Andrés Pastrana y Ernesto Samper, el uno afianzado en la poderosa embajada en Washington, y el otro aspirante a la dorada diplomacia parisina, serían los símbolos más encumbrados del lentejismo. Serían algo así como los más encumbrados y refinados exponentes de la alta prebenda burocrática como premio a la voltereta política, un deporte que como el tejo hace tiempos es uno de los símbolos patrios y que Uribe Vélez ha sabido aprovechar extraordinariamente en su provecho. Gracias al lentejismo Uribe fue reelegido en la audaz pero bien paga voltereta de última hora de Teodolindo y de Judis que salvaron en el Congreso la ley que permitiría la reelección. Hablan hoy los editorialistas palaciegos de la audaz y magistral jugada política de Uribe que ante la renuncia que le estaba planteando Pastrana, calculadamente enojado por el nombramiento de Samper en Paris, resolviera aceptarle la renuncia, abstenerse de nombrar a Samper y designar a la actual canciller, Doña Carolina Barco Isakson, en la embajada en territorio yanqui. Pero quienes han movido fichas y enviado señales y no precisamente de humo han sido los norteamericanos. Mandaron con Pastrana el veto a Samper a quien ellos le quitaron la visa por temas relacionados con narcotráfico. Y de paso le recordaron a Uribe, quien anda de mucho abrazo con Chávez, que él, Uribe, también tiene en los Estados Unidos su prontuario secreto por asuntos cocaleros. Uribe sacrificó al mensajero enojado y para calmar a los gringos lo remplazó por Doña Carolina, Canciller actual, súbdita colombiana pero también de nacionalidad y cuna de nacimiento norteamericana, que daría pensar a los maliciosos que podría estar envuelta en inhabilidades éticas por los asuntos de la nacionalidad. Pero esto sería hilar demasiado fino en un país donde lo antinacional esta in y es generosamente reconocido social y burocráticamente. Las peleas burocráticas entre Pastrana y Samper son continuidad de las peleas de lentejas entre Germán Vargas y Juan Manuel Santos, dos de los mayores escuderos del uribismo. Todo indica que no será fácil para el príncipe la construcción del II Reich.