El capital financiero y el futuro
30/03/2001
- Opinión
No bien terminé este artículo llegó la noticia de la designación de Domingo
Cavallo como ministro de Economía. Este episodio devuelve al gobierno a uno
de los principales promotores -primero como presidente del Banco Central
durante la dictadura militar y luego como ministro de Economía de Menem- de
los procesos que describo abajo. Sería algo más que inocente pensar que esta
designación alterará las características y consecuencias de la crisis que
analizo en este texto.
Introducción
El capital financiero que se ha impuesto en nuestro país tiene gerentes,
ideólogos y propagandistas muy bien remunerados. Pero no tiene ni puede
tener aliados sociales. La crisis dentro de la crisis que vive nuestro país
debería servir, al menos, para dejar esto en claro. Entenderlo es
importante, no sólo en sí mismo sino también porque marca los posibles aunque
arduos caminos que permitirían resolver esta crisis. Este es el tema del
presente texto. Contiene dos argumentos principales. Uno es que el tipo de
capital financiero que se ha impuesto en la Argentina no puede tener aliados
sociales y que, obedeciendo su propia lógica, no puede querer otra cosa que
seguir devorando a la sociedad y el Estado argentinos. El segundo argumento
es que la orientación política de este capital va desplegando, cada vez más
claramente, su contenido intrínsecamente autoritario.
Desgraciadamente, como aquí planteo opiniones que difieren de las que
promueven, con un ensordecedor aparato propagandístico, los (mal) llamados
mercados, tendré que dar algunos rodeos y explicar algunos conceptos.
Espero que la paciencia de lectores y lectoras me acompañe. Con las
simplificaciones que impone el espacio disponible, en la primera sección
presento el camino de desarrollo bastante exitoso que han seguido algunos
países, en la segunda describo el destructivo rumbo seguido por nuestro país
y en la tercera advierto sobre las consecuencias no sólo social y
económicamente regresivas sino también autoritarias del camino que está
siguiendo nuestro país. En la última sección esbozo algunas posibilidades
alternativas.
Caminos exitosos
La democracia contemporánea coexiste íntimamente con el capitalismo. El
capitalismo se mueve y reproduce sobre todo por medio de las ganancias que
los empresarios realizan y reinvierten. Esas reinversiones legitiman la
dominación social de los capitalistas: ellos pueden argumentar que su interés
sectorial en lograr esas ganancias es en interés general de la sociedad, es
decir, mediante sus inversiones los capitalistas generan empleo y crecimiento
económico, y con los impuestos que entonces capitalistas, trabajadores y
otros pagan, el Estado puede proveer diversos bienes, incluso para los
trabajadores y los sectores más desprotegidos.
Esta es, básicamente, la ecuación keynesiana que promovió el progreso del
capitalismo mundial a partir de la Segunda Guerra Mundial. Más tarde, desde
hace aproximadamente un par de décadas, se aceleró la globalización.
Ella incluye el importante peso de un capital financiero que puede entrar o
salir velozmente de los países. Esto creó, aun en los países más poderosos,
importantes restricciones en sus políticas macroeconómicas (que deben tener
en cuenta la volatilidad del capital financiero), los llevaron a inducir que
sus empresas exportaran cada vez más y, si no, a reducir el tamaño del Estado
(cosa que muy pocos hicieron), a reinventarlo como una entidad menos "ancha"
en sus atribuciones pero más activa y eficaz en sus intervenciones.
Estos países están navegando con bastante éxito las tormentas de la
globalización. Se trata de Estados Unidos, Canadá, de Europa occidental,
Australia y Nueva Zelanda, así como Japón, Corea, Taiwan, entre otros.
Ellos han afrontado y seguramente volverán a afrontar situaciones difíciles,
incluyendo problemas de bastante extenso desempleo. Pero estos problemas,
que buena parte de esos países además ya ha superado, fueron paliados por
seguros de desempleo y otras políticas de protección social que sólo pueden
ser emprendidas por un Estado que sigue siendo reconocido como palanca
fundamental del desarrollo y la equidad social.
