Expectativas de la Quinta Conferencia

04/04/2007
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Introducción: Una Conferencia General en Aparecida

 

Cuando en Santo Domingo, en su discurso inicial, Juan Pablo II anunció su intención de convocar un "sínodo continental" para toda la Iglesia de América, parecía sellada la historia de las "Conferencias Generales” del Episcopado Latinoamericano y del Caribe.  La impresión que quedó fue que no habría más "conferencias generales".  Habría "sí­nodos continentales".  La Iglesia de América Latina dejaría de ser un sujeto eclesial, con iniciativas propias e identidad diferenciada.  Las iniciativas de su "encuadramiento continental" vendrían de Roma, insertas en la estrategia de acompañamiento de la Iglesia en el mundo a partir de esta referencia amplia y homogeneizadora, que son los continentes.

 

Esta preocupación tomó forma en el Sínodo de América, realizado en 1997, bajo inspiración de un lema repetido con insistencia: "una sola América, una sola Iglesia".

 

En verdad, a partir del Sí­nodo de América parecían agotadas las "conferencias generales" de la Iglesia de América Latina.  Tanto que, al ser anunciada ésta, algunos manifestaron su extrañeza, y hasta contrariedad.  En una de las reuniones del "Consejo post-sinodal", que resultó del Sí­nodo de América, y que continúa hasta hoy, el cardenal canadiense Turcotte manifestó su contrariedad ante la propuesta de una “Conferencia” de ámbito sólo latinoamericano.  Ella parecía contrariar, o ignorar, la insistencia del Sínodo de América.

 

La ocasión para superar esta casi fatalidad, y de revertir las expectativas, surgió en la asamblea del Celam en Caracas, 2001, cuando el cardenal Madariaga propuso una nueva Conferencia, con la finalidad de celebrar el jubileo del Celam.  La amplia adhesión de casi todos los participantes dio consistencia a la propuesta, que a partir de ahí pasó a ser llevada adelante, con la disposición y la esperanza de ser concretada.

 

La larga demora para su realización muestra el difícil camino que debió ser recorrido.  Era preciso salir de lo improbable, pasar por lo posible, llegar a lo recomendable y conseguir la opinión de Juan Pablo II, que parecía haber desautorizado la continuidad de las "Conferencias".  La intención de hacer una nueva "Conferencia General" se transformó en decisión de hacerla, cuando Juan Pablo II expresó su acuerdo.

 

En esto tuvo mérito el actual presidente del CELAM Cardenal Errázuriz.  Él tuvo la iniciativa de formalizar una consulta oficial a la Iglesia de América Latina y del Caribe, para recoger las opiniones y llevarlas al Papa.  De las 22 Conferencias Episcopales, 20 se manifestaron favorables a la realización de la "Conferencia General".  De los 30 Cardenales latinoamericanos, 18 eran favorables.  Presentados estos datos al Papa, en un almuerzo con la Presidencia del Celam, Juan Pablo II sentenció: "Yo quiero lo que la Iglesia de América Latina quiere”.  Estaba dada la luz verde para la realización de la Conferencia.

 

A continuación vinieron las peripecias para escoger el lugar, cuyo resultado nos deja algunas preguntas que necesitan ser respondidas.

 

Al comienzo se acordó realizar la Conferencia en Roma, de modo que el Papa, enfermo, la siguiera de cerca.  Pero estaba en el aire la sensación que este acuerdo no se iba a mantener.  Tanto que, en sordina, se hablaba con insistencia que si no se realizaba en Roma sería en Ecuador, sin que nadie tuviese el coraje de manifestar la razón que posibilitaría el cambio de lugar.

 

Fallecido el Papa, es decir ocurrida la razón, Ecuador perdió fuerza, con la entrada de otros dos postulantes, Chile, que tenía el presidente del Celam, y la Argentina, que tenía el Secretario del Celam, y ambos tenían también sus motivos para creerse en condiciones de acoger la Conferencia.

 

Allí vino la sorpresa: Benedicto XVI, también en un almuerzo con cardenales representativos de América Latina, comunicó su decisión.  No sería ni en Chile ni en Argentina.  Y hasta diría: ¡Ni en Brasil, sino en Aparecida!

 

Es decir, resulta evidente que la elección de Aparecida se dio en primer lugar por el simbolismo eclesial del santuario mariano de Aparecida y por la resonancia pastoral de la elección de un santuario mariano para la Iglesia de América latina.

 

El Papa no dio ninguna razón de su elección.  Las razones necesitan ser deducidas.  La más evidente está ligada, así me parece, al simbolismo de Aparecida, con todo el conjunto de circunstancias que componen hoy el panorama eclesial del Santuario de Aparecida, comenzando por la "narrativa" que describe los orígenes de la devoción a María bajo el ropaje de todo el imaginario ligado a Nuestra Señora de Aparecida.

 

En ese sentido, una de las tareas aún pendientes, sería divulgar mejor, sobre todo entre los países de América Latina, el simbolismo de Aparecida, el significado de lo que podríamos llamar "parábola de Aparecida".  Pues él es totalmente desconocido fuera de Brasil.

 

Pero es legítimo preguntarse si Benedicto XVI no tuvo también otras razones para escoger Aparecida, dado que se sitúa en Brasil.

