, que se agregaría a las ya vividas con el fracaso
del camporismo y el del alfonsinismo. Como hoy en México y en muchos otros
países, la
alternancia bipartidista conservadora es la forma que
adopta en las actuales condiciones un esquema de dominación política y
exacción económica, basado en la radical exclusión de la sociedad en las
decisiones reales.
"Los payasos cambian, pero los dueños del circo son los mismos"
Las corrosivas pintadas callejeras en Buenos Aires resumían una acertada y
extendida percepción popular, cuando el estratega de la convertibilidad del
menemismo fue nuevamente nombrado como ministro por el gobierno de De la
Rua, que intentaba salir de otra grave crisis política y de gabinete, en
marzo de 2001. La crisis incluyó la renuncia de cuatro ministros,
desencadenada por la reacción social ante el anuncio de otro inminente
ajustazo por parte del nuevo (y fugaz) ministro de economía López Murphy,
cuyo "paquete" fue entonces aplaudido por el FMI, el BM y el BID, como
"doloroso pero necesario".
Luego de tensas negociaciones con el congreso y con Cavallo, que pretendía
poderes excepcionles como "coordinador de gabinete", Murphy fue reemplazado
por él. Con el nombramiento de su candidato favorito
"los mercados se
calmaron", pero se siguió acumulando el combustible para el nuevo
estallido social de diciembre 2001, detonado finalmente por el
congelamiento de fondos de ahorristas y el estado de sitio.
Ese combustible seguía fluyendo implacablemente desde enormes grietas,
abiertas en la sociedad por su estrategia económica: una desocupación
abierta que llega casi al 20% nacional (en regiones como Jujuy, hasta el
60%), con altísima subocupación y precarización, y un nivel de pobreza del
40% en una sociedad habituada al casi pleno empleo y a la movilidad social
ascendente; privatizaciones fraudulentas que desembocaron en el saqueo y
desguace del estado, en fuga acelerada de divisas y cierres de fuentes de
empleo e impuestos, servicios y medicamentos impagables para una gran
mayoría, con una deuda externa de 141 mil millones u$s. Al iniciar la
dictadura militar (y el comienzo de la hegemonía del capital financiero),
esa deuda era de 8 mil millones.
Pero antes de que Cavallo volviera a combinar provechosamente los "negocios
privados" con "la función pública" (para sí y para su clase) trascendió un
hecho grave, que por su misma naturaleza debía ser forzosamente
"extraoficial": las maniobras militares
Cabañas I, realizadas en
2000 en campos del ejército en la provincia de Córdoba. A pesar de durar
casi un mes y contar con la participación de más de dos mil soldados
extranjeros, entrenados en los batallones de
boinas verdes y
boinas negras de EEUU, esos ejercicios fueron ocultados a la
población. Estos
juegos de guerra clandestinos, ilegales y
anticonstitucionales planteaban en sus documentos internos el escenario de
un país con
"guerrillas, narcotráfico y población rebelde".
Con estos antecedentes y desde esa concepción del "enemigo interno", las
tropas de Gendarmería volvieron a actuar en junio de 2001 para sofocar un
nuevo brote de rebelión social en la población de General Mosconi, una de
las más golpeadas por la miseria y el desempleo. Allí, los bloqueos de
carreteras (
"cortes de rutas") realizados por los piqueteros con
decidido apoyo vecinal, fueron respondidos por el asalto de esas tropas,
reorganizadas durante el menemismo como fuerzas de despliegue rápido para
represión interna. Ocuparon militarmente la localidad, aterrorizaron a sus
habitantes, allanaron y catearon violentamente domicilios, provocaron dos
muertos y decenas de heridos y detenidos.
Y el 6 de julio, mientras se coordinaban los esfuerzos sociales para ayudar
a los habitantes de General Mosconi y liberar a los detenidos, Adolfo Pérez
Esquivel (premio Nobel de la Paz 1980), dirigentes del Movimiento Ecuménico
por los Derechos Humanos, de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre,
pastores de las iglesias metodista y evangélica, y abogados defensores de
los detenidos, denunciaron ante la prensa otro hecho muy grave: el
presidente De la Rúa enviaba al congreso una solicitud de autorización para
el ingreso de tropas extranjeras, que participarían en las maniobras
militares Cabañas II nada menos que en la misma provincia de Salta, bajo el
comando de EEUU. La solicitud presentaba el ejercicio militar como una
"operación de mantenimiento de la paz de las Naciones Unidas", que "se
inscribe dentro de la política de fomento de la confianza mutua y la
cooperación regional". Los participantes en este caso serían, además
de EEUU y Argentina, Bolivia, Paraguay, Brasil, Uruguay, Perú y Ecuador.
II- LO NUEVO Y LO VIEJO: LA CRISIS COMO ANALIZADOR
Como suele suceder, una crisis de esta magnitud actúa como líquido
revelador, que "hace aparecer", resalta y pone a la vista hechos,
tendencias y relaciones de poder, en la sociedad y el estado. "Lo viejo"
volvió a aparecer en el campo del gobierno, la clase política y los centros
de poder. Y sin duda, "lo nuevo" apareció en el dinamismo del movimiento
social. Varios hechos lo señalan:
1-
La respuesta de movilización social ante actos represivos del
estado. La declaración del estado de sitio al comenzar la noche del 19
de diciembre provocó un efecto precisamente opuesto al buscado, que era
frenar la oleada de saqueos y protestas previas, paralizando a la
población: ni bien el presidente De la Rúa anunciaba la medida por
televisión, comenzaron a oírse los golpes metálicos de todo tipo de batería
de cocina, que venían de todas partes
in crescendo, y comenzó a
desencadenarse una movilización-manifestación espontánea y masiva, de
rasgos inéditos en la historia reciente.
