Cinco falacias en proceso con paramilitares
22/03/2005
- Opinión
Desde el comienzo del gobierno del Presidente Uribe se
vienen adelantando en Colombia diálogos con los grupos
paramilitares que se presentan ante la nación y ante el
mundo con ropajes que no corresponden a su verdadera
naturaleza, dando lugar a falacias de lenguaje que es
necesario sacar a la luz.
1. Dichos diálogos son presentados como una negociación
política, pero no lo es.
Toda negociación política exige como requisito básico la
existencia de dos posiciones antagónicas o al menos
diferenciables.
Si se trata de grupos, organizaciones o franjas de
población que reclaman una negociación con un gobierno o
con un Estado, se presupone que entre esos grupos y el
gobierno o el Estado en cuestión se dan diferencias
fundamentales sobre los principios o sobre las prácticas
políticas. Si no existen esas diferencias carece de
lógica un proceso de negociación.
Quien haga un rastreo histórico sobre el pensamiento y
las directrices para la acción de las fuerzas armadas o
de seguridad del Estado colombiano y las de los
paramilitares, no encontrará diferencia alguna importante.
Se percibe un enemigo común; un mismo modelo social
defendido; una misma doctrina que es la llamada de
\"seguridad nacional\"; unas mismas prácticas represivas;
una solidaridad de cuerpo entre ambas fuerzas; un mismo
discurso legitimador del sistema vigente; unos mismos
mecanismos de impunidad; una misma apología del accionar
armado y de la participación de la población civil en el
mismo; unos mismos parámetros de estigmatización de los
movimientos sociales y de las ideologías políticas no
capitalistas, así como una coordinación, combinación y
distribución de acciones legales e ilegales con miras a
que sirvan a una misma causa.
Esto explica que una de las primeras medidas
preparatorias de este proceso, que se ha presentado como
de \"negociación política\", fue la de modificar la Ley 418
de 1997 y suprimir en la nueva Ley (782 de 2002) el
requisito enunciado en muchos artículos de la anterior
ley, según el cual, para entablar conversaciones y
diálogos con alguna organización armada, el gobierno
debía reconocerle previamente \"carácter político\" (Ej.:
art. 8, a., b., parágrafo 1, parágrafo 2; art. 11; art.
50; art. 51; art. 65, etc.). Dicho carácter político,
que se basa en la defensa de principios y prácticas
relativos a la orientación del Estado de manera opuesta
al régimen vigente y en aspectos que toquen los derechos
civiles, políticos, económicos, sociales o culturales,
individuales o colectivos, de quienes integran la nación,
es lo que en último término define lo que es una
insurgencia armada. Por ello es también revelador que el
Gobierno del Presidente Uribe se empeñe en negar la
existencia de un conflicto armado en Colombia, con el fin
de no tener que considerar siquiera una solución política
y negociada con el verdadero polo insurgente que defiende
principios y prácticas políticas opuestas a las suyas.
Prefiere moverse en un discurso donde las únicas fuerzas
políticas con las cuales es dable negociar sean las que
defienden su mismo modelo social y donde las que
defienden otro modelo sean excluidas de toda posibilidad
de diálogo o negociación.
2. Dichos diálogos son presentados como una negociación
de paz, pero no lo es.
La base lógica de una negociación de paz es el
reconocimiento de un conflicto que enfrenta a fuerzas
opuestas que luchan cada una por la defensa de su causa.
Por ello se dice que la paz se negocia solamente entre
enemigos y jamás entre amigos.
Lo afirmado anteriormente en relación con los principios
y prácticas que ha defendido el paramilitarismo
colombiano en sus más de 40 años de historia, es
suficiente para concluir que no se da una oposición entre
el paramilitarismo y las fuerzas de seguridad del Esatado
colombiano. Por lo tanto, carece de lógica hablar de
\"proceso de paz\" entre gobierno y paramilitares, pues
nunca ha habido guerra entre esas dos fuerzas.