 

No está descaminado imaginar que Benedicto XVI pensó en la Iglesia del Brasil y en el peso que ella tiene en el contexto actual de América Latina.  Y también en el valor de su rica experiencia eclesial, con su dinamismo, incentivado por la intensa acción de la CNOB, (Conferencia Nacional de Obispos Brasileños) pero sobre todo asumido en la base por el “pueblo de Dios”, que acogió con entusiasmo y creatividad las orientaciones pastorales del Vaticano II, y las materializó en innumerables "comunidades eclesiales de base", sustentadas por la Palabra de Dios e iluminadas por una reflexión teológica que les daba consistencia y fundamento.

 

La decisión de Benedicto XVI se vincula, por lo tanto, con la Iglesia del Brasil.  Incluso porque la fundación del CELAM, causa básica de esta Conferencia, ocurrió en Brasil, en la Primera Conferencia General, en 1955.

 

La realización de la Conferencia en Aparecida interpela a la Iglesia del Brasil.  Ella se siente intimada a testimoniar el dinamismo que la caracterizó en los tiempos de la entusiasta recepción del Conci­lio y a dar cuenta de su situación actual.

 

La Iglesia del Brasil tiene una deuda por pagar en esta Conferencia.  Y quien sabe si Benedicto XVI, al escoger Aparecida, también sentía esto, u otras deudas para con la propia Iglesia del Brasil.  Él tiene la gran oportunidad de cancelar esas deudas con los discursos que hará en el Brasil, especialmente en la abertura de la Conferencia de Aparecida.  Ellos irán, ciertamente, a marcar los trabajos de la Conferencia.  Pero sería bueno que los obispos brasileños se imbuyesen de la misión de garantizar en esta Conferencia los carismas que el Espíritu suscitó en la caminata de la Iglesia en éstos 50 años del Celam, que la Conferencia desea celebrar.

 

1.  Vertientes de las expectativas de Aparecida

 

Lo que distingue esta Conferencia de las otras ya realizadas es la intensa expectativa que ella suscitó.  Esto es muy significativo.  Pues la expectativa estimula la participación, confirma el compromiso y crea demandas que necesitan ser atendidas, con el riesgo también de frustraciones que deben ser evitadas.

 

Las expectativas son buenas, pues despiertan esperanzas.  Pero nos colocan en la prensa, puesto que muestran la factura a pagar.  Humanamente, es una temeridad realizar una Conferencia de éstas, estimulando tantas ansias, que piden ser realizadas.  No se pueden frustrar las esperanzas suscitadas en el pueblo de Dios.

 

Conviene primero identificar bien de donde surgen estas expectativas.

 

Tal vez el primer motivo nació de la sorpresa de la realización de esta Conferencia.  Como parecía que nunca más habría Conferencias, y repentinamente se confirmó una más, creció la convicción de que era urgente aprovechar bien esta oportunidad que parecía haber desaparecido.

 

Otra razón viene del carácter de jubileo que esta Quinta Conferencia representa.  De hecho, la primera motivación de su realización fue la inminencia del Jubileo del CELAM que se aproximaba.  Como fue recordado, la idea fue lanzada en la Asamblea de Caracas, en 2001.

 

Por su carácter de Jubileo, la Conferencia de Aparecida se presenta con la misión de retomar los designios iniciales, de rehacer la caminata, de reasumir los compromisos, de recuperar valores perdidos y de reencontrar la propia identidad.

 

Otra vertiente de las expectativas que rodean Aparecida es la percepción de que llegó la hora para la Iglesia de América Latina y el Caribe de enfrentar la nueva realidad, resultante de las profundas transformaciones ocurridas en las últimas décadas.  Ellas tuvieron grandes repercusiones, sobre todo eclesiales.  Así, la Conferencia de Aparecida se torna el momento

oportuno para que la Iglesia se posicione delante de la nueva realidad de un continente en profunda transformación, cuya identidad va rápidamente prescindiendo de su vinculación con la Iglesia Católica, que por esto se cuestiona y se pregunta qué hacer para continuar teniendo significación histórica para un pueblo que ya no se siente obligado a identificarse con ella.

 

Así, Aparecida se presenta como momento privilegiado, hora de gracia, oportunidad imperdible, ocasión propicia para que la Iglesia escuche los llamados que el Espíritu le hace por medio de la realidad, que clama por un reencuentro fecundo con el Evangelio de Cristo y por nuevas formas de expresión eclesial.

 

¿Aparecida dará cuenta de tantas expectativas? Ciertamente los días de la Conferencia serán pocos para todo esto, y el documento esperado, incapaz de responder a todos estos anhelos.  Tanto más, entonces, es importante entender Aparecida no como un acontecimiento aislado, sino como un proceso, que ya comenzó, y que el documento final necesita, ciertamente, dejar abierto, para que continúe y se profundice.

 

Ya es un alivio percibir que no todo cabe dentro de un documento, que es el producto por tanto imaginado para una reunión de Obispos.  ¡No será el documento el único vehículo que cargará las esperanzas de Aparecida! ¡Necesitamos cargarlas también nosotros!

 

De ahí la importancia del carácter eclesial de este proceso suscitado por la realización de una "Conferencia General del Episcopado" de nuestro continente.  Ella es "episcopal", pero su dimensión es "eclesial".  Y así, nos sentimos todos invitados a participar de este proceso.