"Una gota con ser poco, con
otra se hace aguacero": como si escucharan la canción de Viglietti,
incontables grupos de vecinos se iban congregando en esquinas conocidas de
San Telmo, Constitución, Almagro, Villa Crespo, Palermo, Chacarita,
Floresta y muchos otros barrios de la Capital. El aguacero convertido en
ríos comenzó a volcarse desde todos esos puntos hacia Plaza de Mayo y la
movilización desencadenada se sostendría hasta muy entrada la tarde del 20.
Hacia la medianoche del 19 la brutal represión policial contra esa
movilización "echó gasolina al fuego" y se inició con una sorpresiva y
feroz carga con gases, munición de caucho, caballería, guardia de
infantería, camiones hidrantes y motociclistas contra los manifestantes,
todavía pacíficos, que llenaban esa plaza, para "desalojarla". Sólo logró
su repliegue momentáneo de ese lugar y convirtió todo el centro de la
ciudad, entre Plaza de Mayo y Plaza del Congreso, en un campo de batalla
entre las fuerzas represivas y los sectores de manifestantes más jóvenes y
decididos, a los que se sumaron nuevos contingentes "frescos" durante todo
el día 20.
Al día siguiente eran visibles las cicatrices que la batalla dejó en todo
el centro: piedras, incendios, barricadas y ataques a los frentes vidriados
de bancos, empresas privatizadas y McDonald´s. Pero por encima de eso, más
de 30 manifestantes asesinados por la policía provocaron el inicio de un
proceso judicial que involucró a jefes de seguridad y alcanzó al presidente
renunciante, y atizaron la ira social: el 28 a la noche se repitió otra
movilización similar desde incontables puntos de la Ciudad hacia Plaza de
Mayo. Esta vez, bajo un fugaz gobierno de transición y a la defensiva, las
fuerzas policiales inicialmente dejaron la Plaza a los manifestantes, cuyos
grupos más decididos llegaron a intentar entrar a la Casa de Gobierno,
golpearon sus puertas y ventanas y pintaron sus paredes. De allí partieron
los primeros disparos de gases, que iniciaron entonces la carga policial y
el nuevo desalojo de la Plaza. Nuevamente, el campo de batalla se trasladó
a Avenida de Mayo y Plaza Congreso, en cuyo edificio llegaron a penetrar y
hacer destrozos en planta baja algunos grupos, en condiciones poco claras.
Y esta vez, la furia de varios grupos de manifestantes envió a 12 policías
al hospital policial.
2-
La convergencia objetiva de muy diversos sectores con formas de
rebelión social muy distinta: Como lo señala el informe que ya citamos,
la ola de saqueos de días anteriores era sólo parte de una oleada mucho
mayor de protesta y movilización social, de larga gestación y profundas
raíces. Pero el tratamiento mediático predominante fue la fragmentación,
la descontextuación y la "nota roja". Y varios datos señalan la acción de
servicios de inteligencia en algunos actos puntuales de saqueo, orientada a
atizar la conocida
"guerra de pobres contra pobres", la desconfianza
entre sectores populares arrastrados hacia la marginación y sectores medios
empobrecidos. Esa forma de "guerra psicológica" no es nueva: también se
dio durante los saqueos del 89.
A este tipo de acción no es ajeno tampoco el aparato del Partido
Justicialista de la Provincia de Buenos Aires, dominado por el duhaldismo y
operado por el entonces gobernador Carlos Ruckauf (hoy ungido ministro de
relaciones exteriores por Duhalde). Ese aparato, vinculado a las mafias
locales y a una policía profundamente corrompida, brutal y delictiva,
cuenta además con enormes recursos financieros y organizadores como las
"manzaneras" y los
"punteros", que combinan un discurso
demagógico-populista con la intimidación y el grupo de choque (el
"porrismo"), con la manipulación de dádivas y partidas del "Plan Trabajar",
en el mejor estilo priísta, que conocemos sobradamente aquí. Ese aparato
de coacción y represión paraoficial se movilizó y entró en acción en Plaza
Congreso, cuando sesionaba la asamblea legislativa que finalmente ungió
presidente a Duhalde, para intentar desalojar por la fuerza a los
contingentes organizados de la izquierda política que se manifestaban en el
lugar y resistieron el ataque, provocando un nuevo enfrentamiento en la
calle.
Más allá de estas acciones del estado y los partidos tradicionales,
numerosos hechos marcan una tendencia incipiente a la convergencia de la
rebelión social. Y esto es particularmente notable en Argentina, donde las
experiencias de sectores medios y de sectores proletarios se habían dado de
forma separada (como en las luchas obreras y anarquistas a principio de
siglo, y las de la reforma universitaria de 1918) o aún contradictoria
(como en el irigoyenismo y el peronismo). En ese sentido, lo sucedido sólo
podría compararse con algunos picos del activo período 66-73, en el que el
ascenso de la movilización social permitió un alto grado de convergencia
popular, basada entonces en la confluencia del movimiento obrero y del
estudiantil (cuya expresión más sobresaliente fue el
Cordobazo del
69), sin precedentes en Argentina. Pero además de la abismal diferencia de
contextos internacionales, en ese caso se trataba de una lucha democrática
contra una dictadura militar, y hoy se trata de un conflicto de otras
dimensiones y proyecciones estructurales, frente al desgarramiento y
destrucción social provocados por 25 años de reestructuración excluyente de
la sociedad.
Los saqueos iniciados entre sectores populares con alta desocupación y
miseria configuran una respuesta social defensiva, anclada en la
supervivencia, cuyas dimensiones fueron mucho más allá de la capacidad de
contención y manipulación por el estado y los partidos, pero también
superaron en gran medida la capacidad de intervención y organización de
sectores populares como el Movimiento de Trabajadores Desocupados.
