Pasteras: los peligros de huir hacia adelante

El tribunal de La Haya, un fallo y sus obligaciones

19/07/2006
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“La cuestión de las artificialmente controvertidas plantas de celulosa que se levantan en Fray Bentos ha pasado de ser un tema menor para convertirse en un verdadero dolor de cabeza para la Argentina. El Palacio San Martín ha sido vilmente engatusado por el gobernador Jorge Busti, y ahora el país hermano pagará muy cara una derrota en el Tribunal Internacional de La Haya, en Holanda”, decíamos el pasado 7 de abril. Con ello no queremos sacarnos patente de listos, pero analicemos lo que afirmábamos en aquella fecha: Todo comenzó hace años, cuando representantes de Botnia -una de las empresas europeas que construyen las papeleras frente a Gualeguaychú en la zona de Fray Bentos- pidieron audiencia con dignatarios de la administración entrerriana que encabezaba el menemista Montiel. Los empresarios tuvieron la sana idea de traer inversiones a la Argentina y habían pensado ingenuamente que se los recibiría con los brazos abiertos, como sucede en el resto del mundo moderno, presuntamente sediento de inversiones extranjeras genuinas. Pero algunos gobernantes del pasado reciente de la Argentina distaban mucho de expresar esa tendencia: en aquel momento funcionarios allegados hoy al actual gobernador Busti, se encargaron de garabatear una cifra enorme, en concepto de “retornos” o "coimas". No sólo la cifra era elevada; luego se sabría que los funcionarios también habían pedido un porcentaje sobre las utilidades de la empresa. Los empresarios –perplejos y asombrados- se levantaron de sus sillas y encarpetaron sus proyectos para Entre Ríos. Porque todos los empresarios en el mundo capitalista y globalizado en que estamos insertos, tienen prevista una cantidad establecida para disponer discrecionalmente, para el caso de que se soliciten “retornos”. Esto no es exclusivo de los pocos corruptos políticos argentinos. Lo que sí comenzó a ser moda durante el menemismo entre la dirigencia argentina fue la costumbre de pretender hacerse "socio sin riesgo" del inversor que visitaba esas tierras lo que hizo escapar a más de uno. Así lo habían denunciado ya numerosos empresarios foráneos ante las embajadas que sus países tienen en la Argentina: los requerimientos en materia de coimas habían comenzado a asustar, y muchos de ellos se quejaron de que nunca habían sido "invitados" a pagar cifras tan elevadas en concepto de retornos. ¿Se trataba eso de una "nueva política"? Los embajadores de Estados Unidos y Francia fueron los que mayor número de quejas recibieron. De hecho los popes de la administración de George W. Bush se enfurecieron con su embajador en la Argentina, pues este jamás condenó con la dureza que correspondía este tipo de situaciones ni denunció en el momento oportuno esas prácticas insólitamente negativas para la concreción de negocios. “Está bien un “retorno” dentro de márgenes establecidos, pero en los niveles envalentonados reclamados por los funcionarios menemistas, eran inaceptables”, se decía en el Departamento de Estado Entonces las plantas de celulosa comenzaron a levantarse en Uruguay y el conflicto, primero artificial armado e impulsado por Bustí y algunos empresarios turísticos, se convirtió para desgracia del Presidente, Néstor Kirchner, en una causa provincial a la que ingenuamente se sumó la gente metida en una dinámica de la movilización que la fue atrapando, dinámica de la que no deben estar afuera tampoco intereses de trasnochados estrategas militares que tienen objetivos geopolíticos, capaces de querer poner su bandera no solo en los islotes del río, sobre la costa uruguaya, sino en la propia Fray Bentos. La salida, sin costos políticos internos, al escándalo internacional provocado por los cortes de rutas, era encaminar el tema hacia el Tribunal Internacional de La Haya, en Holanda. Y tal como en su momento exponía Jorge Asís -conocedor de la UNESCO y del funcionamiento de tribunales internacionales y organismos varios de la UN- en su artículo "Perder en La Haya", la Argentina no corría con posibilidades y ello por muchas razones, entre ellas porque no es posible asignar culpas cuando no existen, estimar violaciones a normas y contaminación, cuando recién se están levantando las plantas ( por ahora la de Botnia, porque parecería que las presiones argentinas han surtido efecto con la que construía la empresa española, quizás porque ese país mantiene una relación de intereses