Situación del agro mexicano
La reapropiación frente al despojo
27/03/2007
- Opinión
“La globalización moderna, el neoliberalismo como sistema mundial, debe de entenderse como una nueva guerra de conquista de territorios”. (Subcomandante Marcos 7 pensamientos en mayo)
Si analizamos los hechos fundamentales de la historia de México, en todos ellos nos vamos a encontrar con la tierra como el hilo conductor que nos permite comprender las rebeliones, las revueltas y las revoluciones. La lucha por la tierra ha sido el signo de identidad en la conformación de ese gran sujeto social que es el pueblo mexicano.
Desde la intervención del imperio español, los de arriba han luchado por generar espacios de acumulación por medio del despojo, para lo cual siempre han utilizado la ideología del progreso como coartada. El progreso como mecanismo de saqueo y de eliminación de los lasos comunitarios.
El 6 de enero de 1992, Carlos Salinas de Gortari, adelantándose a lo que sería la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLC), hizo aprobar una serie de modificaciones al artículo 27 constitucional, con lo cual se buscaba no tan sólo dar por terminado el reparto agrario sino, sobre todo, poner en el mercado a la tierra. Con esto se enterraba la conquista fundamental de la revolución mexicana y se ubicaba a la tierra como una mercancía más que podía venderse o rentarse.
Al rededor de ese acontecimiento mucha saliva se gastó. Luis Téllez fue entrevistado por el Wall Street Journal y para que, los lectores de ese periódico, lo entendieran dijo que la reforma del 27 tenía como analogía histórica, la conquista del oeste en los Estados Unidos. Puso como ejemplo a esos esforzados colonos que atravesaron las rocallosas para colonizar el dorado californiano, desde luego lo que no dijo es que esa hazaña se hizo masacrando a las tribus indias. Según él, igual que en aquella ocasión, el capital fluiría como un río impetuoso civilizando el mundo atrasado del agro mexicano.
En el campo de los intelectuales, el ingeniero ese que se disfraza con el ropaje de historiador, Enrique Karuse dijo que el conflicto que estaba atrás de la reforma del 27 se ubicaba entre los que luchaban por la libertad (Bakunin, Zapata, Manjo, Salinas de Gortari) contra los autoritarios estatistas (Marx, Lenin, Lázaro Cárdenas). Que las reformas del 27 le daban realidad al sueño de Zapata de Tierra y Libertad.
Al final del camino el campo no se ha capitalizado, lo cual no quiere decir que algunos no se hayan capitalizado con el campo. Mientras que en 1990 la participación porcentual del sector agropecuario al Producto Interno Bruto era de 6.19 en el 2004 bajo a 5.05. Y, desde luego, la perorata del intelectual orgánico de televisa quedó en que no fue un triunfo cultural de Bakunin, Zapata o Manjo sino un triunfo económico de los hoteleros, dueños de grandes almacenes comerciales y las sociedades mercantiles agrícolas, de los restauranteros. En cambio los campesinos cada día son más pobres, así por ejemplo: Para el año 2005, de los 30.185 millones de personas que se encontraban en el medio rural, solamente 8.5 millones de personas se encuentran ocupadas en las actividades agrícolas y ganaderas. Del total de la población rural, el 34% no reciben ingreso (10 millones 262 mil 900 personas), 25% recibe hasta un salario mínimo (8 millones 796 mil 250 personas), 27.9% de uno hasta dos salarios mínimos (8 millones 421 mil 615 personas), 7% recibe de dos hasta cinco salarios mínimos (2 millones 112 mil 950 personas), y sólo 6.1% de los trabajadores agrícolas reciben un ingreso superior a cinco salarios mínimos (1 millón 841 mil 285 personas). (Datos del INEGI).
El problema que se vivió en 1992 fue que el grueso de las organizaciones campesinas, no tan sólo las oficiales sino también las que pomposamente se autodenominaban: nuevo movimiento campesino, avalaron o se quedaron calladas frente a tremenda agresión.
La idea que se ubicaba atrás de esa reforma era generar un reajuste espacial para el capital que tenía las siguientes características:
1.- Poner a la tierra en el mercado para su compra y su venta en lugar de sus productos. La tierra ahora podía ser vendida o rentada.
