América Latina contra el imperio:
La visita de Rico Mcpato
16/03/2007
- Opinión
Como el personaje de Disney, el usurero Rico McPato, mezquino y codicioso, el hijo tonto de Papá Bush se lanzó a una gira por América Latina tratando de reparar su negligencia, su torpe dejadez, su apatía ineficiente hacia el continente del sur. Obsedido por la guerra petrolera, ansioso por controlar los recursos energéticos del Medio Oriente, obedeciendo los consejos de Cheney y los mandatos de los grandes consorcios del hidrocarburo, Bush se olvidó del traspatio trasero de su negocio.
La siembra ideológica de Fidel Castro, el liderazgo de Hugo Chávez, la toma de conciencia de la rapacería imperial, ha movilizado a cientos de miles de indignados manifestantes. La gira de Bush se convirtió en un conflicto perpetuo entre muchedumbres encolerizadas y ejércitos armados hasta los dientes, represión masiva, mítines subversivos y huestes de bestiales gendarmes. Nada de la fraternal acogida que ha caracterizado los viajes de Fidel Castro y los de Hugo Chávez. Nada de las multitudes fervorosas y devotas que han acogido a estos líderes.
En Brasil, Bush trató de apoderarse del etanol, el nuevo biocarburante que puede sustituir, en parte, a la costosa gasolina que cada día sube de precio para desconsuelo de los norteamericanos. En Uruguay trató de neutralizar a Tabaré Vázquez, olvidando que ese gobierno está compuesto por algunos de los integrantes de los Tupamaros que ejecutaron al agente de la CIA y torturador, Dan Mitrione. En Colombia intentó reforzar la presencia militar estadounidense con la excusa de la lucha antinarcos; en realidad, la introducción masiva de las fuerzas armadas del Pentágono en suelo latinoamericano. En Guatemala olvidó que la cooperación entre la CIA y los represivos militares nacionales causó doscientos mil muertos. En México halló a un presidente Calderón nada dispuesto a repetir la rastrera experiencia del sumiso payaso Vicente Fox: con Calderón hubo desacuerdos sobre Cuba, críticas a la cortina de hierro en la frontera, discordancias sobre problemas migratorios.
Entre quema de banderas norteamericanas y airados estudiantes Bush se vio obligado a limitar sus estancias. Solo unas pocas horas en cada territorio. Ni siquiera la duración normal de una visita de estado que suele ser de tres a cuatro días. Bush llegaba, protegido por un escudo de hierro y una absoluta separación de los pueblos, y se marchaba a las pocas horas, en visitas veloces y superficiales que no dejaban huella política ninguna.
En América Latina la brecha entre ricos y pobres sigue ensanchándose y la integración total del continente en un mercado es muy improbable. El ALCA es un intento anexionista de imposible establecimiento. Durante la década del setenta una pesadilla dictatorial devoró la América Latina. Desaparecidos, torturados, prisioneros políticos, escuadrones de la muerte, corrupción administrativa constituyeron un cáncer corrosivo. En los ochenta se intentó un desarrollismo que no dio resultado, es la llamada "década pérdida". La crisis del capitalismo latinoamericano fue evidente: descenso de los niveles de vida, estancamiento económico, tasas astronómicas de inflación, fuga de capitales, crecimiento infinito de la deuda externa, migraciones masivas.
La política recomendada por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial obligó a reducir el gasto social. Un serio desequilibrio estructural dejó a cien millones de latinoamericanos en la miseria total y a otros ochenta millones en el umbral de la pobreza, según las cifras de la Organización Mundial de la Salud. Grandes tumultos de depauperados asaltaron los supermercados en Río en 1984, en Buenos Aires en 1989, en Caracas en 1991. Al finalizar la década, al producirse el desplome de la Unión Soviética, quedó abierta la interrogante ¿la muerte del llamado socialismo real autorizaba la resurrección del conservadurismo dictatorial? ¿Era el neoliberalismo de Reagan y Thatcher la única salida posible? Se produjo una mutación de la izquierda: la proposición de cambios por vía insurreccional fue sustituida por una evolución hacia sistemas políticos deficientes. La izquierda entró en una crisis de credibilidad, legitimidad e identidad de la cual ha ido saliendo paulatinamente hasta recobrar su dinamismo actual.
Durante dos siglos las relaciones norte-sur, entre las Américas, se han caracterizado por la confrontación. La política del "Buen Vecino" de Franklin Roosevelt tenía por objetivo evidente tranquilizar el traspatio sureño mientras Norteamérica conducía una guerra en Europa y el Pacífico. La "Alianza para el Progreso" de Kennedy incitó a desmantelar las estructuras feudales que aún quedaban en Iberoamérica, pero hizo poco por estimular el desarrollo industrial. La desregulación creciente dio lugar a un capitalismo salvaje.
El libre comercio y la globalización crearon una aparente igualdad entre las naciones industrializadas y las productoras de materia prima, pero en realidad aseguraba en las segundas un mercado a los productos de las primeras, consolidaba la explotación. El gran capital internacional se ha apartado del Tercer Mundo y las inversiones se concentran en los países afluentes. El modelo neoliberal está propiciando una explosión revolucionaria mundial.
La gira de Bush por América Latina demuestra hasta qué punto el gobierno en Washington se encuentra aislado, hasta dónde llega el repudio generalizado hacia el régimen republicano en la Casa Blanca. Ninguna administración anterior, ni siquiera el impopular Reagan, ha sido tan impugnada, ha recibido tanta repulsa pública, ha sido tan vapuleada por los medios. El odio anti-Bush parece ser la definición aceptada por todos de la actitud contemporánea hacia Estados Unidos.
