Cuidémonos el simplismo electoral

12/02/2007
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  • Opinión
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Aquí en República Dominicana no existe ni el coronel ni el general que se haya atrevido a desafiar con hechos el sistema corrompido, la seudo-democracia vigente, la partidocracia perversa y el neoliberalismo empobrecedor y desnacionalizador.

Aquí no ha surgido un Chávez como el que se insurreccionó en Venezuela en 1992 para desatar el proceso de formación de un nuevo liderazgo nacional-popular y debilitar el poder excluyente del orden político establecido.

Claro, que no haya surgido en tiempos recientes, no quiere decir que no pueda surgir. Ya tuvimos un Fernández Domínguez y un Francisco Caamaño hace 42 años.

Aquí tampoco se ha desarrollado un movimiento político-social como el de Bolivia, con un liderazgo real antes de convertirse en fuerza electoral competitiva.

A Evo Morales y a otros líderes de los pueblos originarios, como a dirigentes del calibre de Álvaro García Linera y Antonio Peredo (hermano de Inti y Coco, los compañeros del Che), eso le costó grandes esfuerzos e intensas confrontaciones sociales y políticas, incluido el derribamiento de presidentes y gobiernos.

Aquí tampoco se ha producido recientemente algo parecido a la cadena de conmociones político-sociales que han tenido lugar en el Ecuador y a las sucesivas caídas de gobiernos a través de formidables acciones masivas extra-institucionales.

Luego de la traición de Lucio Gutiérrez, Rafael Correa se destacó por su firmeza, capacidad, combatividad y talento, antes de ser candidato presidencial. Ganó confianza y autoridad para posibilitar la avalancha electoral victoriosa

A Humala lo proyectó su rebeldía militar y se apoyó entonces en el nuevo auge de los movimientos sociales del Perú.

Y no hablo en detalle de Brasil, México y Uruguay porque estos son procesos de acumulación electoral y político- social de larga data, en situaciones de las cuales estamos más lejos aun, con camisas institucionales menos vulnerables a los cambios y con izquierdas sensiblemente derechizadas (como pasa con el PT, el PRD y el Frente Amplio).

Lo de Nicaragua es también de larga data y desde una acumulación histórica no totalmente revertida.

Las candidaturas de izquierda o progresistas de por sí, las campañas electorales de por sí, no hacen liderazgo populares alternativos.

Sin recomposición de las redes sociales y políticas, sin luchas que forjen liderazgos confiables y fuerzas referenciales creíbles, es extremadamente difícil cambiar la correlación de fuerza electoral. Más en situaciones de sistemas electorales cerrado, excluyentes, oligopólicos, como el que rige en este país.

La correlación de fuerzas políticas debe ser modificada con hechos catalizadores y pruebas convincentes. Además las estructuras dominantes deben ser previamente debilitadas, erosionando su legitimidad y quitándole capacidad reactiva.

Los cambios de gobiernos capaces de iniciar procesos hacia la revolución, aun comiencen o avancen por vías electorales, no son situaciones permitidas por el orden dominante, sino que tienen que imponerse a través de una acumulación integral de fuerzas, no de simples movimientos electorales; mucho menos desde una izquierda partidista famélica y movimientos sociales enclenques y desorientados.

Debemos cuidarnos de una interpretación superficial de lo que está aconteciendo en América del Sur. Las victorias de esas fuerzas no se han dado en frío, ni han sido el resultado de una simple sumatoria de partidos de izquierda con bajísima inserción en el pueblo, ni han sido el producto de acuerdos limitados a ellos. En no pocos casos los avances se han dado a contrapelo de esa visión estrecha y conservadora.

Pero además, porque por allá hayan ganado o avanzado, no vamos a ganar o avanzar aquí. Eso ayuda, estimula, pero no se cambia nuestro cuadro deprimido si no lo cambiamos nosotros (as).

La clave está en reconocer nuestro enorme déficit y disponernos a descubrir y multiplicar las potencialidades fuera de nuestras propias filas. Estamos incluso peor que hace algunos años, aunque la crisis del sistema sea mayor, el deseo de cambiarlo haya crecido y los sectores en disposición de hacerlo sean mucho más.

Para cambiar esta compleja y contradictoria situación se necesitan hechos audaces y unidad en grande, no simplemente pre-candidaturas grupales, propuestas de primarias para competir en espacios sumamente empequeñecidos.

Esto requiere estar abiertos a la creación de nuevos liderazgos y a actuar para crearlo. Necesita superar la visión corporativa y estrecha. Exige también no copiar, y más aun, no copiar mal, malinterpretando los procesos exitosos. Recordemos lo que pasó cuando el sacerdote Arístides ganó en Haití y ciertos grupos se inventaron al Padre Toño.

Los Chávez, los Correa, los Evo de aquí, no se pueden decretar ni inventar, mucho menos mal copiar. La ola es válida y expansiva. Las experiencias valiosísimas. Pero aquí, quien o quienes se propongan ese rol, deberá conquistarlo a base de pensamiento y acción, y de persistente creación de nuevos espacios de poder y fuerzas de referencia y sustentación. Y eso, además de necesario es posible, aunque ciertamente nada fácil.

Porque una cosa es la izquierda partidista, que ojala decida autotransformarse y revolucionarse, y otra la amplísima izquierda real en general, la cual necesita, quiere y presiona por nuevos causes organizativos y movimientista.

Cuidémonos tanto del simplismo y la superficialidad, como del electoralismo unilateral e infecundo. Cuidémonos de hacer discurso de unidad para dividirnos, para competir sin sentido, para candidatearnos a cómo de lugar.¡Cuidémonos del ridículo electoral!

Ahora todo debe ser bien pensado.
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