Coexistieron con otras formas de rebelión y convergieron objetivamente con
formas de resistencia civil como los "cacerolazos", iniciados luego entre
las franjas más concientes de los sectores medios. En muchos casos, ambos
sectores protagonizaron acciones que desembocaron en enfrentamientos
callejeros con fuerzas represivas.
Y esto es una experiencia política significativa para quienes las vivieron
y las atestiguaron. En particular porque, como señalamos, muchos de estos
sectores medios habían apoyado o al menos aceptado pasivamente, las
primeras etapas de los planes monetaristas de contención hiperinflacionaria
(Martínez de Hoz desde 76 y la convertibilidad cavallista desde 1990),
negándose a ver sus costos sociales para otros sectores, que luego los
alcanzarían a ellos.
3-
Un estado inédito de protagonismo, movilización, autoorganización y
deliberación social. Además de los estallidos y movilizaciones
espontáneas, comenzó luego una búsqueda activa y evidente de nuevas formas
organizativas. Esta búsqueda gestó todo tipo de reuniones vecinales,
asambleas barriales y populares, frente a los más variados problemas que
afectaban a quienes buscaban reunirse. Algunos de esos problemas estaban
vinculados a hechos dramáticos y brutales, que son también verdaderos
"analizadores" de la situación social actual. Es el caso del asesinato
alevoso de 3 pibes del barrio de Floresta por un policía "privatizado" el
29, que convocó numerosas asambleas (que fueron de las primeras) y
manifestaciones organizadas por sus vecinos y familiares, que exigían
castigo al culpable y el cese de la impunidad, la represión, el
hostigamiento y la provocación policial.
Este estado de activación social y la continuidad de los factores
desencadenantes de la crisis, abren la posibilidad de nuevas formas de
coordinación, de autoorganización y de resistencia social y cívica, como
las campañas contra el pago de impuestos exorbitantes y servicios
encarecidos por empresas privatizadas. Dentro del abanico de nuevos
actores que produjo esta nueva oleada de movilización social, destacó la
presencia activa y eficaz de los
"motoqueros", como se llama
popularmente a los jóvenes motociclistas que trabajan habitualmente en los
servicios de envío de documentación y de comida.
Organizados en un sindicato independiente creado por ellos, también conocen
la discrecionalidad y brutalidad policial. En las movilizaciones y
enfrentamientos del 20 y 28 usaron su agilidad para llevar y traer
información entre los contingentes de manifestantes, para distraer a la
policía cuando ésta cargaba contra esos contingentes, para sacar del lugar
de peligro a intoxicados por los gases (incluido algún periodista
agradecido). Para llevarlos a limpiarse los ojos y tomar agua en los
invalorables oasis surgidos de las solidarias mangueras de agua que
rápidamente sacaron y conectaron porteros y encargados de edificios. Para
estimular y coordinar a "los de a pie". Y cuando era posible, encabezar el
avance sobre la ancha avenida 9 de Julio. Aplaudidos por manifestantes,
vecinos y transeúntes, recibieron de buen grado el mote chocarrero de
"caballería popular". Pero ese cálido reconocimiento social tuvo también
un duro precio de sangre para ellos: tres de los asesinados por la policía
fueron
motoqueros.
En un plano "menos épico" pero igualmente necesario, se incluyen los grupos
de jóvenes que se organizaban para repartir vasos de agua a los agradecidos
viejos que llevaban horas al sol de verano en las fatídicas e interminables
colas de los bancos. Esas colas, formadas principalmente por jubilados,
pensionados y pequeños ahorristas con fondos secuestrados, no son sólo el
nuevo espacio cotidiano-social, obligadamente compartido, en el que todos
terminan tratando de expresar de mil modos su bronca (para no ahogarse en
ella) ante la
"dictadura bancaria", forma actual de la dictadura
financiera, creada e impuesta por la convertibilidad cavallista, que les
niega el elemental derecho de disponer de lo ganado. Se ha convertido
también en un espacio de reconocimiento mutuo, de micro-solidaridades que
incluyen datos útiles, guardar lugares a los más viejos y tímidas
propuestas para llevar a la próxima reunión o asamblea vecinal.
4-
Profundización de la crisis de representatividad-legitimidad de
la "sociedad política".
A vos te puso el Fondo, Chupete botón
Te cortamos las rutas, te paramos el país:
Sos un hijo de puta y te tenés que ir"
El cántico contra De la Rúa y el FMI, creado y entonado desde antes por los
piqueteros, se extendió rápidamente en las primeras movilizaciones, hasta
la renuncia del acorralado presidente. Pero luego, cuando fue reemplazado
por el justicialista Rodríguez Saa (que, ungido por el Congreso, duraría
menos de una semana), otro cántico fue subiendo de volumen en la
manifestación del 28 en Plaza de Mayo, y en otras movilizaciones:
"Baila
mi pueblo, baila, baila de corazón / Sin radicales ni peronistas vamos a
vivir mejor". Y en las marchas y manifestaciones por el asesinato
alevoso de los tres pibes de Floresta el 29, la bronca y la tristeza de los
vecinos lo transformó en:
"Canta mi pueblo, canta, canta de corazón /
Sin militares ni policías vamos a vivir mejor".