En estos países, el capital financiero ha seguido jugando el papel que le
corresponde en una economía orientada al crecimiento. Esto es, aceitar las
relaciones entre otras ramas del capital al facilitar, sobre todo mediante
créditos y el funcionamiento de bolsas de valores, la capacidad de operación
e inversión de aquéllas. A pesar de que, en estos países, parte del capital
financiero se ha desplazado hacia operaciones especulativas, buena parte del
mismo -y esto me importa recalcarlo por contraste con nuestro país- continúa
casada con el desarrollo de las estructuras productivas -industriales,
agrarias y comerciales- que ayuda a financiar y de la cual deriva,
consiguientemente, buena parte de sus propias ganancias. Por lo tanto, es en
directo interés de ese tipo de capital financiero que la estructura
productiva de los respectivos países se expanda y prospere. Es por esto que,
a pesar de las incertidumbres que provoca la globalización, estos países han
logrado algunas cosas fundamentales. Me refiero, entre otras, a conservar
estructuras productivas dinámicas aunque parcialmente transformadas;
internalizar y difundir socialmente (educación y trabajo mediante)
innovaciones científicas y tecnológicas, y reconstituir un Estado que, al
expresar y reforzar esas tendencias, ha seguido siendo un agente básicamente
verosímil del bien público. Una consecuencia de esto es que, aunque lejos de
ser perfectas, las democracias de estos países gozan de buena salud.
Desgraciadamente, casi nada de esto ha ocurrido en nuestro país.
Un camino de derrota
He discutido en otros textos, que aquí no puedo reproducir, las causas que
explican el derrotero que nos ha llevado hasta la crisis actual. Este
derrotero, anunciado en el Rodrigazo, comenzó orgánicamente en la malhadada
gestión -económicamente inepta y socialmente vengativa- de Martínez de Hoz.
Este fue un verdadero pionero en su sesgo antiindustrial, anti-trabajador y
pro-financiero (recordemos la "tablita" y la desenfrenada especulación a que
dio lugar), para no hablar de la brutal represión en la que apoyó sus
políticas. Ahí comenzó la espiral de las dos maldiciones que hoy nos
agobian, la deuda externa y la desintegración de la estructura productiva.
Esta espiral ha continuado, con el parcial interludio del gobierno de
Alfonsín y el fracasado Plan Austral, hasta nuestros días. En el camino,
como sabemos a través de los trágicos datos de pobreza, desempleo,
desindustrialización, desaparición de economías regionales y otros, esa
espiral ha logrado ponernos en cuestión como nación que aspira a ser un techo
acogedor para todos sus habitantes.
En capitalismos como los mencionados en la primera sección, el capital
financiero sigue apoyando la reproducción del capital productivo; aunque ha
ganado peso en relación a otros tipos de capital, aquél sigue siendo un
componente importante, pero no dominante, de la forma en que esos
capitalismos se reproducen dinámicamente. La tragedia de nuestro país es que
esto no es así. Entre nosotros, el capital financiero tiene dos
características tan perversas como íntimamente relacionadas. Una, ya casi no
tiene conexiones con el capital productivo operante entre nosotros; además,
buena parte de esas tenues conexiones funciona para lograr ganancias que, en
lugar de ser reinvertidas donde fueron generadas, realimentan los circuitos
del capital financiero. La otra característica es que casi todas las
ganancias de este capital surgen de operaciones centradas en la especulación,
política y económica, desde nuestro país y desde el exterior, con los títulos
de la deuda pública y con las menguantes perspectivas de nuestro país de ir
pagándola -el "riesgo país" es el termómetro de esas especulaciones-.