2.- Transformar la tenencia de la tierra, reintroduciendo el latifundio bajo el elegante nombre de sociedades mercantiles agrícolas.
3.- Realizar un nuevo proceso de separación de los productores de los medios de producción generando un excedente de mano de obra que sería canalizado hacia la inmigración hacia los Estados Unidos, fracturando el viejo tejido social.
4.-Todo esto ha representado una agresión global, en contra de esta forma de organización agraria, en muchos sentidos única en el mundo, producto de la revolución mexicana, en contra de la economía moral de los mexicanos, en especial de las comunidades indígenas, con lo que se buscaba destruir una racionalidad, una forma de entender la relación con la naturaleza y una forma de organización social diferente, más armoniosa, donde no sólo se producían materias primas o cualquier tipo de mercancías, sino, antes que nada, relaciones sociales más justas y libres. El criterio de la ganancia entro como cuchillo en mantequilla desbaratando las viejas formas de producción, de comercialización, de organización.
5.- La transformación de los sembradíos, privilegiando la producción agrícola para la exportación por encima de los productos fundamentales de la dieta de los mexicanos. Al abandonar la siembra de productos destinados al mercado interno, no es casual que desde entonces la importación de maíz haya ido subiendo de manera escandalosa. Las importaciones de maíz proveniente de Estados Unidos se multiplicaron por 15 desde la entrada en vigor del TLC. A la avasalladora competencia estadounidense se ha sumado una \'\'política más liberal\'\' del gobierno mexicano que, en el caso del maíz, ha liberalizado el mercado más allá de lo requerido por el propio acuerdo:
El valor de las exportaciones agrícolas de Estados Unidos a México pasó de 3 mil 476 millones de dólares entre 1991 y 1993, previo a la entrada en vigor del TLCAN, a 7 mil 516 millones de dólares en el último trienio, lo que representó un incremento de 116%, según el reporte del Departamento de Agricultura de Estados Unidos.
6.- El generar una ideología productivista entre los que tienen la tierra, (un poco más de 2 millones de ejidatarios, frente a más de 30 que viven en el campo) buscando que no se preocupen de la problemática de los que no la tienen y que según esas modificaciones ya nunca la tendrán.
7.- Tener las manos libres para que las grandes sociedades mercantiles agrícolas introduzcan técnicas de sembradíos con semillas modificadas genéticamente que no tan sólo comienzan a inundar el mercado sino que contaminan a las plantas y semillas criollas.
8.- La utilización de tierra anteriormente de vocación agrícola para la construcción de grandes centros turísticos, centros comerciales, etc.
Desgraciadamente y a pesar de las evidencias, las viejas y la nuevas-viejas organizaciones campesinas siguen sin sacar conclusiones sobre el significado profundo de la reforma del 27 constitucional. Todos trabajan con ese hecho como si fuera un dato inamovible, con una resignación que raya en la aceptación de que ese es el único escenario posible.
Igual sucede entre los que en la pasada elección levantaron un supuesto proyecto alternativo de nación y omitieron el hecho del significado de la reformas salinistas al 27. Y no está por demás repetirlo, pero no tiene caso ser un antisalinista de palabra pero un omiso frente al hecho fundamental que marcó ese gobierno.
Más aún los intelectuales “especialistas”, “expertos” en la cuestión agraria se la pasan debatiendo sobre la “gran” problemática del campo y debaten sobre que es mejor: si una política de subsidios al agro para compensar la situación estacionaria de la producción agrícola o el volver a las estrategias diversificadas de la viejas sociedades agrarias. ¡Aja! Pero resulta que hay más de 30 millones de mexicanos que viven en el campo y solamente un poco más de 2 millones tienen títulos de propiedad. ¿No será que fundamental deberá ser llevar a cabo una nueva reforma agraria que vuelva a fijar un límite de propiedad, quizá menor a lo que eran las 100 hectáreas? ¿No será que el primer paso sea revertir la reforma salinista del 27 constitucional y revertir el despojo al que se ha sometido al campesino indígena y no indígena? ¿No será indispensable reapropiarse de la tierra que están en manos de hoteleros, grandes comerciantes y de las impresionantes agrobussines, tanto nacionales como internacionales?