Esta creciente impugnación social incluyó en primer lugar al Estado y sus
instituciones: el gobierno de turno y los "tres poderes", incluyendo a los
legisladores y sobre todo a una Corte Suprema con predominio de jueces
menemistas, que entre otros detalles hizo posible la libertad de Menem y
luego ratificó la legalidad del congelamiento de depósitos bancarios de los
pequeños ahorristas. Pero también incluye a los organismos de crédito
internacional y a los dispositivos de mediación estado-sociedad como
partidos tradicionales y burocracia sindical. Tales eran los blancos de
las declaraciones de manifestantes, de gritos, cánticos, mantas y carteles,
luego de los primeros momentos de la crisis, en la que esos blancos eran
primero Cavallo y luego De la Rúa, además de Menem. Luego de la represión
policial, se agregaron la policía, los militares, los bancos y las empresas
privatizadas como YPF-Repsol (ambos sectores con fuerte participación de
capitales españoles).
De manera significativa se extendieron en la sociedad nuevas y variadas
formas de denuncia como el escrache, que había sido impulsado antes y
popularizado por organismos de familiares de desaparecidos como H.I.J.O.S.
(Hijos por la Identidad y la Justicia, contra el Olvido y el Silencio)
, contra participantes militares y civiles en el genocidio de la
dictadura. En esta ocasión se aplicaron primero a Cavallo y luego se
extendieron a muchas otras figuras repudiadas de toda la clase política.
Por primera vez, esa clase se siente vigilada de cerca por una sociedad
movilizada, deliberativa y beligerante.
En su conjunto, el grado de impugnación social activa alcanzó niveles
cuantitativos y cualitativos inéditos. Pero al mismo tiempo, reconoce
antecedentes inmediatos que ya se habían expresado muy recientemente en la
conducta político-electoral, y de manera muy clara: el llamado
"voto-
bronca" en las elecciones legislativas de octubre. En un país de voto
obligatorio, habituado a altas participaciones electorales (como el resto
del Cono Sur), una franja mayoritaria del electorado expresó su rechazo a
la ficción democrática de ese proceso electoral, absteniéndose de votar a
pesar de la obligatoriedad legal, o mediante una cantidad inédita y
sorprendente de "votos impugnados" (que contenían desde papel higiénico y
todo tipo de expresiones escatológicas, hasta fotos del
Che o de Bin
Laden).
De hecho, ese "voto-bronca" fue el ganador no legal de esas elecciones, muy
por encima de ambos partidos "grandes", que quedaron profundamente
disminuidos y deslegitimados electoral y políticamente: el actual
presidente Duhalde, ungido en medio de la crisis de diciembre por un
congreso sin legitimidad, por un acuerdo cupular entre ambos partidos, con
un método digno de los "electores de Sajonia", tuvo entonces un 15% de
votos. Pero ese dato evidente, como innumerables signos anteriores de la
acumulación de "bronca social", no fueron registrados por un gobierno
autista que mantuvo a Cavallo hasta el final, ni por una clase política
subordinada, ni por ningún otro centro de poder político o económico real.
El
"ni los veo ni los oigo" salinista a niveles aún mayores. Y lo
que siguió fue la "calle-bronca".
5- Lo anterior es complementario de un
mayor desnudamiento de los
centros y relaciones reales de poder económico y político, dentro y
fuera del país, por fuera de las instituciones formales, así como la
descomposición (corrupción) y subordinación de esas instituciones a ese
poder real, antes y durante la crisis, que hoy continúa. En distintos
momentos de esa crisis, varios hechos apuntan a eso:
-La fuga de divisas inmediatamente anterior al "corralito", estimada en 12
mil millones, reforzó la extendida y acertada percepción popular de que "la
red deja pasar los peces gordos y atrapa a los chicos". A ello se agregó
el "reciente descubrimiento" de enormes fugas delictivas por unos 26 mil
millones, con evidente participación de funcionarios oficiales, que dieron
lugar a procesos judiciales. Ese tipo de procesos impidió salir del país a
Cavallo entre otros, llevó a la detención de repudiados banqueros
menemistas y a la congelación de fondos de Menem en Suiza, hasta ahora.
- Las declaraciones de Bush y de su Secretario del Tesoro (en el sentido de
que los
tax-payers de su país no seguirían financiando "crisis
foráneas"), así como del director del FMI (
"Argentina debe hacer
sacrificios para recuperarse"), dejaron en claro a muchos qué podía
esperarse de esos centros reales de poder "global": mayor presión,
condicionamiento y exacción. Pero antes habían aparecido en escena el
canciller Josep Piqué, Felipe González y el presidente Aznar como activos
"lobbystas" y tutores de los intereses de empresas y capitales
financieros españoles, que presionaban abiertamente por ellos. Al mismo
tiempo, personajes como Pérez Compang (megamillonario
top) y el
presidente de Repsol, se reunían en Chile con Menem, que profundizaba su
cruzada por la dolarización e iniciaba su guerra declarativa contra
posibles cambios económicos, augurando su fracaso.
-Como todos los anteriores, el gobierno duhaldista rápidamente desmontó de
su retórica inicial (
"Se acabó la época de la alianza entre el poder
político y el financiero"). En pocos días volvió a confirmar qué podía
esperarse de gobiernos surgidos de acuerdos cupulares entre "la clase
política": en lo diplomático, profundizó la genuflexión frente a EEUU,
jugando la gastada carta de la condena a Cuba. Y con sus medidas
económicas ("licuación de deudas" con la "pesificación 1 a 1", entre
otras), se acomodó pasivamente a las presiones más fuertes: la de los
capitales financieros, articulados con los bancos trasnacionalizados y las
grandes empresas privatizadas. La búsqueda ansiosa de fondos del FMI y
apoyo en Washington lo llevó a su memorable carta a Bush:
"Estamos
firmemente comprometidos en dejar de lado, lo más rápidamente posible,
medidas transitorias de corte dirigista, que hemos heredado o nos hemos
visto obligados a tomar".