Este capital, ya sea que hable castellano o inglés (o lo que fuere), tiene un
interés absolutamente prioritario: que la Argentina (en realidad, los
argentinos a los que se les puede aplicar el necesario torniquete) pague los
intereses de la deuda pública (aunque nunca pueda pagar el capital, pero esto
no es problema para aquél, ya que asegura en su beneficio sucesivas
renovaciones, con sus consi-guientes intereses, de una deuda que por eso
mismo continúa creciendo). Por su lado, el Fondo Monetario Internacional
hace, simplemente, lo que su misión le manda: vigilar y llegado el caso
presionar duramente para asegurar esa capacidad de pago. El Fondo y este
capital financiero coinciden en este interés prioritario: que de alguna
manera se pague el "servicio" de la deuda. Para que esto ocurra el Estado
tiene que tener sus cuentas más o menos equilibradas de manera que, aunque no
logre superávit, el capital financiero tenga suficiente "confianza" en la
capacidad de pago del Estado como para ir renovando (y por lo tanto
aumentando) la deuda y, gracias a ello, continuar recibiendo acrecidos
intereses.
Así este capital realiza sus ganancias, que reaparecen como una deuda externa
que aumenta, por esto mismo, continua y velozmente. Además, el Estado, sobre
todo desde que renunció inexcusablemente a la propiedad de actividades (como
gas y petróleo) que podían proveerle directamente divisas, afronta el
problema adicional de lograr que ese mismo capital financiero acepte cambiar
(más o menos uno a uno) los pesos que el Estado ha recaudado por las divisas
que necesita para pagarle a aquél. Hay otra buena razón, sutil pero nada
insignificante, para la insaciable voracidad de este capital: su interés
racional es balancear, por un lado, la capacidad del país de seguir pagando
y, por el otro, maximizar los intereses que cobra.
Esta es otra razón por la que este capital exhibe, en el mejor de los casos,
una temblequeante "confianza" que justifica un "riesgo país", y sus
consiguientes intereses, constantemente altos -cabe entender, frente a este
difícil y siempre móvil acto de balanceo, las generosas remuneraciones de los
expertos gerentes de este capital, así como compadecer a los funcionarios
que, con buena intención pero escaso horizonte, tienen que bailar al compás
de estos cálculos-. Finalmente, este capital financiero con escasos vínculos
con lo que queda de nuestra estructura productiva poco se interesa por la
suerte de ésta, ya que escasa parte de sus actividades y ganancias provienen
de financiarla -más bien, tiende a esquilmarla con créditos que bordean la
usura.
Claro que el costo de seguir cumpliendo estos ciclos es exprimir cada vez más
a un país que -por supuesto, dadas estas circunstancias- no logra salir de la
recesión y sus trágicas consecuencias sociales. Pero, aunque tal vez algunos
lo lamenten personalmente, no es esto lo que importa a los gerentes y voceros
del capital financiero. La lógica de hierro de este capital exige
"confianza", y esta confianza consiste en mostrar la capacidad del país de
seguir endeudándose, pago de jugosos intereses mediante, con ese mismo
capital. Estos ciclos dominan, lo hemos visto repetida y claramente, la
política económica y fiscal de nuestro país -un grado y tipo de dependencia
que no soñaron siquiera los más pesimistas textos sobre la dependencia
escritos hace algunas décadas-. El hecho es que entre nosotros el capital
financiero ha logrado ser, encontraste con los países que han seguido caminos
menos destructivos, la rama netamente dominante del capital.
Parte de este resultado internacionalmente insólito, al menos entre países
que aún aspiran a ser naciones, se debe imputar a la globalización. Pero ya
vimos que esta es sólo parte de la explicación. Parte aún mayor hay que
buscarla en el resultado de una sistemática corrupción (en la cual también
fue pionero el período de Martínez de Hoz y sus violentos pero muy tentables
socios militares), en coimas inmensas, en brillantes maniobras contra el
fisco y, por cierto, en privatizaciones tramposas. Como el caso Moneta deja
entrever, una inmensa masa de este dinero "sale" del país para en parte
regresar -colmo de los colmos- como deuda externa, por medio de "préstamos"
que han ayudado grandemente no sólo a la especulación sobre la deuda pública
sino también a que el capital financiero compre a precio de liquidación, y
subordine a su propio patrón de acumulación, parte considerable de lo que nos
ha ido quedando de estructura productiva.
