Sobre deformidades del modelo
Contribución para la discusión esencial
16/02/2007
- Opinión
Si existe un tema al que le hemos dedicado horas, largas y aburridas parrafadas en innumerables notas, es el de la corrupción que, insistimos, es estructural al régimen capitalista de producción, acentuándose cuando se pone en marcha el modelo "neoliberal", pues reafirma los peores paradigmas del sistema. Actualmente, cuando el gobierno está estudiando una posible Reforma del Estado, es bueno retomar el tema para definir alternativas.
Sin embargo hay quienes justifican todo se aprovechan realmente de la absoluta confusión que se tiene (sobre todo los burócratas del gobierno), sobre lo público y lo privado. Ante esto es adecuado realizar algunas reflexiones que parecen esenciales en el marco de una discusión, la mía, que no tiene otro objetivo que aclarar ideas en el marco de un intercambio dialéctico que ayude a crecer.
Nadie desconoce que en los últimos años, desde la aparición del descomunal impulso neoliberal globalizador del capitalismo, tendiendo a acumular en los centros y empobreciendo a la periferia, en países como Uruguay asistimos a un permanente trasvase de personas que no tienen claramente delimitado lo que significa el interés público y el privado.
Ingenieros de empresas públicas que, luego, pasan a ser subsecretarios de ministerios claves en donde planifican políticas estratégicas, siempre abiertas a los intereses de empresas transnacionales y, cuando terminan su acción en el Estado, automáticamente pasan a cumplir funciones en las mismas, abandonando el cargo público.
Invariablemente cuando esos personajes se quitan la máscara, los impulsores de las políticas en el Estado sostienen que el tema es el dinero. Qué no se los pudo retener porque esos "genios" son tan valiosos que solo pueden ser "comprados" por quienes pagan más.
También se ha visto a personas que han ocupado relevantes cargos en empresas privadas que, después, han pasado a ocupar puestos en el Estado, con el fin de seguir gestionando los mismos intereses, ahora en el área de la esfera pública. ¿Quieren ejemplos de esta afirmación?
"Ya no se trata de personas que acceden sin previa fortuna personal para intentar abrirse un camino o labrarse un porvenir desde el cargo público, sino que ya tienen un patrimonio personal antes de acceder al cargo público y cuando acceden a él no hacen otra cosa que favorecerlo" (1) Para esta afirmación que, no es nuestra, ¿es necesario que también pongamos ejemplos irrefutables?
El meollo del asunto está en esa confusión de algunos, entre lo público y lo privado. Antes los empresarios y los grandes productores, (la historia lo cuenta con claridad) se adueñaban de la acción política a través de los partidos históricos, introduciendo todas sus triquinuelas clasistas (malas artes) para la consecución de sus fines. Repasemos en un breve análisis histórico quienes ocupaban, antes de la influencia impuesta por el Consenso de Washington, los puestos claves en los gobiernos y veremos como se repiten los mismos apellidos. (¿Es necesario ejemplificar esta afirmación?)
Luego del pujo neoliberal, la estructura del poder cambió en los países de la periferia y los personeros del capitalismo nacional fueron sustituidos en los puestos claves por burócratas, los tristes "genios" del capitalismo rampante que hacen de sus funciones un misterio, que se dicen imprescindibles y que multiplican, obviamente, en los no "avispados" la confusión entre lo público y lo privado.
¿Cómo puede llamarse sino corrupción institucional el proceso que se ha dando en todos estos países latinoamericanos, donde los "burócratas" colonizados por la ideología favorable al capital financiero, se auto titulan "genios" y lo único que hacen, además de medrar en sus cargos, es cumplir tareas prefijadas? Tareas que, obviamente, nada tienen que ver con el interés nacional. Una corrupción institucional que compromete la honestidad del cargo público y que trae aparejado el descrédito de las llamadas democracias occidentales que se extiende, al transformarse la política, en una actividad también de mercado.
Sin embargo no todo tiene precio, ese es uno de los valores que debemos reconocernos a los humanos. Hay valores distintos, ciertos, que movilizan a muchos que por acción u omisión integramos a esa legión que para los burócratas es de amorfa sustancia, que deambula por las calles y que crea la riqueza de la que ellos se nutren cuando deben fijarse, como "genios" que se consideran los estipendios que, en el caso de reciente aparición, debemos pagar entre todos.
Burócratas que viven en un eterno viaje de ida y vuelta, los que paulatinamente se acostumbran a esa dinámica transformando cualquier cosa en un tráfico de influencias. "Hoy por ti, mañana por otro, pasado por mi", es su máxima preferida. Confusión entre lo público y lo privado que aparece de manera superlativa cuando, claro está, se tiene un cargo en un organismo público, que funciona bajo un régimen privado, pero con dineros provenientes del Estado.