Enero: movilización extendida y sostenida
Fuera ya de primera plana, en enero y comienzos de febrero continuó el
proceso de movilización social, repitiéndose las protestas en Capital, gran
Buenos Aires y varias ciudades provinciales. Cacerolazos,
"escraches", manifestaciones, mítines, marchas y "cortes" viales se
dieron en Córdoba, La Pampa, Entre Ríos, Jujuy, San Juan, Chubut, Mar del
Plata, Tucumán, Santa Fe, San Luis, Rosario y Salta. En Santiago del
Estero la movilización tomó la forma de un festival de solidaridad con los
obreros municipales. Sus
"ideas-fuerza" podrían sintetizarse en las
consignas cordobesas:
"Echemos a los políticos y jueces corruptos" y
"No al saqueo bancario de nuestra Argentina". Bajo el cartel de
"delincuentes buscados", las fotos de Alfonsín, Menem y De la Rúa, con su
sonrisa dentífrica congelada, evocaban el
"¿De qué se ríe, Señor
Ministro?" de Benedetti.
Los cacerolazos "fundacionales" de diciembre estimularon la expresión de
las más diversas acciones de protesta por parte de variados sectores: al
terminar enero los deudores hipotecarios inventaron el
"llaverazo".
Los dueños de inmobiliarias, escribanos y martilleros tapizaron la quinta
presidencial de Olivos con sus inservibles carteles de venta. Los
camioneros rodearon el Congreso y aturdieron a todos con sus bocinazos,
pero el escándalo fue celebrado con aplausos desde los balcones. En el
barrio de Liniers, los pequeños comerciantes hicieron un
"corralito"
sobre los bancos con sus cuerpos, tomados de las manos. En sus camisetas
argentinas futboleras habían estampado una palabra:
"¡BASTA!" . Dos
días después en el barrio de Flores 500 clientes de banco hicieron lo
mismo. En Santa Fe, los productores agropecuarios marcharon sobre Rosario
con sus demandas, que fueron aclamadas por los vecinos de esa ciudad. En
la frontera con Bolivia, en La Quiaca, desocupados amarrados como cristos a
postes de luz lograron llevar esa imagen a las agencias internacionales.
III- "LO QUE VENDRÁ
Es el título de otra estupenda pieza de Piazzola, que también aparece sin
que lo llamen cuando uno "interroga la coyuntura" y trata de adivinar las
tendencias que pueden esconderse más allá de sus manifestaciones, a menudo
engañosas. Doblemente engañosas, si no se atiende a los deslizamientos de
sentido que producen la fragmentación y decontextuación frecuentes en el
tratamiento mediático de esas manifestaciones, a menudo aderezado también
con la frivolización o el sensacionalismo.
Luego del nombramiento de Duhalde como presidente, a partir del acuerdo
cupular entre los dos partidos mayoritarios en un Congreso deslegitimado,
la crisis argentina bajó de la primera plana internacional. Pero se trata
de una crisis integral, política, económica, social y cultural, que al
continuar presentes (en muchos aspectos, con mayor agudeza) los factores
que la desencadenaron, continuó su curso, necesariamente prolongado,
desarrollando nuevas potencialidades conflictivas. Por ello resulta útil
dar una mirada a la última etapa de ese proceso, más allá del "estallido
inicial y la crisis de diciembre" (ambos, términos parciales) para buscar
algunas claves que nos permitan "pescar algunas tendencias", o al menos
intentarlo.
A la búsqueda de autoorganización:
A fin de enero se realizó el quinto "cacerolazo" contra la Corte Suprema,
frente al edificio de Tribunales, en la plaza Lavalle de la ciudad de
Buenos Aires. De la espontaneidad inicial del primero, se pasó a un mayor
grado de organización.
"Se va a acabar, la Corte de la Impunidad":
con la música de fondo de esos cánticos, trataba de hacerse oír Luis
Ramírez, presidente de la Asociación de Abogados Laboralistas:
"No somos
vanguardia. Nosotros vamos detrás de lo que marca la gente" explicó
sencillamente, al referirse a la campaña de recolección de firmas exigiendo
la renuncia de los miembros de la Corte. Las planillas para firmas, de la
Junta Promotora para la Remoción de la Corte Suprema (integrada por
asociaciones de abogados, Central de Trabajadores Argentinos y Madres de
Plaza de Mayo-Línea Fundadora) surgieron después de que en los barrios los
vecinos comenzaron a hacer circular papeles con ese reclamo
espontáneamente. Este hecho es sólo un ejemplo del proceso de
autoorganización que se inició en enero a nivel nacional, sobre todo entre
sectores medios.
En una crisis integral y estructural de esta magnitud son de central
importancia los
primeros saldos de autoorganización social, que
trascienden la espontaneidad del estallido y la revuelta o la protesta
inicial, buscando formas de articulación, consolidación y acumulación de
poder social, de autonomización colectiva frente al estado. En este
punto se vuelve crucial la experiencia previa de movimientos como el de
desocupados, que ya desde mediados de los 90 habían comenzado a difundir
una idea-fuerza que en diciembre se reveló fundamental: la de los
AUTOCONVOCADOS.
La primera asamblea de asambleas
En esta búsqueda de ir más allá de los límites de la respuesta defensiva
inicial de diciembre, y a partir de lo acumulado desde ella, el domingo 13
de enero se realizó en el Parque Centenario de Buenos Aires el primer
Encuentro de Asambleas Barriales. Asistieron unas 1000 personas
representando a 25 asambleas, aunque existían muchas más. Debatieron al
aire libre durante horas, sin una "mesa" que dirigiera, sin "orden del
día", podio ni micrófono. Sin "dirigentes", resolvieron autoconvocarse
para el domingo 20. Ese día hubo 3000 asistentes y se formó la Asamblea
Coordinadora Interbarrial, que nombró delegados y convocó para el viernes
25 al primer "cacerolazo nacional" contra las restricciones a depósitos
bancarios y la Corte Suprema.