Atrás, el problema se ubica en que esos expertos cuestionan el hecho de que después de la reforma del 27 se haya dado un proceso de venta y renta de la tierra, porque, basándose en los datos de proporción de terrenos ejidales, comunitarios, privados y nacionales constatan que ésta sigue siendo más o menos la misma que antes de la reforma del 27.
El problema es que lo que no se percatan por que no salen a darse una vueltecita por el país, en especial por el norte de México, es que la venta y renta se han estado dando a un ritmo impresionante, que el despojo se está llevando a cabo, día con día, sin que todavía se refleje en las estadísticas nacionales.
Pero hay un dato que revela la situación que se vive en este terreno: Para diciembre de 2005, de acuerdo al centro de estudios y publicaciones de la Procuraduría Agraria, un 22% del total de tierras ejidales y comunales se encuentra en proceso de cambio de dominio, para pasar a ser propiedad privada.
A lo que hay que agregar que la privatización de la propiedad social ya realizada para el año 2004 fue de 1,804 núcleos agrarios representando una extensión de 829 mil hectáreas (Centro de estudios de la Procuraduría Agraria).
La Otra política agraria
Según han explicado los compañeros del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, uno de los motivos principales que les permitieron llegar a la conclusión que era indispensable alzarse en armas, fue la reforma salinista al 27 constitucional.
Por eso mientras todo mundo dio como un dato inamovible de la realidad que ya no se podía luchar por la tierra, que se había acabado el reparto agrario, como producto de la insurrección zapatista se expropiaron latifundios a finqueros racistas de varias regiones del estado de Chiapas. Las bases de apoyo zapatistas entraron en posesión de esas tierras y desde entonces las trabajan de manera comunitaria, rompiendo con la lógica del mercado, rompiendo con la lógica de la ganancia.
Para alguien como yo, hijo de campesinos pobres de Tlaxcala, cuya madre fue nana de niños ricos de una hacienda de toros, el significado de la primera reunión preparatoria de la Otra Campaña fue muy grande, entrar al casco de lo que alguna vez fue la finca de señores de horca y cuchillo, que ejercían el espantoso derecho de pernada, todo eso tenía algo de sabor a triunfo, representaba la evidencia de que era posible generar nuevas relaciones sociales y humanas, daba sentido específico al combate desde la izquierda por una sociedad más justa, de alguna manera vengaba los agravios de todos los campesinos mexicanos y de todos los hijos de los campesinos mexicanos.
Al mismo tiempo al escoger esa tierra recuperada se le mandaba un mensaje a toda la izquierda mexicana ahí reunida (desgraciadamente no toda lo entendió), que era posible trabajar con otro horizonte diferente al de la resignación, que era posible un anticapitalismo que iba más allá de las palabras.
Todo esto resulta intolerable para el poder, para el conjunto de la clase política, para el conjunto de los señores del dinero. Ellos quieren un campesinado que se esfuerce por “integrarse” mejor al mercado capitalista, aunque éste voluble como es, siempre los margina, que haga sus sociedades de crédito y se olvide de sus hermanos que no tienen tierra, o que venda o rente su tierra, o mejor aún, que se vaya de ilegal a los Estados Unidos y que mande remesas en dólares que son lo único que impide que la miseria se haga aún más terrible en el campo.
Pero no quiere a indígenas-campesinos insumisos que no sólo defienden su tierra sino que se organizan autónomamente y que, además, son las bases de apoyo de un ejército rebelde.
La defensa de las tierras recuperadas es la defensa de la esencia autónoma del zapatismo. No está por demás recordarlo, pero no hay autonomía en la práctica si no hay territorio.
Si los compañeros del EZLN, producto de su visión, que fusiona la política con la ética, han mantenido el compromiso y la generosidad de cumplir su palabra con la Otra campaña y con las comunidades visitadas durante la Otra Campaña con las cuales se hecho trato, de salir para llevar a cabo la segunda fase, nosotros tenemos la obligación de no dejar solos a nuestros compañeros bases de apoyo zapatista que están luchando en contra de esta nueva ofensiva de los señores del dinero y del poder.