 

Es lo que motiva iniciativas como ésta, que yo felicito.  Es importante fortalecer el compromiso en los asuntos planteados, que nos interpelan como cristianos.

 

Allí encontramos la mejor motivación para interesarnos en un acontecimiento “eclesial”, pues él apunta para la causa mayor del Evangelio.  Cuando se trata de la causa del Evangelio, nos sentimos todos interpelados.

 

Por lo tanto, lo que da la dimensión más adecuada a este acontecimiento es, en verdad, su carácter evangélico.  De hecho, la referencia central que el tema coloca es Jesucristo: “¡discípulos y misioneros de Jesucristo!”

 

La Iglesia puede estar en crisis, pero la validez del Evangelio de Jesús permanece inalterada.  Muchos temen por la desaparición del "cristianismo", como forma histórica que visibilizó la cultura occidental.  Puede hasta desaparecer, o transformarse profundamente.  Pero la causa del Evangelio permanece.

 

En este sentido, las expectativas de Aparecida encuentran su horizonte más adecuado en la fuerza del Evangelio, que "no puede estar encarcelado", como ya afirmaba San Pablo.

 

2.  Del optimismo a las crisis - trayectoria de los últimos 50 años

 

La historia es imprescindible para entender adecuadamente los acontecimientos.  Los últimos 50 años, que la Conferencia de Aparecida, por su carácter de Jubileo, quiere tener presente, estuvieron cargados de profundas transformaciones.  Es interesante observar la secuencia de los acontecimientos, que podríamos sintetizar a través de décadas.

 

Un dato emerge con evidencia, y nos ayuda a entender porque la Iglesia se encuentra ahora en dificultad.  Está difícil poner en práctica las grandes esperanzas del Concilio.  La aplicación del Conci­lio está en crisis.  ¿Y por qué?

 

Porque el Conci­lio fue hecho en una época de gran optimismo, y comenzó a ser aplicado en un tiempo de sucesivas crisis.

 

El gran impulso de renovación de la Iglesia en nuestro tiempo nació en una época de mucho optimismo, de muchas utopías, en el clima de euforia vivido sobre todo por Europa, que se estaba rehaciendo de la IIa Guerra Mundial.  Las dos décadas, de los 50 y 60, cuando nació el CELAM y se realizó el Concilio Vaticano II, fueron las décadas más optimistas de los últimos siglos.

 

La Conferencia de Aparecida está llamada a retomar las esperanzas del Concilio, de un modo más realista, más consciente de las dificultades que necesitan ser enfrentadas con determinación.

 

La década del 50 fue pródiga en iniciativas que sembraban esperanzas.  En 1952 nacía aquí en Brasil la CNOB.  En 1955 fue fundado el CELAM, como fruto de la primera Conferencia General de Río de Janeiro.  En 1956 fue fundada Caritas de Brasil.  Y en enero de 1959 Juan XXIII anunciaba el Concilio, cuya idea fue luego aceptada entusiastamente por todos.

 

A partir de ahí, el optimismo y las esperanzas se fueron concentrando en el gran acontecimiento del Concilio Vaticano II, realizado en plena década del 60.

 

Pero no bien terminaba la "década del optimismo", comenzaron los síntomas de sucesivas crisis que irían a angustiar sobre todo a Europa, y comprometer la aplicación del Conci­lio.

 

El primer síntoma fue la "revuelta de los estudiantes" en 1968, el acontecimiento que manifestó con mucha evidencia la crisis de la modernidad, y que dejó perplejos a muchos teólogos, inclusive a uno que después tuvo mucho éxito eclesial...

 

Una coincidencia muy significativa:

 

En el mismo año en que la Iglesia de América Latina se reunía en Medellí­n, para acoger generosamente el Concilio, Europa se asustaba con la crisis de la modernidad, y comenzaba a buscar seguridad en el retorno a refugios institucionales, en un movimiento contrario al Conci­lio, que había propuesto la reconciliación de la Iglesia con el "mundo moderno".

 

Es importante tener presente estos hechos, para comprender las dificultades de aplicación del Conci­lio, y también la descoordinación de la caminata de la Iglesia en América Latina con las preocupaciones de Roma, que vivía de cerca la tensión de la crisis cultural de Europa.

 

Un rápido recorrido por las décadas siguientes, nos muestra una secuencia de crisis, que tuvieron profunda incidencia en la realidad que vivimos hoy.

 

La década del 70 presenció la "crisis del petróleo", con los precios disparándose, y el surgimiento de los "petrodólares", que los bancos occidentales captaron y transformaron en fuente de préstamos fáciles y abundantes a los países en desarrollo.

 

Esto provocó, como consecuencia, en la década del 80, la crisis de la deuda, que marcó profundamente a nuestros países, y que perdura hasta hoy.  Esto explica el paso del "capitalismo productivo" para el "capitalismo financiero", especulativo.

 

El final de la década de los 80 presenció la crisis del socialismo, con la caída del muro de Berlín en 1989, símbolo de las grandes transformaciones políticas en la Europa Oriental, que condujeron al desmoronamiento de la Unión Soviética en 1991.