Allí se produce la confusión que, y eso es lo grave de algunos parafraseadores que justifican la trasgresión argumentando a favor de la eficiencia, de la libertad de elección, de mecanismos ágiles para poder competir con éxito en un mercado difícil. Nunca esa confusión que, en esencia, aparece como un antagonismo, se produce cuando el burócrata cumple funciones en la empresa privada.
A esta altura el lector podría plantearse si esta última reflexión que realizamos no es demostrativa que algunas actividades deben desarrollarse en el sector privado, para que sean más eficaces en sus logros. La respuesta es obvia; el Estado no tiene porque tener en sus manos la fabricación de cerraduras, o de ropa para señoras, ni hoteles para el turismo sofisticado que todavía - no sabemos hasta cuando - seguirá pisando nuestro territorio. Y podríamos discutir si es conveniente para el Estado seguir produciendo energía eléctrica, refinando petróleo o manteniendo el monopolio de la telefonía fija, tres rubros que llegan al consumidor a los precios más altos del continente.
El Estado, en cambio, tiene que ser un conductor de los distintos elementos estratégicos que hacen a la economía, laudando con humanismo y justicia social para encaminar el desarrollo y que el mismo se vuelque en beneficio de la población en su conjunto.
Sin embargo cuando un país, como el nuestro, sigue en una labor de reconstrucción permanente y ahora más que nunca necesita reacomodar todo el andamiaje, y reconozcamos que no podemos admitir que se siga adelante en la demencia infernal de destruir todo, como buscan algunos privatizadores a ultranza.
Defender a las empresas públicas es un fundamental objetivo estratégico, no para mantener en poder estatal la producción de bienes, sino como un reaseguro que admita una reforma ordenada del Estado en beneficio, no del capital financiero, sino de los uruguayos.
Como tampoco nos parece adecuado un fenómeno reciente que es el avance de alguna empresa del Estado comprando despojos no competitivos de la actividad privada, cuyo fracaso son el producto de coyunturas difíciles de medir.
Claro esos despojos en manos del Estado adquieren nueva vida pero a costa del dinero que se le insufla continuamente y que sale de los bolsillos de todos los uruguayos. Ya tuvimos la lamentable experiencia de las estaciones de servicio en la Argentina de la que salimos a duras penas. Pero parece que no aprendemos. Algunos nuevos engendros ya se han echado a andar y sus deformidades, sin duda, en poco tiempo comenzarán a multiplicar las víctimas.
Quizás sea otro golpe de gracia, para quienes creen que es fácil cambiar al mundo, sustituir con voluntarismo las claves económicas de una actividad y a lo que está perimido hacerlo renacer de entre las cenizas.
Nota
(1) Marcos Roitman (La Jornada)
- Carlos Santiago, Periodista
Sin embargo hay quienes justifican todo se aprovechan realmente de la absoluta confusión que se tiene (sobre todo los burócratas del gobierno), sobre lo público y lo privado. Ante esto es adecuado realizar algunas reflexiones que parecen esenciales en el marco de una discusión, la mía, que no tiene otro objetivo que aclarar ideas en el marco de un intercambio dialéctico que ayude a crecer.
Nadie desconoce que en los últimos años, desde la aparición del descomunal impulso neoliberal globalizador del capitalismo, tendiendo a acumular en los centros y empobreciendo a la periferia, en países como Uruguay asistimos a un permanente trasvase de personas que no tienen claramente delimitado lo que significa el interés público y el privado.
Ingenieros de empresas públicas que, luego, pasan a ser subsecretarios de ministerios claves en donde planifican políticas estratégicas, siempre abiertas a los intereses de empresas transnacionales y, cuando terminan su acción en el Estado, automáticamente pasan a cumplir funciones en las mismas, abandonando el cargo público.
Invariablemente cuando esos personajes se quitan la máscara, los impulsores de las políticas en el Estado sostienen que el tema es el dinero. Qué no se los pudo retener porque esos "genios" son tan valiosos que solo pueden ser "comprados" por quienes pagan más.
También se ha visto a personas que han ocupado relevantes cargos en empresas privadas que, después, han pasado a ocupar puestos en el Estado, con el fin de seguir gestionando los mismos intereses, ahora en el área de la esfera pública. ¿Quieren ejemplos de esta afirmación?
"Ya no se trata de personas que acceden sin previa fortuna personal para intentar abrirse un camino o labrarse un porvenir desde el cargo público, sino que ya tienen un patrimonio personal antes de acceder al cargo público y cuando acceden a él no hacen otra cosa que favorecerlo" (1) Para esta afirmación que, no es nuestra, ¿es necesario que también pongamos ejemplos irrefutables?