Si bien en los últimos meses se ha vuelto frecuente que
los mass media registren enfrentamientos entre las
fuerzas armadas del Estado y grupos paramilitares, e
incluso se den estadísticas de \"bajas\" (muertes, capturas
y deserciones) en el paramilitarismo causadas por agentes
del Estado, no se trata, sin embargo, de un
enfrentamiento real y de principios entre esas dos
fuerzas. En efecto, no se persigue a la dirigencia
paramilitar; tampoco a los paramilitares que la población
denuncia; en muchos casos los \"dados de baja\" no son
paramilitares sino campesinos o pobladores cuyos
cadáveres se hacen aparecer como de \"paramilitares\"; en
muchos casos se ha comprobado que se dan acuerdos entre
oficiales de las fuerzas armadas del Estado y comandantes
paramilitares para \"dar de baja\" a paramilitares de bajo
rango que se han vuelto insubordinados o problemáticos,
haciéndolos aparecer como blancos de una persecución
oficial.
3. Dichos diálogos son presentados como un proceso de
desmovilización, pero no lo es.
Como efecto de las numerosas ceremonias de
\"desmovilización de paramilitares\" que se han sucedido
desde noviembre de 2003 (iniciadas por la
\"desmovilización del Bloque Cacique Nutibara\" en Medellín,
en noviembre de 2003), no se han desintegrado las
estructuras paramilitares, ni ha cesado el control de los
territorios que antes tenían, ni la relación de
obediencia a sus jefes, ni la apología de las
\"autodefensas\", ni el proselitismo paramilitar, ni las
campañas de proyección política del paramilitarismo como
anticipo de las campañas electorales.
Hoy día el paramilitarismo representa un poderío
económico creciente que impulsa numerosas empresas
rentables y mueve sumas exorbitantes de dineros, muchos
de ellos \"mal habidos\" en procesos de legalización, a la
vez que proyecta y planifica el control de los próximos
debates electorales con miras a eliminar toda competencia
mediante las más diversas formas de intimidación.
En los mismos documentos públicos con los cuales se
inició el \"diálogo\" con el gobierno (noviembre de 2002)
no se hablaba de desmovilización sino que se registraba
la complacencia con el gobierno del Presidente Uribe al
cual están dispuestos a devolverle el papel de Estado que
han estado ejerciendo en muchas regiones, no para
desaparecer como fuerza sino para integrarse a los
proyectos del Estado y participar con él en el control de
los territorios que han estado bajo su dominio.
Quien se movilice por las zonas de conflicto que cubren
casi todo el territorio nacional, puede comprobar que los
retenes paramilitares no se han desmontado y que la
relación con la fuerza pública continúa siendo tan
evidente como antes.
4. Dichos diálogos son presentados como un proceso de
desmonte del paramilitarismo, pero no lo es.
El paramilitarismo tiene un principio rector que consiste
en desdibujar las fronteras entre lo civil y lo militar y
crear una zona gris donde nunca esté claro dónde comienza
la acción armada del Estado y dónde termina la acción
desarmada de los civiles. Desde su primer origen el
paramilitarismo ha buscado involucrar a la población
civil en la guerra, ya como combatientes que incursionan
en campos vedados por el Derecho a los agentes del Estado,
ya como blanco de la acción bélica de un Estado que no
persigue propiamente a insurgentes armados sino a
disidentes políticos y a incómodos líderes sociales.
En lugar de terminar con esa zona gris, el gobierno del
Presidente Uribe la ha ampliado de manera exorbitante,
creando nuevos campos de grandes proporciones en donde
los civiles podrán involucrarse en la guerra, ya como
informantes, ya como cooperantes, ya como soldados
campesinos que rompen todos los cánones tradicionales de
la imparcialidad e independencia que las tradiciones
democráticas les fijaron a los hombres de armas del
Estado, para involucrarse en la defensa emocional de sus
familias y comunidades que han tomado partido dentro de
la guerra.
De otra parte, el cambio de estatuto legal de las cada
vez más numerosas empresas privadas de seguridad,
convertidas en apéndices de la fuerza pública (Decreto
3222/02), ha incrementado aún más la zona gris que
elimina los perfiles de lo civil y lo militar para
confundirlos en un conflicto envolvente en el cual solo
un polo cívico-militar monopoliza toda posible
legitimidad y autoriza a demonizar a un adversario
concebido también como cívico militar, desconociendo sus
derechos y justificando toda forma de exterminio del
mismo.
