Lecciones aprendidas?
09/10/2006
- Opinión
Guatemala, por sus características, es un país de alto riesgo en cuanto a que se presenten desastres naturales de los cuales hay registros a lo largo de su historia.
Dicha situación fue la que orientó la creación de instituciones especializadas en el estudio, seguimiento y monitoreo de los diversos fenómenos atmosféricos y climatológicos, para prever cualquier tipo de desastre que trajera perdidas sobretodo humanas.
Hace un año la tormenta Stan, causó grandes estragos en diferentes puntos del territorio nacional, entre ellos el ocurrido en la aldea Panabaj de Santiago Atitlán, que el pasado 5 de octubre, cumplió un año del deslave que tuvo como saldo pérdidas económicas y humanas, las cuales pudieron evitarse.
Según relatos hechos por los mismos sobrevivientes del deslave, el día anterior a éste, miembros del cuerpo de bomberos de Santiago Atitlán, estuvieron presentes en la aldea Panabaj, advirtiendo a la población sobre un posible deslave que podía producirse debido a las lluvias que desde dos días antes no cesaban, ante lo cual la medida a tomar era desalojar a toda la población.
Los bomberos, con la información dada por la CONRED, la que hacía claras advertencias sobre una posible tragedia, informaron a la población, logrando evacuar alrededor de 200 personas, las que fueron conducidas a refugios en Santiago Atitlán. El resto de población hizo caso omiso a las advertencias y no se movieron de sus hogares. Así mismo los bomberos relataron que desde las 12 de la madrugada del 5 de octubre estuvieron alerta y presentes en dicha zona.
Los sobrevivientes recuerdan que esa madrugada no todos pudieron dormir, y entre la 1:30 y 2:00 de la madrugada una fuerte corriente de agua bajó del volcán Tolimán hacia las inmediación de las viviendas, inmediatamente después le siguió una avalancha de lodo, piedras y otros elementos que a su paso iba jalando la correntada, de acuerdo con los bomberos que en ese momento se encontraban frente a las instalaciones del CAJ (Centro de Administración de Justicia, recién inaugurado), los hechos posteriores se dieron tan vertiginosamente, que no pudo actuarse para evitar lo que en cuestión de segundos había ya ocurrido.
El número de perdidas humanas estimado por los sobrevivientes oscila entre 150 y 200 personas, familias enteras perecieron, de algunas otras sólo quedaron una o dos miembros.
Más allá de la situación en la que quedaron los sobrevivientes, la mayoría de ellos sigue viviendo en los albergues “temporales”, desde hace ya un año, está también la necesaria reflexión que este terrible desastre nos deja: por un lado esta el hecho que pese a las advertencias las personas no dejaron sus hogares, porque allí tienen su único patrimonio y no existe confianza en dejarlo así nada más; por otro, la población no está educada sobre el tema de desastres, que permita saber qué hacer en caso de emergencia y tener plena confianza sobre lo que las autoridades especializadas en el tema orienten; lo que sí ocurre en otros países, en los que por un lado la gente sigue claramente las orientaciones, y también, claro, el Estado tiene toda la capacidad para responder ante esas situaciones.
Inmediatamente después del deslave, el apoyo de emergencia, necesario para paliar la crisis no se hizo esperar y llegaron tanto del nivel nacional como internacional.
La mayoría de viviendas y cuerpos quedaron enterrados en el lodo, pocos fueron los cuerpos que pudieron recuperarse y enterrarse en una fosa común. Entre las medidas inmediatas tomadas por el gobierno fue declarar cementerio el lugar, una respuesta pronta, pero obviando lo humano, la cultura, el derecho que cada sobreviviente tiene de enterrar con dignidad a cada uno de sus familiares y amigos fallecidos.
Otra medida fue poner en marcha la construcción de viviendas, una clara necesidad, pero una decisión apresurada, sin esperar los resultados del estudio de factibilidad de construcción en los terrenos sobre los cuales se levantaban las casas, dicho estudio señalaba el lugar como de alto riesgo, ahora las casas se quedaron a medias, habiendo invertido en ellas millones de quetzales, los cuales de haber sido bien empleados, sin premura, estarían hoy siendo gozados por quienes hoy llevan más de un año en albergues que no reúnen las condiciones necesarias para vivir y para superar el trauma de lo ocurrido, latente aún.
Respecto a las construcciones, aún hoy no se sabe donde se llevarán a cabo, ahora si son muchos los elementos que deben ser tomados en cuenta, ya que movilizar prácticamente a una comunidad integrada social y culturalmente a otro espacio, no es nada sencillo, consultarle es sin duda fundamental.
Respecto al derecho de enterrar dignamente a todos los que perecieron durante el deslave, conocer con certeza en donde están, es una tarea en la que especialistas en la materia ya trabajan, para iniciar los trabajos de exhumación en los próximos meses.
A un año del deslave en Panabaj, y de otros desastres provocados por la tormenta Stan, muy conveniente sería que estos no quedaran solo documentados, sino también analizados para estar preparados en posibles situaciones que las mismas condiciones de nuestro territorio pueden hacer posible.
- Dania M. Rodríguez Martínez - Analista asociada de Incidencia Democrática.
Fuente: Incidencia Democrática (Guatemala)
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