El mantenimiento de la autonomía zapatista es el mejor vehículo para poder explicar que hay otra cosa, que lo que desde los medios de comunicación se nos vende como horizonte es apenas una realidad virtual. Que en medio del “desierto de lo real” hay un vergel donde se expresan esos dos afluentes del torrente zapatista: la ira y la razón.
Acabar con la conversión de la tierra en mercancía, con el despojo de los bienes terrenales, con la ganancia mal habida, es decir con el capitalismo sigue siendo el punto de partida para tomar en nuestras manos el control de nuestro destino, para poder seguir siendo México.
Si es verdad que está modernidad avanza para atrás y estamos volviendo a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, si el porfirismo es la única visión de futuro que tiene la clase política, si volvemos a ser un país con una economía de enclave, entonces no está mal volver a la vieja-nueva idea zapatista de que la tierra es de quien la trabaja.
Y muy probablemente, una vez más, escucharemos el viejo, muy viejo, prejuicio de los predicadores dominicales de izquierda que frunciendo la nariz dirán: “esa es una lucha pequeño burguesa”, el campesinado y menos el indígena pueden hacer revoluciones, ni transformar de manera duradera las relaciones de dominio, a lo más que pueden aspirar es a ser aliados subordinados de la clase obrera. Y, como siempre sucede cuando esos señores hablan, la realidad les pasará de lado.
Por lo que vimos durante el recorrido de la Otra, es muy probable que estemos en los prolegómenos de volver a vivir la lucha por la tierra, como elemento central de la lucha en contra del capitalismo. No cabe duda que tenía razón el viejo socialista alemán cuando dijo, parafraseando a Goethe: gris es la teoría, verde el árbol de la vida.
San Cristóbal de las Casas a 25 de marzo del 2007.
- Sergio Rodríguez Lascano es economista y director de la Revista Rebeldía.
Si analizamos los hechos fundamentales de la historia de México, en todos ellos nos vamos a encontrar con la tierra como el hilo conductor que nos permite comprender las rebeliones, las revueltas y las revoluciones. La lucha por la tierra ha sido el signo de identidad en la conformación de ese gran sujeto social que es el pueblo mexicano.
Desde la intervención del imperio español, los de arriba han luchado por generar espacios de acumulación por medio del despojo, para lo cual siempre han utilizado la ideología del progreso como coartada. El progreso como mecanismo de saqueo y de eliminación de los lasos comunitarios.
El 6 de enero de 1992, Carlos Salinas de Gortari, adelantándose a lo que sería la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLC), hizo aprobar una serie de modificaciones al artículo 27 constitucional, con lo cual se buscaba no tan sólo dar por terminado el reparto agrario sino, sobre todo, poner en el mercado a la tierra. Con esto se enterraba la conquista fundamental de la revolución mexicana y se ubicaba a la tierra como una mercancía más que podía venderse o rentarse.
Al rededor de ese acontecimiento mucha saliva se gastó. Luis Téllez fue entrevistado por el Wall Street Journal y para que, los lectores de ese periódico, lo entendieran dijo que la reforma del 27 tenía como analogía histórica, la conquista del oeste en los Estados Unidos. Puso como ejemplo a esos esforzados colonos que atravesaron las rocallosas para colonizar el dorado californiano, desde luego lo que no dijo es que esa hazaña se hizo masacrando a las tribus indias. Según él, igual que en aquella ocasión, el capital fluiría como un río impetuoso civilizando el mundo atrasado del agro mexicano.
En el campo de los intelectuales, el ingeniero ese que se disfraza con el ropaje de historiador, Enrique Karuse dijo que el conflicto que estaba atrás de la reforma del 27 se ubicaba entre los que luchaban por la libertad (Bakunin, Zapata, Manjo, Salinas de Gortari) contra los autoritarios estatistas (Marx, Lenin, Lázaro Cárdenas). Que las reformas del 27 le daban realidad al sueño de Zapata de Tierra y Libertad.