 

La década de los noventa presenció la llegada de la globalización, bajo el comando del neoliberalismo, proclamando privatizaciones, la renuncia al "Estado de Bienestar", el abandono de las utopías colectivas, la desregulación del Estado, la exacerbación del éxito individual y del poder financiero, la apertura indiscriminada de los mercados.  Venía con la pretensión de ser la solución definitiva para los problemas del desarrollo, la "verdad única" que iría a conducir la historia hacia adelante, sin contestaciones.

 

3.  Superación de las encrucijadas - tarea ingente de hoy

 

No tardaron en manifestarse las encrucijadas provocadas por una globalización excluyente y concentradora:

 

-         crisis de la sustentabilidad ecológica

-         aumento de la exclusión y de la violencia

-         crisis de los valores éticos

-         pérdida de identidad cultural y subjetiva

-         crisis de solidaridad

 

Así el nuevo milenio, que parecía llegar con aires de utopías próximas a su realización, por el contrario, se inició sumergido en una profunda crisis civilizatoria, que alcanza a todas las instituciones, también a la Iglesia.

 

Este es el contexto histórico amplio, en que se realiza la Quinta Conferencia de Aparecida.  ¡No son simples los problemas a enfrentar!

 

Sin embargo, cuanto más profunda la crisis, más oportunidades para el Evangelio, que conserva su validez, como propuesta fecunda e inagotable de acogida de los excluidos, de fraternidad, y también de reconciliación cósmica.  Cuanto más evidente es el colapso humano, más se abre el camino para la acción de Dios.  Como en el tiempo de Jesús, podemos también ahora presentir: “¡El Reino de Dios está próximo, convertíos y creed en el Evangelio!”

 

Por esto, descubrir la validez del Evangelio de Jesús, y los caminos para el reencuentro con él, es la tarea de fondo que está en juego con la propuesta de esta Quinta Conferencia.

 

La superación de las encrucijadas actuales, producidas en los subterráneos de la crisis de civilización que ahora vivimos, no se dará tanto por modificaciones de la estructura eclesial, sino por el reencuentro en profundidad con el Evangelio.  Será la vivencia del Evangelio, abierta a todos, que tendrá la fuerza de provocar los cambios adecuados en la vida de la Iglesia.

 

4.  Retomar las grandes intuiciones del Concilio

 

Juan XXIII, sintetizaba las intenciones del Concilio, en dos propuestas muy dinámicas:

 

-         El regreso a las fuentes

-         El “aggiornamento”, la actualización de la Iglesia

 

A propósito, Comblin señala la importancia de resaltar algunas intuiciones de Juan XXIII, que concretaban estas dos propuestas centrales.

 

En primer lugar, superar las condenaciones, sustituyéndolas por un diálogo que condujera al mutuo crecimiento de las posiciones.  Él observa, preocupado, que por el contrario, en las últimas décadas hubo cien condenaciones de teólogos católicos, situación que terminó inhibiendo el ejercicio de la propia teología.

 

Enseguida él observa que Juan XXIII quería un “concilio pastoral”, lo que no es nada peyorativo.  Por el contrario, según Comblin, esto da a los “Pastores” la misión de decidir lo que conviene a la Iglesia, ¡dejando a los “pastoralistas” hacer las reflexiones convenientes!

 

Comblin, observa todavía que, en la intención del Concilio, la Iglesia Católica debía abrirse al ecumenismo.  Según Comblin, este ecumenismo no se puede limitar a los pequeños grupos históricos del protestantismo, sino que precisa abrirse al vasto fenómeno del pentecostalismo.

 

El Vaticano II tuvo una peculiaridad que lo distingue de todos los otros Concilios: no fue convocado para resolver un problema específico, como habían sido los otros.  Sino por iniciativa profética de un Papa, en un momento en que la Iglesia, institucionalmente, vivía un momento de seguridad y tranquilidad.  No era necesario un concilio.  Tal vez no era conveniente un concilio, como pensaban los que querían mantener las cosas como estaban.

 

Ocurre que los problemas comenzaron después del Concilio, y colocaron en riesgo seriamente su aplicación.  Así, un concilio que en las palabras insistentes del Cardenal Lercaro, debía dejar “las puertas abiertas”, para nuevos avances, vio por el contrario que se cerraron las puertas para cambios más significativos en la Iglesia, con el fortalecimiento del reflujo conservador, con el aumento del control centralizado, temeroso de cambios más significativos.

 

Hoy el Vaticano II corre el riesgo de esterilización de sus grandes intuiciones.

 

Por esto, es tarea de la Quinta Conferencia retomar las grandes intuiciones del Concilio, como fuerza motivadora, para la continuidad de la renovación eclesial en América Latina, en la búsqueda del reencuentro con las realidades históricas de este continente.

 

Algunas de estas intuiciones pueden ser recordadas brevemente:

 

-         La eclesiología del Vaticano II, basada en la visión de la Iglesia como pueblo de Dios.  Esta eclesiología, implica la valorización de los laicos, y coloca con fuerza la cuestión ministerial, en su amplio espectro, desde el “ministerio petrino”, pasando por el ministerio ordenado, incluyendo los ministerios que necesitan estar presentes en las comunidades.

-         El regreso de la “colegialidad episcopal”, como garantía de la unidad en la diversidad, y como fundamento de la concreción de la Iglesia en “Iglesias Locales”.

-         La valorización de las Conferencias Episcopales, incentivando el ejercicio de sus responsabilidades.

