Un plebiscito para el Alca
23/02/2001
- Opinión
El gobierno brasileño -por ingenuidad, incompetencia o mala fe- creyó
piadosamente en las leyes del mercado, en el liberalismo económico y en la
imparcialidad de los organismos internacionales. Consideró a la Organización
Mundial de Comercio, OMC, como la mejor instancia para dirimir conflictos,
batalló contra cualquier tipo de proteccionismo, se convirtió en el paladín de
la desregulación y del neoliberalismo como "nuevo rico" que llegó tarde a la
fiesta y exalta las cualidades del menú como ninguno.
El resultado está allí: Brasil sufre sanciones drásticas en todos los grandes
conflictos de comercio internacionales en los que se vio envuelto, de forma
radical e injusta. Fue preciso eso para que el gobierno comenzase a aprender lo
que sería obvio, si las lecciones de teoría de la dependencia hubiesen sido
aprendidas y actualizadas.
Ocurre que las relaciones internacionales -y particularmente el comercio entre
ellas- son un campo de disputa, de relaciones de poder, donde se despliegan
fuerzas de poder desigual, cuyos enfrentamientos tenderán a ser cada vez más
feroces, conforme la recesión internacional vuelve a agudizarse. Esa verdad
elemental -que en el caso de América Latina se torna patrimonio común desde los
textos de Raúl Prebish y de la Cepal de critica de las teorías del comercio
internacional- fue desconocida por el gobierno brasileño.
Un poco antes de dejar el Ministerio de Relaciones Exteriores, el entonces
canciller Luis Felipe Lampreira reveló haber descubierto que los países que
entran atrasados en el mercado internacional se tienen que proteger para poder
competir en situación de no mucha inferioridad. Verdad elemental que esta en
los libros y que orientó uno de los grandes fenómenos económico-sociales del
siglo pasado: la industrialización de países de la periferia capitalista, de
entre ellos Brasil.
Sucede también que la ideología oficial del gobierno todavía es el
fundamentalismo liberal del mercado, aquel mismo que afirmó -en la boca de
Gustavo Franco- que la industrialización brasileña había sido una aberración,
porque violó las sacrosantas leyes del mercado, al usar políticas de cambios
diferenciados para inducir el desarrollo económico. Según esa visión jurásica,
Brasil habría permanecido como país primario-exportador -al cual se asemeja
ahora, cuando nuestra línea exportadora vuelve a tener al café y la soya como
líderes, gracias a la eliminación de políticas monetarias inductoras del
desarrollo económico.
Los tres mega-mercados que dividen el poder en el mundo -todos en el hemisferio
norte- solamente se pudieron integrar porque violaron las leyes del liberalismo
y reglamentaron sus relaciones, se privilegiaron entre si, rompieron con el
libre comercio, sin lo cual la unificación europea, o el Tratado de Libre
Comercio de Norteamérica (TLCNA) y la integración del sudeste asiático no
habrían sido posibles. El Mercosur, en tanto se desarrolló, favoreció el
comercio intra-regional, igualmente sin acatar las normas del libre comercio.
Sin embargo, para integrarse, el modelo más equilibrado -el europeo-, consciente
de las importancia de las formas de integración internacional, puso a
consideración de sus pueblos, con consultas populares, las decisiones de
participar o no en la unificación europea. En el caso americano, la cuestión es
más importante aún, porque ella se daría entre economías extremadamente
desproporcionadas entre si, en la que los Estados Unidos detentan el 70% de la
economía del continente. Para tener una idea de cómo la economía estadounidense
dominaría todo el Alca, en el TLCNA, compuesto por una economía relativamente
fuerte como la canadiense, por lo menos más fuerte de que las nuestras, México
tiene el 90% de sus comercio exterior con los Estados Unidos, sin embargo menos
del 4% con Canadá.
La vía democrática
La propuesta del Alca implica la consolidación y formalización de la hegemonía
norteamericana sobre el conjunto de nuestro continente, es una especie de
reactualización de la doctrina Monroe. Cualquier forma de relación mínimamente
equilibrada para América Latina implicaría, ante todo, una integración
latinoamericana, para entonces tener fuerza para negociar colectivamente con los
Estados Unidos, así como con los otros mega-mercados. Implica igualmente una
política de alianzas con otros países importantes del mundo -como China, India,
Sudáfrica, Irán, entre otros-, tomando en consideración la propuesta del
sociólogo portugués Boaventura de Souza Santos, de la formación de una especie
de G-7 de los países intermedios en todo el mundo.
Como el destino de Brasil y de los demás países del continente depende de la
forma de inserción -soberana o subordinada- en el mercado internacional,
cualquier decisión a este respecto precisa ser sometida a los pueblos de cada
uno de sus países. Sería necesario que los gobiernos solamente pudiesen firmar
acuerdos de esa importancia y dimensión después de una consulta plebiscitaria,
con alternativas, para que la ciudadanía se pronuncie al estilo de lo que se
hizo en Europa y de forma aún más democrática y amplia en la forma de la
consulta.
Esta es la vía democrática para definir la inserción de Brasil y de los otros
países latinoamericanos en el orden económico mundial. Los parlamentos deberían
aprobar leyes que obligasen a los gobiernos a convocar a consultas populares.
En caso que no lo hagan, sería posible hacer convocatorias para una misma fecha
-por ejemplo, un 12 de octubre- en todos los países -como se hizo en Brasil con
el plebiscito de la deuda externa.
Esta es una de las incontables iniciativas salidas del Foro Social Mundial de
Porto Alegre. Habrá una amplia participación popular en la reunión de ministros
de industria y comercio del Alca, en Buenos Aires, el 7 y 8 de abril, no solo
para manifestarse en lo que ya se está llamando como el Seattle del Sur, sino
también para divulgar una propuesta alternativa de integración latinoamericana y
para avanzar en el proyecto de convocatoria a consultas populares sobre las
modalidades de inserción de Brasil y de los otros países del continente, una
integración subordinada o soberana.
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