La muerte no puede vencer a la justicia

11/12/2006
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La muerte venció a la justicia. Más o menos, con estas palabras, nuestro querido escritor Mario Benedetti, lamentó que Augusto Pinochet hubiese muerto, sin que la justicia le hubiese cobrado la inmensa deuda que tiene con el pueblo chileno. Y es lamentable que los jueces de ese país, que tanto sufrió bajo su dictadura, no llevasen adelante los juicios por sus atrocidades y por sus trapacerías.

Ayer mismo, cuando apenas transcurrían las horas posteriores al anuncio de su deceso, surgía insistente la pregunta: con su muerte, ¿se cierran los juicios iniciados? Para quienes defendieron y siguen defendiendo su dictadura, todos los casos quedaron cerrados. Una respuesta tan simple no puede conformar.

Los años negros

El largo periodo que Pinochet tuvo el poder absoluto en sus manos, está regado con sangre. Miles y miles de chilenos fueron asesinados y desaparecidos. Otros miles, confinados en el sur de Chile, vivieron alejados de sus familias por varios años y ejerciendo oficios menores, sin que importase su preparación o, talvez, precisamente porque sus conocimientos los hacían sospechosos de oposición al régimen.

Promotor entusiasta del “Plan Cóndor”, fue carcelero de bolivianos que le entregó su colega Banzer. Extendió su brazo criminal hasta Washington, para matar al ministro de Allende Orlando Letelier, intentar en Roma el crimen del demócrata cristiano Bernardo Leighton y asesinar en Buenos Aires al general Carlos Prats.

La imagen de pujanza económica con que revistió su administración, tuvo las características brutales de aplicación del modelo neoliberal. Mientras una clase privilegiada se enriqueció hasta niveles escandalosos, la pobreza se extendió en la mayor parte de la población. Pero no sólo que lo hizo en su periodo, sino que estableció mecanismos de continuidad que, después de tres gobiernos civiles, se mantienen como norma de desarrollo.

El juicio de la historia

Resignadamente, algunos dicen que el juicio de la historia, será implacable con el dictador Pinochet. Y seguramente así será, pero no es suficiente, ni en lo más mínimo. Los delitos cometidos por Pinochet están en la categoría de lesa humanidad. No prescriben y, por tanto, no pueden prescribir con su muerte.

En esos delitos, hay víctimas, que no tienen reparación. Y no se diga que, resarcimiento económico de por medio, la deuda está saldada. Se trata de una reparación cierta y firme. Lo decía Isabel Allende, ayer mismo: que nunca más pueda darse un golpe de Estado, que nunca se vulneren los derechos humanos, que no vuelva a cometerse uno solo de los crímenes de la dictadura.

Pero esa reparación no puede quedarse en palabras. Debe cumplirse con hechos. Los cómplices del dictador, los operadores del crimen, los subordinados que los ejecutaron están allí; pasean las calles y no son acusados. Respiran aliviados porque, además de sus crímenes, se beneficiaron con robos, cohechos y negociados.

No puede dejarse a la historia con tribunal que juzgue a Pinochet. Quienes sufrieron su dictadura, exigen reparación.
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