Se llegó así a construir el primer organismo de coordinación de asambleas
barriales de la ciudad de Buenos Aires, que hoy abarca alrededor de 70, en
muchos casos con varias asambleas por cada barrio, que se reúnen
semanalmente y acordaron un calendario de actividades de lucha y
organización, de acuerdo a su página-web. Y se llegó así a dos avances
políticos significativos. El primero fue llegar a las primeras medidas de
lucha discutidas, decididas y coordinadas colectiva, orgánica y
democráticamente, que superaron la espontaneidad de los cacerolazos de
diciembre, y que se iniciaron con el primer "cacerolazo nacional" del 25 de
enero. Esta medida de lucha incluyó una nueva diversidad de acciones
coordinadas: además de las realizadas en diciembre, como la marcha
convergente y manifestación en Plaza de Mayo y otras ciudades del interior,
se agregaron otras acciones de resistencia civil como descuelgues de
teléfonos en horarios acordados, cacerolazos y
escraches sobre
objetivos prefijados, sobre todo bancos y medios de comunicación.
El acuerdo inicial de la primera Asamblea Interbarrial del 20 de enero se
había referido puntualmente a batir las cacerolas y realizar asambleas en
cada barrio y en todo el país, pero había dejado abierta la posibilidad de
que cada asamblea decidiera en el momento si marchaba o no hacia Plaza de
Mayo, respetando la preocupación de muchos sobre la posible provocación y
represión, que se había expresado en varias asambleas, como la de San
Telmo. Pero la gran mayoría votó por la afirmativa y las columnas se
pusieron nuevamente en marcha. Esta vez, a diferencia del cacerolazo
anterior que había tenido poca cobertura de medios (y menos, los
electrónicos), estaban presentes todos los canales de cable y aire. Muchos
de sus móviles estaban atravesados sobre la entrada de Avenida de Mayo al
iniciar la llegada de los manifestantes. Quizás por eso la provocación, el
hostigamiento y la represión policial se descargaron sólo al final de la
concentración, a la medianoche, sobre los últimos grupos que se
desconcentraban de la Plaza, provocando heridos y detenidos.
La búsqueda de convergencia en la lucha social
"No rompan más las bolas,
la lucha es una sola:
Piquete y Cacerola."
Con ésta y otras variantes, el cántico que empezó a surgir en la
multitudinaria "Marcha Piquetera" del 28 de enero, apoyada por asambleas
vecinales de la Capital, bien podría expresar el segundo avance político de
importancia, que se refiere a un aspecto inédito y fundamental: la
incipiente tendencia a la convergencia de esos sectores medios en proceso
de autoorganización, con el de los trabajadores desocupados ya organizados,
en una situación de crisis cuyas dimensiones producen una vertiginosa
secuencia de hechos políticos nuevos difícilmente previsibles. De hecho,
el movimiento social preexistente de mayor proyección, radicalidad y
dinamismo, el ascendente Movimiento de Trabajadores Desocupados (MTD) había
sido momentáneamente rebasado, como organización, tanto por la oleada de
saqueos, como por las movilizaciones de tipo "cacerolazo" hacia Plaza Mayo-
Congreso y las confrontaciones con las fuerzas represivas desde el 19 de
diciembre.
Al mismo tiempo, la aceleración inesperada de la movilización social y la
agudización de la crisis intensificaron el debate y también las diferencias
que ya existían al interior de un movimiento nacional reciente, creciente,
vasto, heterogéneo, complejo y policéntrico como el
piquetero. Y
esas diferencias se expresaban claramente en el seno de su mesa de
conducción a nivel nacional (recién nacida, en términos reales), en la
configuración de dos bloques que a veces impulsaban medidas de lucha
independientes y políticas de alianzas muy diferenciadas: por un lado, la
Federación de Tierra y Vivienda (FTV, que preside Luis D´Elía, dirigente
piquetero del partido de "La Matanza" y también diputado provincial
por el Frente para el Cambio), integrada a la Central de Trabajadores
Argentinos, y la Corriente Clasista y Combativa ( CCC, a la que pertenecen
el ya conocido dirigente sindical
Perro Santillán, en Jujuy, y el
dirigente
piquetero Juan Carlos Alderete, también de "La Matanza").
Y por otro, el "Polo Obrero" junto al Movimiento "Teresa Rodríguez" y el
Movimiento "Aníbal Verón".
Esas diferencias se manifestaron cuando el MTD retomó la iniciativa
política luego de "la crisis de diciembre", al convocar a una marcha de
desocupados para el lunes 28 de enero hacia Plaza de Mayo, en demanda de un
millón de puestos de trabajo, amnistía para los dirigentes sociales presos,
reconocimiento oficial y respeto a sus organizaciones. La marcha formaba
parte de la Jornada Nacional de lucha impulsada en Capital, Gran Buenos
Aires y algunos puntos del interior, como Tucumán y Neuquén. Antes de esa
marcha surgieron los primeros signos de búsqueda de convergencia, bajo la
forma de resoluciones de asambleas barriales y vecinales, desde los
sectores medios y populares de la Capital, y de propuestas y declaraciones
públicas por parte del bloque FTV-CCC, desde el movimiento piquetero. En
términos de Luis D'Elía, esa marcha buscaría sumar a los afectados por el
corralito,
"para que podamos coincidir por primera vez las cacerolas y
los piqueteros, como símbolo de una nueva alianza".
