Crónica de una crisis anunciada:
Qué pasa si Correa gana las elecciones?
12/09/2006
- Opinión
En “El 18 brumario de Luis Bonaparte”, Marx, citando a Hegel, decía que la historia tiende a repetirse dos veces, la primera como tragedia y la segunda como farsa. Si creemos en las encuestas electorales que predicen un eventual triunfo de Rafael Correa, estamos a un paso de repetir la historia de Lucio Gutiérrez, no ya como la tragedia de una esperanza traicionada, sino como la farsa de una crisis anunciada. Sabemos lo que significaría un eventual triunfo de esta candidatura.
Habría que estar ciegos para no comprender que, en el caso de que Alianza País llegue a ser gobierno, entraríamos a uno de los periodos más críticos de nuestra frágil democracia. Sabemos que su decisión de no presentar candidatos a diputados lo convierte en rehén del sistema político, y que para sobrevivir tendrá que negociar con los mismos partidos políticos que hoy denosta.
Sabemos que, al no tener ninguna base social que lo respalde, utilizará, como Gutiérrez, el aparato gubernamental para construir las bases sociales que apoyen a su gobierno, y que eso lo enfrentará con las organizaciones sociales existentes.
Sabemos que tendrá que “comprar” diputados y armar un bloque afin a su régimen subastando al Estado y generando corrupción. Sabemos, también, que amen de algunas ideas generales sobre el cambio de modelo económico, no ha presentado ninguna propuesta coherente para el país.
Empezamos a conocer ya los perfiles de su egocentrismo, de su arrogancia, de su prepotencia, que harán difícil un ambiente de diálogo y distensión con la oposición política, con los movimientos sociales, con los medios de comunicación, con líderes sociales que no comulgan con sus ideas.
Sabemos que en su lógica hay la tendencia a pensar que aquellos “que no están conmigo están en mi contra” y esa lógica conduce al fundamentalismo, a la intransigencia, a la intolerancia. Lo conocimos cuando fue ministro de economía y habló en contra de la deuda externa y en el breve espacio de su gestión destinó más recursos para el pago de la deuda externa que para inversión social. Que a pesar de su retórica antiimperialista no tuvo ningún inconveniente en votar por Alberto Moreno, el hombre designado y apoyado por EEUU, para la presidencia del Banco Interamericano de Desarrollo. Que apoyó de manera pública el atraco a los fondos nacionales que hizo su sucesora, Magdalena Barreiro, con la emisión de la deuda externa más onerosa que se ha producido en las últimas décadas, y quien probablemente será un personaje importante en su eventual gobierno.
Que viajó al Vaticano y pidió audiencia al Papa mientras el país era un hervidero social por las movilizaciones en contra del TLC con EEUU, y jamás tuvo una palabra de solidaridad, aliento o apoyo para el heroico movimiento indígena.
Una intuición más profunda nos dice que un gobierno de esas características es poco probable que sobreviva, sobre todo en el frágil entramado político del Ecuador. Por ello nos queda esa sensación de déjà vu, es decir, de algo que ya hemos visto, que ya hemos vivido. Que ya hemos experimentado esas mismas circunstancias bajo otros ropajes, aquellos del Partido Roldosista Ecuatoriano, y, recientemente, Sociedad Patriótica. Sí, digámoslo de una vez, en el supuesto de que Correa gane las elecciones su gobierno no tiene ninguna posibilidad de resolver la crisis institucional del país, todo lo contrario, la agravará.
Y no tiene nada que ver con el hecho de que convoque o no a la Asamblea Constituyente, o que intente o no un programa nacionalista. Su principal fuerza es su debilidad: apelar a la antipolítica y escudarse en el populismo. Empero de ello, seremos testigos, cómplices y también víctimas de ese fenómeno denominado antipolítica.
Veremos cómo muchos sectores sociales, incluyendo a lúcidos intelectuales de la izquierda, se inclinarán por la seducción de la antipolítica y el populismo. Pero también estas elecciones nos permitirán constatar la frágil consistencia política de algunos sectores de nuestra izquierda, que todavía siguen pensando que León Roldós en un hombre de centroizquierda, olvidando convenientemente su papel en la sucretización de la deuda externa privada, allá por 1982, y su más nefasto rol en la creación de la Agencia de Garantía de Depósitos, AGD, y la crisis bancaria de 1999, y otros que creen también que si la opción no es Roldós bien puede ser Correa.
Por ello es conveniente trazar una frontera que evalúe el presente y nos ayude a las luchas del futuro. Al igual que Roldós, y el PSC, Correa es un peligro para el país y para la democracia. Pero el culpable no es Correa, son aquellos que votarán por él. Son aquellos que justifican y legitiman su candidatura. Son aquellos que piensan que los cambios se hacen en las urnas y que votar por Alianza País quizá sea un acto revolucionario. Son aquellos que creen que las relaciones de poder se cambian desde las instituciones creadas por la misma burguesía y con el permiso del poder. Casandra advertía a los jubilosos troyanos que aquel caballo de madera que los aqueos habían dejado en la playa no era un tributo al heroísmo de Troya sino una trampa. Nadie la creyó. Con entusiasmo y algarabía abrieron las puertas de la ciudad para que entre ese falso tributo. Sabemos demasiado bien el precio que Troya tuvo que pagar por esa ingenuidad. La cuestión es ¿qué precio tendremos que pagar los ecuatorianos en el caso que, por nuestra ingenuidad, apatía o indiferencia, Correa gane las elecciones?
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