Patética Santa Cruz
24/04/2007
- Opinión
El hecho comprobado hace unas pocas horas, a través de la excelente cobertura periodística que está realizando OPI Santa Cruz, de que la Gendarmería Nacional continúa llevando personal y pertrechos antimotines a la provincia sigue demostrando la temeridad del Gobierno Nacional. Así como también de la irrefrenable incapacidad del Gobierno Provincial para encontrar los caminos del diálogo, la negociación y la comprensión de la situación instalada desde hace tanto tiempo.
La historia santacruceña puede contar con episodios detestables en contra de sus trabajadores. Cuando en la década del veinte del pasado siglo fueron también las fuerzas armadas quienes impusieron el peso de las balas y las metralletas para contener la justa y genuina protesta social.
En aquella oportunidad la represión seguida de muerte, cuan genocidio, tuvo como aliados a los sectores mejores posicionados en la vida económica patagónica, a los políticos nacionales dispuestos a servir los intereses de unos pocos. Porque de eso se trataba entonces cuando el radicalismo -de la mano del Presidente Hipólito Yrigoyen- no dudó en exterminar a los trabajadores anarquistas y socialistas.
Han pasado casi cien años, y sin embargo ahora es un gobierno peronista -de la mano del Presidente Néstor Kirchner- el que también hecha mano a la intimidación, él que desde la arrogancia autoritaria pretende hacer callar la protesta del pueblo santacruceño. Un pueblo que lleva adelante una gesta inusitada y justificada por tantos años de sumisión, y el que se ha visto despreciado constantemente en sus derechos y garantías.
Que hoy sea la Sociedad Rural de Río Gallegos el lugar donde la horda armada almacene sus medios de represión, como es el caso de los gendarmes, debe llamarnos a la más profunda reflexión y al máximo de nuestra repulsa ciudadana. Porque todo tiene su razón de ser. Si ayer fueron los estancieros y los acomodados quienes con el dedo acusador hicieron posible la masacre, hoy son los políticos y también los acomodados -dentro y fuera del poder de turno- quienes no dudarán en actuar en consecuencia.
Es probable, y por demás de deseable, que este momento histórico permita a la comunidad patagónica encontrar en la lucha, en la movilización y en el compromiso los caminos que permitan recobrar las libertades, derechos y garantías, junto a ese sentimiento de autodeterminación que desde el poder sistemáticamente se lo han negado.
El Poder enquistado desde hace 16 años en Santa Cruz creía que todo lo podía. Que desde su hegemonismo perverso sería capaz de domesticar a un pueblo trabajador, con sueños de libertad y ansias de progreso. El que considera como una cuestión de Estado permitir los ilícitos, la corrupción, la falta de justicia y el llevar al silencio a todo aquel considerado como opositor, cuando no acérrimos opositores, por no querer convalidar las prácticas despreciables surgidas desde las mismísimas esferas ejecutivas, legislativas y judiciales.
Que la movilización de docentes, municipales, estatales y demás miembros de la comunidad trabajadora santacruceña hayan llevado al ostracismo a los personeros del poder provincial y nacional no es una cuestión menor. Aquellos que hasta hace unos pocos días atrás se autoproclamaban abanderados del bienestar y hacedores de una “Santa Cruz en serio” hoy deben esconderse, llamarse al más cobarde de los silencios o intentar cualquier tipo de artimañas para contrarrestar los justos y debidos reclamos.
No nos equivocábamos cuando sosteníamos que los arrebatos presidenciales por montarse sobre la noble e inclaudicable causa y lucha por los Derechos Humanos era una farsa. Porque lo que ahora está demasiado claro, va de suyo para cualquiera que lo quiera comprender, es el desconocimiento y menosprecio que las autoridades nacionales y provinciales tienen sobre temas como la libertad y la justicia, la dignidad y los derechos fundamentales e inalienables del hombre, la libertad de palabra, expresión y de manifestación y del derecho a elevar el nivel de vida como la seguridad de todos.
El dolor y la tristeza que a uno embargan los acontecimientos que se están sucediendo en nuestro sur querido, deben dejar paso a nuestro compromiso y solidaridad por quienes hoy sabemos que tienen la razón. Perdería toda razón de ser una comunidad, que impávida por los atropellos del Poder, permaneciera callada y atemorizada por quienes pretenden convertir la existencia misma de Santa cruz en el proyecto de unos pocos, de los mismos de siempre. Esos que han encontrado detrás de los sitiales del Poder y mediante sus prácticas feudales el camino hacia su propio bienestar, hacia la gloria pasajera conquistada con prácticas desleales e ilícitas, como asimismo pretender ser los dueños de la verdad y la vida en el desarrollo humano.
Queremos una Santa Cruz donde sus habitantes recobren los más elementales e inmutables derechos y libertades, donde sus hijos se formen como hombres libres y pensantes, donde los padres dejen de ser utilizados por las dádivas que el gobierno entrega como contraprestación del silencio y la inmunda complicidad, donde el futuro sea previsible y otorgue a todos las mismas posibilidades de progreso y bienestar.