Impulsado por esta lógica, el capital financiero gobierna cada vez más
completa y directamente. Si los "mercados" pierden "confianza", mediante su
fuga amenazan con la cesación internacional de pagos del país, al que ya no
le comprarían los pesos que hacen falta para seguir pagando en divisas los
intereses de la deuda. Esta es, lisa y llanamente, una extorsión. Lleva
rigurosamente a más y más "ajustes" para que el Estado, cuya capacidad
tributaria cae al compás de las recesiones que profundizan esos mismos
ajustes, extraiga otra libra de carne de la población. La extorsión es
poderosa porque es creíble. En contraste con buena parte del capital
productivo, incluso del tipo de capital financiero que tiene fuertes vínculos
con aquél, el que opera entre nosotros puede salirse casi por completo de
nuestro país, sin tener que lamentar haber dejado mucho más que unas buenas
computadoras y algunas lindas quintas en Pilar.
Quiero insistir sobre un punto crucial. Dada la posición estructural que
este tipo de capital financiero ha logrado en nuestro país (tenues
vinculaciones con la estructura productiva y, paralelamente, concentración de
sus actividades en especulación centrada en la deuda pública), el mismo actúa
con rigurosa racionalidad, acompañada por la verdadera misión de varias
agencias internacionales (especial pero no exclusivamente el Fondo):
asegurarse, por medio de todos los "ajustes" que sean necesarios, la
capacidad del país de seguir pagando los intereses de la deuda y, de paso,
aumentándola. Además, un tipo de capital que se ha hecho tan dominante -
incluso sobre otras fracciones del capital que operan localmente- y con tanta
capacidad de extorsión, quiere maximizar sin límites sus ganancias. Así,
deja claro que no está dispuesto a aceptar que los "ajustes" incluyan que
pague algunos impuestos sobre sus propias actividades y ganancias -véase por
ejemplo la espectacular omisión de este rubro en las medidas anunciadas por
López Murphy-.
La autoeximición de obligaciones que mostrarían un mínimo de solidaridad con
el país del que extrae sus ganancias es característica de la soberbia de un
capital que se siente sin enemigos a la vista, ya sea otros sectores
capitalistas que cuanto más aciertan a quejarse por ser ellos también
esquilmados, como una sociedad abrumada por el desempleo y el empobrecimiento
constantes. Esa soberbia aparece en el discurso de los voceros de este
capital. Ellos repiquetean advirtiéndonos que cada vuelta de tuerca es
absolutamente lo único que se puede hacer y que, por lo tanto, toda crítica
es muestra de "ideología" e "irracionalidad". Lo que dicen esos voceros, por
supuesto, no es nada de eso; es conocimiento "técnico", apoyado por credos
económicos que desde el Norte exportan para crédulos subdesarrollados pero
que allí no creen ni practican.
La soledad de los ganadores
Comenté que en toda sociedad capitalista los sectores o clases dominantes
proclaman que su interés sectorial es también un interés general. Vimos
también que ese discurso gana, en algunas circunstancias, bastante
credibilidad. El capital financiero en nuestro país también nos dice esto,
con el tono tecnocrático de doctores economistas, el modo melifluo de
educados periodistas y, recientemente, en la manera entre marcial y oracular
de López Murphy y la mesiánica de Cavallo. Esto es, el nuevo "ajuste" y los
que por este camino seguirán, no sólo es lo único que se puede hacer. Es
también algo que, en definitiva, beneficiará a todos. Claro que muchos no
concordamos, pero esto se debe a que, a diferencia de aquellos economistas,
periodistas y gobernantes, "carecemos" de los conocimientos y la información
necesarios.