La siembra ideológica de Fidel Castro, el liderazgo de Hugo Chávez, la toma de conciencia de la rapacería imperial, ha movilizado a cientos de miles de indignados manifestantes. La gira de Bush se convirtió en un conflicto perpetuo entre muchedumbres encolerizadas y ejércitos armados hasta los dientes, represión masiva, mítines subversivos y huestes de bestiales gendarmes. Nada de la fraternal acogida que ha caracterizado los viajes de Fidel Castro y los de Hugo Chávez. Nada de las multitudes fervorosas y devotas que han acogido a estos líderes.
En Brasil, Bush trató de apoderarse del etanol, el nuevo biocarburante que puede sustituir, en parte, a la costosa gasolina que cada día sube de precio para desconsuelo de los norteamericanos. En Uruguay trató de neutralizar a Tabaré Vázquez, olvidando que ese gobierno está compuesto por algunos de los integrantes de los Tupamaros que ejecutaron al agente de la CIA y torturador, Dan Mitrione. En Colombia intentó reforzar la presencia militar estadounidense con la excusa de la lucha antinarcos; en realidad, la introducción masiva de las fuerzas armadas del Pentágono en suelo latinoamericano. En Guatemala olvidó que la cooperación entre la CIA y los represivos militares nacionales causó doscientos mil muertos. En México halló a un presidente Calderón nada dispuesto a repetir la rastrera experiencia del sumiso payaso Vicente Fox: con Calderón hubo desacuerdos sobre Cuba, críticas a la cortina de hierro en la frontera, discordancias sobre problemas migratorios.
Entre quema de banderas norteamericanas y airados estudiantes Bush se vio obligado a limitar sus estancias. Solo unas pocas horas en cada territorio. Ni siquiera la duración normal de una visita de estado que suele ser de tres a cuatro días. Bush llegaba, protegido por un escudo de hierro y una absoluta separación de los pueblos, y se marchaba a las pocas horas, en visitas veloces y superficiales que no dejaban huella política ninguna.
En América Latina la brecha entre ricos y pobres sigue ensanchándose y la integración total del continente en un mercado es muy improbable. El ALCA es un intento anexionista de imposible establecimiento. Durante la década del setenta una pesadilla dictatorial devoró la América Latina. Desaparecidos, torturados, prisioneros políticos, escuadrones de la muerte, corrupción administrativa constituyeron un cáncer corrosivo. En los ochenta se intentó un desarrollismo que no dio resultado, es la llamada "década pérdida". La crisis del capitalismo latinoamericano fue evidente: descenso de los niveles de vida, estancamiento económico, tasas astronómicas de inflación, fuga de capitales, crecimiento infinito de la deuda externa, migraciones masivas.
La política recomendada por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial obligó a reducir el gasto social. Un serio desequilibrio estructural dejó a cien millones de latinoamericanos en la miseria total y a otros ochenta millones en el umbral de la pobreza, según las cifras de la Organización Mundial de la Salud. Grandes tumultos de depauperados asaltaron los supermercados en Río en 1984, en Buenos Aires en 1989, en Caracas en 1991. Al finalizar la década, al producirse el desplome de la Unión Soviética, quedó abierta la interrogante ¿la muerte del llamado socialismo real autorizaba la resurrección del conservadurismo dictatorial? ¿Era el neoliberalismo de Reagan y Thatcher la única salida posible? Se produjo una mutación de la izquierda: la proposición de cambios por vía insurreccional fue sustituida por una evolución hacia sistemas políticos deficientes. La izquierda entró en una crisis de credibilidad, legitimidad e identidad de la cual ha ido saliendo paulatinamente hasta recobrar su dinamismo actual.
Durante dos siglos las relaciones norte-sur, entre las Américas, se han caracterizado por la confrontación. La política del "Buen Vecino" de Franklin Roosevelt tenía por objetivo evidente tranquilizar el traspatio sureño mientras Norteamérica conducía una guerra en Europa y el Pacífico. La "Alianza para el Progreso" de Kennedy incitó a desmantelar las estructuras feudales que aún quedaban en Iberoamérica, pero hizo poco por estimular el desarrollo industrial. La desregulación creciente dio lugar a un capitalismo salvaje.
El libre comercio y la globalización crearon una aparente igualdad entre las naciones industrializadas y las productoras de materia prima, pero en realidad aseguraba en las segundas un mercado a los productos de las primeras, consolidaba la explotación. El gran capital internacional se ha apartado del Tercer Mundo y las inversiones se concentran en los países afluentes. El modelo neoliberal está propiciando una explosión revolucionaria mundial.
La gira de Bush por América Latina demuestra hasta qué punto el gobierno en Washington se encuentra aislado, hasta dónde llega el repudio generalizado hacia el régimen republicano en la Casa Blanca. Ninguna administración anterior, ni siquiera el impopular Reagan, ha sido tan impugnada, ha recibido tanta repulsa pública, ha sido tan vapuleada por los medios. El odio anti-Bush parece ser la definición aceptada por todos de la actitud contemporánea hacia Estados Unidos.
Fuente: http://www.defensahumanidad.cult.cu/artic.php?item=2285
https://www.alainet.org/es/active/16375?language=en
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