Papeleras: Estos son unos atorrantes
01/12/2006
- Opinión
Cuando en otra oportunidad, hace dos meses largos, me refería al tema suscitado por la instalación de las plantas de pasta de celulosa en la República Oriental del Uruguay dejaba planteada la cuestión de los conflictos con otros pueblos hermanos (Papeleras: El único responsable es el gobierno).
Ahora todo se presenta como un hecho concreto, triste y desmesurado.
La realidad nos pone en blanco sobre negro, aún a pesar de los celestes y blancos de nuestras banderas, la indolencia de los gobiernos argentino y uruguayo.
La terquedad de los presidentes Kirchner y Tabaré es una ilustración, una de las tantas, de que las insensibilidades que la política y las relaciones exteriores pueden producir hasta llegar al límite del enfrentamiento entre pueblos hermanos. Advertimos que el conflicto se sustenta en la expansión depredadora capitalista sobre el medio ambiente, a manos del Uruguay, por un lado. Y por el otro tenemos a un Estado argentino que pretendió hacerse el desentendido sobre su obligación constitucional de preservar el medio ambiente.
Argentina y Uruguay tienen centenares de parlamentarios que no han sido capaces de hacer lo más mínimo por contribuir al dialogo inteligente y productivo, para crear determinadas condiciones para hacer del entendimiento el camino propicio para una solución sustentable, lógica, equitativa, institucional y democrática del conflicto.
Los miembros de la Justicia de ambos países tampoco han querido comprometerse en la cuestión, que sin dudas tiene aristas jurídicas insoslayables, a partir de los Tratados Internacionales y del andamiaje legal de nuestros Estados, como asimismo de los acuerdos del Mercado Común del Sur.
O sea, la cuestión del medio ambiente equilibrado, el comprometer a las generaciones futuras y la preservación del ecosistema “ES UNA CUESTIÓN DE ESTADO”, y Estado son los tres poderes que afortunadamente, aunque se muestren sólo en apariencia, están vigentes en nuestras patrias.
Cualquiera podría preguntarse en qué quedaron aquellos días de acercamiento político y trato cordial, tanto como efusivo y oportunista, donde ambos presidentes, funcionarios y legisladores cruzaban el Río de la Plata para demostrarse “amistades progresistas” que hoy no pueden sostener ni en los sueños más trasnochados.
El pretender querernos convencer que los asambleístas entrerrianos pueden convertirse en “bonzos”, “hombres bombas” o “kamikazes” es tan estúpido de creer, como que los militares uruguayos tengan información de inteligencia que permitan advertir riesgos por posibles ataques a la fábrica de Botnia en Fray Bentos. La única justificación, mendaz por cierto, es una incoherente nota periodística aparecida el 24 de noviembre pasado en un diario del imperio como The Washington Post que comienza así: “Cuando una mujer de 88 años ofrece convertirse en bomba suicida para acabar con una fábrica, parece evidente que se ha permitido que una situación polémica se salga de control”.
Pretender achacar a los vecinos ribereños del Río Uruguay, como de los que apoyamos sus reclamos, de ser los culpables del actual estado de situación es ofender a la inteligencia del ser humano, cuando simplemente hacen aquello que los gobernantes no quisieron y no supieron hacer, para que se cumplan los acuerdos bilaterales firmados en el Tratado de Límites del Río Uruguay que tiene más de 45 años de vigencia.
Simplificar el tema a las decisiones que pueda tomar el Tribunal Internacional de Justicia, con sede en la Haya, con sus comprobadas ineficientes actuaciones a lo largo del tiempo, para dar cumplimiento al artículo 38 de su Estatuto para dar soluciones a las controversias de las convenciones internacionales, sean generales o particulares, que establecen reglas expresamente reconocidas por los Estados litigantes, es tan ridículo, como pretender que sea un organismo de crédito internacional, el Banco Mundial, el encargado de establecer un límite sobre cuestiones medioambientales, cuando no es resorte de su función. Además, ha demostrado que siempre ha estado detrás de las decisiones más perversas sobre el destino, implementación y cuestiones financieras de los países marginados del bienestar imperante en el norte rico y expoliador.
La displicencia con que el presidente uruguayo trató al enviado “facilitador” -Antonio Yánez Barnuevo- del rey de España, Juan Carlos de Borbón, es una muestra más de lo que éste gobierno está dispuesto a dialogar en torno del pingüe negocio, con negociado incluido, de la pastera finlandesa.