El problema para este capital y sus voceros es que su discurso no puede ser
verosímil. Es demasiado evidente, a pesar de los esfuerzos publicitarios que
se hacen y se redoblarán en el futuro, que el interés particular de este
capital financiero no puede ser de manera alguna el interés general de
nuestra sociedad. Este capital, en contraste con otros más ensamblados en
las respectivas estructuras productivas, no puede legitimar la dominación que
ejerce y que ha venido extendiendo, en un crescendo casi ininterrumpido desde
el Proceso, hasta la cúpula del Estado. La voraz especulación que lo
constituye en este tipo de capital tiene, a medida que se va desnudando cada
vez más, la grave consecuencia de despojarlo de aliados sociales. Por
supuesto, para disimular esa desnudez este capital puede usar su inmensa
capacidad de corrupción y de cooptación. Pero estas no son alianzas que
permitan proyectar estrategias políticas; son contratos de compraventa de
poca duración y escasa densidad política.
Hace poco tiempo, en una entrevista que en Página/12 me hizo Horacio
Verbitsky (25/10/00, pp. 12-13), hablé del riesgo de muerte lenta de nuestra
democracia. Esto es, no se trataría de un abrupto golpe militar sino de la
progresiva corrosión de libertades básicas, la creciente lejanía de la
política en relación con el conjunto del país y la reducción de la política
al estrecho escenario de las intrigas de palacio. En este sentido, el
desnudamiento de la lógica implacable resultante de la posición que ha
logrado el capital financiero, espectacularmente acelerado por el reciente
"ajuste", me parece, por un lado, motivo de honda preocupación y, por el
otro, indicación de rumbos mejores que tal vez aún podamos emprender.
Me explico. La forma de operación del capital financiero en nuestro país y
su consiguiente soledad social aparece en la política mediante un discurso
cada vez más autoritario. Este discurso insiste que la píldora amarga del
eterno ajuste hay que imponerla a una población que no sabe lo que en
realidad le conviene; no les habla a ciudadanos sino a sujetos, cuyo
descontento interpreta, claro está, como confirmación de su irracionalidad e
ignorancia. De aquí hay sólo un paso para reprimir con buena conciencia las
manifestaciones de ese descontento -si los gobernantes van a hacer bien sus
cuentas, en sus cálculos presupuestarios deberían incluir nuevos gastos para
gases lacrimógenos, balas (esperemos, sólo) de goma, espionaje de liderazgos
sociales, y sueldos extra de policías y, por qué no, de militares, entre
otras bellezas-. Este discurso comete la misma degradación del otro cuando
se refiere a "los políticos", aunque claro que no se refiere a todos (hay
algunos que entienden "los mercados") sino a los que de alguna manera
expresan, aunque a veces con notable recato, aquellos descontentos. La
política pública, incluso aquella que afecta profundamente a una inmensa
mayoría, es sustraída de la discusión pública -sólo algunos, los que saben y
tienen los contactos adecuados, pueden decidir-. Salvo los que recitan el
credo del capital financiero, todos los demás estorbamos -espero que el
presente artículo también-.
Esta es, por supuesto, la esencia misma del discurso autoritario. Para
decirlo suavemente, condice poco con el régimen democrático y con las
libertades que aún tenemos. ?Cómo conseguir votos en el Congreso y, sobre
todo, en la población -augurios cada vez más negros de las elecciones de
octubre- para convalidar este "ajuste" interminable? Claro, por el momento
se puede abusar del recurso profundamente antidemocrático de los decretos de
"necesidad y urgencia" y las "leyes de emergencia". Pero la precariedad
legal de estos recursos pone nerviosos a "los mercados". La ruta del ajuste,
sobre todo a partir de que desnuda su vinculación con este capital
financiero, es la de la devaluación, si no de la moneda, de la ciudadanía y,
con ella, la tendencia a una creciente represión que -ecos de épocas no tan
lejanas- se autojustificará en la incurable "irracionalidad" de la gente, de
sus liderazgos sociales y de "los políticos".
Posibilidades
Lo que acabo de describir no tiene que ver con las características morales
(por lo demás, al parecer, no excelsas) de los gerentes y corifeos de este
capital financiero. Se trata de un dato estructural, el de la posición que
éste ha logrado y, a partir de ella, de la lógica ineluctablemente
depredadora con que realiza sus ganancias. Dado esto, aquellos serían muy
malos gerentes si no siguieran esquilmando al país.
