Robert Redford pone el dedo sobre la llaga ante carencia ética de W. Bush

19/01/2007
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El problema más grave que afronta la humanidad en el momento actual es la falta de ética que caracteriza a los hombres y mujeres en los estamentos de poder.

Muchos pensarán que exageramos ante este contundente planteamiento, pero es la pura realidad, como lo podemos constatar a diario en Puerto Rico ante la desfachatez de los que pretenden justificar sus arbitrariedades desde posiciones públicas, como ocurre con ciertos legisladores y ex gobernantes, que procuran disfrazar de derechos determinados actos de corrupción.

A la par con la corrupción, que por doquier asoma la cabeza, tenemos en un plano más amplio las guerras imperiales carentes de la más mínima ética.

Cuando el presidente estadounidense George W. Bush decidió invadir a Afganistán en las postrimerías de 2001, a raíz del brutal ataque a las Torres Gemelas de Nueva York, y a Iraq en marzo de 2003, estableció una falsa premisa de contubernio entre ambas naciones y el terrorismo internacional.

Bajo ese planteamiento se pretendieron validar los feroces bombardeos sobre la población civil de Bagdad y otras ciudades iraquíes que, aparte de causar miles de muertos, condujeron a la destrucción de valiosos patrimonios históricos en una desenfrenada carrera belicista que cada vez se torna más compleja.

Esta situación de amenaza sobre “nuestra civilización”, como diría W. Bush, llevó a la mayoría del pueblo estadounidense –estimulado por los principales medios de comunicación– a cerrar fila en torno a la “guerra preventiva” impulsada por el Pentágono en combinación con las grandes corporaciones bélicas.

Muy pocos intelectuales, como Gore Vidal o Noam Chomsky, levantaron sus voces contra la barbarie, porque otros entendían que cuestionar los verdaderos propósitos de la alocada carrera bélica era colocarse muy próximo a ese invisible enemigo que amenazaba las bases de la democracia capitalista.

En virtud de esa política se conculcaron muchos de los derechos humanos y civiles, al punto de que hoy nos encontramos sometidos permanentemente al ojo escrutador del “Big Brother” que preconizó hace unos 70 años el periodista británico George Orwell en su novela “1984”, en la que, por cierto, establecía que “la ignorancia es poder”.

El dique que se impuso para manipular la verdad ha comenzado a agrietarse. Cada día son más las voces autorizadas que se alzan contra la manipulación política y mediática, en la que la televisión ha tenido un papel estelar.

El astro del cine Robert Redford acaba de sumarse a quienes han optado por distanciarse de la política de agresión de W. Bush, al que ha reclamado una “disculpa masiva”.

El actor y director de Hollywood ha establecido, en el marco de la inauguración del Festival Internacional de Cine Independiente Sundance, que el Presidente “debe pedir perdón” por el abuso de poder en que ha incurrido, como es el encarcelamiento indefinido de sospechosos de vínculos con el terrorismo sin que se sigan los debidos procedimientos de ley y la conversión de la base naval en Guantánamo en un campo de concentración, aparte de la instalación de cárceles secretas en Europa en las que se cree se cometen los más horrendos abusos contra prisioneros anónimos.

“Creo que nos debe una gran y masiva disculpa”, sostuvo el veterano actor en referencia al mandatario estadounidense.

El planteamiento de Robert Redford es un reflejo del sinsabor colectivo que ha provocado tanto engaño a nombre de la seguridad y frente a la carencia de ética que ha convertido a la humanidad en rehén del oportunismo que predomina bajo la falsa promesa de bien común.

- Nelson del Castillo es Secretario General Adjunto de la Federación Latinoamericana de Periodistas (FELAP). Su columna Primera Fila se publica en el diario puertorriqueño Primera Hora
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