La cuestión no es de Dios, ni de los dolores, como tampoco de los golpes al corazón como pretende hacernos creer Kirchner. Porque si alguien manifiesta querer a los hermanos uruguayos tiene que actuar en consecuencia, y no justamente desde los palcos de la politiquería. Debe hacerlo desde la política activa que impone y obliga a una hermandad bien concebida y de la que los conciudadanos argentinos y uruguayos hemos dados sobradas muestras desde nuestros primeros días de la existencia como pueblos que pretendieron ser libres y más aún desde que nos convertimos en pueblos independientes de cualquier dominación extranjera.
Kirchner, un advenedizo del progresismo; y Tabaré, un olvidadizo socialista, tienen un mandato de sus conciudadanos, de sus pueblos. En la actualidad están colocados como los máximos responsables de la conducción de la vida institucional de nuestras naciones hermanadas por un “pasado” de luchas por nuestras independencias y en contra de los gobiernos dictatoriales y genocidas como de pertenencias por demás de importantes y sólidas, por un “presente” indeseable alimentado por cuestiones económicas que no tienen ningún miramiento por el desarrollo sustentable de nuestros países; y un “futuro” que jamás podría quedar manchado y dañado por posiciones políticas intolerantes de las que sea muy difícil regresar.
Considero impostergable, por una necesidad humana y social, que ambos presidentes hagan los esfuerzos necesarios para entablar un diálogo fructífero y sano; directo, sereno y urgente que el tema requiere y obliga.
En definitiva, Kirchner y Tabaré, serán unas simples referencias que quedarán anotadas en las páginas de la historia de la Argentina y del Uruguay por sus aciertos y sus errores, pero lo que importa para el futuro de las patrias del sur latinoamericano, las de José de San Martín y la de José Gervasio Artigas, es la convivencia y el poder estrechar los lazos de amistad y hermandad que siglos de historia les obligan a respetar y cumplir.
¿Quién puede asegurar que las cosas no pasarán a mayores?
¿Quién puede creer tantas mentiras?
¿Quién no advierte que unos cuantos dólares están infringiendo Tratados?
¿Quién puede estar tranquilo con la desidia de estos presidentes?
Bien decía Joan Manuel Serrat en la letra de “Las malas compañías”, mis amigos son unos atorrantes, mis amigos son unos sinvergüenzas y mis amigos son unos malhechores.
Ahora todo se presenta como un hecho concreto, triste y desmesurado.
La realidad nos pone en blanco sobre negro, aún a pesar de los celestes y blancos de nuestras banderas, la indolencia de los gobiernos argentino y uruguayo.
La terquedad de los presidentes Kirchner y Tabaré es una ilustración, una de las tantas, de que las insensibilidades que la política y las relaciones exteriores pueden producir hasta llegar al límite del enfrentamiento entre pueblos hermanos. Advertimos que el conflicto se sustenta en la expansión depredadora capitalista sobre el medio ambiente, a manos del Uruguay, por un lado. Y por el otro tenemos a un Estado argentino que pretendió hacerse el desentendido sobre su obligación constitucional de preservar el medio ambiente.
Argentina y Uruguay tienen centenares de parlamentarios que no han sido capaces de hacer lo más mínimo por contribuir al dialogo inteligente y productivo, para crear determinadas condiciones para hacer del entendimiento el camino propicio para una solución sustentable, lógica, equitativa, institucional y democrática del conflicto.
Los miembros de la Justicia de ambos países tampoco han querido comprometerse en la cuestión, que sin dudas tiene aristas jurídicas insoslayables, a partir de los Tratados Internacionales y del andamiaje legal de nuestros Estados, como asimismo de los acuerdos del Mercado Común del Sur.
O sea, la cuestión del medio ambiente equilibrado, el comprometer a las generaciones futuras y la preservación del ecosistema “ES UNA CUESTIÓN DE ESTADO”, y Estado son los tres poderes que afortunadamente, aunque se muestren sólo en apariencia, están vigentes en nuestras patrias.
Cualquiera podría preguntarse en qué quedaron aquellos días de acercamiento político y trato cordial, tanto como efusivo y oportunista, donde ambos presidentes, funcionarios y legisladores cruzaban el Río de la Plata para demostrarse “amistades progresistas” que hoy no pueden sostener ni en los sueños más trasnochados.