Una observación rigurosa de este proceso con los
paramilitares llevaría a denominarlo más bien como un
proceso de legalización del paramilitarismo, toda vez que
se han ido abriendo más y más espacios \"legales\" para que
los civiles se involucren en la guerra fortaleciendo el
polo bélico estatal.
5. Dichos diálogos son presentados como un proceso de
superación de la impunidad, pero no lo es.
Tanto el Presidente Uribe como el Vicepresidente Santos,
el Alto Comisionado para la Paz y otros altos
funcionarios del Estado, han venido defendiendo
públicamente la necesidad de sacrificar en gran parte las
exigencias de justicia frente a los crímenes de los
paramilitares, sacrificio que se justifica, según ellos,
para poder obtener como contraprestación \"la paz\". Esto
implica un sofisma, como se vio antes, ya que el proceso
no conduce a la paz, puesto que no se está negociando con
enemigos sino con amigos.
El sacrificio de la justicia que se demanda se ha ido
concretando desde hace muchos meses en diversas
propuestas que incluyen indultos y amnistías, rebajas de
penas, eliminación de la pena de prisión o la posibilidad
de convertir en prisión simbólica los mismos territorios
de dominio paramilitar; el establecimiento de blandas
sanciones políticas o contribuciones a modalidades de
reparación como substitutivas de las penas contempladas
en la ley. Todo esto ha suscitado un profundo debate
ético y jurídico, a nivel nacional e internacional, toda
vez que los crímenes que se propone substraer a la
justicia son crímenes horrendos que tienen carácter de
crímenes internacionales y han lesionado a la humanidad
como tal. Además quebrarían uno de los principios
rectores de la Constitución, como es el de la igualdad de
los ciudadanos ante la ley, dando lugar a efectos tan
repugnantes como el hecho de que un pobre que cometa
atracos para sobrevivir tenga una pena mucho mayor que la
de un paramilitar que ha participado en genocidios,
desapariciones, ejecuciones, desplazamientos y torturas.
Las experiencias de pretendida \"desmovilización\" de
paramilitares que se han dado en este gobierno,
evidencian otra de las trampas de la impunidad: mientras
la Fiscalía promete investigar a cada desmovilizado y
estudiar sus antecedentes, solo cruza sus nombres con los
listados de sindicados o condenados registrados en la
base de datos de la Dirección General de Fiscalías, sin
tener en cuenta que una de las tácticas de los
paramilitares, que corresponde al diseño del modelo desde
sus inicios, consiste en no utilizar el nombre ni el
documento de identidad propios, substituyéndolo por un
\"alias\" que además se cambia con frecuencia. Esto
explica que la inmensa mayoría de ellos aparezcan con su
hoja de vida \"limpia\" en los archivos de la justicia,
exceptuando a los comandantes ampliamente conocidos, para
los cuales han operado otras formas de impunidad: se les
ha permitido actuar por décadas a la vista de todo el
mundo, amparados por la \"ceguera voluntaria\" de todos los
poderes del Estado, cuidando de que la \"justicia no los
toque\". En lo que se refiere a la impunidad de los
agentes del Estado que han hecho posibles o han inducido,
impulsado o dirigido el accionar paramilitar, los
mecanismos de impunidad han pasado por el no registro de
las armas, uniformes o vituallas entregadas a los
paramilitares así como de la información referida a esas
relaciones.
Por otra parte, la Fiscalía se ha negado reiteradamente a
investigar los crímenes de lesa humanidad teniendo en
cuenta sus notas típicas y esenciales, entre las cuales
está su carácter sistemático, el cual exige decretar la
conexidad e investigar las estructuras e instituciones en
las que se apoya dicha sistematicidad. Y mientras los
crímenes \"se investigan\", por parte de la Fiscalía, como
delitos aislados e inconexos, para que no se puedan
tipificar como crímenes de lesa humanidad, se les somete
a mecanismos probatorios de antemano destinados al
\"archivo\" o la \"preclusión\", dado que se hace descansar
la carga de la prueba sobre las víctimas y su entorno
social, haciendo caso omiso de su situación de
amordazadas por el terror, sometidas como están a un
paramilitarismo protegido por el Estado que controla
todos los espacios de su vida y que sanciona con pena de
muerte o de destierro toda denuncia.