-         Las “Comunidades eclesiales de base”, como proceso práctico y como encarnación de la Iglesia en las realidades del pueblo.

 

Pero hoy en día vivimos una realidad tan marcada por transformaciones, que no basta guiarse por los criterios e indicaciones de un Concilio, por más importante que haya sido, como el Vaticano II.

 

Es preciso recurrir a la inspiración más profunda de la Iglesia Primitiva, y buscar directamente las fuentes del Evangelio, tal como fue anunciado, practicado y vivido históricamente por Jesús.

 

Por lo tanto, tener como referencia fundamental la Iglesia Primitiva, y el Evangelio de Jesús, recuperado en su dimensión histórica.

 

5.  Recuperar la práctica de la Iglesia Primitiva

 

En lo que se refiere a la Iglesia Primitiva, es importante tener como referencia los Hechos de los Apóstoles, por diversas razones.

 

En primer lugar, para hacer una relectura de la trayectoria que Lucas traza, para la Iglesia, en las palabras que él atribuye a Jesús: “Sean mis testimonios en Jerusalén, en Judea, en Samaria y hasta los confines del mundo“ (Hechos 1.8).  Por medio de estas palabras de Jesús, Lucas traza el itinerario de su obra.  Los hechos describen el nacimiento de la Iglesia en Jerusalén, su expansión progresiva por la Judea, por la Samaria, y termina dejando a Pablo en Roma, la capital del imperio.  Hasta parecería que el libro de los Hechos hubiese quedado incompleto.  ¡Pero no! Roma, para Lucas, significaba “los confines del mundo”, y terminando en Roma, Lucas completaba la trayectoria que se había propuesto.

 

Ahora, la Iglesia Occidental, hizo una lectura reductiva de esta trayectoria, como si los Hechos, sugiriesen que Roma es el punto de llegada del Evangelio, como referencia local y estática.  Por el contrario, Roma era la capital del mundo que Pablo intentó evangelizar, y Roma simbolizaba que los Apóstoles habían clavado la bandera del Evangelio “en el corazón del mundo”.

 

En este sentido, la Roma de los Hechos es una referencia dinámica, una invitación permanente a superar fronteras.  No a crear muros, sino a continuar clavando la bandera del Evangelio en el corazón del mundo, en las circunstancias de cada época.

 

El Libro de los Hechos, muestra otras dos dimensiones muy fecundas e importantes, que precisan ser retomadas hoy por la Iglesia, con urgencia:

 

-         la inculturación de la fe

-         la valorización del concilio, a partir de la experiencia “concilio de Jerusalén”.

 

En cuanto a la inculturación, se puede decir que hasta hoy la Iglesia vivió sólo una experiencia profunda y exitosa de inculturación del Evangelio, por la manera como se insertó en la cultura greco-romana, resultando una realización eclesial que continúa hasta hoy.

 

(En realidad, hubo otras experiencias de inculturación, que en el presente deberían ser más valorizadas y tomadas como referencias para posibles inculturaciones en el mundo de hoy, como las antiguas iglesias orientales y africanas).

 

Como la Iglesia Primitiva hizo en el contexto del imperio romano, debería continuar haciéndolo hoy.  Con la misma fuerza del Espíritu, en la fidelidad al Evangelio, pero también en la libertad para acoger elementos de la cultura y de la religiosidad popular, de tal modo que resulten Iglesias humanamente caracterizadas por la realidad socio-cultural de los pueblos y continentes donde se implantan.

 

La falta de este proceso profundo de inculturación explica, ciertamente, la dificultad de la Iglesia para implantarse en culturas ancestrales, como en India, China, Japón y otros países.  Pero explica también el espacio de mayor libertad que la Iglesia podría dejar para su nueva inculturación en los ambientes marcados hoy por la modernidad y la posmodernidad, también aquí en América Latina.

 

Por esto, una de las preocupaciones de Aparecida se coloca, necesariamente en términos de nueva inculturación del Evangelio, con las consecuencias eclesiales que esto debe significar.

 

Pero los Hechos de los Apóstoles nos traen otro testimonio, poco percibido, pero importante, sobre todo ante el desafío de la aplicación del Vaticano II.

 

Los Hechos muestran cuan importante fue el “concilio de Jerusalén”, para abrir las puertas para la aceptación de la fe cristiana en medio de los paganos, por la flexibilización de la exigencia de la circuncisión.  Pero muestran también como las decisiones del Concilio fueron asumidas, incondicionalmente, por todas las corrientes ideológicas de la Iglesia, y pasaron a formar parte necesaria de la agenda eclesial.

 

Tanto la “derecha conservadora”, representada por la Iglesia de Jerusalén, como la “izquierda progresista”, representada por Pablo y Bernabé, asumieron las decisiones del Concilio y se guiaban por ellas.  Esto se puede percibir muy claramente a lo largo de los Hechos.  Bastan dos citas:

 

En Hechos 16, 4-5: “Pablo y Timoteo trasmitían las decisiones que los Apóstoles y los Ancianos habían tomado, y recomendaban que fuesen observadas”

 

En Hechos 21,25 cuando S.  Pablo quiso pasar por Jerusalén, antes de seguir para Roma, los miembros de la Iglesia de Jerusalén dijeron a Pablo: “en cuanto a los paganos que abrazaron la fe, ya escribimos a ellos sobre nuestras decisiones: abstenerse de carnes inmoladas a los ídolos, de sangre, de carnes sin sangrar y de uniones sexuales ilícitas”.  Las palabras son extraídas directamente del documento conciliar (Cf.  Hechos 15,29).