Al final del camino el campo no se ha capitalizado, lo cual no quiere decir que algunos no se hayan capitalizado con el campo. Mientras que en 1990 la participación porcentual del sector agropecuario al Producto Interno Bruto era de 6.19 en el 2004 bajo a 5.05. Y, desde luego, la perorata del intelectual orgánico de televisa quedó en que no fue un triunfo cultural de Bakunin, Zapata o Manjo sino un triunfo económico de los hoteleros, dueños de grandes almacenes comerciales y las sociedades mercantiles agrícolas, de los restauranteros. En cambio los campesinos cada día son más pobres, así por ejemplo: Para el año 2005, de los 30.185 millones de personas que se encontraban en el medio rural, solamente 8.5 millones de personas se encuentran ocupadas en las actividades agrícolas y ganaderas. Del total de la población rural, el 34% no reciben ingreso (10 millones 262 mil 900 personas), 25% recibe hasta un salario mínimo (8 millones 796 mil 250 personas), 27.9% de uno hasta dos salarios mínimos (8 millones 421 mil 615 personas), 7% recibe de dos hasta cinco salarios mínimos (2 millones 112 mil 950 personas), y sólo 6.1% de los trabajadores agrícolas reciben un ingreso superior a cinco salarios mínimos (1 millón 841 mil 285 personas). (Datos del INEGI).
El problema que se vivió en 1992 fue que el grueso de las organizaciones campesinas, no tan sólo las oficiales sino también las que pomposamente se autodenominaban: nuevo movimiento campesino, avalaron o se quedaron calladas frente a tremenda agresión.
La idea que se ubicaba atrás de esa reforma era generar un reajuste espacial para el capital que tenía las siguientes características:
1.- Poner a la tierra en el mercado para su compra y su venta en lugar de sus productos. La tierra ahora podía ser vendida o rentada.
2.- Transformar la tenencia de la tierra, reintroduciendo el latifundio bajo el elegante nombre de sociedades mercantiles agrícolas.
3.- Realizar un nuevo proceso de separación de los productores de los medios de producción generando un excedente de mano de obra que sería canalizado hacia la inmigración hacia los Estados Unidos, fracturando el viejo tejido social.
4.-Todo esto ha representado una agresión global, en contra de esta forma de organización agraria, en muchos sentidos única en el mundo, producto de la revolución mexicana, en contra de la economía moral de los mexicanos, en especial de las comunidades indígenas, con lo que se buscaba destruir una racionalidad, una forma de entender la relación con la naturaleza y una forma de organización social diferente, más armoniosa, donde no sólo se producían materias primas o cualquier tipo de mercancías, sino, antes que nada, relaciones sociales más justas y libres. El criterio de la ganancia entro como cuchillo en mantequilla desbaratando las viejas formas de producción, de comercialización, de organización.
5.- La transformación de los sembradíos, privilegiando la producción agrícola para la exportación por encima de los productos fundamentales de la dieta de los mexicanos. Al abandonar la siembra de productos destinados al mercado interno, no es casual que desde entonces la importación de maíz haya ido subiendo de manera escandalosa. Las importaciones de maíz proveniente de Estados Unidos se multiplicaron por 15 desde la entrada en vigor del TLC. A la avasalladora competencia estadounidense se ha sumado una \'\'política más liberal\'\' del gobierno mexicano que, en el caso del maíz, ha liberalizado el mercado más allá de lo requerido por el propio acuerdo:
El valor de las exportaciones agrícolas de Estados Unidos a México pasó de 3 mil 476 millones de dólares entre 1991 y 1993, previo a la entrada en vigor del TLCAN, a 7 mil 516 millones de dólares en el último trienio, lo que representó un incremento de 116%, según el reporte del Departamento de Agricultura de Estados Unidos.
6.- El generar una ideología productivista entre los que tienen la tierra, (un poco más de 2 millones de ejidatarios, frente a más de 30 que viven en el campo) buscando que no se preocupen de la problemática de los que no la tienen y que según esas modificaciones ya nunca la tendrán.
7.- Tener las manos libres para que las grandes sociedades mercantiles agrícolas introduzcan técnicas de sembradíos con semillas modificadas genéticamente que no tan sólo comienzan a inundar el mercado sino que contaminan a las plantas y semillas criollas.