Todas estas prácticas impiden que se pueda hablar de un
proceso de superación de la impunidad de los crímenes de
los paramilitares.
El Derecho Internacional establece que los crímenes de
lesa humanidad son imprescriptibles; que no son
indultables ni amnistiables; que si sus autores no son
juzgados en el país donde se encuentran debe aplicarse la
jurisdicción universal en cualquier otro país, el cual
tiene derecho a exigir su extradición para dicho
procesamiento; que no admiten el eximente de obediencia
debida ni el del carácter de alto funcionario de Estado
de sus autores o cómplices.
Enfrentar el problema de la impunidad de los crímenes de
los paramilitares tiene unos requisitos básicos. Si
éstos no se dan, constituye un nuevo engaño prometer una
superación de la impunidad.
Esos REQUISITOS serían fundamentalmente los siguientes:
a) Antes de cualquier discusión sobre instrumentos
legales que sirvan para superar la impunidad, es
necesario que la nación y la comunidad internacional
perciban una posición de principios (ética y política) en
los agentes del gobierno y del estado que tenga
credibilidad, en la cual se evidencie su distancia y
repudio respecto a las prácticas criminales de los
paramilitares. Los instrumentos legales son instrumentos
al servicio de posiciones de principio y de convicciones.
Desafortunadamente los últimos meses abundan en
manifestaciones de simpatía para con los paramilitares
por parte de altos funcionarios del Estado y en discursos
que invitan a olvidar sus horrores y a considerarlos más
bien como víctimas o como héroes que reclaman recompensas
sociales. Todo esto se asocia a la consideración del
paramilitarismo como poder económico, político y militar
en ascenso vertiginoso, cuyo respaldo se anuncia como
\"necesario\" en los próximos debates electorales.
b) Un proceso de superación de la impunidad exige como
condición \"sine qua non\" un sistema judicial fiable, que
demuestre independencia, imparcialidad, acatamiento de la
ley y mecanismos de control. Desafortunadamente vamos en
contravía de esto y contamos más bien con un aparato
judicial cada día más corrupto y alejado de los
principios universales de la administración de justicia.
c) Un proceso de superación de la impunidad no puede
iniciarse sin haber desamordazado primero la voz de las
víctimas. Desafortunadamente cada día vamos más en
contravía de esto, pues las víctimas tienen menos voz en
la medida en que los paramilitares, al amparo de su
legalización, ejercen hoy mayor control social en los
territorios donde sembraron el terror.
d) Un proceso de superación de la impunidad exige unos
medios de comunicación libres, honestos y al servicio de
la verdad. Desafortunadamente todo va en contravía de
estos principios. La \"autocensura\" ha sido confesada por
los mismos directores de medios en encuestas anónimas.
La simple comparación cotidiana entre lo que se informa y
lo que no se informa es escandalosa, así como la
selección de fuentes y de versiones.
e) Un proceso de superación de la impunidad necesita
enfocar los crímenes desde los factores que los han hecho
posibles con el fin de garantizar la no repetición de los
mismos. Desafortunadamente el sistema judicial
colombiano se ha negado reiteradamente a investigar los
crímenes de los agentes directos e indirectos del Estado
en cuanto crímenes de lesa humanidad, violando los
principios del Derecho Internacional Consuetudinario y
los tratados internacionales que protegen la dignidad
humana.
Pasar por encima de requisitos tan elementales para
superar la impunidad equivale a engañar nuevamente a la
nación y al mundo. Cuando se promete construir piscinas
y acueductos en un desierto sin fuente alguna de agua,
cualquiera cae en la cuenta del engaño. Pero a veces los
espejismos obnubilan las mentes y llevan a tomar las
apariencias por realidades.
Javier Giraldo, S. J. Bogotá, febrero de 2005
Publicado en América Latina en Movimiento Nº 394
https://www.alainet.org/es/active/13030?language=en
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