 

Pues bien, es esto lo que faltó al Vaticano II.  Aún antes de terminar, la “derecha conservadora” cuestionó al Concilio, y pasó a emprender un trabajo sistemático para socavar su aplicación, exactamente en las medidas que más favorecerían hoy una nueva “inculturación del evangelio” y el surgimiento de nuevas expresiones eclesiales, más encarnadas y más autónomas: las consecuencias prácticas de la “colegialidad episcopal”, la visión de la Iglesia como “pueblo de Dios”, la valorización de los laicos, el ecumenismo y el diálogo interreligioso (reconociendo la acción del Espíritu también en otras realidades fuera de la Iglesia Católica), y el valor de las realidades terrestres y el respeto por su autonomía.

 

6.  Recuperar la fuerza y la originalidad del Evangelio de Jesús

 

El momento que la Iglesia vive hoy, no sólo en la América Latina, sino en el mundo entero, exige un esfuerzo consciente y persistente de recuperación del Evangelio de Jesús, en su integridad, en sus grandes inspiraciones y en sus consecuencias más radicales.

 

Sólo una nueva y profunda identificación de la Iglesia con el Evangelio le dará credibilidad y esperanza.  Como hizo San Francisco, que adoptó el Evangelio como regla práctica de su comunidad, la Iglesia hoy necesita tener el coraje de percibir lo que y como Jesús hizo, para hacerlo ella también, sin preguntarse si esto escandaliza, hiere sensibilidades, y sobre todo si esto va contra los privilegios establecidos o contraría intereses de poder y de dominación.  Conviene recordar algunas dimensiones centrales del Evangelio de Jesús.

 

6.1.            La dinámica de la encarnación

 

Antes que palabras, el Evangelio está constituido por hechos básicos.

 

El primero de ellos, la encarnación del Verbo en Jesús de Nazaret.  El proceso de la encarnación es continuado por la realización de la Iglesia de Cristo.  El Espíritu la guía para que ella asuma las realidades de su tiempo y las torne sacramento de la presencia de Dios y manifestación de su gracia.  Así debe hacer la Iglesia.

 

La dimensión de la encarnación fundamenta la realidad y el proceso de inculturación, que expresa el dinamismo del Espíritu, que continúa fecundando la historia, revelando y haciendo acontecer la acción salvífica de Dios.

 

6.2.  El contexto histórico del Evangelio

 

Más que de hechos, el Evangelio consistió en la reacción de Jesús ante hechos que tejieron su vida y su relacionamiento humano.  De ahí la importancia de recuperar la realidad de estos hechos, para percibir mejor como Jesús actúa.

 

Por esto se dice que es fundamental para la Iglesia tener hoy como referencia al "Jesús histórico".  Exactamente para encontrar el núcleo de su Evangelio.  No se trata del trabajo arqueológico de rescatar situaciones antiguas, para imitarlas hoy artificialmente.  Es justo lo contrario.  La referencia a Jesús histórico nos permite relativizar las circunstancias, para valorizar las actitudes de Cristo, que constituyen en verdad su Evangelio.

 

De ahí la importancia de identificar las grandes opciones de Jesús, las posturas que más manifiestan su misterio, que más revelan sus intenciones, y que más apuntan para la práctica verdadera de su evangelio.  ¿Cuáles son?

 

6.2.1.  Su mística

 

En primer lugar, Jesús fue impregnado del Espíritu.  Sin el Espíritu, Jesús no se entiende.  Con su mística Jesús:

 

-         cultivaba permanente comunión con su Padre

-         se dejaba conducir enteramente por el Espíritu, en plena disponibilidad, libertad y prontitud en actuar con la fuerza que lo animaba.

-         era absorbido continuamente por la utopía del Reino, que movilizaba sus preocupaciones y fascinaba sus aspiraciones.

 

6.2.2.  Su clara opción por los más débiles, por los excluidos, por los pequeños, por los simples, por los pecadores, por los pobres

 

Es importante recuperar el alcance de esta opción de Jesús.  Él bien podría haber buscado a las personas de poder, destacadas, de posición religiosa, de influencia social.  ¡Tenía todas las condiciones para esto, desde los doce años! Pero claramente él prefirió a los “simples y los pequeñuelos” y justificó su opción sintiéndose avalado por su propio Padre.  Por lo tanto, buscó la justificación más profunda y más radical para “su opción” decidida y consciente.  Si, Padre, porque así fue de tu agrado”, declaró él, al exultar viendo como era acogido por los pobres.  Escondiste estas cosas a los sabios y entendidos y las revelaste a los pequeñuelos”.

 

Por lo tanto, la opción de Jesús por los pobres no fue estratégica, no fue circunstancial.  Nació de las profundidades de su identificación con el misterio del Padre.  Ella es inseparable de su Evangelio.  La puerta de entrada del misterio de la salvación, que Dios escogió, son los pobres.  Por ellos se accede al Reino de Dios.