El meollo del asunto está en esa confusión de algunos, entre lo público y lo privado. Antes los empresarios y los grandes productores, (la historia lo cuenta con claridad) se adueñaban de la acción política a través de los partidos históricos, introduciendo todas sus triquinuelas clasistas (malas artes) para la consecución de sus fines. Repasemos en un breve análisis histórico quienes ocupaban, antes de la influencia impuesta por el Consenso de Washington, los puestos claves en los gobiernos y veremos como se repiten los mismos apellidos. (¿Es necesario ejemplificar esta afirmación?)
Luego del pujo neoliberal, la estructura del poder cambió en los países de la periferia y los personeros del capitalismo nacional fueron sustituidos en los puestos claves por burócratas, los tristes "genios" del capitalismo rampante que hacen de sus funciones un misterio, que se dicen imprescindibles y que multiplican, obviamente, en los no "avispados" la confusión entre lo público y lo privado.
¿Cómo puede llamarse sino corrupción institucional el proceso que se ha dando en todos estos países latinoamericanos, donde los "burócratas" colonizados por la ideología favorable al capital financiero, se auto titulan "genios" y lo único que hacen, además de medrar en sus cargos, es cumplir tareas prefijadas? Tareas que, obviamente, nada tienen que ver con el interés nacional. Una corrupción institucional que compromete la honestidad del cargo público y que trae aparejado el descrédito de las llamadas democracias occidentales que se extiende, al transformarse la política, en una actividad también de mercado.
Sin embargo no todo tiene precio, ese es uno de los valores que debemos reconocernos a los humanos. Hay valores distintos, ciertos, que movilizan a muchos que por acción u omisión integramos a esa legión que para los burócratas es de amorfa sustancia, que deambula por las calles y que crea la riqueza de la que ellos se nutren cuando deben fijarse, como "genios" que se consideran los estipendios que, en el caso de reciente aparición, debemos pagar entre todos.
Burócratas que viven en un eterno viaje de ida y vuelta, los que paulatinamente se acostumbran a esa dinámica transformando cualquier cosa en un tráfico de influencias. "Hoy por ti, mañana por otro, pasado por mi", es su máxima preferida. Confusión entre lo público y lo privado que aparece de manera superlativa cuando, claro está, se tiene un cargo en un organismo público, que funciona bajo un régimen privado, pero con dineros provenientes del Estado.
Allí se produce la confusión que, y eso es lo grave de algunos parafraseadores que justifican la trasgresión argumentando a favor de la eficiencia, de la libertad de elección, de mecanismos ágiles para poder competir con éxito en un mercado difícil. Nunca esa confusión que, en esencia, aparece como un antagonismo, se produce cuando el burócrata cumple funciones en la empresa privada.
A esta altura el lector podría plantearse si esta última reflexión que realizamos no es demostrativa que algunas actividades deben desarrollarse en el sector privado, para que sean más eficaces en sus logros. La respuesta es obvia; el Estado no tiene porque tener en sus manos la fabricación de cerraduras, o de ropa para señoras, ni hoteles para el turismo sofisticado que todavía - no sabemos hasta cuando - seguirá pisando nuestro territorio. Y podríamos discutir si es conveniente para el Estado seguir produciendo energía eléctrica, refinando petróleo o manteniendo el monopolio de la telefonía fija, tres rubros que llegan al consumidor a los precios más altos del continente.
El Estado, en cambio, tiene que ser un conductor de los distintos elementos estratégicos que hacen a la economía, laudando con humanismo y justicia social para encaminar el desarrollo y que el mismo se vuelque en beneficio de la población en su conjunto.
Sin embargo cuando un país, como el nuestro, sigue en una labor de reconstrucción permanente y ahora más que nunca necesita reacomodar todo el andamiaje, y reconozcamos que no podemos admitir que se siga adelante en la demencia infernal de destruir todo, como buscan algunos privatizadores a ultranza.
Defender a las empresas públicas es un fundamental objetivo estratégico, no para mantener en poder estatal la producción de bienes, sino como un reaseguro que admita una reforma ordenada del Estado en beneficio, no del capital financiero, sino de los uruguayos.
Como tampoco nos parece adecuado un fenómeno reciente que es el avance de alguna empresa del Estado comprando despojos no competitivos de la actividad privada, cuyo fracaso son el producto de coyunturas difíciles de medir.
Claro esos despojos en manos del Estado adquieren nueva vida pero a costa del dinero que se le insufla continuamente y que sale de los bolsillos de todos los uruguayos. Ya tuvimos la lamentable experiencia de las estaciones de servicio en la Argentina de la que salimos a duras penas. Pero parece que no aprendemos. Algunos nuevos engendros ya se han echado a andar y sus deformidades, sin duda, en poco tiempo comenzarán a multiplicar las víctimas.
Quizás sea otro golpe de gracia, para quienes creen que es fácil cambiar al mundo, sustituir con voluntarismo las claves económicas de una actividad y a lo que está perimido hacerlo renacer de entre las cenizas.
Nota
(1) Marcos Roitman (La Jornada)
- Carlos Santiago, Periodista
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