Escribo estas líneas no sólo porque vale la pena conocer estos mecanismos.
También lo hago porque ellos marcan algunas demandas y, tal vez, algunas
posibilidades, a la política. Frente a esta perversa estructuración de la
dominación del capital financiero, los liderazgos políticos que se pretenden
democráticos y progresistas no tienen derecho a actuar como si lo que ha
estado ocurriendo no fueran más que percances en un camino que en sí mismo no
es objetable. Las intrigas de palacio y las luchas por lograr o mantener tal
o cual cargo en el gobierno no desvían en un milímetro la destructiva
trayectoria pautada por este capital financiero. Además, esas maniobras sólo
ratifican el desprecio de ese capital por "los políticos" y ensanchan el
camino para variadas vocaciones autoritarias.
Hay momentos en la historia en que los liderazgos sociales y políticos deben
convalidar su posición, o cederla a otros/as, mediante un lúcido y valiente
esfuerzo por revertir malignas tendencias. Al final de la Primera Guerra
Mundial, contemplando la desgraciada situación de Alemania y entreviendo su
terrible futuro, Max Weber aseguraba, sin perder ni exagerar la esperanza,
que "la política es un arduo limar de duras maderas". Esto no es menos
cierto para la Argentina de hoy. El futuro de un país cada vez más
esquilmado y gobiernos cada vez más autoritarios sólo puede ser evitado
mediante una gran tarea política: promover una alianza productiva fundada en
valores de equidad social y de vigorización democrática que a su vez
sustenten la decisión de reconstituir una nación contra la mera aglomeración
de individuos, además cada vez más desigual, a que nos conduce el proceso que
he descripto. Para esa tarea se debería convocar a los segmentos
capitalistas que aún tienen alguna capacidad y vocación productiva y a
liderazgos sindicales actuales o emergentes, y amalgamarlos con impulsos
provenientes de la sociedad en forma de organizaciones de usuarios, de
jubilados, estudiantiles, barriales, de derechos humanos, de fomento de la
transparencia gubernamental y empresaria y, por suerte, un largo etcétera.
No se trata, por cierto, de promover una alianza de santos (no parecen quedar
muchos en varios de los actores sociales recién aludidos), sino de promover
objetivamente coincidencias entre quienes tienen tanto aspiración como
intereses consistentes con que esta nación y su Estado sean un techo acogedor
para todos.
Las maderas que habrá que pulir son particularmente duras. El capital
financiero y su extenso aparato propagandístico se defenderán con uñas y
dientes. Amenazarán y producirán algunos golpes de mercado, que habrá que
vadear con pulso firme y una ciudadanía solidarizada; sus gurúes anunciarán
interminables desgracias, y los siempre listos represores apuntarán contra
las movilizaciones que quienes hagan aquella política aceptarán y promoverán.
Para peor, el fruto de estas luchas no será inmediato. Se trata de un largo
y duro camino, como corresponde a revertir una situación que lleva más de dos
décadas estructurándose en un poder que, aunque socialmente sea políticamente
solitario, cuenta con enormes recursos.
Los detalles de este camino no pueden ser prescriptos a priori. Pero la
voraz dominación del capital financiero nos ha hecho, al menos, el favor de
hacer clara la dirección general de ese camino. En diversos espacios de la
sociedad argentina hay personas y liderazgos que acompañarían este intento.
Pero ellos no pueden hacerlo solos. Hacen falta también liderazgos políticos
que los convoquen y articulen, aceptando sufrir, lejos del palacio y sus
roscas, los fríos vientos de duras luchas contra grandes poderes. Si estos
liderazgos existen, o si van a emerger antes de que sea demasiado tarde, es
la gran cuestión que plantea el momento actual.
* Guillermo O'Donnell es profesor de Ciencia Política en la Universidad de
Notre Dame, Estados Unidos. Publicado en Página/12, 21/03/2001.
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Del mismo autor
- El capital financiero y el futuro 30/03/2001