Emergencia económica
Malos, feos y sucios
27/06/2005
- Opinión
"Se podría armar – parafraseando el periodista argentino Luís
Bruschtein - un panel con los partidarios del modelo, esos
técnicos de la macroeconomía, con discursos académicos,
despreciativos pero paternalistas hacia todo aquel que no
piensa como ellos" y del otro lado a un grupo de botijas en
situación de calle o de uruguayos que viven en ranchos de lata
y cartón que, nada menos, son un millón.
¿Se imagina el lector a los periodistas especializados
pontificando luego sobre la sabiduría que surge de esos
títulos que otorgan Harvard, Chicago o Lovaina y la
intranquilidad de los demás, ansiosos de soluciones para vidas
que se acaban envueltas en la miseria?
La conclusión razonable luego de las exposiciones de los
pontífices de la economía, sería la de seguir esperando, que
es la situación más dramática para, nada menos, que los niños
en situación de calle que constituyen una de las zonas más
vulnerables de los dramas de la pobreza. Niños para los
cuales delinquir y ser atrapados e internados en lugares
dantescos, como la Colonia Berro, es una solución plausible
para su dramática existencia.
El evidente que los muchachos no saben nada de economía, pero
si de sus efectos, que sufren sobre su piel, en sus estómagos,
en su visión de la sociedad a la que consideran enemiga y, por
consiguiente, la agreden a diario y, fundamentalmente en sus
expectativas de existencia. Son niños que viven ese día, que
buscan comida – en ocasiones en los depósitos de basura – o
tratan apropiarse de lo ajeno para que reducidores les den
cuatro pesos por algo que, además del riesgo, vale cuatro mil.
Niños que ven a los demás, a quienes no están dentro del
millón de marginados, encerrados cada día tras rejas más altas
para evitar un contacto con ellos mismos.
La sociedad uruguaya, que compite en deformidades con otras
del continente que han vivido también la crisis del modelo de
acumulación capitalista, ese que siempre, en lo grueso,
privatiza las ganancias y socializa las pérdidas, sufrió en el
2002 un desplome generalizado, multiplicando la marginalidad
de sectores de población que parecen soldados a una situación
espantosa. La que, obviamente, no puede ser revertida de un
día para otros y menos con las timideces del llamado Plan de
Emergencia que por ahora otorga una "ayuda" menor a algunos
miles de personas, sin tener en cuenta el número de
integrantes de las familias a asistir, sin duda, una de sus
mayores desprolijidades, resultado indeseado de las urgencias
de su implementación.
Por supuesto que sabemos que la velocidad de destrucción es
infinitamente más rápida que la de reconstrucción, sobre todo
en los procesos económicos. Se necesitan cambios reales,
especialmente, en una sociedad que por la aplicación del
modelo neoliberal y su inviabilidad manifiesta, terminó esta
etapa del proceso con una de las deudas externa per cápita
mayor del hemisferio occidental, la que exige al gobierno
apretar los torniquetes de la economía para lograr un
superávit previo del 3.5 por ciento. Cifra gigantesca para
los uruguayos que surge de un acuerdo con el FMI. Esfuerzo
que ojala – guardando en un bolsillo nuestro ya histórico
escepticismo- determine que no sigamos, a contrapartida de ese
esfuerzo, pagando con la deformidad económica, la
consolidación de la situación de los marginados y asalariados
hambreados por sueldos vergonzantes.
Pero hay otro hecho: la niñez no tiene esos tiempos, no puede
esperar – y seguimos parafraseando al periodista de Página 12
-. Cuando los efectos de la marginalidad comienzan a
sentirse, son miles los botijas que pierden su educación, en
un proceso de desculturización fenomenal en su incidencia
sobre la sociedad en su conjunto, soportando además las
secuelas físicas y psicológicas de la miseria.
Todo un proceso dramático que es balconeado por el resto de la
sociedad que se conmueve por las imágenes de los botijas
desnutridos, pero que cuando se refiere a la problemática de
la inseguridad inmediatamente los instala en el campo del
enemigo y los margina, más, mucho más.
¿Hasta cuándo?
En este todavía esperanzado país por las acciones anunciadas
por el gobierno del doctor Tabaré Vázquez, sigue
inmiscuyéndose el pasado borrascoso en el difícil presente,
reduciendo y desorientando a las fuerzas que ya deberían estar
desplegadas combatiendo, tratando de torcer – a marcha forzada
– las desigualdades estampadas por el modelo.
Claro, sobre los uruguayos, están cayendo las realidades del
pasado que impiden, desde una visión macroeconómica, sortear
la parálisis de la economía, que pese a los índices positivos
de exportación, mantiene sus desigualdades, lo que implica que
no se cumplan algunos de los elementos sustanciales que están,
obviamente, vinculados a los anuncios anteriores.
Mientras que la riqueza que ingresa al país siga sin
redistribuirse equitativamente no habrá ningún camino posible
para modificar la realidad social y el país – más allá de los
aplausos del FMI y el Banco Mundial – seguirá acumulando solo
para cubrir la exigencia del superávit primario y con ello
pagar con regularidad los vencimientos de la deuda. Pero,
¿hasta cuándo?
No habrá manera de reactivar la industria, ni nadie vendrá
desde afuera a abrir fábricas, sin que mejore la capacidad de
compra de los uruguayos, que multiplicará la actividad también
al comercio. Así se abrirán las fábricas para que la
transformación de las materias primas determine que haya una
menor desocupación, más ingreso en las familias y se ponga en
marcha el mecanismo de crecimiento de la economía que está
siempre vinculado a la capacidad de compra de la gente.
Todos esos malos, feos y sucios, que pululan por las ciudades,
duermen en las ochavas bajo cartones, los mismos que logran la
formal conmiseración de todos, pero que nadie quiere cerca y
los otros, que en ranchos de lata y cartón, malviven entre el
barro, sin calor ni esperanza, merecen que pensemos en ellos e
intentemos – más allá de los análisis macroeconómicos –
multiplicar la actividad para comenzar a incluirlos.
De lo contrario el necesario Plan de Emergencia, se convertirá
en un simple intento de asistencialismo que, es lamentable, no
tendrá futuro.
Y, por supuesto, el dichoso superávit primario será una carga
demasiado pesada para un pueblo que no podrá superar su
dramático presente.
Carlos Santiago, periodista.uruguayo, es Secretario de
redacción del diario La República de Montevideo y del
semanario Bitácora.
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