Una apuesta alta: la marcha de piquete y cacerola
Varias asambleas barriales de la Capital, previas a la marcha anunciada,
resolvieron apoyarla. Vecinos de Liniers abrieron el diálogo con la FTV
para sondear posibilidades de coincidir en actividades futuras. Y la
asamblea multisectorial de ese barrio (primero en el que entraría la
columna de piqueteros desde La Matanza, al oeste) acordó dar la bienvenida
a la marcha con un desayuno de pan y mate cocido para los cansados
caminantes, e incorporarse a ella. Eduardo Slutzky, presidente de la Unión
Popular de Vecinos y del Centro de Comerciantes de Liniers, sintetizó ante
el periódico "Página 12":
"Creemos que debemos apoyar esta marcha,
absolutamente. Trabajamos convencidos de que en algún punto tenemos que
converger, porque el problema de los piqueteros es el mismo que el nuestro
y aún mucho más grave". La incorporación también fue decidida por la
asamblea de San Cristóbal, entre otras. Pero las conductas y
manifestaciones espontáneas de ambas partes cuando se realizó la marcha
piquetera, fueron mucho más allá de esas declaraciones y resoluciones
previas.
La larga marcha de 38 kilómetros hasta la Plaza de Mayo partió a la noche
del 27 del corazón de La Matanza, el distrito más populoso del Gran Buenos
Aires, golpeado brutalmente por el desempleo y la miseria. En él se
percibe como nunca antes, entre basurales humeantes, restos de calles de
fábricas y frigoríficos cerrados, el abismo social que separa a un interior
empobrecido y la ciudad de Buenos Aires. Y esa ciudad, como si hubiera
atesorado avara esa diferencia y temiera un contagio, había recibido de mal
talante, hosca y desconfiada, las anteriores marchas piqueteras y los
cortes de ruta, hasta hace un año. La apuesta a intentar cambiar eso era
muy alta y se jugó, con las cartas de los sondeos, acercamientos y
propuestas previas. La columna inicial, formada por los piqueteros y sus
familias, nucleados en la FTV, fue luego engrosada por los de la Corriente
Clasista y Combativa. En el recorrido se sumaron las columnas de los
trabajadores nucleados en la Central de Trabajadores Argentinos: su núcleo
central eran los estatales nucleados en ATE (Asociación de Trabajadores del
Estado), con su dirigente Victor de Gennaro, y los docentes de la
Confederación de Trabajadores de la Educación de la República Argentina
(CTERA), representados principalmente por su seccional de Buenos Aires,
SUTEBA. Al llegar a la Capital, la asamblea de Liniers les dio la
bienvenida acordada con el "hiper-desayuno" preparado por sus vecinos, con
innumerables manifestaciones espontáneas de solidaridad y reconocimiento, y
con las palabras de Sluzky:
"Para nosotros, vecinos y comerciantes, es
un honor poder unir piqueteros y desocupados con caceroleros, pesificados o
no, los que están en el corralito y los que quedaron fuera, para marchar
juntos a construir una nueva Argentina".
Las muestras de solidaridad y apoyo, organizadas y espontáneas, se
multiplicaron en todo el acalorado recorrido de la marcha hasta Plaza de
Mayo en el verano porteño: porteros de edificios sacaron mangueras de agua
para refrescarlos, vecinos de Plaza Irlanda llevaron botes de refrescos y
bolsas de pan, jubilados de distintos barrios los esperaban con paquetes de
galletas y refrescos, amas de casa bajaban de edificios altos con charolas
de sandwiches caseros. En su parada en Parque Rivadavia, recibieron
naranjas, ciruelas y budines traídas por sus asambleas vecinales, que
habían hecho colectas previas. En la parada en Congreso, D´Elía destacó
nuevamente la necesidad de la nueva alianza. Entre cacerolazos de
bienvenida, jarras de agua que iban apareciendo, vecinos sueltos que
bajaban de los balcones para sumarse a la marcha y grupos de delegados que
llegaban de distintos barrios para lo mismo, la marcha llegó multiplicada
en número y fuerza a Plaza de Mayo a 17 horas de iniciada, a las 5 de la
tarde.
Allí, al llegar, el grito
"Piquete y Cacerola, la Lucha es una sola"
se extendió por toda la plaza, mientras confluían dos columnas más desde el
sur y el norte. En el recorrido, los piqueteros agregaron a sus tres
consignas propias iniciales, la demanda de las asambleas vecinales:
renuncia de la Corte. Al final del acto, desde un palco improvisado sobre
el acoplado de un camión, Alderete y D´Elía pusieron en palabras el sentido
político de lo sucedido en esa larga marcha inicial hacia la lucha
convergente:
"Las asambleas de la Capital Federal y los desocupados
tenemos un enemigo en común: los banqueros que les robaron a ustedes sus
ahorros son los mismos que nos dejaron a nosotros sin trabajo. Luchamos
para que este modelo de acumulación obsceno se termine."
Los piqueteros habían doblado la apuesta y la habían ganado, logrando
plenamente los tres objetivos que se habían trazado en esta audaz
iniciativa política, y por los que habían trabajado fuerte: realizar una
marcha multitudinaria, atraer la solidaridad de las asambleas vecinales de
la ciudad, y evitar todo tipo de provocación e incidentes, manteniendo su
disciplina interna. Víctor de Gennaro resumió otro aspecto central de la
jornada vivida, que condensaba muchas anteriores:
"En todas las casas
del país se está discutiendo el futuro. De lo único que se habla es de
política. Ese es el verdadero salto cualitativo y lo que creemos que se
está acumulando en este proceso"
La moneda en el aire
A mediados de enero, los desocupados de la CCC organizaron una entrada al
Mercado Central de Buenos Aires para solicitar comida. Pero la influencia
allí del aparato del Partido Justicialista bonaerense dominado por el
duhaldismo y ligado a mafias locales, logró que los "changarines" de ese
mercado se enfrentaran con ellos, desencadenando refriegas que terminaron
con un miembro de la CCC atropellado por un automóvil e internado grave.