 

6.2.3.  La valorización del “otro”, del diferente, del extranjero.

 

Impresiona ver la obsesión que Jesús tenía por el "otro”.  Tantas veces estaba a la orilla del lago e insistía en pasar para "el otro lado".  ¿Qué diablos de obsesión era ésta? ¿Será que de este lado no hay peces?

 

Esta actitud de Jesús es profundamente reveladora del misterio de la Trinidad, y señala la urgencia y la necesidad de abrirnos al otro y al diferente, y encontrar en él, de manera más profunda, nuestra propia identidad.

 

Lo mismo se debe decir del aprecio de Cristo por los extranjeros.  Atendió rápidamente al centurión extranjero y alabó su fe.  Tenía conciencia histórica del límite territorial de su actuación, pero tuvo el cuidado de atravesar todas las fronteras que circundaban su país: hacia el sur huyó para Egipto, cuando todavía era niño.  Al norte fue para Tiro y Sidón.  Al nordeste para la Cesárea de Filipo.  Más abajo fue para “el país de los gadarenos” y al este fue “más allá del Jordán”.

¡Jesús nos enseña a atravesar todas las fronteras y a abrirnos a horizontes más amplios!

 

6.2.4 La transformación de la mentalidad

 

Jesús emprendió un esfuerzo continuo de cambiar la mentalidad de sus discípulos y del propio pueblo.  Todo con el objetivo de ensanchar las mentes y los corazones, para sintonizarlos con los generosos designios de misericordia de su Padre, que a todos quería envolver en su amor.

 

El ejemplo más típico fue el cambio que Jesús consiguió hacer con respecto a los "samaritanos".  Ellos eran una especie de “protestantes” del Antiguo Testamento, medio heréticos y separados.

 

Para los judíos, sólo había "malos samaritanos".  Pues bien, a fuerza de sus actitudes de acogida de los samaritanos, Jesús consiguió acuñar la idea del "buen samaritano".  Fue una transformación mucho más profunda que la de transformar el agua en vino.

 

Para esto, emprendió todo un programa para cambiar la relación con los samaritanos.  Quiso hacer de Samaria el derrotero necesario de sus andanzas ("necesitaba pasar por Samaria"), aceptó dialogar con una mujer samaritana, se dejó acoger por los samaritanos, reprendió a los discípulos que querían reaccionar ante el repudio de los samaritanos.  En la historia de los diez leprosos, el único agradecido fue un samaritano.  Y finalmente, en la linda parábola del hombre caído al borde del camino, acuñó de modo indeleble la figura del "buen samaritano".  Hoy hasta la Iglesia desea ser "samaritana"...

 

Esta actitud de Jesús con los samaritanos explica la generosa acogida que la Iglesia Primitiva tuvo en las tierras de Samaria.  Con certeza, los samaritanos recordaban bien cuánto Jesús los había valorizado.

 

¿Qué nos dice hoy esta actitud de Jesús frente a los "samaritanos" de hoy? ¿Somos capaces de transformarlos, y transformarnos, en "buenos samaritanos"?

 

6.2.5.  El duro enfrentamiento con los opositores al Reino

 

Esto también fue parte del Evangelio vivido por Jesús.  Él combatió de frente con todos los que explotaban a los pequeños y los mantenían cautivos dentro de prejuicios que les impedían vivir los valores del Reino.  Él no disputaba por ideas, como partidario de una ideología.  Él tomaba posición a favor de los pobres y al servicio de la vida.  No tenía prejuicios de ningún orden.  Aceptó hospedarse en la casa de Zaqueo y de Simón, supo elogiar al fariseo que estaba “próximo del Reino”.  Pero era inflexible cuando los valores del Reino eran contrariados, sea por los fariseos como por sus propios discípulos.  Vivía una coherencia a toda prueba.

 

Estos breves gestos son suficientes para demostrar cuanto el Evangelio de Jesús es válido y exigente y como él todavía puede ser respuesta a todos los que tienen “hambre y sed de justicia”.

 

7.  Tareas de la Quinta Conferencia

 

¿Frente a estas grandes referencias - el Vaticano II, la Iglesia Primitiva, el Evangelio de Jesús histórico- qué se puede esperar de esta Quinta Conferencia?

 

¡En primer lugar, no da para esperar demasiado! ¡No podemos pedir demasiado! Pero como mínimo, la Conferencia debe estimular, retomar los valores de la caminata de la Iglesia en nuestro continente y dejar las puertas abiertas para ulteriores avances.

 

No se espera de esta Conferencia un largo documento teórico, lleno de enseñanzas.  Éstas ya han sido dadas en abundancia por la Iglesia en las últimas décadas.

 

Se puede afirmar que la tarea de esta Conferencia debe consistir, esto sí, en grandes opciones estratégicas, evangélicas, que dejen el camino abierto para otras manifestaciones.

 

En síntesis, Aparecida está llamada a RECUPERAR, REAFIRMAR y AVANZAR.

 

7.1.  Recuperar

 

-         la propia metodología característica de la Iglesia en América Latina, que fue abandonada en la Conferencia de Santo Domingo.  Partir de la realidad, en la dinámica conocida de VER, JUZGAR y ACTUAR.