8.- La utilización de tierra anteriormente de vocación agrícola para la construcción de grandes centros turísticos, centros comerciales, etc.
Desgraciadamente y a pesar de las evidencias, las viejas y la nuevas-viejas organizaciones campesinas siguen sin sacar conclusiones sobre el significado profundo de la reforma del 27 constitucional. Todos trabajan con ese hecho como si fuera un dato inamovible, con una resignación que raya en la aceptación de que ese es el único escenario posible.
Igual sucede entre los que en la pasada elección levantaron un supuesto proyecto alternativo de nación y omitieron el hecho del significado de la reformas salinistas al 27. Y no está por demás repetirlo, pero no tiene caso ser un antisalinista de palabra pero un omiso frente al hecho fundamental que marcó ese gobierno.
Más aún los intelectuales “especialistas”, “expertos” en la cuestión agraria se la pasan debatiendo sobre la “gran” problemática del campo y debaten sobre que es mejor: si una política de subsidios al agro para compensar la situación estacionaria de la producción agrícola o el volver a las estrategias diversificadas de la viejas sociedades agrarias. ¡Aja! Pero resulta que hay más de 30 millones de mexicanos que viven en el campo y solamente un poco más de 2 millones tienen títulos de propiedad. ¿No será que fundamental deberá ser llevar a cabo una nueva reforma agraria que vuelva a fijar un límite de propiedad, quizá menor a lo que eran las 100 hectáreas? ¿No será que el primer paso sea revertir la reforma salinista del 27 constitucional y revertir el despojo al que se ha sometido al campesino indígena y no indígena? ¿No será indispensable reapropiarse de la tierra que están en manos de hoteleros, grandes comerciantes y de las impresionantes agrobussines, tanto nacionales como internacionales?
Atrás, el problema se ubica en que esos expertos cuestionan el hecho de que después de la reforma del 27 se haya dado un proceso de venta y renta de la tierra, porque, basándose en los datos de proporción de terrenos ejidales, comunitarios, privados y nacionales constatan que ésta sigue siendo más o menos la misma que antes de la reforma del 27.
El problema es que lo que no se percatan por que no salen a darse una vueltecita por el país, en especial por el norte de México, es que la venta y renta se han estado dando a un ritmo impresionante, que el despojo se está llevando a cabo, día con día, sin que todavía se refleje en las estadísticas nacionales.
Pero hay un dato que revela la situación que se vive en este terreno: Para diciembre de 2005, de acuerdo al centro de estudios y publicaciones de la Procuraduría Agraria, un 22% del total de tierras ejidales y comunales se encuentra en proceso de cambio de dominio, para pasar a ser propiedad privada.
A lo que hay que agregar que la privatización de la propiedad social ya realizada para el año 2004 fue de 1,804 núcleos agrarios representando una extensión de 829 mil hectáreas (Centro de estudios de la Procuraduría Agraria).
La Otra política agraria
Según han explicado los compañeros del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, uno de los motivos principales que les permitieron llegar a la conclusión que era indispensable alzarse en armas, fue la reforma salinista al 27 constitucional.
Por eso mientras todo mundo dio como un dato inamovible de la realidad que ya no se podía luchar por la tierra, que se había acabado el reparto agrario, como producto de la insurrección zapatista se expropiaron latifundios a finqueros racistas de varias regiones del estado de Chiapas. Las bases de apoyo zapatistas entraron en posesión de esas tierras y desde entonces las trabajan de manera comunitaria, rompiendo con la lógica del mercado, rompiendo con la lógica de la ganancia.
Para alguien como yo, hijo de campesinos pobres de Tlaxcala, cuya madre fue nana de niños ricos de una hacienda de toros, el significado de la primera reunión preparatoria de la Otra Campaña fue muy grande, entrar al casco de lo que alguna vez fue la finca de señores de horca y cuchillo, que ejercían el espantoso derecho de pernada, todo eso tenía algo de sabor a triunfo, representaba la evidencia de que era posible generar nuevas relaciones sociales y humanas, daba sentido específico al combate desde la izquierda por una sociedad más justa, de alguna manera vengaba los agravios de todos los campesinos mexicanos y de todos los hijos de los campesinos mexicanos.