El pretender querernos convencer que los asambleístas entrerrianos pueden convertirse en “bonzos”, “hombres bombas” o “kamikazes” es tan estúpido de creer, como que los militares uruguayos tengan información de inteligencia que permitan advertir riesgos por posibles ataques a la fábrica de Botnia en Fray Bentos. La única justificación, mendaz por cierto, es una incoherente nota periodística aparecida el 24 de noviembre pasado en un diario del imperio como The Washington Post que comienza así: “Cuando una mujer de 88 años ofrece convertirse en bomba suicida para acabar con una fábrica, parece evidente que se ha permitido que una situación polémica se salga de control”.
Pretender achacar a los vecinos ribereños del Río Uruguay, como de los que apoyamos sus reclamos, de ser los culpables del actual estado de situación es ofender a la inteligencia del ser humano, cuando simplemente hacen aquello que los gobernantes no quisieron y no supieron hacer, para que se cumplan los acuerdos bilaterales firmados en el Tratado de Límites del Río Uruguay que tiene más de 45 años de vigencia.
Simplificar el tema a las decisiones que pueda tomar el Tribunal Internacional de Justicia, con sede en la Haya, con sus comprobadas ineficientes actuaciones a lo largo del tiempo, para dar cumplimiento al artículo 38 de su Estatuto para dar soluciones a las controversias de las convenciones internacionales, sean generales o particulares, que establecen reglas expresamente reconocidas por los Estados litigantes, es tan ridículo, como pretender que sea un organismo de crédito internacional, el Banco Mundial, el encargado de establecer un límite sobre cuestiones medioambientales, cuando no es resorte de su función. Además, ha demostrado que siempre ha estado detrás de las decisiones más perversas sobre el destino, implementación y cuestiones financieras de los países marginados del bienestar imperante en el norte rico y expoliador.
La displicencia con que el presidente uruguayo trató al enviado “facilitador” -Antonio Yánez Barnuevo- del rey de España, Juan Carlos de Borbón, es una muestra más de lo que éste gobierno está dispuesto a dialogar en torno del pingüe negocio, con negociado incluido, de la pastera finlandesa.
La cuestión no es de Dios, ni de los dolores, como tampoco de los golpes al corazón como pretende hacernos creer Kirchner. Porque si alguien manifiesta querer a los hermanos uruguayos tiene que actuar en consecuencia, y no justamente desde los palcos de la politiquería. Debe hacerlo desde la política activa que impone y obliga a una hermandad bien concebida y de la que los conciudadanos argentinos y uruguayos hemos dados sobradas muestras desde nuestros primeros días de la existencia como pueblos que pretendieron ser libres y más aún desde que nos convertimos en pueblos independientes de cualquier dominación extranjera.
Kirchner, un advenedizo del progresismo; y Tabaré, un olvidadizo socialista, tienen un mandato de sus conciudadanos, de sus pueblos. En la actualidad están colocados como los máximos responsables de la conducción de la vida institucional de nuestras naciones hermanadas por un “pasado” de luchas por nuestras independencias y en contra de los gobiernos dictatoriales y genocidas como de pertenencias por demás de importantes y sólidas, por un “presente” indeseable alimentado por cuestiones económicas que no tienen ningún miramiento por el desarrollo sustentable de nuestros países; y un “futuro” que jamás podría quedar manchado y dañado por posiciones políticas intolerantes de las que sea muy difícil regresar.
Considero impostergable, por una necesidad humana y social, que ambos presidentes hagan los esfuerzos necesarios para entablar un diálogo fructífero y sano; directo, sereno y urgente que el tema requiere y obliga.
En definitiva, Kirchner y Tabaré, serán unas simples referencias que quedarán anotadas en las páginas de la historia de la Argentina y del Uruguay por sus aciertos y sus errores, pero lo que importa para el futuro de las patrias del sur latinoamericano, las de José de San Martín y la de José Gervasio Artigas, es la convivencia y el poder estrechar los lazos de amistad y hermandad que siglos de historia les obligan a respetar y cumplir.
¿Quién puede asegurar que las cosas no pasarán a mayores?
¿Quién puede creer tantas mentiras?
¿Quién no advierte que unos cuantos dólares están infringiendo Tratados?
¿Quién puede estar tranquilo con la desidia de estos presidentes?
Bien decía Joan Manuel Serrat en la letra de “Las malas compañías”, mis amigos son unos atorrantes, mis amigos son unos sinvergüenzas y mis amigos son unos malhechores.
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