El hecho llevó a esa corriente y a otros sectores del movimiento piquetero
a tomar mayores medidas de seguridad y de organización, para evitar las
reiteradas provocaciones policiales y parapoliciales (principalmente de ese
partido y de los servicios de inteligencia del estado) y enfrentar una
táctica fundamental del adversario: la
"guerra de pobres contra
pobres", que se jugó en algunos saqueos aislados anteriores y
nuevamente en esta ocasión.
El 6 de febrero, el movimiento piquetero sufrió nuevamente la caída de un
compañero. En la provincia de Buenos Aires, Hugo Barrionuevo se iniciaba
en la lucha, participando en un "corte" de la ruta 205 en Esteban
Echeverría (Ezeiza), en un piquete formado por vecinos desocupados de la
zona, miembros del Movimiento "Aníbal Verón" y del FTV. Desde un auto
surgieron gestos amenazantes y provocadores, y luego éste se lanzó sobre el
retén piquetero, que trató de detenerlo. El conductor disparó dos veces y
un proyectil 9mm atravesó el cuello de Hugo. Los piqueteros acorralaron al
asesino, pero la policía intervino prestamente para salvarlo de su furia.
Era Jorge Bogado, restaurantero y
"puntero" del Partido
Justicialista, bajo órdenes del intendente de Ezeiza, del mismo partido.
Llevado a la seguridad del destacamento policial, fue luego liberado "por
falta de pruebas" , a pesar de que se presentaron treinta testigos. Hugo
Barrrionuevo se sumaba así a otros mártires del movimiento
piquetero, como Teresa Rodríguez y Aníbal Verón. Y también a las
jóvenes víctimas caídas en diciembre. La sangre de todos ellos marca hoy
el costo y la dureza de una lucha social contra un desorden excluyente
inaceptable, que dirige la mirada hacia un país y un mundo que valga la
pena compartir con otros. Nuevamente, a todos ellos dedicamos estas
líneas.
En su conjunto, este proceso de movilización, autoorganización y
convergencia social ha desbordado la capacidad de manipulación política
mediático-electoral y de represión del estado, y comienza a configurar una
amenaza a un sistema de dominación política y exacción económica, que
requiere de la
radical exclusión del conjunto de la sociedad de las
decisiones reales. Ayer se basaba en dictaduras militares o en
sistemas de "autoritarismo institucional estable" como México. Hoy opera,
aquí y allá, bajo la forma de la
alternancia bipartidista
conservadora en las condiciones impuestas por la reestructuración
neoliberal bajo la hegemonía del gran capital financiero. Ese sistema
global asigna al estado autoritario-dependiente latinoamericano una clara
función subordinada de control político, que en esta etapa significa:
administración de los conflictos, neutralización de las protestas y
sobre todo desarticulación de movimientos sociales. Hoy se ha quebrado
precisamente eso en Argentina.
Para los guardianes, operadores y beneficiarios locales de ese desorden
excluyente, es imperioso restaurar esa función, ese "orden". Y han entrado
en alarma abierta, como lo revela el periódico ultraconservador
La
Nación. La crisis actual resignifica la reestructuración de fuerzas
represivas como Gendarmería durante el menemismo como "fuerzas de
despliegue rápido" bajo la nueva hipótesis de conflicto (formulada por los
estrategas de EEUU) del "enemigo interno": la rebelión social. También
"revela fotográficamente" el sentido de las maniobras militares conjuntas
Cabañas I y II realizadas en Córdoba y Salta en 2000 y 2001, con
tropas de varios países limítrofes coordinadas por EEUU. A las formas de
intervención y "guerra psicológica" impulsadas por los servicios de
inteligencia del estado, y de manipulación-coacción-represión paraoficial
operadas por el aparato del justicialismo, cuyos ejemplos hemos visto, hoy
se agregan campañas "pre-golpistas" que llegan al inter-net y el e-mail.
La intimidación, la infiltración a movimientos, asambleas y redes sociales,
la provocación a manifestaciones y movilizaciones, serán herramientas
centrales para los intentos de desmovilización y desarticulación de los
nuevos y crecientes movimientos sociales. El impulso a la "guerra de
pobres contra pobres" ya señalado, será crucial en el sabotaje al proceso
de convergencia de esos movimientos. Estos elementos son parte fundamental
de la concepción de
"Low Intensity Conflict" ya operada con éxito
desde los 80 en Guatemala, Nicaragua, El Salvador, Mozambique, Angola y
Afganistán. Y desde 1996/98 han comenzado a ser replanteados, para
sociedades más complejas, desde la perspectiva de la "Guerra Social de
Redes"
(Social Netwar), a partir del análisis del nuevo movimiento
zapatista, hecho por la Jefatura Conjunta de Inteligencia del Ejército de
EEUU.
La historia, la de los individuos tanto como la de las sociedades, es
finalmente una novela de suspenso cuyo final no está escrito: depende de lo
que hagamos con ella, con nuestra sociedad y con nosotros mismos. De lo
que hagamos aquí o allá, dentro de los movimientos sociales ya iniciados o
en la solidaridad con ellos. O en la construcción de otros aún más nuevos.
México DF, 17-2-02
Martín Linares Jiménez,
es profesor titular de la Universidad Pedagógica Nacional (unidad Ajusco), Doctorante de Estudios latinoamericano de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM