Palacio: apuestas peligrosas
30/08/2006
- Opinión
Prisionero de las fuerzas del establecimiento luego de su traición al
movimiento bolivariano/latinoamericanista impulsado por el ALBA,
Alfredo Palacio ha venido empeñándose en involucrar aún más al
Ecuador en la geopolítica estadounidense. Sus acciones encaminadas a
culminar el TLC con la potencia y la oficialización del alineamiento
del país con la campaña internacional contra el “narcoterrorismo”
promovida por George W. Bush ilustran sobre esa línea diplomática.
La incierta resurrección del TLC
Después del enfriamiento de las relaciones con Washington a
consecuencia del caso OXY y las reformas a la Ley de Hidrocarburos,
las relaciones de Carondelet con la Casa Blanca han tendido a
normalizarse a partir de la aproximación del galeno-presidente a los
gobiernos de Álvaro Uribe y Alan García, sus reiterados autos de fe en
la CAN neoliberal y, sobre todo, de la implantación de una demanda
contra el Estado ecuatoriano instrumentada por la citada petrolera
estadounidense en el CIADI, un tribunal arbitral subsidiario del Banco
Mundial que difícilmente fallará en contra de los intereses
corporativos.
Una declaración conciliadora de un funcionario de segundo rango de la
embajada de Estados Unidos en Quito, un tal Jefferson Brown, resultó
suficiente para que el mandatario interino, a través de su ministro de
Comercio Exterior, Tomás Peribonio, desempolvara al equipo de ex
asesores telecistas (los Chiriboga, Corral et al) y dispusiera
diversas acciones contrarreloj enderezadas a reactivar el TLC de
marras.
La expectativa acariciada por Palacio parece ser culminar el convenio
integracionista-anexionista hasta el próximo diciembre; es decir, poco
antes de la transmisión del mando que deberá cumplirse el 15 de enero
del 2007. La premura se explica por las presiones de las cámaras
patronales encabezadas por los Dassum, Pinto, Aspiazu y Blascos de
siempre y por la cercana expiración –junio del próximo año- de la
autorización concedida por el Congreso de los Estados Unidos al
titular de la Casa Blanca para que pueda emprender negociaciones
comerciales por la “vía rápida” (fast track).
Frecuentemente los deseos no coinciden con las realidades. Con
seguridad, pese a su recrudecido servilismo a Washington y la
oligarquía doméstica, el sucesor de Lucio Gutiérrez no podrá
cristalizar su propósito, en razón de los difíciles escollos
pendientes. Se alude particularmente al escaso avance de las
renegociaciones de los contratos con las petroleras extranjeras, las
deudas con la Duke Energy y Machala Power y las inconclusas reformas
al Código de Trabajo (que incluso requieren el aval de la OIT).
Factores fuera del control de Carondelet complican el horizonte del
TLC Ecuador-Estados Unidos. De un lado, el retorno del equipo
norteamericano a la mesa de tratativas va a estar determinado por los
resultados de las elecciones estadounidenses del próximo noviembre
para renovar la Cámara de Representantes (evento que incluso ha
estancado la ratificación de los TLCs ya concluidos con Lima y
Bogotá); y por otro, el cierre de las negociaciones aparece
condicionado en la práctica al triunfo de un candidato pro-TLC en las
presidenciales ecuatorianas, mandatario electo que, por su parte,
tendrá que sortear la resistencia indígena-popular y de segmentos
empresariales a ese estatuto de recolonización totalizante. De los
postulantes con opción de éxito, los derechistas León Roldós y Chyntia
Viteri empujarían el carro telecista, en tanto que el nacionalista
Rafael Correa ha anticipado que echaría el acuerdo en ciernes al
“basurero de la historia”.
Desde su visión apologética del fundamentalismo liberal, Christopher
Sabatini, director de Políticas del Consejo de las Américas de Nueva
York, evaluó la situación ecuatoriana de cara al TLC de la forma
siguiente: “El panorama no es optimista. La desestabilización, la
polarización y el fraccionamiento de grupos, los subsidios, la
inclusión de los indígenas, las mejoras en la educación son asuntos
pendientes. En Estados Unidos hablamos del tercer riel en la ruta del
tren y por allí viaja la electricidad. Si alguien la toca se muere. En
el Ecuador hay muchos terceros rieles y el truco para el (nuevo)
presidente será construir una coalición estable...” (El Comercio, 7 de
agosto del 2006)
No hay peor ciego que el que no quiere ver. Obnubilado por hacer
méritos ante la Casa Blanca y el Club de la Unión mediante el cierre
del TLC, acaso por temor a ser electrocutado políticamente, Pa-Lucio
ha sacado a relucir una repudiable carta: la hipoteca de la defensa
nacional al Pentágono. ¿A qué aludimos?
Apuesta a la guerra infinita
El pasado 10 de agosto –en un acto celebratorio de la mayor efemérides
libertaria del Ecuador- Carondelet sorprendió a la opinión pública
oficializando, a través del mando castrense, una versión actualizada
del Libro Blanco, que contiene los principales vectores de la nueva
política de Defensa.
Según un reporte periodístico: “El combate a las amenazas
transnacionales es uno de los principales ejes de la nueva Política de
Defensa Nacional... Aunque el mando de las FF.AA. ratifica la no
intervención en el conflicto interno de Colombia, sí prevé su
participación en el combate a las amenazas internacionales, como la
expansión de redes de narcolavado en el sistema financiero nacional,
el tráfico internacional de armas, precursores químicos y drogas, el
crimen organizado transnacional y el terrorismo”. (El Comercio, 10 de
agosto del 2006)
Conforme pone de relieve la propia nota: “El documento destaca... que
Ecuador mantiene una política de cooperación internacional ante esos
problemas de índole transnacional. En la anterior Política de Defensa,
publicada en el Libro Blanco del 2002, sólo se enunciaban las amenazas
externas, pero no se contemplaba ninguna acción militar directa para
enfrentarlas”.
¿Qué implicaciones tiene la variante?
En realidad, múltiples y de distinta índole.
Esencialmente significaría que, en nombre de la cruzada contra el
“narcoterrorismo”- campaña tan rentable para el Departamento del
Tesoro y Wall Street-, la geoestrategia de Bush Jr., bajo cuya
inspiración se habrían realizado los ajustes al Libro Blanco, el
gobierno busca convertir al Ecuador en un peón de lo que el académico
James Petras identifica como el Nuevo Orden Criminal (NOC).
Tal inconstitucional redefinición de nuestras relaciones externas,
impugnada incluso por sectores de la derecha política (ver el
reportaje “El tsunami militar”, revista Vanguardia, agosto 29/2006) ha
comenzado a dar frutos amargos al país, como la reanudación de las
fumigaciones fronterizas con agrotóxicos ordenada por el titular de la
narcodemocracia colombiana y la intensificación de los combates entre
el ejército “paisa” y las FARC en las orillas del Putumayo con
incidencias sangrientas en Sucumbíos. Sucesos que han suscitado el
enésimo reclamo del canciller Carrión.
Y pensar que todo esto acontece mientras The New York Times denuncia
el fracaso del Plan “Patriota” como medio de neutralizar el flagelo de
las drogas psicoactivas, en tanto que el terrorismo de Estado es
cuestionado incluso desde la bancada del gobernante Partido
Republicano.
¿Será que Alfredo Palacio y la cúpula uniformada se volvieron más
papistas que el Papa?
P.D.- Ya concluido el análisis precedente, un hecho anecdótico acaba
de circular por los medios nacionales e internacionales: la
destitución del ministro de Defensa, general retirado Oswaldo Jarrín,
el teórico local de la “soberanía cooperativa”. ¿Quién estuvo detrás
de la muerte política de Jarrín? ¿Donald Rumsfeld? ¿Bin Laden? ¿El
Cortijo? ¿El cartel de Manta? ¿Los militares acreedores del difunto
Cabrera? ¿Todos ellos? ¿Nadie? La guerra interminable tiene sus
propios misterios.
- René Báez, Premio Nacional de Economía (Ecuador) y miembro de la
Intenrational Writers Association
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