importante con el país vecino) Los uruguayos lograron su objetivo sin esperarlo con esa rotundidad, lograron un triunfo porque Argentina jugó para perder, para que se concretara un nuevo papelón internacional, como señalara en su momento en senador radical independiente, Rodolfo Terragno, en su “crónica de una derrota anunciada” Pero, a no confundirse: el papelón lo cometen los propios diplomáticos argentinos, quienes luego de la decepción serán los cabezas de turco por el pretendido mal cumplimiento de sus funciones. Pero, en realidad, el gran responsable es el propio gobierno que mostró una gigantesca debilidad política para detener el bloqueo a Uruguay, medida de fuerza insólitamente grave que desacreditó a Argentina a todo nivel. Prefirió realizar la jugada de trasladar la atención a La Haya, ganando tiempo, pero sin tener argumentos de peso como para defender su posición. En algo tienen responsabilidad los diplomáticos argentinos y quienes representaron a ese país ante el Tribunal Internacional. En no advertir la endebles de la argumentación y, de antemano, señalar que en esas condiciones el resultado era previsible. Más que un triunfo de Uruguay por juego propio y ordenado, fue una derrota de Argentina, por una cantidad enorme de goles en contra. Ahora la mayoría de los argentinos mira atónitos - luego del fracaso en el Mundial fútbol - los resultados de este nuevo clásico del Río de la Plata, y los entrerrianos se están preguntando por estas horas si no están haciendo el papel de tontos jugando a favor de su corrupto e impresentable gobernador y de empresarios turísticos que en su irracionalidad, temen que su negocio se caiga porque en horizonte se divisen chimeneas de industrias en el Uruguay. El tribunal de La Haya no sólo termino por golpear al gobierno argentino sino también, de alguna manera, a lesionar también la credibilidad de países con los cuales no se puede razonar. ¿Qué pueden pensar inversores extranjeros que hayan abrigado la intención de invertir en Argentina, si se plantea una primera discrepancia? ¿Los representantes argentinos se sentarán y analizarán en conjunto, en base a lineamientos técnicos, una solución a las diferencias, o se dejarán llevar por la emotividad y el disparate y terminarán en la arbitrariedad? Y además está el maximalismo y la brutalidad que barre con todo. Porque la maniobra de Busti no fue otra que impulsar un bloqueo económico, con todas las letras, contra Uruguay. Un término que se ha procurado no utilizar, pues en diplomacia es interpretado como un acto de guerra. Ya comienzan a aparecer comentarios que se filtran a los medios y que relatan que el Presidente Kirchner se agarra la cabeza cuando contempla el pequeño hervidero generado en torno a las plantas de celulosa. Su ira oscila entre Tabaré y su corrupto asociado Busti. Por ello ha insistido por lo bajo en que el gobernador entrerriano considere la carta de la renuncia. Sus operadores -Alberto Fernández y cía.-, así lo han procurado. Todo se reduce a una escalada. Quien comenzó con la fogata, vio que era demasiado tarde para echarse atrás. La estupidez presidencial al hacerse eco de la impericia ajena terminará pasándole la factura. ¿A nadie se le ocurrió anticipar a la Cancillería argentina que Uruguay iría hasta el final con el affaire de las plantas de celulosa? Seguramente no. Pensaron que el pequeño país se echaría atrás, pese a lo cual – y eso es indiscutible – Uruguay también sale profundamente herido de todo el embrollo. Mientras tanto, Brasil tiene proyectos para construir otra papelera en el sur, frente a costas argentinas, y lo propio pretenden hacer los paraguayos. El bloqueo económico a Uruguay se hizo sentir incluso en el comercio que se sostiene con Chile y, de reiterarse, determinará nuevas contingencias lamentables para la Argentina que seguirá cayendo en un pozo, esta vez sin retorno. Y al mismo tiempo, la contradictoria diplomacia argentina viaja por el mundo promocionando un MERCOSUR inexistente. De momento, la forma más aceptable para finiquitar esta cuestión sería lograr una declaración binacional al respecto de que las plantas no contaminarán, y que el Gobierno Argentino vigilará que así ocurra participando de la comisión binacional de control, abriéndose a la construcción de las instalaciones sin más dilaciones. Pagará, eso si, un grave costo político en la provincia que dijo querer defender. - Carlos Santiago es periodista. Secretario de redacción de Bitácora.
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