Al mismo tiempo al escoger esa tierra recuperada se le mandaba un mensaje a toda la izquierda mexicana ahí reunida (desgraciadamente no toda lo entendió), que era posible trabajar con otro horizonte diferente al de la resignación, que era posible un anticapitalismo que iba más allá de las palabras.
Todo esto resulta intolerable para el poder, para el conjunto de la clase política, para el conjunto de los señores del dinero. Ellos quieren un campesinado que se esfuerce por “integrarse” mejor al mercado capitalista, aunque éste voluble como es, siempre los margina, que haga sus sociedades de crédito y se olvide de sus hermanos que no tienen tierra, o que venda o rente su tierra, o mejor aún, que se vaya de ilegal a los Estados Unidos y que mande remesas en dólares que son lo único que impide que la miseria se haga aún más terrible en el campo.
Pero no quiere a indígenas-campesinos insumisos que no sólo defienden su tierra sino que se organizan autónomamente y que, además, son las bases de apoyo de un ejército rebelde.
La defensa de las tierras recuperadas es la defensa de la esencia autónoma del zapatismo. No está por demás recordarlo, pero no hay autonomía en la práctica si no hay territorio.
Si los compañeros del EZLN, producto de su visión, que fusiona la política con la ética, han mantenido el compromiso y la generosidad de cumplir su palabra con la Otra campaña y con las comunidades visitadas durante la Otra Campaña con las cuales se hecho trato, de salir para llevar a cabo la segunda fase, nosotros tenemos la obligación de no dejar solos a nuestros compañeros bases de apoyo zapatista que están luchando en contra de esta nueva ofensiva de los señores del dinero y del poder.
El mantenimiento de la autonomía zapatista es el mejor vehículo para poder explicar que hay otra cosa, que lo que desde los medios de comunicación se nos vende como horizonte es apenas una realidad virtual. Que en medio del “desierto de lo real” hay un vergel donde se expresan esos dos afluentes del torrente zapatista: la ira y la razón.
Acabar con la conversión de la tierra en mercancía, con el despojo de los bienes terrenales, con la ganancia mal habida, es decir con el capitalismo sigue siendo el punto de partida para tomar en nuestras manos el control de nuestro destino, para poder seguir siendo México.
Si es verdad que está modernidad avanza para atrás y estamos volviendo a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, si el porfirismo es la única visión de futuro que tiene la clase política, si volvemos a ser un país con una economía de enclave, entonces no está mal volver a la vieja-nueva idea zapatista de que la tierra es de quien la trabaja.
Y muy probablemente, una vez más, escucharemos el viejo, muy viejo, prejuicio de los predicadores dominicales de izquierda que frunciendo la nariz dirán: “esa es una lucha pequeño burguesa”, el campesinado y menos el indígena pueden hacer revoluciones, ni transformar de manera duradera las relaciones de dominio, a lo más que pueden aspirar es a ser aliados subordinados de la clase obrera. Y, como siempre sucede cuando esos señores hablan, la realidad les pasará de lado.
Por lo que vimos durante el recorrido de la Otra, es muy probable que estemos en los prolegómenos de volver a vivir la lucha por la tierra, como elemento central de la lucha en contra del capitalismo. No cabe duda que tenía razón el viejo socialista alemán cuando dijo, parafraseando a Goethe: gris es la teoría, verde el árbol de la vida.
San Cristóbal de las Casas a 25 de marzo del 2007.
- Sergio Rodríguez Lascano es economista y director de la Revista Rebeldía.
https://www.alainet.org/es/active/16572?language=en
Del mismo autor
- 17 minutos y 30 segundos: Neoliberalismo, territorios y la otra geografía 30/09/2007
- La reapropiación frente al despojo 27/03/2007
- Caracoles Zapatistas: Creación heroica 06/03/2007
- Nueve tesis y una premonición sobre la otra política zapatista 19/12/2006
- América Latina: "la decisión de inventar otro mundo" 16/06/2003
- 10 Tesis sobre la derrota del PRI 24/07/2000