En verdad, lo que está en juego es la práctica de Jesús, que partía de la realidad, para en ella colocar su acción, animada por su Espíritu.  No se trata, por lo tanto, de la forma externa o de la secuencia del documento de la Conferencia.  Sino de sus opciones, que necesitan derivarse del seguimiento de la práctica de Jesús.  Tales como:

 

-         la inculturación del Evangelio, superando la mera interculturalidad superficial.  La inculturación, asumida de verdad y tomada en serio, lleva a consecuencias muy profundas, también eclesiales, para ser asumidas y realizadas con la legitimidad del Evangelio, no con autorizaciones jurídicas o concesiones benevolentes.

 

-         la eclesiología de la Iglesia local

 

-         la centralidad eclesial de la "colegialidad episcopal".

 

-         la importancia de las Conferencias Episcopales

 

-         la memoria histórica de la caminata de la Iglesia en América Latina y el Caribe:

 

·        la irrupción de los pobres como sujetos, en la Iglesia y en la sociedad

·        la opción de la Iglesia por los pobres

·        la denuncia de las estructuras injustas

·        la teología liberadora

·        las comunidades eclesiales de base

·        la proximidad de los pastores junto al pueblo

·        la vida consagrada inserta en las comunidades

·        los ministerios laicos

·        el despertar de la conciencia de los marginalizados: indígenas, afrodescendientes, mujeres, jóvenes

 

7.2.  Reafirmar

 

-         La primacía de la Palabra del Dios para la vida de la Iglesia.  Colocar la Biblia en la mano del pueblo, para iluminar las realidades de hoy y rehacer la experiencia de Jesús.  Una Palabra dinámica por lo tanto.

-         La centralidad de la justicia y la liberación de las injusticias

-         La dignidad de toda persona humana

-         El protagonismo de los laicos

-         La colegialidad episcopal

-         La importancia de la Iglesia Local

-         La importancia de las comunidades de base

-         El espíritu de comunión y de participación

-         La religiosidad popular, como expresión de la fe inculturada

 

7.3.  Avanzar

 

-         la Iglesia colocada más el servicio del Reino y no en la defensa de su institución o en la afirmación de sus privilegios históricos

-         recibir mejor y abrir espacio para los pobres, las víctimas del sistema, favoreciendo la participación de los excluidos en la Iglesia: indígenas, afros, mujeres

-         vivir la gratuidad

-         enfrentar con más coraje la cuestión ministerial en la Iglesia, sobre todo para proveer a las comunidades de la Eucaristía

-         avanzar en el diálogo ecuménico e interreligioso, con respeto por la diversidad y la pluralidad

-         perfeccionar los procesos de la pastoral orgánica

-         mayor atención a la ecología, con el aporte que la Iglesia puede dar en este campo.

 

8.  Cuentas exigibles

 

Aún con conciencia de que no todas las expectativas en torno a la Conferencia de Aparecida pueden ser atendidas de inmediato, o puedan constar en su documento oficial, algunas de ellas están proclamadas con tanto énfasis y urgencia, que se vuelven cobranzas, las cuales la Conferencia no podrá esquivar.

 

8.1.  Comunidades de base

 

Las comunidades concretas, de nuestras realidades sociales, quieren en primer lugar ver reconocida su eclesialidad, con la libertad para vivir el Evangelio y contar con los recursos de la gracia de Dios.

 

8.2.  El asunto ministerial

 

Este es uno de los cuellos de botella de la renovación de la Iglesia.  Por su gran alcance este asunto sobrepasa los cometidos de la Conferencia de Aparecida.  Mayor razón para que ella necesite señalar la urgencia que la Iglesia enfrente con coraje esta cuestión.

 

8.3.  La mujer en la Iglesia

 

Un punto importante, que necesita de avances concretos y efectivos, es el reconocimiento de la presencia de la mujer en la Iglesia, del significado eclesial y de la dimensión ministerial de su actuación y de su imprescindible participación en la vida y en la misión de la Iglesia.

 

8.4.  La reflexión teológica

 

Será muy significativa una manifestación de aprecio por el trabajo de los teólogos, ante la urgencia de la Iglesia para contar en una reflexión que la ayude a acertar los pasos que precisan ser dados en nuestro tiempo.

 

Conclusión

 

Estas son algunas expectativas ante la Conferencia de Aparecida, de acuerdo con su naturaleza jubilar de retoma de la caminata y la reafirmación de valores.

 

Estas expectativas no serían atendidas tanto por un largo documento teórico.  No es esto lo que el pueblo espera hoy.

 

Por el contrario, parece corresponder mejor al momento que estamos viviendo una toma de posición en torno a las grandes opciones pastorales, que vendrían a animar al conjunto de la Iglesia y colocarla en un nuevos dinamismo pastoral y misionero.

 

Y como son muchas las transformaciones que necesitan ser hechas hoy en la Iglesia, y no es posible hacerlas todas pronto, es muy importante que la Conferencia de Aparecida indique los grandes rumbos y deje las puertas abiertas para nuevos avances, que derivarán de las opciones asumidas por los obispos reunidos en Aparecida.

 

¡Así lo esperamos!

 

(Conferencia realizada en FAJE – Facultad Jesuita de Filosofía y Teología, de Belo Horizonte – 06/03/07 y publicada en portugués en www.proconcil.org Traducida al español por el Movimiento También Somos Iglesia-Chile)

https://www.alainet.org/es/active/16753
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