Seguramente el futuro nos permitirá acabar con la “Patética Santa Cruz”.
La historia santacruceña puede contar con episodios detestables en contra de sus trabajadores. Cuando en la década del veinte del pasado siglo fueron también las fuerzas armadas quienes impusieron el peso de las balas y las metralletas para contener la justa y genuina protesta social.
En aquella oportunidad la represión seguida de muerte, cuan genocidio, tuvo como aliados a los sectores mejores posicionados en la vida económica patagónica, a los políticos nacionales dispuestos a servir los intereses de unos pocos. Porque de eso se trataba entonces cuando el radicalismo -de la mano del Presidente Hipólito Yrigoyen- no dudó en exterminar a los trabajadores anarquistas y socialistas.
Han pasado casi cien años, y sin embargo ahora es un gobierno peronista -de la mano del Presidente Néstor Kirchner- el que también hecha mano a la intimidación, él que desde la arrogancia autoritaria pretende hacer callar la protesta del pueblo santacruceño. Un pueblo que lleva adelante una gesta inusitada y justificada por tantos años de sumisión, y el que se ha visto despreciado constantemente en sus derechos y garantías.
Que hoy sea la Sociedad Rural de Río Gallegos el lugar donde la horda armada almacene sus medios de represión, como es el caso de los gendarmes, debe llamarnos a la más profunda reflexión y al máximo de nuestra repulsa ciudadana. Porque todo tiene su razón de ser. Si ayer fueron los estancieros y los acomodados quienes con el dedo acusador hicieron posible la masacre, hoy son los políticos y también los acomodados -dentro y fuera del poder de turno- quienes no dudarán en actuar en consecuencia.
Es probable, y por demás de deseable, que este momento histórico permita a la comunidad patagónica encontrar en la lucha, en la movilización y en el compromiso los caminos que permitan recobrar las libertades, derechos y garantías, junto a ese sentimiento de autodeterminación que desde el poder sistemáticamente se lo han negado.
El Poder enquistado desde hace 16 años en Santa Cruz creía que todo lo podía. Que desde su hegemonismo perverso sería capaz de domesticar a un pueblo trabajador, con sueños de libertad y ansias de progreso. El que considera como una cuestión de Estado permitir los ilícitos, la corrupción, la falta de justicia y el llevar al silencio a todo aquel considerado como opositor, cuando no acérrimos opositores, por no querer convalidar las prácticas despreciables surgidas desde las mismísimas esferas ejecutivas, legislativas y judiciales.
Que la movilización de docentes, municipales, estatales y demás miembros de la comunidad trabajadora santacruceña hayan llevado al ostracismo a los personeros del poder provincial y nacional no es una cuestión menor. Aquellos que hasta hace unos pocos días atrás se autoproclamaban abanderados del bienestar y hacedores de una “Santa Cruz en serio” hoy deben esconderse, llamarse al más cobarde de los silencios o intentar cualquier tipo de artimañas para contrarrestar los justos y debidos reclamos.
No nos equivocábamos cuando sosteníamos que los arrebatos presidenciales por montarse sobre la noble e inclaudicable causa y lucha por los Derechos Humanos era una farsa. Porque lo que ahora está demasiado claro, va de suyo para cualquiera que lo quiera comprender, es el desconocimiento y menosprecio que las autoridades nacionales y provinciales tienen sobre temas como la libertad y la justicia, la dignidad y los derechos fundamentales e inalienables del hombre, la libertad de palabra, expresión y de manifestación y del derecho a elevar el nivel de vida como la seguridad de todos.
El dolor y la tristeza que a uno embargan los acontecimientos que se están sucediendo en nuestro sur querido, deben dejar paso a nuestro compromiso y solidaridad por quienes hoy sabemos que tienen la razón. Perdería toda razón de ser una comunidad, que impávida por los atropellos del Poder, permaneciera callada y atemorizada por quienes pretenden convertir la existencia misma de Santa cruz en el proyecto de unos pocos, de los mismos de siempre. Esos que han encontrado detrás de los sitiales del Poder y mediante sus prácticas feudales el camino hacia su propio bienestar, hacia la gloria pasajera conquistada con prácticas desleales e ilícitas, como asimismo pretender ser los dueños de la verdad y la vida en el desarrollo humano.
Queremos una Santa Cruz donde sus habitantes recobren los más elementales e inmutables derechos y libertades, donde sus hijos se formen como hombres libres y pensantes, donde los padres dejen de ser utilizados por las dádivas que el gobierno entrega como contraprestación del silencio y la inmunda complicidad, donde el futuro sea previsible y otorgue a todos las mismas posibilidades de progreso y bienestar.
Seguramente el futuro nos permitirá acabar con la “Patética Santa Cruz”.
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